sábado, julio 23, 2022

Asteria

Había terminado todas las tareas y los ejercicios programados. Todavía tenía algo de tiempo para ver las noticias antes de comer. Puso Canal Sur un momento, sólo para ver alguna imagen actual, porque le gustaba sentirse como en casa, pero en cuanto empezó a escuchar a los presentadores hablar en castellano en lugar de en andaluz, apagó la tele. Después accedió al Diario de Sevilla, para terminar su tiempo de relax. Leyó de refilón y sin entrar en detalles, un artículo con un estilo más bien ominoso sobre los rusos y los chinos. Estaban estableciendo no una, sino multitud de bases permanentes en la Luna... Se enojó, y girando bruscamente el sillón pegó un salto hacia la puerta. No le importó dejar el ordenador encendido y la puerta de par en par. Quizás le perturbó recordar cómo estaba la situación internacional, y no quiso retener esa idea en su mente. Las ganas que tenía de pasar un ratillo en compañía le propulsó a salir despedido como un cohete.

Su amigo Gerben Droost lo seguía a todas partes. Se conocieron al inicio de su travesía formativa y ahora eran inseparables. Ambos se encontraron en el vestíbulo a la hora convenida. Al abrir la puerta de la cantina les llegó un aroma de una sustancia volátil, quizás de origen láctico. Los dos arrugaron la nariz al mismo tiempo. Pusieron una cara de sorpresa falsa y entraron en el comedor oval como si fuesen dos pistoleros, murmurando; -otra vez lasaña…-.

Durante el almuerzo, Gerben lo notó raro. -¿Qué te pasa amigo español?- Efren le miró de soslayo, como si no fuera con él, quizás haciéndose el bobo. Pero en el fondo se sintió descubierto mientras jugaba con su tenedor a remover la lasaña. A parte la escabechina que estaba haciendo con el plato principal, el entrañable holandés también se había dado cuenta de que un leve titubeo al contestar indicaba que su amigo andaba algo desnortado. Sin embargo, Efren no quiso darle pista alguna.

–No tío, no me pasa nada, de verdad- le contestó con su voz de barítono desafinado. El rubio de Gerben era bastante extrovertido y le respondió con una broma; -no será que estás enamorado de Camille, ¿ehh? ¡Jajajaja!- . –¡Qué cabrón eres Droost! ¿Quién no está enamorado de Camille Haigneré?-, le susurró con sorna Efren, mientras imaginaba la nada atractiva cara de la mujer, que por cierto, podía aparecer por allí en cualquier instante.

Le siguió la corriente con energía y también agradecido de que Gerben le hubiera sacado de su estupor. Al fin y al cabo, era algo que todos necesitaban. Tenían que bromear y compartir sus sentimientos entre tanta actividad, y tanto trabajo serio, pero algunos de esos sentimientos que notaba en su fuero interno, no eran nada buenos. Cuando llegó Camille se enzarzaron animadamente en opinar sobre las últimas noticias sobre los rusos, los americanos, los indios y todo lo que está pasando allá en la Luna. Los sabios siempre habían tenido bajo vigilancia al enigmático satélite por muchos motivos, pero ahora, ahora era por una necesidad imperiosa. Todo el mundo quería colonizarla, todo el mundo se estaba dando prisa por situarse y por tomar posesión de un puñado de polvo lunar. Efren y sus amigos iban encaminados a responder a esa tendencia imparable en la misma dirección que los demás. Al principio fue una necesidad, y luego una obsesión. Efren se había entregado en cuerpo y alma a dicha tarea, sin dudarlo, aunque sin darse cuenta, algunas partes de él, especialmente de su mundo inconsciente, no estaban del todo de acuerdo. De vez en cuando, Efren se perdía en sus pensamientos distraído por algún recuerdo, como la súbita aparición de un olor evocador de una vida ahora inalcanzable. Suspiraba y trabajosamente volvía de nuevo al “aquí y ahora”.

Antes de volver al ordenador se echó un rato en la cama. De pronto sintió que quizás, su fase de cresta de la ola había pasado, su época solar, de máxima felicidad. Puede que esa fase durase poco. Luego de recibir la buena noticia de ser un “elegido”, hubo una gradual contracción de sentimientos. Tuvo que poner mucho esfuerzo en adaptarse junto con sus compañeros a un nuevo capítulo existencial, donde viviría la vida que había imaginado como ideal. En ese caso, a lo mejor la canícula iba a dar lugar a un otoño de duro trabajo y entrega, en lugar de un estado de permanente gozo como hubiera sido lógico pensar. Intentaba normalizar su experiencia subjetiva con las herramientas que le habían dado. Su capacidad de reflexión estaba facilitada por el continuo contacto con los psicólogos que monitorizaban el progreso de los componentes de la misión. De hecho, a estas alturas, esa era una de las actividades más importantes que asumir; dejarse estudiar y dejarse guiar. Manejaba sus cada vez más frecuentes recuerdos involuntarios sin que se llegaran a convertir en obsesión o en experiencias disociativas, pero poco a poco empezaron a tener un impacto inesperado.

Sostuvo el ratón con dos dedos e hizo un mínimo gesto para retirar el protector de pantalla. El ordenador seguía mostrando la misma página con la noticia de las bases lunares. Ésta vez sintió lástima de la situación política. De hecho, tenía una gran simpatía por los rusos y cierta desconfianza por el Tío Sam…no podía aceptar la propaganda de nadie, y menos de los gringos. Esas actitudes también eran difíciles de comunicar en un ambiente donde había personal procedente de gobiernos excomunistas y de regiones europeas muy alineadas con los yanquis. Tales tribulaciones eran una parte colateral de su angustia general, aunque tenían una conexión creciente. De hecho, ahora que se acercaba el momento crucial, en lugar de recuperar la ilusión y la benevolencia que experimenta todo triunfador, se desató una irritante tormenta de dudas y extrañas sensaciones desagradables que hacían que Efren no pudiera sentirse conectado con su alrededor. Los habitantes de la colonia experimental eran una mezcla de héroes de acción con ínclitos laureados. ¿Cómo no iba él poder disfrutar de pertenecer a tan selecta casta de personas?

Pasaba el tiempo observando a los demás, tratando de hacer lo que todo el mundo hace. Comportándose como cabía esperar. Haciendo lo que creía que tenía que hacer. Esforzándose y dejándose llevar por un enorme equipo de insignes científicos que estaban emprendiendo un proyecto sin precedentes. Sin embargo, en su interior se había extinguido la espontaneidad. Algo había sido sustraído que le dejaba descreído e incapaz de congeniar con aquello que tenía entre manos. Es como si en realidad quisiera estar en otro sitio, o incluso bajo la piel de otro. Al atardecer comenzó a notar una quemazón en su estómago que le anunciaba una noche de pesadillas y un terror indescriptible.  No se sintió capaz de indicárselo a su oficial médico, por temor a consecuencias indeseadas, de modo que dejó que su sufrimiento se convirtiera en una corriente subterránea indetectable para los psicólogos del equipo. O al menos, eso es lo que se le antojó creer. Por la noche soñó que estaba en medio de un bosque de encinas. Caminando perdido entre los árboles pudo vislumbrar a alguien. Se acercó lo suficiente como para ver un Pan, con pezuñas incluidas, apuntarle con arco y flecha...

