sábado, octubre 09, 2021

Sotogrande Internacional

 Miguel llegó unos minutos antes a la casa, para estar seguro de que todo estuviera en orden. Al cabo de un rato salió al exterior, sabiendo que todo estaba controlado y se dispuso a esperar a la señora que iba a hacer su última visita a la casa antes de firmar el contrato de alquiler. En ese momento coincidió con el vecino de al lado. Se saludaron como es costumbre, y también, como es de esperar, acabaron hablando de política y de todo lo que es menester en esta tierra andaluza. La señora holandesa de nombre Gertrude, arribó con su coche coincidiendo con el final de la improvisada tertulia. Ambos le invitaron al diálogo y ella se unió sin ningún problema. Como es lógico, Gertrude inquirió sobre la vida en lo que iba a ser su nuevo hogar. Una casa adosada de alquiler. El vecino le comentó, que la vida en la pequeña loma del pueblecito donde ahora iba a residir era algo desigual, a lo cual ella respondió con un arqueo de cejas. -Si, este lugar es algo extraño- dijo el vecino. Miguel también cambió su expresión a una de incertidumbre. El vecino trató de explicar que hay extranjeros viviendo que no hablan el idioma nacional. Gertrude desgraciadamente saltó con el comentario fácil. -Sotogrande es un lugar muy internacional, y yo también me siento muy internacional- El vecino le dijo que siendo tan internacional no sería capaz de entender a la gente local si no se habla nuestro idioma, el cual ella manejaba con bastante torpeza. El vecino aludió a que el extranjero que viene a Sotogrande no entenderá nuestra cultura, ni nuestra manera de hacer las cosas si espera que le hablen en inglés, tras lo cual Getrude no pareció muy convencida. De hecho, argumentó que a algunas personas le cuesta mucho aprender el castellano. El vecino continuó con su exposición, a la que Miguel, valientemente se unió, puesto que se presentó el argumento adicional de la actitud hacia las cosas. -Si se tiene voluntad, se aprende, y en realidad nadie habla perfectamente su propio idioma-, sentenció el vecino. También expuso el riesgo a ser abusado por los pícaros de la zona, y a que los locales le saquen el dinero a los guiris, si no se conocen los parámetros locales de comercio, salarios y demás. Gertrude parecía querer insistir en la importancia del inglés por encima de todo, ejemplificando el hecho de que en su país, Holanda, todo el mundo habla inglés, y de que Sotogrande es un lugar eminentemente turístico, por lo tanto aquí debemos plegarnos como en la minúscula Holanda. Ante esto, el vecino negó con la cabeza. Se habló hasta de los madrileños, esos seres que tienen a Andalucía como patio de recreo. Gertrude volvió a caer en su propia trampa internacionalista. Como los madrileños son españoles, entonces sí los pudo criticar. -Estos extranjeros hipócritas y colonialistas siempre tienen ese desprecio hacia lo español, tanto si lo tienen enmascarado como sino-, pensó el vecino. -Los madrileños son groseros y van con prisas dijo la mujer-. El vecino supuso que los madrileños no entran en su tienda, mientras que los angloparlantes sí. Quizás la mujer tenía una base argumental muy pragmática, quiso concederle el vecino, en su intento de comprender a qué venía tanta falsa internacionalidad. Al final, no se sabe si Gertrude aprendió algo, pero el vecino le quiso dar una última oportunidad antes de despedirse y le dijo; -bueno Gertrude, encantado de conocerte, aquí tienes tu casa para lo que necesites-. Gertrude frunció el ceño revelando su incapacidad para entender el significado que los andaluces damos a semejante alocución. Dado el total fracaso de comunicación, el vecino confirmó una vez más, que para algunos ciudadanos del norte de Europa, internacional significa hacer lo que ellos quieren, es decir, vivir como autistas.