sábado, julio 31, 2021

La Isla de Nunca Jamás

 


La humanidad es una especie que siempre está al borde del colapso, aunque no lo parezca. Vivimos en la falsa seguridad a salvo de nuestra inopia, sin saber que el fín siempre está acechando. Y ese ominoso saber hace a los hombres que guardan dicho secreto, muy precavidos. Ellos son los paladines que nos protegen de la caída a una sima catastrófica. En muchas ocasiones los humanos han estado a punto de desaparecer del planeta. Pero desde hace siglos, el peligro no es ya el desaparecer como raza, sino el dejar de ser humanos, y convertirnos en bestias. Durante la Edad Media, Europa atravesaba una era oscura donde muchos de los progresos que los hombres lograron anteriormente, parecieron esfumarse y dejarse atrás, casi como por arte de magia. La gente pasaba hambrunas y la muerte se paseaba por las calles a la luz del día con impunidad, y sin misericordia. La brutalidad campaba a sus anchas, y muchos pueblos retornaron a una forma de vida primitiva y animalesca. Sin embargo, el pueblo andaluz supo crear un refugio civilizador, y prosiguió su camino después de la era romana, enfrentándose a los retos que surgían en su horizonte cultural, sin llegar a caer por el precipicio de la ignorancia. El Islam fue el revulsivo que avivó y renovó el proyecto cultural Andaluz y el Mediterráneo, ayudando a dar continuidad a las formas de vida establecidas durante el Imperio, las cuales daban prioridad a la vida social, al progreso y expansión de la experiencia humana. Por eso, Andalucía se convirtió en Al-Ándalus, y rápidamente volvió a ser la luminaria de Occidente. Un verdadero faro de sabiduría y conocimiento, que alumbró a toda Europa, para que nada de lo aprendido pudiera olvidarse jamás. A pesar de todo, la amenaza de decadencia y destrucción es constante, y tras generaciones de emprendedores y científicos, Al-Ándalus entró en una crisis existencial muy importante. Todo esto ocurrió hace muchos siglos.

En aquél momento del pasado remoto de Al-Andalus vivía en Isbilia, un hombre muy especial. Isbilia se había transformado en un reino de Taifas porque se había independizado del Califato Cordobés. Un gran error, que Al-Ándalus pagaría muy caro. Muchos sabios se dieron cuenta de la deriva que esto implicaba. En esta historia se narra la experiencia de un hombre que trató de hacer algo al respecto, y de todos los paladines que le acompañaron en su esfuerzo para evitar la pérdida de la civilización.

Dicho hombre, se llamaba Serafín, y aunque en ese momento podrían haber pensado que era judío, en realidad, era un poco de todo. Serafín era demasiado listo y culto como para caer atraído por una sola religión o un solo credo. En realidad, él era como su misma patria, alguien hecho para el saber y para acoger a toda la diversidad de pensamiento humano. Además, Serafín era demasiado curioso, y eso de alguna manera lo llevó a hacer cosas sorprendentes.

Serafín se dedicaba a pulir lentes para telescopios y gafas. El gran Ibn-Gafeki, oculista cordobés, le había enseñado cómo pulirlas y dado que los andaluces por esa época eran muy duchos en la astronomía, Serafín aprendió a ganarse la vida construyendo aparatos para científicos de la universidad, y sabios de la corte. Serafín tenía una tienda donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Estaba atestada de telescopios y de estanterías llenas de monóculos, gafas y lupas de todas las formas y tamaños. Pulir las lentes era un trabajo meticuloso y requería bastante tiempo, pero los científicos pagaban bien y podía mantenerse concentrado en este negocio, el cual estaba situado en la Judería, dentro de las murallas de la ciudad. Después de años dedicándose a dicha industria, había decidido tener un alumno. Un primo lejano se había quedado huérfano, y al saber de las actividades de Serafín, no dudó en irse a vivir con él. El joven se llamaba Nifares. En realidad, Serafín no ganaba suficiente como para tener un socio o un colaborador, pero él tenía otros planes, y simplemente quiso transmitir sus conocimientos antes de partir. A cambio, Nifares tenía que cuidar de la tienda mientras él dedicaría un gran esfuerzo en construir un barco, con el que se marcharía de la ciudad para no volver. La nao debía de ser suficientemente grande para permitirle viajar con comodidad por la costa, e incluso adentrarse mar adentro. Estimó que necesitaría una nave de unos veinticuatro codos de eslora. Cerca de la Torre del Oro había un astillero donde se puso manos a la obra. De este modo, Serafín podría compatibilizar la supervisión a Nifares con las labores de pulir lentes y atender la tienda, con los trabajos en el astillero. Como había ahorrado bastantes morabetines de muy buena ley, pudo contratar a un maestro armador para tener a alguien siempre ocupado con el barco. Las tareas de planificación, compra de materiales y supervisión estarían en manos de él. Nifares llevaba ya siete años trabajando en la tienda, y el barco estaba ya en su noveno año de construcción cuando se aproximó el momento crítico. Ahora había que empezar a aprovisionar el barco y empezar a colocar palos, velas, tambuchos y escotillas. Serafín estaba muy afanoso. Su plan iba a pasar a una nueva fase de tremenda importancia, y durante los últimos meses pasaba más tiempo por las atarazanas del Arenal, pujando por el precio de los aparejos, que en la tienda.

Por aquél entonces había muchas controversias sobre las teorías del mundo, y algunos de los más aventajados sabios andalusíes ya intuían que quizás el centro del Universo no era la Tierra, o si quiera el Sol. Para nuestro ilustrado protagonista, los humanos debían de estar relegados a una posición muy humilde en el mundo, quizás flotando en una isla esférica, en medio del vacío. Tales pensamientos serían insoportables para mayoría de los mortales de aquella época. Pero los andalusíes eran hombres fuertes de espíritu, capaces de entender que el Vacío no es la Nada. El Vacío no era temido por ellos, era más bien un enigma, puesto que dicho vacío debía de ser la espina dorsal de este mundo.