Al día siguiente por la mañana tenían una reunión de grupo con los psicólogos. Como simulaban una comunidad lunar, sólo tenían a un psicólogo en el interior de la base. Los otros trabajaban por videoconferencia. Efren trabajaba bien con ellos, le gustaba ser cuidado por un equipo de entusiastas de la mente y sus laberintos. Los cincuenta colonizadores estarían todos juntos en el comedor frente al enorme televisor, para hacer una última preparación grupal antes de la partida. Todo iría bien, pensó Efren. Pero se olvidaba que sus presentimientos lo llevarían por otro derrotero. La presencia de todos los colonizadores en aquél espacio ex profeso para hacerles sentir que ya estaban en la Luna, le hizo sentir un calor sofocante, y el agobiante calor le llevó a acceder al recuerdo infantil de comer moras en entre las ramas de una morera. Los lejanos olores del verano andaluz se infiltraron en su alma como un rapto de amor imposible.

Efren se había especializado en astrofísica en la Universidad de Granada. Después de su grado en física, era lo propio si quería cumplir sus sueños. No sin sorpresa, encontró una oportunidad única de unirse a la Agencia Espacial Europea (ESA) debido a la gran demanda de expertos que ahora Europa tenía que reclutar sino quería quedarse atrás en la carrera espacial. En ese ambiente selecto obtuvo la más alta cualificación académica con todos los honores.

Al igual que sus colegas, Efren había pasado muchas pruebas y estaba ya cansado de ir de un lugar a otro por el continente para seguir continuando su formación como astronauta. Echaba de menos su tierra natal, pero al menos se sacrificaba por una buena razón. Y estaba muy cerca de poder conseguir su objetivo. Pero ahora, residiendo en Colonia, Alemania, y dedicándose a pleno rendimiento en el Centro Europeo de Astronautas (CEA), le asediaba un temor inesperado. Tenía treinta y seis años y hasta ahora había creído que se conocía a sí mismo.

En el CEA, al igual que en entidades de la ESA, el ambiente parecía supermoderno, de ciencia ficción. Aunque en realidad, Europa se había quedado atrás, muy atrás, y nadie se atrevía a reconocerlo. Europa había necesitado cincuenta años para terminar de construir la base Asteria, mientras que los otros países habían decidido montar bases mucho más exiguas, pero mucho más numerosas y con menos complejidad técnica. A principios del siglo XXII, como antes ocurrió en España a finales del siglo XX, había que ponerse a correr a toda velocidad sabiendo que de todos modos íbamos a quedar los últimos. Efren sabía eso de sobra, incluso mejor que los norte-europeos, porque, al fin y al cabo, los mediterráneos ya habíamos pasado por todas las glorias y desastres posibles, muchas veces. Y sabiendo que no íbamos a ser caballo ganador, tampoco era propio el agobiarse por ello. De hecho, Efren se agobiaba últimamente por otras cosas.

En éstos días, estaba a punto de completar su entrenamiento en el CEA. Había pasado seis semanas viviendo en el interior de una reproducción exacta de la que sería la primera base lunar europea. Efren y sus compañeros tenían que vivir sumergidos en una especie de gigantesco invernadero para humanos, sin contacto con el exterior.  Si existían las noches, los días, las estaciones, el frío o el calor, solo lo sabía por sus recuerdos. De hecho, hacía uso de ese almanaque mental a diario, sin desearlo. Un almanaque interior que le indicaba que el Sol estaba dejando de darle calor y del cual no se atrevía a arrancar otra hoja, temiendo ver lo que se le avecinaba. Solo quedaban unos días para que llegara el lanzamiento del cohete que lo llevaría literalmente a la Luna...pero Efren se había distanciado de ello, hasta el punto de ni siquiera desear que llegara el día de partida ¿Porqué? Mientras se hacía esa pregunta, visualizó sus manos abriendo un dulce higo, de un morado oscuro por fuera y de un chillón encarnado en su pulpa interior, y que desprendía una fragancia extraordinaria.

Efren y probablemente todo el resto de los científicos que estaban encerrados en la colonia de entrenamiento tenían que encontrarse con impulsos y deseos completamente aceptables en el medio natural. Pero allí era difícil reprimir lo erótico, amagar una borrachera, hacer el idiota…y se vivía con temor al error y a consecuencias irreparables. Al menos tenían a sus psicólogos para poder encauzar todas esas tendencias más que razonables, especialmente con esas edades donde la belleza y la brillantez ciegan hasta al más erudito o al más ermitaño de los convivientes. De hecho, el proceso de selección del personal de la colonia había tenido en cuenta descartar a gente con un perfil esquizoide, precisamente para que el grupo no zozobrase ante las crisis que, inevitablemente surgen en toda dinámica humana. De modo que gustosamente, los compañeros de Efren no dudaban en exponer todas sus interioridades a los psicólogos y hacían lo correcto. Sin embargo, Efren creyó durante semanas que sus dudas eran demasiado complejas, y demasiado embebidas en su “soma”, como para poder exponerlas en campo abierto frente a un clínico. Era sin duda, un ingenuo.

Al fín llegó el día. Los cincuenta astronautas concluyeron su periodo de prueba en la colonia artificial. Era el momento de partir. Sintieron miedo y mareos al salir a la calle tras tantos días encerrados en una prisión voluntaria. Una extraña sensación de ser extremadamente vulnerables invadió a todos. Se les había entrenado para responder emocionalmente al choque. Todo era difícil. El calor veraniego, el ruido, el mismo aire atmosférico, la gente andando con libertad por espacios abiertos, los miles de detalles de la vida cotidiana que ahora eran imposibles de ignorar y agotaban las mentes de aquellos jóvenes genios…todo ello los dejaba boquiabiertos. En unos días todo pasaría. Para Efren era otra vuelta de tuerca hacia un estado de confusión y amargura. Allí en Colonia hacía mucho calor en esos días. Bebieron cerveza en abundancia, antes de partir a la Guayana Francesa. Echaba de menos poder beber cuarenta Cruzcampos seguidas, aunque nunca hubiera podido beber más de diez o doce.

La despedida en Colonia fue especial, muy privada. El director del proyecto se dirigió a todos en un ágape emocionante. Les auguró una experiencia inolvidable y les deseó suerte en el camino de partida desde Guayana, allí donde se encuentra la plataforma de lanzamiento de la ESA. Desde esa noche, los compañeros empezaron a mostrar caras raras. Se leían unos a otros sin tener que decir palabra alguna. Eran años de convivencia codo con codo. Se conocían y las estrecheces de la vida los había hecho buenos compañeros. Les invadió la sensación de que aquello iba de verdad. Se acabaron las simulaciones, las pruebas, los entrenamientos…notar esos sentimientos calmó un poco a Efren, pero inmediatamente después quiso creer que los demás lo llevaban mejor. Que no se comerían el coco como él. Sintió vergüenza y se vio igual que cuando sacó alguna mala nota de niño cuando estaba en primaria o secundaria. Quiso hundir su cabeza y cuerpo en algún lugar oscuro y no volver a aparecer. Esa noche fue particularmente sensible a los olores punzantes y al mal aliento de algunos de los comensales.

