martes, diciembre 25, 2012

Peor que la Demencia


Rememorando las imágenes de una ciudad portuaria que conoció mejores tiempos, la señora se decidió a participar en el grupo y pidió permiso a la psicóloga para hablar. Manila, de ochenta años de edad, recordó la calle de los Marineros, allí donde los burdeles, los teatros y cabarets daban animación a los hombres de ultramar. También hizo mención a cómo un día siendo niña sin darse cuenta, acabó en esa calle y de como las mismas hetairas le connivieron a abandonar tal arriesgado ambiente, cosa que ella misma recuerda con cierto rubor. Los otros participantes, todos con demencia como Manila, dieron todo tipo de detalles sobre la vida en esa extraña ciudad llamada El Llano. Hablaban de masones y de opositores al régimen buscando refugio en el país vecino y de muchas otras hazañas que tuvieron la ocasión de vivir, incluyendo la de procurarse su propia supervivencia en un mundo violento y lleno de privaciones. La demencia no había penetrado suficiente en esas mentes, y muchos detalles de esas vivencias estaban todavía frescos, como si hubieran sucedido el día anterior. En medio de esa algarabía de recuerdos, Manila se sintió animada y acabó hablando de sus relación con los gitanos. Todos asintieron y dieron confirmación de su extraordinaria relación con ellos. Muchos dijeron que tenían familiares gitanos y que todos eran fabulosos. En un momento dado, mencionaron a los gallegos. La psicóloga reaccionó con perplejidad. Quizás Manila cometió un error. Manuela aclaró que "gallegos" somos nosotros. Hubo un silencio y poco después el grupo siguió con animación hablando de villancicos, e incluso hubo alguien que se animó a cantar. La psicóloga tomó nota de la interacción y al final del día en su diario personal, reflexionó sobre si hay algo peor que la demencia. Tras un largo rato, una revelación se presentó ante ella: peor que la demencia es olvidar la historia. ¿Quienes serán esos gitanos que viven entre gallegos en Filipinas? ¿O más bien, quiénes eran los gallegos?