martes, marzo 13, 2012

Flavian en Leningrad


Flavian lleva toda su vida en Tollesbury, a orillas del Blackwaters. Su padre era un guaperas que dejó embarazado a medio pueblo hace ya tiempo, y él es uno de esos vástagos que el amor libre generosamente dio como ofrenda cuando la inocencia y la promiscuidad iban de la mano y desnudas. Como carpintero y último reducto de la resistencia hippie, Flavian presume de trabajar un par de días a la semana. El resto lo dedica a mejorar su barco, el 'Leningrad'. Sus manos son robustas y su sonrisa muestra el ancho anhelo de un celta de ojos aceitunados venido del sur. Él comenta que en Tollesbury cada vez es más difícil encontrar mujeres y que ya no se hacen fiestas como antes. Hace veinte años los londinenses venían a comprarse barcos en donde organizar orgías de fin de semana. Aunque esta moda pasó hace tiempo, Flavian sigue teniendo las mismas calenturas y sueños mojados que cuando era más joven, pero no se da cuenta que el mundo ha dado muchas vueltas y que las mujeres han cambiado. Ahora se elige pareja con más cuidado y se invierte en el futuro convirtiendo al presente en una rutina basada en la productividad y en el tedio. De hecho, su última conquista, más que una relación fue un intento de rescate. Ella era una heroinómana apaleada por todos los alcohólicos de la provincia, a la que intentó salvar sin éxito.

Tras estos tropiezos con los pudrideros de la City, Flavian se ha vuelto más taciturno y  volcado más hacia sí mismo.  Ahora invierte más en pensar y en encontrar defectos a esta sociedad de consumo mientras deja pasar el tiempo a base de porros y cerveza. A juzgar por el tufo que desprende, debió de haberse lavado a finales del año pasado, pero le salvan los profundos estratos de tabaco, marihuana y demás fragancias marismeñas que enriquecen su presencia libertaria.  Está claro que los seres auténticos como Flavian, sólo son respetados por los patos, ansares y demás fauna de las marismas de Wick. Cuando el barco esté acabado, Flavian se marchará de aquí y quién sabe qué puerto alcanzará. Ahí lo dejamos en su barco. Después de invitarnos a una taza de té en compañía de su perro Adam nos da la mano y una gran sonrisa. Muchas gracias por el té amigo, y que la suerte te acompañe.

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