Durante el transcurso del vuelo transatlántico a la Guayana francesa, se dio cuenta que no podía marcharse sin aclarar la situación. No podía permitirse el vivir en un medio extraterrestre con tal estado anímico sin que nadie supiera qué estaba pasando en una parte de su mente. Se sintió atrapado dentro de sí mismo. Como salida desesperada trató una vía honesta a la encerrona en la que se encontraba. Tras recordar que su hermano Victor era psicólogo, quiso establecer una videoconferencia expresamente con él, apropósito de su angustia. Aunque no le apetecía para nada hablar con Victor de esos temas, decidió liarse la manta a la cabeza. Efren era el mayor de cuatro hermanos, y eso de pedir favores a los otros, no era lo acostumbrado. Tenía la excusa perfecta de despedirse junto con el resto de la familia antes del día del lanzamiento. Nada más llegar a la base de la ESA en Guayana, llamó al hermano. Trató de no darle detalles, y Victor aceptó lo escueto de la consulta. En cualquier caso, trató de quitarle importancia al asunto, y le recomendó que se pusiera en contacto con Jaime Peñarrubia,  un compañero, para consultar con mayor libertad y poder hablar sin tapujos. Una vez que se le dio alojamiento en la base, tuvo ocasión de encontrar en su cubículo total privacidad para establecer contacto con el psicólogo. Cuando terminó su segunda sesión con Jaime, Efren se sintió más tranquilo. Ahora solo quedaban unas horas antes de su viaje al espacio. El doctor Peñarrubia, aprovechando las circunstancias utilizó una metáfora con la que le insinuó que debía de enfrentarse a un invierno de los sentimientos, a una época lunar…Efren se percató de que estaba aflorando un miedo atroz al vacío, a la muerte. Se dio cuenta que iba a someter a su cuerpo a esfuerzos y exigencias inauditas. ¿Cómo es que no reparó en ello antes? Pero, ¡si había realizado numerosos ejercicios de simulación! Ahora se notaba frágil y percibía que todo era un juego al que los humanos se habían embarcado sin estar realmente preparados. Ser propulsado por motores gigantescos cargados de combustible sin pensar que un pequeño error podía hacer su cuerpo añicos, fue una imprudencia que su inconsciente trataba ahora de hacerle ver. Y no digamos de vivir en un entorno exógeno, hostil, carente de referencias culturales, aislado, claustrofóbico…Eso no era lo que su imaginación e ilusiones le habían hecho creer. Previo a sus actuales circunstancias, había creído ser un valiente, un loco afortunado que iba a poder finalmente hacer realidad sus sueños de adolescente. Ahora que creía haber pasado los retos más difíciles, las complejas pruebas de selección, aprendidos los procedimientos e infinidad de tareas que un astronauta tiene que saber manejar. Ahora, justo ahora, le invadió el pánico. Se dio cuenta que ahora despreciaba el nostos, es decir, no quería marchar a la aventura, y si tenía que irse, descartaba totalmente la posibilidad de un retorno. Ya no sería un héroe, sino simplemente un necio del que con el tiempo solo quedarían algunas fotos polvorientas en un viejo mueblebar.   

Jaime le dio varias recomendaciones útiles, pero desafortunadamente no podía acompañarle en el viaje por el vacío. Al menos, tras el contacto con Jaime, Efren se llevaba consigo menos incertidumbre y una expectativa de que la nube que llevaba sobre su cabeza, debía ser pasajera. El doctor le comentó que quizás estaba atiborrado, saturado de experiencias que no le había dado tiempo a procesar. –Tu mente está deseando encontrar un remanso de paz para poder entender dónde te has metido Efren…-.

Llegó el día fatídico. Todos estaban temblando y ninguno pudo dormir la noche anterior. En los momentos en los que con sus compañeros fue impulsado hacia el espacio exterior, tuvo la desgarradora intuición de que algo iba a salir horriblemente mal. Se preguntó cómo podía sentirse tan débil después de haber pasado tantas pruebas y haberse preparado tanto. –Me habré debilitado con tantas exigencias- Pensó. Todos estaban muy excitados, fue una despedida muy emocionante por parte del equipo local, antes de entrar en la lanzadera, pero Efren estaba como ido mucho antes, nada más despertar. El calor sofocante del caribe no alcanzó a agobiarlo, porque sólo fueron unos minutos de caminata desde el ascensor hasta el acceso a la gigantesca cápsula superior del cohete. Ni siquiera dio cuenta de la intensa luz solar, y de la falta de sombras debido a la altura cenital del astro rey a esa hora del día. En lugar de eso, su maquinaria consciente se esforzaba por trabajar a marchas forzadas con algo más urgente. Ignoró la espectacular perspectiva que se ofrecía a sus pies, y que dominaba una vasta región de las verdes selvas y la larguísima línea de costa de bellos colores. Agachándose levemente entró en el interior de la nave que lo llevaría a otro mundo. Siguió automáticamente los pasos previamente ensayados al igual que los cuarenta y nueve compañeros, hasta el último detalle. Respiraba por la nariz despacio, para desarbolar las oleadas de miedo que le golpeaban cada órgano de su cuerpo.

Ahora ya estaba completamente preparado y listo para dejarse propulsar al espacio. En ese momento, comprendió una vez más lo que sucedía con su lógica, con sus trabajados esfuerzos por aceptar rápidamente lo que su lado emocional exigía digerir con la máxima lentitud posible. Todo se disolvía por momentos, y su raciocinio se convertía en una especie de epifenómeno anecdótico; en una especie de adorno estético de la verdadera fuerza que motivaba su existencia. Cuando los motores empezaron a calentar y notó el temblor del fuselaje, confirmó completamente que todo aquello era una situación demencial y un absurdo. El olor a combustible quemado se infiltró por el traje espacial, llegando hasta lo más profundo de sus fosas nasales. Sintió como si sus pulmones se carbonizaran. Embutido en mil capas de materiales sintéticos, rodeado de un sinfín de aparatos y de tecnología punta, Efren se sintió solo, muy solo. Sintió que se derretiría de un momento a otro, y dejaría de existir al fin. Agobiado por tantísimas ataduras físicas y mentales, quiso escapar, romper su traje y correr sin parar. Añoró a su perro Flaco, lloró lágrimas secretas por no poder estar junto al fuego con su abuelo Honorio y se maldijo por no haber elegido otra carrera. Ahora podía estar trabajando de lunes a viernes y nada más, si hubiera elegido otra profesión. Envidió a Victor, con su vida convencional como padre y marido, y a todos los malditos que estaban tan tranquilos tomando birras en un chiringuito de Almuñecar. Era verano en su tierra, en estos momentos toda Andalucía estaba vibrando en centenares de certámenes de flamenco y de ferias por donde se pasean las mujeres más bellas del mundo. –Y yo estoy aquí, intubado por todos los orificios de mi cuerpo, envuelto en mil trapos y enclaustrado como una momia egipcia, esperando ser propulsado al otro mundo…¿A quién le importa todo esto?- Efren se percató de que había comprado un billete de ida nada más. Había cometido un error fundamental. Su cabeza podía estallar en cualquier momento.