Serafín conocía no sólo la ciencia de Al-Andalus, sino también tuvo acceso a las teorías de Aristarco, Estratón y otros ínclitos alejandrinos. Con todo ese acervo en sus manos, creía haber encontrado un filón de material científico y filosófico al que requería dedicar el resto de sus días. Para ello necesitaba realizar un viaje sin retorno desde el Guadalquivir hacia el Levante. Así podría encontrar un lugar remoto donde nadie pudiera molestarlo y seguir aprendiendo hasta el fin de sus días. Si pudiera alejarse lo suficiente, sus ojos jamás tendrían que testificar el fin de Al-Andalus. Su aventura lo llevaría a Al-Yazirat Tarif y después cruzaría el estrecho hasta Sebta, tras lo cual haría escala en Milila, y finalmente su términus debería de ser la Isla de Al-borani, a la que los antiguos cartógrafos, debido a la dificultad de situarla correctamente en las cartas náuticas, la habían llamado Erroris Insula.

Uno de los últimos sacrificios de Serafín antes de su marcha, fue el de vender sus libros. Fue doloroso tener que deshacerse de ellos para poder llevar algo de caudal para su viaje de ultramar, pero de alguna manera tuvo una sensación instintiva, casi hipnótica de que quizás el sacrificio le llevaría a encontrar un gran tesoro de valor incalculable.

Aunque Nifares sabía que heredaría la tienda de Las Lentes, en realidad, no podía creer que esto fuera a suceder nunca. Por eso, cuando llegó el día, lloró mucho e imploró a su maestro que no se marchara. Días antes, habían impregnado el casco del barco con una especie de betún líquido para impermeabilizar el casco, reducir la adherencia de los escaramujos al mismo, y aumentar su velocidad de avance. La nave estaba terminada, y parecía un misterioso pez oscuro, esperando lanzarse al agua. Fue una despedida muy triste, pero Serafín estaba convencido de que debía marchar. Sus conocimientos sobre política e historia le sugerían que el fin de Al-Ándalus estaba próximo. Los andalusíes se habían dedicado a cuestionar el poder califal a través de luchas intestinas, que sólo llevaron a fortalecer los reinos cristianos del norte. Esto los llevó a dividirse y debilitarse frente a unos enemigos cada vez mejor equipados y con más ansias de expansión. Por tanto, su marcha no era más que el anticipo de lo que miles de andaluces se vieron abocados a plantearse no mucho después, sólo que él ya había pasado por un profundo duelo mucho antes que la mayoría. Su propia sabiduría empezaba a marcarle el camino hacia el futuro.

Serafín sabía que el mundo iba a desmoronarse una vez más, y no sabía si un día, podría volver a reconstruirse, pero al menos quería terminar sus días en paz. Quizás no era el único que tenía malos presentimientos. Su amigo Zaíd, que nació en uno de los pueblos de pescadores que orillaban la desembocadura del Guadalquivir, le prometió capitanear la nao hasta Sebta para darle tiempo a adquirir destrezas marineras, y una vez allí, tendría que continuar en solitario. Por tanto, zarpó con Zaíd, desde Isbilia hacia el mar, una primavera, necesitando algunas semanas hasta llegar a Al-Yazirat Tarif. Por fortuna, habían elegido bien el momento de zarpar, gracias a los conocimientos de navegación marítima de Zaíd. El calado del barco, el tamaño de las velas, el control del timón y muchos otros parámetros también fueron los justos para poder navegar con éxito desde el río hasta la costa y más allá. Al llegar al mar, la brisa salada los inundó de alegría. Las costas a ambos lados tenían arena dorada y reluciente y más atrás un infinito tapiz boscoso. Fue una experiencia sublime poder alcanzar allí donde el Guadalquivir muere y da paso al ancho Océano Atlántico, de frías aguas y sabrosísimo pescado. En su regocijo, decidieron atracar en el pueblecito de pescadores de la margen izquierda del río, un pueblo algo misterioso y que los sabios todavía no saben ponerse de acuerdo sobre qué nombre tenía en aquél momento. Pongamos que se llamaba Shaluca, del latín sub lucare, es decir, “tras el bosque”, debido a la densidad de las algabas de la comarca. Shaluca era un puerto muy pequeño y lleno de pequeños botes que se mecían con las olas cerca de la orilla como si fueran cunas. Justo antes de llegar empezaron a recoger las velas y dejar al navío acercarse a puerto con su propia inercia. Los niños que jugaban en la orilla se tiraron hacia el mar para darles la bienvenida y chapotearon formando una algarabía, dándoles así una más que cordial entrada. Les ayudaron a sujetar bien el barco y los jóvenes más mayores les alargaron a tierra con un pequeño balandro. Allí comieron con los lugareños y aprendieron las historias y mitos de la diosa Venus, madre de todo el orbe. El Islam al fin y al cabo era solo una religión recién llegada y demasiado joven. Aquí Tartessos todavía blandía su bandera identitaria en el inconsciente colectivo.  

Conforme dejaron atrás el delta y el horizonte descubrió al ancho mar. Allí los vientos los ayudaron a moverse hacia el Este, hasta el extremo sur de la Península Ibérica. Lentamente se acercaron hasta Al-Yazirat Tarif. Allí el mar estaba complicado y tuvieron que trasluchar para poder largar el ancla en un lugar seguro. Desde allí esperaron unos días para ser propulsados por los vientos hasta alcanzar Sebta, la cual estaba bajo la Taifa de Malaca. La mayor parte del tiempo sopló el siroco, y algunos días hubo tramontana. Paso a paso, puerto a puerto, Serafín se reafirmaba en su viaje. Se maravillaba de contemplar la diversidad cultural de cada lugar andalusí, del embrujo de sus gentes y del entusiasmo que tenían por la vida. Se despedía de todos ellos, sabiendo que un poder descomunal acabaría marchitando su país. Al alcanzar la enfilación natural de las torres de Hércules, la épica geografía les señalaba de manera grandiosa que estaban en los límites occidentales del mundo conocido. Justo allí cruzaron el estrecho que separa Europa de África. 