Parece que en un momento dado pudo recuperar el aliento y algo de su cordura cuando dirigió su vista hacia Droost y Haigneré que no estaban muy lejos de su asiento. Vislumbró sus caras enterradas en los cascos, y le pareció que observaba a una colección de humanos conservados en una especie de gel vítreo, casi como esos insectos embebidos en ámbar que todos hemos visto alguna vez en un museo. Amagó una sonrisa falsa que se desdibujaba por la vibración que experimentaba la nave y toda su carga, al atravesar la atmósfera a una velocidad vertiginosa. Su intento de reírse a costa de sus amigos le duró unos instantes, conforme la vibración pasó a fundirse con el aplastante efecto de la aceleración, que marcó un máximo de 3,5G. Minutos después la vibración fue remitiendo, conforme el cohete fue alcanzando el espacio vacío, aquel donde no hay nada con lo que chocar, nada que resista su avance. Ese espacio mudo y silencioso que oculta todos los secretos del universo. La aceleración dejó de notarse y su cuello, hombros, pulmones y cabeza, trataron lentamente de recordarle cómo era eso de no sentir dolor. Las vibraciones se fueron atenuando, los ruidos se quedaban atrás. Estaba agotado por completo y sin darse cuenta se quedó dormido.

Cuando ya habían circunnavegado el perímetro terrestre suficiente para lanzarse enfilados a la Luna, pudieron desasirse de los sistemas de seguridad, salir de los trajes espaciales y quedarse por fin, libres, para deslizarse mínimamente dentro de la cabina y empezar a manejar los dispositivos y controles que cada uno tenían asignado. Poco a poco se fueron adaptando a ese breve episodio, pero intenso, en el que no estaban en ningún sitio, pero con anhelos y ansias de volver a pisar un suelo de verdad. Era el anticipo a una vida con escasa gravedad corporal, pero el peso de su consciencia compensaría dicha levedad física. Cinco días después estarían aterrizando en la deslumbrante base lunar Asteria. Los astronautas estaban muy ocupados en sus tareas de control, pero mucho más relajados que en las anteriores etapas de formación y preparación. Quizás, el oficial de mayor rango, Veneziano, era el que más tenso se encontraba, dada su responsabilidad. Veneziano convocó una reunión en el módulo central de la nave, a los tres días de la partida desde la Guayana. Cuando todos acudieron a la convocatoria y se colocaron en todas direcciones debido a la falta de gravedad, Efren notó el fuerte aroma del sudor de sus compañeros. La presencia de cuerpos humanos colocados sin ton ni son, burlando el sentido del arriba y el abajo era particularmente desorientador. –Quisiera daros a todos la enhorabuena, ahora “en privado”, ahora que estamos en tierra de nadie, y lejos de nuestra casa-. Efren lo miraba intentando trabajosamente ignorar que si él estaba derecho y de pie, entonces Veneziano estaba boca abajo, hablándole desde el techo… -Hemos demostrado ser un buen equipo y hemos llegado hasta aquí juntos. Durante tres años de duro trabajo y preparación nos hemos ido conociendo y acercándonos unos a otros. Somos ciento cincuenta astronautas y científicos europeos que vamos a dar un paso histórico para nuestros países de origen. En Asteria nos esperan los primeros cien que han ido llegando en dos grupos. Nosotros somos el último que completa la colonia lunar. Como sabéis, la mayoría de nosotros seremos relevados dentro de tres años, aunque algunos tienen proyectos a más largo plazo que ya revelaremos en su momento. Será la comunidad más sofisticada y selecta de Europa. Es importante recordar que el tiempo pasa volando, y que tenemos entre manos una aventura sin igual. Se nos recordará como los pioneros de la vida extraterrestre y seremos el orgullo de nuestras familias. Espero que podamos mantener la camaradería y la hermandad que hemos alcanzado durante toda ésta travesía hacia el establecimiento de la colonia, durante el tiempo que estaremos en la Luna. Somos un gran equipo, dividido en tres misiones distintas. La minera y energética, la científica y la militar. Vamos a poner los cimientos de una nueva vida humana con el sello europeo, igual que lo hemos hecho en el pasado multitud de veces. El mundo requiere que Europa continúe abriendo camino, aunque otras regiones avancen rápidamente…- Todos asentían con expresiones de convicción, de profunda entrega, menos Efren.

Veneziano continuó con su alentador discurso, pasando lista por los primeros objetivos del tercer grupo de europeos que iban a establecerse en Asteria. Los astronautas escucharon y repasaron una vez más, los proyectos que tenían asignados y recibieron el calor y la motivación que Veneziano les prodigó ahora que estaban a punto de llegar a su destino. Él se había convertido en un verdadero padre y guía de los jóvenes que formaban la última cohorte.

El aterrizaje fue muy conmovedor. Llegar al oscuro satélite no fue nada parecido a salir de casa. No había atmósfera, por tanto, el astro permitía acercarse a la nave con suavidad. Casi todos empezaron a llorar al verse a unos metros del alunizaje. La impresión de sentir la Luna como un lugar donde vivir era simplemente indescriptible. Convertir a tu planeta, en un mero objeto brillante en el cielo y verlo en la lejanía era algo a lo que ninguno había dedicado suficiente tiempo para asimilar. A partir de ahora tendrían ocasión para ello. Al entrar en la base Asteria y ser recibido por los cien europeos, Efren se dejó llevar tanto por un agradable aumento de la sensación de gravedad, como por el afecto y la alegría al reencontrar a varios compañeros con los que había trabado amistad durante su formación. Ellos habían emprendido el proceso algo antes, y lógicamente hacía algún tiempo que no los veía. El ser recibidos por ellos aquí en la Luna, fue emocionante. Gracias a Dios, eso le hizo darse cuenta de que tenía entretenimiento y cosas que le harían dejar a un lado sus miedos oscuros.

Los primeros meses requirieron un gran esfuerzo de adaptación. Todo era nuevo y en cierto modo todo era conocido al mismo tiempo. Tantos cambios exigían mucho de los colonizadores y por tanto no podían realizar un trabajo contínuo y sostenido a los recién llegados para permitir, que poco a poco ganaran más fuerzas y se recuperaran de tanto estrés y fatiga. Extrañamente, los diseñadores que crearon la copia terrestre de la colonia se olvidaron de incluir los olores para ayudar a la habituación. En ese sentido, la totalidad de Asteria era un lugar completamente nuevo y moderno, pero olía al rancio de una despensa vieja. Era divertido poder dar saltos y llegar mucho más lejos de lo normal. Hasta que aquello se volvió parte de la normalidad, claro. Pero el rancio, era un rancio inaceptable, especialmente para Efren.

Lo que realmente hacía sentir que su mente era un auténtico gazpacho, era su profundo miedo a existir, el cual fue otra vez emanando como un ponzoñoso hedor que se colaba por todas partes. De este modo, la angustia acabó adueñándose otra vez de su consciencia. Se extrañaba de lo nuevo y desconfiaba de lo que ya conocía. Vivir allí era exactamente como lo había experimentado a través de sus primeras pesadillas en el CEA, que ahora diagnosticó como premonitorias. Al cabo de varias semanas, se sentía completamente desubicado, desnudo, como si en cualquier momento algo fuera a desestabilizarlo a él y a todo lo que le rodeaba. Podría ser una enfermedad letal desconocida, un accidente que provocara una brecha irreparable en los edificios de la colonia, o un amotinamiento generado por la irracional naturaleza de la mente humana. Daba igual lo que ocasionara la tragedia, porque él ya sabía cuál sería su resultado; perecería lentamente experimentando un dolor horrible, mientras sería obligado a presenciar la muerte de sus compañeros que indefectiblemente sucumbirían ante un destino imposible de corregir. Se sentía atrapado en sus miedos, en su vulnerabilidad. Su mente recorría cada punto de la base lunar, sintiendo sus debilidades, sus imperfecciones y todo lo que el error humano es capaz de engendrar. Tenía especial pudor en situarse en las cercanías del centro de mandos, o en dialogar con los directivos de cada equipo para no tener que darse cuenta de la torpeza de sus decisiones o de lo apresurado de sus pensamientos acerca de cómo prevenir riesgos o contingencias. Al menos él era un simple astrofísico, responsable de la implantación de una red de radiotelescopios por toda la superficie lunar; nada que ver con la seguridad o la defensa…eso era un alivio. Dichas ideas y estados de ánimo se habían infiltrado otra vez, muy despacio. Porque su angustia no tenía prisa alguna. Su angustia tenía todo a su favor para apropiarse de su mente. Desde la lejana Tierra, la generosa pero tenue mano de Jaime seguía disponible para darle toda la guía que fuera posible en la oscuridad sideral en la que se había sumergido. –No me dejes- Se decía Efren así mismo, de vez en cuando, como si pronunciara un mantra para calmarse.

Cuando el último transbordador hizo la descarga final de toda la maquinaria y el aparataje necesario, Efren dio luz verde al montaje de la red de radiotelescopios. Ya había visitado varios puntos cercanos a la colonia donde comenzaría la instalación de los mismos. Hoy en su rover, ha decidido desplazarse él solo, al punto and52 cerca del cráter Ibn Bajja, próximo al polo sur. Ya había realizado varias excursiones con compañeros y tras aprobar el curso práctico de conducción de rover, tenía permiso para dirigirse a tres kilómetros al sur de Asteria. Al salir al exterior y sentir la desnudez fúnebre del paisaje lunar, percibió nítidamente su irritación hacia los compañeros de la base. Quizás esto fue acentuado por un notorio olor a pólvora y carne quemada que percibió en el medio lunar exterior. El estar cerca del colectivo europeo activaba una especie de sistema inhibitorio, para hacerse así mismo más sociable. Pero al encontrarse consigo mismo en medio de aquél desierto mortal, no pudo evitar el confrontarse con las alargadas sombras de sus pensamientos más agudos. No quiso pararse, y decidió conducir el vehículo, el cual daba suaves saltitos sobre la superficie escabrosa. A pesar de la compleja conducción exigida por un terreno que carecía de un firme estable, continuó imbuido en sus pensamientos. 

En su solipsismo cósmico prestó atención a las sensaciones de estar en medio de la nada con un traje espacial y reflexionó sobre ello. Aunque vivir y respirar dentro de un traje de cosmonauta era mucho más natural y cómodo que hacerlo al estilo de los buceadores, había similitudes en el sentido de lo incómodo y lo artificial. Escuchar el frotar de la ropa que va pegada al cuerpo contra el traje, oír tu propio pulso o notar un leve retumbar de tu voz al hablar. Si todo iba bien, siempre predominaría el sonido del ventilador que hace circular el aire por todo el traje, y cierto grado de sensación de amortiguación acústica. Los trajes extravehiculares había mejorado mucho con el tiempo, pero seguían siendo engorrosos de llevar. 

Dichas restricciones físicas le incordiaron más aún cuando empezó a darse cuenta que estaba realmente lejos de la colonia. Ahora al poder estar y pensar a su libre albedrío fuera, en el medio de la nada, se permitió odiar a esa multiculturalidad hipócrita, esa macedonia amorfa de costumbres que no era más que la antesala de una progresiva extinción de las culturas, de su cultura. No soportaba esa estúpida idea de internacionalidad, llevada ideológicamente a nivel colegial. Le corroía las sienes verse achantado por la hegemonía de otras nacionalidades supuestamente aventajadas, que en realidad no eran sino servidores del Gran Hermano estadounidense. Su rabia le hizo ir más deprisa y pegar saltos abruptos e incluso coger curvas a una velocidad inusitada. A lo mejor tenía ganas de hacerse daño, de asustarse. Y vaya si se asustó. Pero fue un susto pequeño. El rover dio una voltereta al caer por un pequeño cráter de unos metros de diámetro, aunque más profundo de lo que pensó. No hubo daños materiales ni personales. Dada la rigidez del traje espacial que le impedía girar el cuello y poder ver algo, hizo uso de los espejos que tenía situados en las muñecas para comprobar que todo estaba en orden. El techo tubular del vehículo permitió que volcara sin aplastarlo, y la escasa gravedad hizo rebotar al vehículo grácilmente para terminar de nuevo sobre las cuatro ruedas. Se sorprendió de no sentirse paralizado o bloqueado por el accidente. Es más, quedó allí pensativo, mirando al horizonte desnudo, ahora ahumado por una enorme cantidad de polvo lunar en suspensión. No quiso mirar su actividad psicofisiológica a través de los paneles que podía ver con unas lentes que llevaba puestas. A pesar de todo intuyó que su tensión arterial se fue a pique al sentir en un momento dado que su respiración se volvió escasa. Podía escuchar los latidos de su corazón. El mareo que sentía podría haber hecho desmayar a cualquiera. Pero estaba bien entrenado. Esa clase de psicología la manejaba bien. Sin embargo, los golpes y la emoción le hicieron sentirse como un tonto, y se vio por un momento observado por su familia. Como si hubiera vuelto a su infancia, visualizó allí mismo en el filo del cráter, las siluetas de sus hermanos y padres, mirándolo con perplejidad desde lo alto, como aquella vez que cayó en una fosa séptica abierta mientras miraba absorto las estrellas. Se vio de nuevo en aquel angosto agujero, incapaz de llamar a nadie por puro orgullo, hasta que lo echaron de menos y vinieron a buscarle. No supo cuánto tiempo estuvo parado en la base del cráter, en ese trance. En un momento dado, trató de recoger todo lo que se había caído del vehículo y tras recomponerse puso otra vez rumbo hacia Ibn Bajja. En el cráter estaba todo muy oscuro, y la luz de la Tierra parecía muy lejana. Se podía apreciar perfectamente la naturaleza oscura de los materiales de la Luna, cosa sorprendente si se considera cómo brilla su superficie vista desde la Tierra. En esa negrura se sintió al refugio, y se vio camaleónicamente camuflado en su interior bajo la espesa nube de partículas microscópicas. Notó más leve su terror y su pánico, al verse casi inexistente, casi inerte.  Cuando lo consideró oportuno, puso en marcha el vehículo y lo puso al máximo de potencia, saliendo de la oquedad a toda máquina y volando por unos instantes de esa forma que sólo puede suceder en la Luna.