Una vez llegados a Sebta, el estado mental de los aventureros cambió por completo. Habían alcanzado un punto de inflexión en el viaje. Allí Serafín se despidió de Zaíd, del cual se sintió profundamente agradecido. Zaíd, era un joven muy estudioso y ya había intercambiado mucho conocimiento con Serafín para cuando zarparon de Isbilia. Sin embargo, los días juntos navegando, hicieron que Zaíd comprendiera con profundidad las motivaciones de su amigo para realizar una singladura sin retorno. De hecho, Zaíd quedó confuso en el puerto de Sebta, y tras verlo zarpar, volvió a recoger sus cosas y se lanzó a buscar un pescador que lo ayudara a alcanzar la nao de Serafín. Zaíd no pudo dejarlo marchar, y decidió en aquél momento, partir al Nunca Jamás con su amigo. Zaíd sabía que Serafín moriría en el intento de llegar a Erroris Insula si intentaba alcanzarla él solo. El nombre arcano de Al-Borani vino a su mente como una advertencia que no pudo ignorar.

Serafín le recibió con los brazos abiertos, y muy felices marcharon hacia lo desconocido. Todavía quedaba Milila, donde debían de hacerse de grandes provisiones. Los días que llevaron alcanzar la vieja ciudad, les permitieron estrechar aún más su amistad y respeto mutuo. Al fin llegaron al puerto, donde pasaron algún tiempo tratando de obtener información sobre la misteriosa isla y cómo llegar hasta ella. Los marineros y pescadores eran algo reacios a hablar sobre el lugar y los amigos no podían saber si era porque quizás la zona era un buen caladero o debido a algún otro motivo que desconocían. El caso es que, tras visitar cada fonda y cada cofradía de pescadores, consiguieron arrancar varios consejos para poder alcanzar la ansiada isla. De hecho, necesitaron usar algo más que eso. Su ingenio, su tesón y su dominio del miedo se vieron incrementados con la experiencia de navegar hacia el norte desde Milila, para encontrar Erroris Insula. Partieron antes del amanecer, habiendo realizado sus mediciones y cálculos con ayuda de las estrellas. No fue fácil llegar, porque el viento se volvió errático y racheado, a unas cuarenta millas de Milila, y las brumas dificultaron mucho el avistamiento de la isla. Probablemente algunos vientos del sur arrastraron calima y aumentaron las dificultades visuales, pero gracias a sus instrumentos ópticos, sus compases y astrolabios, lograron avistar al fin, el Lugar de No Retorno. Antes de atracar en algún refugio seguro, se dedicaron por precaución a circunnavegar el islote, para estudiarlo bien. La isla tenía una longitud de algo más de una milla y poseía dos playas, una de poniente y otra de levante. El resto era inaccesible. En su parte más ancha, la isla no debía de extenderse más de seiscientos codos. Su superficie era muy plana y estaba cubierta de matorral y árboles muy chatos. Al aproximarse el barco, vieron un canal subterráneo. Más tarde descubrirían que podían atravesar la isla de una punta a otra a través del canal. Fue algo sorprendente descubrir la existencia de esta extraña formación. Desgraciadamente, cuando se acercaron más a la isla, advirtieron que no estaban solos…por un momento se acordaron de las caras de los pescadores de Milila…

Efectivamente, había una embarcación bastante grande atracada en un improvisado muelle, en un refugio que se situaba en el extremo oriental de la playa de levante. No tuvieron otra elección que dirigirse allí. Los corsarios se habían percatado de la presencia del pequeño buque, y los esperaron en el muelle. Al acercarse más, estimaron que aquello era una galera de unos cien codos de eslora, y de unos cuatro mil quintales de peso. De modo que, entre galeotes, marinos e infantes, tendría que haber unos trescientos o cuatrocientos hombres en la isla. Algo nada esperanzador para nuestro asceta. El encuentro fue muy pacífico. En realidad, dada la desproporción entre los dos grupos, los isleños sintieron sobre todo curiosidad y algo de desconfianza de los dos temerarios marineros. El capitán de los corsarios se presentó cortésmente y les invitó a tierra. Turgut era un hombre muy astuto, y rápidamente se dio cuenta que los dos visitantes no eran gente vulgar. Captó algo muy especial en los modales y en la expresión verbal de los dos hombres, e instantáneamente comprendió que aquello podría dar lugar a un gran problema, o quizás a una gran amistad. Aunque Turgut era de origen otomano, los oficiales, soldados y marineros eran casi todos andalusíes, magrebíes y rifeños. Los galeotes eran sin embargo esclavos británicos y francos, capturados en incursiones por la región, y utilizados como chusma para bogar. Los hombres hablaron y tomaron té, al atardecer, al abrigo de una gran jaima. Turgut no se andó con rodeos y les explicó que vivían bajo el encantamiento de un brujo que no les permitía marchar de la isla más que para asediar barcos extranjeros y capturar botines. Serafín y Zaíd no dieron crédito a sus oídos. El mago vivía en el centro de la isla, donde la cueva subterránea se abría y dejaba espacio para una enorme bóveda, en la que se hizo un extraordinario palacio. Nadie tenía permitido ir a ver al alquimista, pero él sí podía verlos y comunicarse con ellos a través de sus pensamientos. De hecho, Gibarian sabía de la presencia de los neófitos.

Por la noche, llegó el momento de dormir, y se retiraron al barco para descansar. Los dos hombres soñaron con Gibarian, el cual les explicó desde la cueva palaciega, que era discípulo de dos corrientes alquimistas. La de Geber y la de Ibn Sina. Se había refugiado en el Occidente huyendo de la decadencia, pero se había encontrado con la inminente caída de Al-Andalus. Atormentado por el futuro del Islam, decidió escapar a la Isla de Nunca Jamás. En realidad, Gibarian los estaba esperando. Quizás Gibarian había llamado a Serafín durante años, y le había mostrado el camino en sueños.