Desde lejos pudo identificar la base del radiotelescopio. Los ingenieros ya habían empezado a instalar y ensamblar las distintas piezas y componentes. De hecho, se encontraban allí, montando los soportes de la antena y advirtió su presencia con los potentes destellos de luz de los cascos, que los movimientos provocaban según se colocaran con respecto a los rayos de luz procedentes de la Tierra, que ahora era una Tierra llena (y no Luna llena, claro está). La falta de atmósfera convertía la luz del Sol en un peligro más, en aquél lugar inhóspito, por eso debían de trabajar mientras el Sol estuviese en las antípodas. Anunció su llegada por radio. Tuvo que volver a acelerar y hacer verdaderas locuras para llegar a tiempo. El Sol iba a aparecer tarde o temprano y había que completar la tarea antes de que eso sucediera. Al llegar al encuentro de los trabajadores, saludó a todos los compañeros y comenzó la instalación de los dispositivos que había traído. Los otros le preguntaron que porqué había tardado tanto. Hizo un gesto con sus manos que hizo volar parte del polvo que le cubría el traje espacial, revelando que quizás había tenido una contrariedad que no quiso comentar. Los otros se miraron a través de sus espesos cascos, exagerando el movimiento, para que Efren se diera cuenta de que ellos se habían percatado. Hubo un estruendo de risas, que reverberó en sus auriculares con un fastidioso ruido de cristales rompiéndose. Casi le dejan sordo. –¡Imbéciles!- pensó, mientras amagaba una sonrisa. Le daba la impresión de que los demás siempre conseguían liberarse de sus malsanos pensamientos. ¿Cómo diablos lo harían? Cuando estaban a punto de terminar la faena, los receptores de radio captaron un cruce de comunicaciones nada amistoso. Poco después vieron por el horizonte muchos rovers acorazados e incluso drones de gran tamaño deslizarse a toda velocidad. Al parecer los rusos y los chinos se habían acercado por Asteria para curiosear, y los militares se habían puesto a perseguirlos. Los trabajadores quedaron en silencio por unos segundos sin saber qué decir. No era agradable comprobar que hasta en la Luna los humanos continuaban con sus guerras frías o tibias. Daba miedo.

Al volver a la base y quitarse el traje se volvió a sentir liberado. Después de realizar todas las tareas de descontaminación, se dirigió a reportar al oficial al mando. Se sintió cansado después de que él y el robot médico limpiaran minuciosamente el traje espacial y todos los instrumentos que trajo al interior de la colonia. Al parecer, el polvo lunar puede ser extremadamente nocivo para la salud, y no se podía escatimar esfuerzos en dejarlo todo superlimpio antes de salir de la zona de seguridad. Cuando salió de la cámara de descompresión sintió una dulce bienvenida al percibir el olor a ozono. Inmediatamente se  tranquilizó y su cansancio pareció evaporarse.

Una vez informado el oficial al mando en el puente de entrada a Asteria, éste le indicó lo siguiente;

-Doctor Jalón, antes de descansar, por favor vaya al hospital a informar a su psicóloga- Efrén se quedó algo sorprendido.

–Perdone señor, pero ayer mismo tuve mi sesión de seguimiento con la doctora Bachofen…-.

–No importa- dijo el oficial bigotudo en un tono neutro. –La jefe de los psicólogos quiere verle, por favor, diríjase a psicología directamente, y no se preocupe-. Efren registró la orden con incredulidad, pero exteriormente actuó con la misma expresión imparcial y profesional con que se le había dado la indicación.

Mientras caminaba por el largo pasillo abovedado de suelo vinílico, se dedicó a sentir cómo sonaban sus blandos zapatos sobre la superficie de plástico. Así pudo suspender todo interrogante que lo alterase. También se dejó impresionar por las luces LED que guiaban durante todo el recorrido al viandante y que marcaban las lindes entre los caminos de los vehículos eléctricos, los robots y los humanos. Realizó lentas respiraciones sólo por la nariz, y se fue tranquilizando poco a poco. Para llegar a pie hasta el departamento de psicología clínica evitando ascensores, debía de atravesar toda la colonia y le llevaría algo así como una hora. No quiso llegar de prisa y corriendo para alterarse innecesariamente. Asintió con la cabeza, como para darse permiso y continuó andando parsimoniosamente a lo largo y ancho de Asteria.

Cuando llegó al departamento, la psicóloga le abordó con algo de brusquedad. Le miraba de pie, con los brazos sobre sus caderas, pareciendo así más poderosa.

–Jalón, ¿qué es lo que te ocurre?-

-Buenas tardes doctora Bachofen, me ha llamado usted…-

-Si, te he llamado, claro. Me parece que tu comportamiento es algo extraño. Me da la impresión de que no me has contado cosas que estás sintiendo. Disculpa si parezco algo intrusiva, pero en realidad, no puedo dejar que ésta situación se prolongue más tiempo. Llevas aquí en Asteria seis meses. Te queda mucho tiempo para volver. Te suplico que me cuentes qué es lo que te ocurre.

-Doctora Bachofen…lo siento. Estoy algo confuso. Le pido perdón-. Hubo un largo silencio. Le miró los senos de refilón, como para desviar sus sentimientos hacia otra clase de problemas algo más abordables.

Ella suspiró profundamente y lo miró con algo más que benevolencia, tratando de buscar un modo para proseguir. -Efren, ¿qué ha pasado hoy cuando saliste con el rover?-

Efren se sintió atrapado e incómodo con la pregunta. Hizo un intento de tragar saliva, pero su garganta estaba seca. Sintió que sus pulmones se contraían. Cambió de postura para ganar tiempo y ver si su mente podría traer alguna idea apropiada. Bajó la cabeza e hizo un gesto de negación.

-Efren, lo que pasó no es nada, eso no me preocupa. Creo que resolviste bien el accidente y después te pudiste dirigir al punto and52 y trabajar sin ningún problema. Eso me parece que refleja tus habilidades y fortaleza mental. Sin embargo, no reportaste el incidente. Deberías de haberlo hecho. Tampoco es nada grave. Pero en general, tengo que decirte que llevo siguiendo con extremo cuidado tu evolución desde antes de la partida. En estos momentos me veo obligada a desvelar que he tenido noticia de tu relación con el doctor Peñarrubia desde que hiciste tu primera consulta con él-.

Efren se quedó estupefacto, como congelado. Pero quiso permanecer cautamente en silencio.

-Como recordarás, hace años, cuando iniciaste el proceso de selección y formación de astronautas firmaste una cláusula de confidencialidad en donde dabas permiso para que accediéramos a tus allegados, o que ellos nos contactaran, en caso de que se detectase algún riesgo para ti o para la misión. Es una lástima que no hayas consultado conmigo sobre tus dudas, pero entiendo que ha tenido que ser muy difícil expresar esos sentimientos-.

-Lo siento muchísimo, doctora Bachofen-.

-En serio, no te preocupes, lo entiendo. Por eso he querido dejar que continuaras trabajando con ese psicólogo. Al fin y al cabo, habías establecido un vínculo significativo con él. También tienes la ventaja de sentirlo próximo a tí, cultural y quizás espiritualmente. El doctor Peñarrubia me ha indicado acerca de tu dinámica personal que la ve como muy positiva-.

-¿Positiva?- dijo con un tono algo elevado y avergonzándose al mismo tiempo.

-Si, muy positiva-.

-Ahá, ahá-. Trató de recapitular a toda velocidad algunas de las últimas frases que Jaime había compartido con él. Encontró algo así como una interpretación algo abstracta sobre su progreso. Se trataba algo así como de que debía de dejar poco a poco su papel de “guerrero” para dar paso a otra faceta, pero que tenía miedo a ello debido a la precoz desaparición de la figura paterna de mi vida…mmm. Decidió no decir nada a Bachofen.

Mientras tanto, ella prosiguió con su línea argumental; -no me he querido entrometer hasta ahora en esa relación porque la veía, como he dicho, muy positiva y nos daba garantías de que proseguías dentro de los límites de la misión. Sin embargo, creo que estamos en un momento muy difícil-.

-Doctora, ¿qué le preocupa?- Se quedó mudo mientras comprobó que su instinto le estaba diciendo algo…tras un lapso, recuperó de nuevo el habla sin darse cuenta; -Esto no va sólo sobre mí ¿verdad?-

-Cierto, doctor

Estuvieron reunidos varias horas. Era tarde cuando terminaron. Efren volvió a la zona residencial aún más despacio que cuando se dirigió al hospital. Estaba agotado. Antes se pasó un rato por uno de los hogares donde se reunía la gente para tomar alguna copa y picar algo. Seguro que alguno de los quince españoles de la base estaría por allí tomándose algún pelotazo. Bebió algo más de la cuenta con Elena, una chica de Murcia, aunque procuraron llenar el estómago con unas galletas untadas con paté de aceitunas. Al final de la noche se sintió mareado y perdido. Al menos al día siguiente tenía descanso y podía dedicar el tiempo a pensar. Necesitaba pensar.

La noche transcurrió lenta, con sudores, vueltas y más vueltas. Salió y entró de varias pesadillas. A la mañana siguiente se sintió como si le hubieran dado una paliza y aparte, también le hubieran robado el alma.

En el desayuno, apareció por la cantina como un sonámbulo. Gerden y Camille lo miraron con el corazón encogido. A Gerden se le atragantó un trozo de pan, y no consiguió articular palabra. Miró a Camille como suplicando que ella interviniera…

-Efren, creo que no nos vas a decir nada, pero sepas que te queremos- 

Tuvo que amagar una ola de lágrimas. Se aguantó hasta un límite. Probablemente se puso colorado. –Gracias, gracias, es complicado. A ver si os lo puedo explicar. Pero necesito que me deis tiempo-. Por un momento sintió que Gerden y Camille estaban enrollados, pero quiso abandonar dicha sensación de manera instantánea.

-Todo lo que necesites- Le dijo el rubio, ésta vez más animado.

Se marchó a la unidad de astronomía, para preparar la siguiente salida. Había que montar otro telescopio, ésta vez, hacia la dirección de Clavius. No iría solo. Las preparaciones le hicieron enfocarse en el objetivo próximo. Saldría con un contingente grande, puesto que la distancia era considerable y necesitaban aprovisionarse. Le dijeron que utilizarían un dron enorme.

Gerden pensó que Jalón estaba muy angustiado desde que entraron en la base artificial allá en Colonia, y tenía razón. –Estaba raro en la Tierra, en las últimas semanas, no sé qué le pasa, pero no me lo ha querido decir, te lo juro-.  Haigneré le respondió; -quizás es algo relacionado con su familia, quién sabe. Los españoles son muy familieros y se preocupan todo el rato por lo que le pueda pasar a sus seres queridos. A lo mejor alguien está enfermo-. –Tienes razón-, asintió Gerden, sin ningún convencimiento.

Tras el encuentro con la doctora Bachofen y en los sucesivos días, ella se mostró muy comprensiva con Efren. A partir de aquél día se sintió mucho más cercano a ella, aunque no dejara de acudir a Peñarrubia. No todo era horrible. A sus colegas sólo les pudo indicar que debía realizar una operación de ensamblaje bastante lejos de Asteria y que tenía mucho miedo. Cada vez que dejaba el departamento de psicología clínica para dirigirse al barrio residencial, Efren sólo podía recordar un perfume levemente dulzón y algo punzante que le recordaba a las noches de azahar sevillanas. Sin embargo, no le inquietaba nada el no poder elaborar mucho más allá.   

Después de varias semanas de preparación, el equipo pudo dirigirse hacia el sur del cráter Clavius. Comprobó que le acompañaban tres drones militares. Durante el viaje tuvo que evitar hablar, porque le castañeteaban los dientes y le temblaban las piernas.   

La llegada fue un despliegue militar en toda regla. Allí, un batallón de marines americanos había creado un perímetro de seguridad. Ellos tenían una base al norte de Clavius y querían asegurar la zona con robots para que no pasaran intrusos. Aquello era un claro indicador de que la internacionalidad del espacio exterior se había desvanecido. En cualquier caso, una vez que los europeos ocuparon el extremo sur, decidieron considerar ese territorio como una zona compartida con nosotros, al menos de momento. Efren se puso azul, quizás tirando al púrpura al ver todo aquél despliegue de maquinaria y robótica armada. Sus manos estaban cianóticas, se olvidó de respirar despacio, y por tanto, la tensión arterial se fue por las nubes. Los militares europeos se enzarzaron en una acalorada discusión mientras decidían cómo seguir llenando aquello de cañones y sistemas de vigilancia. En ese enclave, había otra pequeña base. Era igual que Asteria pero diminuta en comparación. La misma idea básica definía la arquitectura de todas las construcciones lunares. Cavidades naturales aprovechadas para resistir los rayos cósmicos. En éste caso, el espacio útil era mucho más parecido a las estrecheces propias de la nave que los trajo a la Luna. Los espacios eran minimalistas y la atmosfera fétida y claustrofóbica en el interior. No había un solo rincón donde no se pudiera ver una bandera americana. Al tercer día, cuando finalizaron la instalación del telescopio, el comandante de la misión le dio por fin, el mensaje secreto.

-Doctor Jalón, le muestro la valija que leerá frente a mí, y cuando termine me la devolverá-.

-Por supuesto, mi comandante-. Se maldijo a sí mismo. –Esto me pasa por saber hablar ruso-. Se dijo de manera culpabilizadora en algún lugar de su cabeza. Esa noche soñó que estaba de visita en Nueva York. Volvía a cruzar a pie el largo y enorme puente de Brooklyn hacia Manhattan y se quedaba justo a la mitad. Algo le dejaba allí suspendido o quizás en suspense.

Al día siguiente, un dron lo llevó a través de una zona desmilitarizada hacia el este. Probablemente hicieron unos tres cientos kilómetros en esa dirección hasta que llegaron a territorio enemigo. Iban cinco soldados con él, armados hasta los dientes, junto con el comandante Lacan. A la llegada los recibió un contingente mixto de chinos y rusos, que los esperan en otra base subterránea. Fueron muy correctos y amables, en realidad, era un lujo poder hablar en ruso y no en inglés.

-Doctor Jalón, comandante Lacan, bienvenidos a nuestra base, soy el comandante Sechenov y éste es el general Suo. Han sido muy amables al aceptar ésta invitación en total secreto.

-Encantado de conocerlos señores- dijo Efren con un imperceptible temblor en la voz.