Ya en la vigilia, y con mareos, los dos hombres volvieron a tierra, para comprobar que la galera había zarpado muy temprano. En realidad, se levantaron muy tarde, atolondrados por sus sueños y pensamientos. Un oficial había quedado al mando de un puesto de vigilancia y al verlos desde una pequeña almenara, les invitó a desayunar en la jaima. Syd, puedo notar que han soñado mucho. Aquí en la isla, todo el mundo sueña con intensidad. -¿Qué os ha dicho Gibarian? ¿Podéis decírmelo?- Dijo Al-Sufí. Zaíd respondió que habían venido para llevar a cabo una importante misión, y que estarían bajo el mando de Gibarian, como el resto de los isleños. Cuando Turgut volvió al cabo de unas cuantas semanas con muchísimas provisiones y tesoros, la isla parecía un hervidero de actividad. Ahora ya sabía qué papel tenían los dos jóvenes en Al-Borani. La galera avistó al llegar una nueva construcción en la isla, que podía verse desde la distancia. Al mando de Al-Sufí y bajo los dictados de Serafín, los infantes y esclavos estaban construyendo una estructura con rocas y madera para erigir un telescopio en la cúpula.

Turgut se reunió con Zaíd en la gran jaima. –He traído muchos libros, Syd. Gibarian me ha dicho que necesitáis todos los libros del mundo-. –Así es-. Dijo Zaíd. –Tenéis que atacar a todas las naves que intenten alcanzar las torres de Hércules, tanto si vienen del norte, como si vienen de Oriente-. ¿Y si son naos musulmanas?-. –Entonces las dejaréis marchar a cambio de entregar todos los libros que lleven consigo-. Sentenció Zaíd. Serafín estaba muy ocupado puliendo una lente del diámetro de un codo, y cuando no estaba en ello, se dedicaba a leer los libros que Gibarian había acumulado durante toda su vida y tenía guardados en una librería subterránea, cerca de dónde él mismo vivía.

Turgut dejó de ver a Serafín por la superficie de la isla, al menos durante el día, y sólo se veía con Zaíd, el cual se encargaba de dirigir la obra del gran telescopio y de otras tareas científicas. Serafín se consagró al estudio y se recluyó en una cueva cercana a la bóveda palaciega de Gibarian. Allí cerca, en lo más profundo de la isla, estaba la biblioteca. Había miles de pergaminos y manuscritos de todas las épocas. Gibarian le había encomendado la inmensa tarea de averiguar cuándo llegaría el Fin. Y no sólo el fin de Al-Ándalus, sino también el fin del mundo. Pasaron varios años, tras los cuales Serafín pudo realizar muchos descubrimientos astronómicos y acumular muchísimos conocimientos procedentes de todos los rincones del planeta. Una noche, cuando Serafín había terminado con sus observaciones, bajó de la torre y se dirigió a la jaima de Turgut para tomar un té. El capitán le dijo que hacía algún tiempo que no encontraba libros nuevos, mientras jugaban al ajedrez. Serafín asintió mientras preparaba una respuesta a dicha noticia. –Ya lo sé, de hecho, le he pedido a Gibarian que te deje marchar a ti y a tus hombres-. De pronto, los ojos de Turgut se llenaron de lágrimas y se puso de rodillas frente a Serafín, en señal de agradecimiento. Turgut muy turbado le dijo; -¡sabía que tú traerías mi libertad, Syd! Te debo lealtad hasta el fin de mis días-. Tras la aprobación de Gibarian, Turgut marchó con la mayoría de los hombres. Sólo quedaron unos cuantos esclavos y varios infantes andalusíes fieles a la misión de Serafín. Al-Sufí también quiso quedarse y capitanear una nao capturada por Turgut, para traer periódicamente provisiones desde Milila y proteger la isla de foráneos. Habían acumulado tal caudal de tesoros que tendrían oro y plata para aprovisionarse de avituallamientos durante siglos, si es que fuera posible ser tan longevo. Turgut decidió asentarse en Milila. Allí formaría una familia. Gracias a la generosa pensión ofrecida por Gibarian en forma de un gran tesoro, pudo dedicarse en exclusiva a proteger la ciudad, y los secretos de Al-Borani.  De hecho, Turgut se convertiría en el fiel guardian y proveedor de Al-Borani a partir de entonces.

Tras varios años de vida sólo a unos metros de Gibarian, Serafín acudió a su llamada. Nunca lo había visto. En realidad, Serafín estaba tan dedicado a sus tareas que casi no reparó en ello. Se comunicaba con Gibarian a través de los sueños, y por ello sentía que de algún modo lo conocía. En un momento dado, Gibarian se dejó ver. Serafín pudo adentrarse en la bóveda palaciega para confirmar lo que los infantes y Turgut le habían contado años atrás. Toda ella estaba alicatada con maravillosos azulejos y piedras preciosas, creando complejas formas y dibujos geométricos que embriagaban la vista. Gibarian estaba sentado en una cátedra de madera, frente a un inmenso despacho lleno de legajos, enormes libros y algunos instrumentos misteriosos. La tenue luz que dejaban pasar los lucernarios con forma de estrella de ocho puntas, hacían un extraño juego visual, que iluminaba perfectamente los documentos que Gibarian tenía frente a él. Al fondo, había también focos de luz, creados al efecto, para poder trabajar en un enorme laboratorio donde se encontraban toda clase de artilugios como crisoles, almireces, quemadores, goteros, pipetas y matraces de todos los tamaños y formas.  