Atravesaron los perímetros de seguridad y cruzaron un par de corredores para llegar al fin a  una gran sala de forma tubular donde había toda clase de objetos, maquinaria e incluso una enorme cocina. Una vez que les ofrecieron bebidas y algo de comer, se sentaron alrededor de una mesa redonda y muy pausados comenzaron a exponer la situación. El estilo del lugar hizo pensar a Efren en el metro de Praga, con esos diseños metalizados post-art decó, que tanto le gustaban. Se sintió en casa.

-Queridos amigos, les hemos invitado a que mantengamos una conversación racional y cordial sobre lo que está pasando aquí. Sin más preámbulos y dado que todos tenemos mucho que hacer, quisiera ir al grano. Verán, como saben, los americanos están expandiendo sus áreas de colonización a una velocidad que no es razonable. Incluso, nos están intentando expulsar de regiones donde nos hemos establecido hace tiempo y estamos teniendo cada vez más encontronazos, con una escalada de tensión importante. Esto por supuesto no es justo, ya que hemos sido nosotros los que hemos iniciado la colonización lunar. Estamos un poco cansados de la intimidación. Todos éramos dueños de la Luna, pero con el tiempo este territorio se ha convertido en un lugar más hostil de lo que podemos soportar. Un disparo puede suponer la muerte instantánea de varias personas, a parte del enorme costo material que cualquier choque armado puede suponer. Queremos dejar claro que no queremos enfrentamientos con Europa. Y necesitamos su confianza para proseguir nuestra marcha pacífica aquí en la Luna. Le ofrecemos colaboración en un proyecto de construcción de un reactor nuclear si ustedes lo desean. Como pueden suponer, nosotros actuamos por órdenes de la Tierra, al igual que ustedes, pero siempre existe un desfase entre lo que ocurre aquí y allí. En estos momentos quisiéramos saber cuál es su posición aquí en la Luna. Cómo se encuentran y si podemos ayudarles en algo-.

Esto, lógicamente no era lo que se vendía en la Tierra. Los chinos y los rusos eran traicioneros. Los japoneses unos raros, pero dóciles, mientras que nadie sabía de qué iban los indios. Había un creciente número de países que más o menos alineados con los más adelantados, trataban de asomarse al espacio exterior y a la Luna. Para Efren la situación era extremadamente difícil, porque no era presa de una actitud partisana. En el mundo real nadie es malo o bueno. Se trataba solamente de sobrevivir en paz. Solo veía a otros seres humanos intentando hacer lo mismo que ellos. En cualquier caso, tradujo todo, palabra por palabra al comandante Lacan.

-Doctor Jalón, ¿qué piensa usted?- le susurró Lacan en castellano, encriptando así el diálogo entre ambos.

-Mmm, no sé comandante. Creo que tenemos un problema. A los americanos no les va a gustar que hagamos amistad con éstas personas. A mí me caen muy bien. Usted es el militar…-.

Salieron de allí, lo mismo que entraron, con gestos de cordialidad y de cortesía, como cabía esperar entre orientales y los dos europeos. Pero en realidad, solo se trataba de tomar alguna sensación de lo que pensaban los otros. Al volver a Asteria, iba a ser interrogado por la doctora Bachofen. Jalón decidió que iba a ser sincero y contestar de manera precisa a todo.

Por el camino a la base americana se sintió muy perdido. Sin embargo, se propuso manifestarse muy hablador con el comandante. Quería saber cuáles eran sus impresiones sobre lo que había ocurrido. Desde luego que debería de saber mucho más de lo que podía decirle, pero no se cortó. Salió de su usual comedimiento y prudencia para asaltarlo con alguna pregunta atrevida, mientras atravesaban a toda velocidad una infinidad de cráteres lunares. Por supuesto se comunicaban por radio de UHF. Los auriculares eran de una calidad extraordinaria, una pequeña compensación por las incomodidades de los trajes espaciales. Mientras conversaban por el camino vieron movimientos de vehículos militares terrestres y aéreos en el horizonte y pudieron acceder a rápidos intercambios de mensajes entre diferentes patrullas. No había paz ni sosiego en la superficie lunar.

-Mi comandante, permítame la indiscreción de preguntarle ¿porqué en lugar de invitarme a mí a esta tan interesante excursión, no se ha incluido a algún letón, lituano o incluso algún polaco de Asteria?, creo que ellos hablan el ruso con mayor soltura. Incluso tengo noticia de que más de un compañero controla el chino bastante bien-. El comandante se mantuvo en silencio unos segundos y después le respondió con unas risas y la sinceridad socarrona de un militar. –Mi querido doctor Jalón, usted es bastante miedoso y sus temores le hacen en general mostrarse bastante prudente en la arena interpersonal, cosa que de cara a un encuentro como éste le hacen a usted un compañero ideal-. Efren se quedó como atontado, aunque exteriormente también intercambió unas risas amistosas. Sin duda aquello era para reírse…o llorar.

En Asteria, los militares escoltaron a Efren hasta el departamento de psicología clínica y le hicieron firmar un documento de confidencialidad frente a la doctora Bachofen. El astrónomo sintió que Lacan no le había dicho algo importante, pero era aceptable dadas las circunstancias de máxima prudencia. Bachofen recogió con todo lujo de detalles las impresiones del joven, así como de otros procesos que comunicaba y de lo cual no era consciente. Previo acuerdo con la central de Colonia, la psicóloga había obtenido permiso para mantener relaciones íntimas con el efebo andaluz. Esa noche durmieron juntos. Efren deambulaba por sus interioridades como descoyuntado, todavía no dándose cuenta de en qué clase de mundo había desembarcado. No tuvo sueños claros, como hubiera esperado.

En las semanas siguientes, la relación con Bachofen lo había convertido en una criatura más melosa y domesticada si se entiende que el amor sensual actuaba sobre él como una especie de antídoto contra el estrés, el cortisol y todos los productos ominosos que su mente le lanzaba para aterrorizarlo. Sus pesadillas aparecían ahora con un menor realismo, sus miedos más lejanos y algo menos despóticos.

Ahora que todos los radiotelescopios estaban todos instalados, no eran necesarias las salidas al exterior, pero Lacan seguía llevándolo a más reuniones. Tuvo que entrar en una fase de mentiras y medias verdades hacia sus colegas, que le incomodaban, pero que salvaguardaban la integridad de las misiones que llevaba a cabo con los militares. Si alguna vez tuvo la oportunidad de contarles algo muy íntimo a Gerben y Camille , estaba claro que esa actitud era ya era historia. Los contínuos contactos fueron revelando poco a poco, el desarrollo predatorio de los diferentes grupos de colonos. Europa accedió a colaborar con chinos y rusos a cambio de tener protegido el lado noreste de su territorio contra los ataques y sustracciones de tecnología por parte de naciones pequeñas, necesitadas de preciados recursos para proliferar. Por el lado noroeste,  ocurría otro tanto con los americanos. Al final se trataba de coexistir. Todo seguía igual, le dijo Bachofen; -los jugadores cambian, pero el juego…el juego siempre es el mismo-.

Nueve meses después de que Bachofen pronunciase dicha frase, tuvo un bebé. Y el padre era lógicamente, Efren.