-Syd, usted me ha llamado-. Serafín no pudo mantener la vista, y le miraba casi de reojo. –Sí, gracias por venir, necesitaba verte. Hace años que estás trabajando junto a mí, y quería que supieras que te has ganado mi plena confianza-. Gibarian era un hombre muy alto, de largas barbas. Su gran turbante lo hacía todavía más portentoso. Bajo una túnica de lana blanca llamada mofarrex, vestía una lujosa aljuba, y para las piernas unos zaragüelles. El conjunto resultaba algo recargado y extraño. Era invierno y quizás el viejo alquimista necesitaba estar muy forrado de ropa para no helarse. -Pero entonces, ¿porqué solo lleva unas albarcas de cuero para los pies, mientras que yo llevo borceguíes y estoy helado?-. Se preguntó Serafín.  Gibarian, no prolongó mucho su conversación, de hecho, fue muy parco, y rápidamente pasó a darle algunas instrucciones y planos para mejorar el mecanismo de giro del telescopio de cuatro metros que habían construido hace un tiempo, y también le dio un legajo con más instrucciones para hacer algunas mediciones en tierra sobre un incipiente eclipse. En cuanto a Serafín, él dio a Gibarian un informe verbal de sus progresos con las lecturas y estudios de los últimos libros que habían conseguido sobre astronomía, física, química y metafísica. En este sentido, Serafín confirmó que los datos acumulados, más los cotejados con los documentos de la biblioteca señalaban sin duda alguna que la Tierra era un planeta esférico, que rotaba alrededor del Sol, como lo hacían los otros planetas del Sistema Solar. Al mismo tiempo, había interpretado la existencia de importantes anomalías en la órbita de la Tierra y también entre la Tierra y la Luna. El próximo eclipse debería de servir de experimento para comprobar la posición de algunos astros, gracias a la ocultación del Sol por la Luna. En cuanto a procesos químicos, había conseguido aislar varios metales y gases a su nivel más elemental, y también había observado propiedades eléctricas y magnéticas en organismos vivos y en algunas piedras traídas de canteras procedentes de Tharsis. Gibarian pareció complacido. Serafín se había esforzado muchísimo durante años para conseguir aportar un conjunto de teorías y modelos robustos que pudieran satisfacer el apetito de conocimiento de Gibarian, y el suyo mismo. Le había costado sudor y lágrimas, de hecho, pasó por un largo periodo de oscuridad y confusión antes de conseguir reunir todos sus datos de un modo comprensible. Pero Gibarian era un alquimista. Sabía que Serafín debía de pasar por una fase de Calcinatio, donde romper, quemar y destruir todo lo aprendido, para después empezar a re-asimilar tanto lo viejo como lo nuevo en un flamante edificio científico.  El maestro dispuso ante el iniciado los ingredientes para encontrar no sólo respuestas para entender el mundo a la luz de los nuevos datos, sino también un camino para ayudarle a encontrarse a sí mismo. Gibarian quería que Serafín destilara el devenir de su propia personalidad como premio a su encuentro con el conocimiento y la sabiduría.

-Zaíd, me siento muy confuso. No pude prever que llegaría tan lejos. En realidad, todo ha sido gracias a ti. No hubiera podido llegar a esta isla sin tu ayuda. Pero ahora, no sé qué hacer conmigo mismo. He acumulado tanta riqueza, tantos conocimientos que me siento perdido, abrumado por la cantidad de incongruencias que veo en ellos. Ahora me doy cuenta de que en realidad la isla que buscaba no era otra cosa que mi propio fin. Pero al quedarme aquí a trabajar noche y día, he encontrado un nuevo Yo. Solamente huía del fin de Al-Andalus, y ahora he encontrado un principio. No lo entiendo. Lo siento, a lo mejor te estoy confundiendo a ti también, querido hermano-.  Zaíd le escuchó con los ojos muy abiertos. Quiso consolar a Serafín, pero también pensó que quizás su amigo del alma necesitaba una elaboración honesta y abierta, como la que le acababa de entregar. –Serafín, tus palabras me acongojan, me llenan de pena. Ahora al hablarte siento que todo tiene sentido. Quizás esto era necesario. Yo también me sentía solo y perdido en Isbilia. Es muy gratificante haber podido encontrar las respuestas que tanto anhelaba años atrás. Sé que has sufrido mucho estos años, confrontado con datos difíciles de aceptar. La Tierra no es más que un objeto que gira alrededor de un objeto gigante que arde. Las estrellas son soles lejanos, probablemente hogar de tantos planetas como el nuestro. Estamos perdidos en una nebulosa enorme de estrellas. Hay muchas otras, en el vasto océano del espacio. Hemos comprobado que la luz tarda un tiempo en llegar desde el sol y que por tanto, las luces de las estrellas y nebulosas lejanas no son más que imágenes del pasado, que viajan por el espacio. Es una ardua tarea encajar todo esto querido hermano. Lleva su tiempo. Pero creo que también hay que celebrar estos hallazgos. Es motivo de regocijo no permanecer nunca más en tan ciega ignorancia, como la que hemos vivido hasta ahora. Quiero que te des cuenta que ahora es momento de pasar a un estado de toma de conciencia y responsabilidad-. –Es cierto querido Zaíd, tienes razón, debemos casar estos conocimientos con lo que Ibn Arabi nos dice. Pero sin faltarte al respeto quiero compartir contigo mi aciago sentir, el cual brota de un abismo interior. He podido comprobar que el universo entero es un enorme vacío, donde flotan insignificantes gotas de materia, que como partículas de vapor están esparcidas al azar, y se pierden por el espacio, sin rumbo-. Zaíd asintió compungido, y tras un lapso le recordó que el sabio Ibn Arabi nos señala que la nada no es lo mismo que el vacío. Lo compartió con su íntimo amigo, en voz baja, con mucha ternura. Pronunciaba cada palabra muy despacio, para que alcanzaran el alma de Serafín y no se perdieran por el camino. La profunda y mutua revelación, concluyó también aludiendo a otras gemas de Ibn Arabi. -Desde la materia prima al intelecto superior existe una unidad que todo lo conecta. Conocer mejor este mundo es conocer el pensamiento del Creador, -le dijo Zaíd. Serafín se sintió abrazado por la enorme compasión que su amigo le entregaba.

Gibarian habló con ellos en sueños esa misma noche. Les explicó que en algún momento llegaría el fin de todos ellos. Pero él iba a ser el primero en marcharse. –Durante toda mi vida he estudiado la obra del Creador; ahora veo a Dios trabajando, afanándose en cada ser, en cada fenómeno que observamos. Pronto me reuniré con Él-.

-Serafín, Gibarian me habló anoche-. Ambos se reunieron como siempre en el desayuno, antes de laborar. –A mí también hermano, y ¿qué te ha dicho?-. –Me ha dicho que es hora de que empecemos a tomar decisiones nosotros, él necesita retirarse, está muy cansado-. Serafín sintió que Gibarian sólo se había presentado a Zaíd como una entidad metafísica, no como una persona real. En efecto, Zaíd no lo vio nunca. Quizás era necesario. Ese día ambos se fueron a pescar juntos. Probablemente era una buena época para la pesca, no sólo para los humanos. decenas de aletas de una misteriosa especie animal se asomaban por doquier, acechando un enorme banco de sardinas. Serafín tomó la caza de los enormes peces como una señal. A partir de entonces, ya no volvió a aparecer por la superficie de la isla, la cual quedó a cargo de Zaíd y de Al-Sufí. De hecho, Gibarian se esfumó, como si nunca hubiera existido, y dejó a Serafín ocupar la cúpula palaciega. De alguna manera Gibarian no había abandonado la isla. Sintieron su marcha, pero quedó una presencia muda, que todos podían barruntar. Al rezar por las noches, notaron que podían llegar algo más lejos en apaciguar sus corazones, haciéndolos sentir más cercanos a la bóveda astral. Zaíd continuó con las observaciones astronómicas, avanzando más y más con descubrimientos cada vez más profundos sobre el orbe celeste, y ellos mismos. Serafín se proyectó hacia una dimensión más filosófica y espiritual, como lo había hecho antes su maestro Gibarian al final de su vida. Había abrazado por completo la tradición sufí, para unificar su propia voluntad con la voluntad del Creador. Pero todavía tenía trabajo y camino por recorrer. Ahora debía de compilar todos los conocimientos y crear una obra suprema, un magnum opus que sirviera para relanzar la cultura de Al-Andalus. En sus cavilaciones también pensó en que la obra podría guardarse en la isla esperando resucitar nuestra civilización cuando vinieran tiempos mejores. Con el paso de los años, fue prevaleciendo el segundo plan, el cual se fue desarrollando más alla, al fabricar una máquina de impresión para poder distribuir copias por todas las bibliotecas del mundo islámico. Con todo ello, los habitantes de la isla continuaron su labor indefinidamente. Conforme morían, iban siendo reemplazados por jóvenes ávidos de conocimiento, que recogían el testigo e iban expandiendo el ambicioso programa de investigación de Al-Borani. Serafín, Zaíd y Al-Sufí pasaron los últimos hálitos de vida trabajando como el primer día, entregados a su magnum opus, y a su impresión y distribución por el mundo civilizado. La isla sigue siendo un enigma, y aunque hoy la pueblan solo algunos infantes e investigadores, desconocen que debajo de la superficie se encuentra la mayor biblioteca de la Edad Media, y se guardan todos los secretos de la alquimia, la filosofía, astronomía y de la metafísica. Los grandes sufíes que la construyeron aún siguen esperando el momento en que Al-Andalus vuelva, y sus hijos retomen la gran misión de armonizar la vida de los hombres con la obra del Creador. Pero entretanto, pueden descansar tranquilos sabiendo que salvaron al mundo de la ignorancia.

sábado, julio 17, 2021

La Precesión de los Equinoccios

 

Llevaba varios meses en la base lunar que estaba a unos 5km al sur del cráter Clavius. El lugar era un pozo natural, que permitía el escondrijo perfecto para los terrícolas, evitando así el constante bombardeo de pequeños meteoritos y la reducción del efecto a largo plazo de la exposición a los rayos cósmicos. Aún así, las colonias lunares estaban en su estado embrionario y había mucho que aprender. El ingeniero Rodrigo Tenedor, estaba muy preocupado con su salud. No estaba muy seguro de que la Luna fuera un lugar apropiado para la vida humana, o al menos todavía. España tenía trece plantas dentro la caverna de Clavius. Había varias cavernas habitadas en diferentes regiones lunares. Clavius era la más antigua. La caverna tenía unos cien metros de diámetro, con unos ochenta metros cuadrados habitables en cada planta. En realidad, los colonos vivían cómodamente dentro de las cavernas. O todo lo cómodo que se puede estar, teniendo en cuenta que uno está a unos seis días en nave espacial de la Tierra. En la Tierra los llamaban ya, “selenitas”, porque los humanos habían conseguido estar ya más de un año viviendo de forma continuada en el satélite. Tenedor andaba angustiado y sin ganas de nada. El psicólogo clínico del equipo médico internacional, le había dado varios consejos, y estaba monitorizando su progreso. Pero Tenedor no las tenía todas consigo. El tema de las fotopsias lo tenía muy agobiado. No le gustaba nada ir como un colgado, experimentando destellos de luz y puntos luminosos que no existen. Por supuesto, se había excluido toda patología ocular o cerebral. Pero Tenedor se encontraba cada vez más inquieto y amilanado con ello. Nadie estaba seguro de si sus fotopsias era producto del estrés o de algo más, y esto le causaba mayor preocupación. Desde el programa Apolo de la NASA, los astronautas se quejaban de que, en la oscuridad, podían percibir luces, puntitos y nubes, con una frecuencia aproximada de uno cada tres minutos. El fenómeno no desaparece al cerrar los ojos, y en el caso de Tenedor, esto interfería con su sueño. Todavía no se había esclarecido si las cascadas de luz se creaban al sufrir el humor vítreo, o el nervio óptico, el impacto de un rayo cósmico. Tampoco quedaba claro si los centros de procesamiento visual cerebrales estarían afectados por la radiación ionizante. El pasar tanto tiempo en el espacio, podría aumentar las posibilidades de que un núcleo atómico pesado alterase las células de la materia gris. Allí todo el mundo asumía los riesgos y estaba claro que una menor gravedad, una falta de atmósfera natural y salidas esporádicas a la superficie lunar no podían sentarle bien a nadie. Pero Tenedor se encontró no sólo con fotopsias, sino también con sus miedos, justo a las pocas semanas de llegar a la base Clavius. Y sus miedos no eran fáciles de gestionar.  

En las plantas bajo el mando español convivían cincuenta hombres y mujeres. La planta siete estaba ocupada con laboratorios de España, y desde la planta ocho hasta la diecinueve, estaban destinadas para alojamiento y gestión de todas las funciones vitales. Las plantas cincuenta y cincuenta y uno, tenían un gimnasio y un restaurante-cafetería donde se podían congregar al mismo tiempo, una sexta parte de los trescientos habitantes de la base. Eran las plantas que Tenedor frecuentaba, pero todo el mundo podía ir a los otros restaurantes y gimnasios para mezclarse con los demás residentes. Tenedor se llevaba bastante bien con su equipo y en especial con los del mando argentino. Toda la base era de habla hispánica, con lo cual, se había establecido una gran amistad entre todos, quizás una excepción con respecto al resto de las bases lunares, que no eran tan dadas a la alegría y a la expresión de afecto. Tenedor disfrutaba de la compañía de sus compañeros y frecuentaba tanto los restaurantes como los gimnasios. No dudó en compartir sus problemas con los más allegados y confirmó que podía confiar en todos. El psicólogo era argentino, y se había ganado el respeto de los residentes espaciales. Era el doctor Juan Zamora. Al fin y al cabo, hacía falta un gran profesional que fuera capaz de absorber la manifestación de toda tensión y todo problema, y el doctor Zamora era precisamente el hombre para el puesto. Tenedor y Zamora se encontraron una vez más en el restaurante. Se apartaron de los demás para buscar un sitio tranquilo y poder hablar sin trabas.

-¿Cómo sigues con las fotopsias?- Tenedor se quedó pensativo, y esperó un rato antes de contestar. En realidad, se sentía muy agradecido por el interés genuino del doctor, y también quería procesar esa sensación de afecto tan importante, que se convierte en una gema de preciado valor en un lugar tan hostil como el espacio exterior. –Pues no muy bien doctor, la verdad es que cada vez estoy más preocupado por el asunto- . Zamora se quedó mirándolo con preocupación. Él sabía que Tenedor era un hombre íntegro, y su preocupación era totalmente honesta. Tenedor le contó que las cosas se estaban poniendo muy feas. A parte de las fotopsias, en las últimas horas estaba experimentando un miedo desaforado, algo que nunca había vivido antes. –Sé que no es natural, pero me produce vívidas pesadillas, y un estado de alerta difícil de soportar-. Tenedor sentía como si los núcleos límbicos de su cerebro encargados de hacerle experimentar miedo se hubieran desatado completamente. Era un miedo completamente absurdo desde un punto de vista racional. Pero de tal intensidad, que sentía pavor hasta de respirar. Cualquier cosa podía ser una amenaza. Pero eso no era lo peor. Tenedor le explicó que estaba sintiendo el mero hecho de existir como algo ominoso. Percibía una horrible sensación que le anticipaba que algo absolutamente devastador fuera a suceder…y él no iba a poder evitarlo. Zamora se inquietó muchísimo. Trató de consolar a Tenedor y tras el almuerzo se puso en contacto con los oficiales médicos de las otras bases, así como con el control central en la Tierra. Nadie estaba seguro de cómo proceder. En realidad, Tenedor no mostraba signo exterior de ansiedad, ni expresaba pensamientos de inminente descontrol que pudiera de alguna manera ponerlo a él o al equipo en peligro. La hipótesis de los rayos cósmicos alterando el procesamiento cognitivo y emocional del paciente podían suponer un estudio altamente interesante, pero a la vez bastante inquietante.

Al día siguiente, de nuevo en la cafetería, todo el mundo se quedó mudo ante lo que vieron. Estaban todos allí, no faltaba nadie. Había una pantalla enorme desde donde la Tierra retransmitía las noticias más relevantes del día. Una oficial de las agencias espaciales internacionales informó que la Tierra estaba sufriendo un colapso electromagnético. La actividad solar se había incrementado a niveles catastróficos, y el viento solar era ahora una especie de aliento letal, que iba a freír el planeta azul en unos días. Era extraño, pero al igual que varios fenómenos se habían puesto de acuerdo para garantizar la vida en nuestro planeta durante mucho tiempo, ahora esos mismos procesos se habían conjurado para borrarla de la faz de la Tierra. Todos los hombres y mujeres de la base Clavius se pusieron de pie. Algunos empezaron a llorar y a abrazarse. La oficial continuó con gravedad, dando más detalles. Dijo que el movimiento de precesión de la Tierra se iba a acelerar, posiblemente alterando de manera errática los ciclos día-noche, aumentando así el nivel de caos global y de amenaza a la biosfera. Tenedor sintió como si su corazón se desplomase al suelo. Las piernas empezaron a temblarle y tuvo que tirarse al suelo para sentir algo de estabilidad. Zamora estaba a su lado,  ahora tenía la cara de color azul, y su expresión estaba congelada. Todos estaban aterrados. Pensaron que era el fin de todo lo que conocían. Y tenían razón. Ahora era el principio de una nueva humanidad. Los tres mil habitantes de la Luna iban a ser el único legado humano vivo de todo el sistema solar. Zamora se extrañó de sus propios pensamientos. Quizás debería de estar preocupándose exclusivamente del destino de su familia en la Tierra, cosa que hizo. Pero también le asaltaron otras cavilaciones. Quizás Tenedor había sufrido una especie de aceleración y vertiginoso procesamiento de datos ayudado por los rayos cósmicos. A lo mejor, sus miedos fueron un presagio, una anticipación ante una catástrofe, que su mente inconsciente había predicho, pero que su Yo consciente no podía aceptar o incluso comprender. Ambos se miraron con gran pesar, como leyéndose el pensamiento.

   

viernes, julio 16, 2021

El Viejo y el Mar (Homenaje a Carl Gustav Jung)

 

Hubo una vez un hombre que vivió tanto tanto tanto, que toda la gente que conocía se acabó muriendo antes que él. En su tristeza, pudo comprobar que este fenómeno ocurría una y otra vez. Y él nunca se moría. Cuando joven, había sido muy temeroso de contraer enfermedades y era conocido por su timidez. Tales circunstancias le hicieron muy estudioso del cuerpo y la mente, y acabó convirtiéndose sin quererlo en el médico de la comarca. Paradójicamente, y a pesar de ganar confianza al aumentar su experiencia con las dolencias de otros, él nunca caía enfermo. Esto le hizo vivir con una perpetua actitud de perplejidad, que los demás interpretaron como un síntoma de excentricidad y propio de su carácter ascético. En un momento dado, y después de haber probado el celibato durante años, llegó a casarse, pero tras una vida entera de familia, se quedó viudo. Bastante después murieron sus hijos. Pero lo peor fue ver desaparecer a sus nietos. Años de desesperación parecían corroer su alma, pero siguió viviendo, hasta que en un momento dado, el viejo decidió marcharse a un lugar donde nadie lo conociera y así no tuviera que sentir el dolor de más duelos y la desazón que su extrema longevidad causaba a sus amigos, descendientes y vecinos. Un día, se despidió de todos y se marchó con aquello que pudo llevar en un carro. Se dirigió con su mula hacia el mar. No sabía a dónde iba, ni le importaba. Simplemente se puso de camino hacia donde creía que el mar se encontraba. En realidad, tenía todo el tiempo del mundo. Tras muchos meses y aventuras, llegó a lo que pareció un pueblo de pescadores. Las playas a ambos lados del pueblo eran larguísimas. Había mucho espacio y tranquilidad para vivir. Así que compartió sus artes de médico, curó al enfermo y aprendió a cambio, las que corresponden a la pesca. Se construyó un chozo algo apartado del pueblo y allí continuó viviendo, a la espera de que al fin, Dios se dignara a llevárselo en su seno. El viejo, de nombre Okap, continuó su existencia de forma ilimitada. No se sabe durante cuánto tiempo permaneció allí, en aquél chozo. Curiosamente, un día Okap se dio cuenta de que durante toda su existencia, había estudiado muchísimo y había también aprendido una barbaridad sobre el cuerpo y la mente. Sus conocimientos de matemáticas le permitieron establecer una curva descendente, que tenía crestas ocasionales, seguidas de algunos “pozos”, desde donde el aprendizaje parecía recuperarse, tras un periodo de menor actividad. Después de esos periodos, Okap volvía a aprender más cosas, porque o bien profundizaba en el saber, o bien se dirigía a una nueva disciplina o ciencia para aprenderla. Así descubrió que debido a su enorme capacidad para educarse, había seguido existiendo durante varias generaciones. La curva le mostraba que poco a poco se acercaría a su fin, puesto que cada día aprendía menos cosas. Esto le proporcionó una gran paz, sabiendo que alcanzaría un punto de la curva donde su vida debería de detenerse de manera natural. Acercarse al mar y aprender a pescar y vivir cerca del mundo marino, inyectó más vida y más conocimiento a su existencia. Okap supo que eso hizo expandir la curva aún más hacia el infinito, pero ahora estaba más sereno, sabiendo que tarde o temprano, sino se movía de allí, acabaría aprendiendo todo, y al final podría reunirse con sus seres queridos en otro mundo. Conforme Okap se fue adaptando al ambiente y sintió que tras muchos años dominó por completo todo lo que constituía el saber y la vida en el mar, notó que se hizo algo más viejo. Se sintió más indiferente a todo y a la vez más contento. A esas alturas podía husmear el viento al salir de la covacha, y predecir cómo iba a ser el día. También curaba con gran efectividad a la gente del pueblo. En general, ya no había casi nada que se le resistiera. Sabía de plantas, de animales, del Cielo y la Tierra. Aunque era popular y respetado en el pueblo, selló un pacto con los habitantes de no revelar su identidad, más allá de los confines de la villa. De este modo se aseguraba limitar su conocimiento y la expansión de su sabiduría a través de más personas. Poco a poco, sintió que su mente volaba con facilidad sobre el mar, incluso en sus profundidades. Su cuerpo era cada vez más liviano y comía menos. Los que le vieron por última vez, lo recordaron como alguien que estaba en sus huesos, pero que parecía a la vez extremadamente fuerte y sano. Okap percibió que sus sensaciones eran cada vez más mágicas. Creía poder levitar y carecer de necesidades perentorias, cuando al fin, se fue desvaneciendo. Su cuerpo se fue transformando en una materia arenosa y medio gaseosa, que se podía mover al ritmo de la salada brisa. Okap, un momento antes de desaparecer recordó que era alquimista.  

lunes, julio 12, 2021

La Maravillosa Fábrica de Yoplait en el Parque Alcosa


El Parque Alcosa siempre ha sido un lugar algo extraño en Sevilla. No sabemos todavía si este barrio es realmente Sevilla o quizás pertenece al “Más Allá”. O a lo mejor es un lugar al sur de Córdoba, o incluso un pueblo de Valencia. Nosotros desde luego creíamos ser sevillanos. La cuestión es cómo nos veían los demás. Por ejemplo, era humillante el hecho de que teníamos un autobús pueblerino, porque no pertenecía a la empresa municipal. Estábamos excluidos de algo tan significativo como la visita de un transporte público sevillano, y se nos proveía de un servicio de autobús de una compañía privada. Su estación términus, era el Prado.  Desde su arquitectura hasta su emplazamiento, el Parque Alcosa resulta realmente un pegote. Éramos una isla en el medio de un páramo y nos sentíamos como una pequeña ciudad. De hecho, para nosotros los niños, en realidad había barrios dentro del barrio. Yo vivía en los Blancos, por la pintura dominante de los edificios. Los niños de los Rojos o los Verdes eran de otras tribus y nos peleábamos bastante unos con otros. En esa época, los críos eran unos salvajes sin supervisión, y las amplias zonas ajardinadas fueron degradadas muy rápido debido a la incesante actividad destructiva de los menores que merodeaban, por todas partes sin control de los adultos. Yo en particular, era poco dado a dichas costumbres tan bestias, y tenía bastante reparo en mezclarme con los grupos de brutos y matones. Pero tarde o temprano uno podía ser víctima de un ataque sorpresa. Especialmente con las semillas de las acacias que creían por entonces en los jardines, y cuya forma era un perfecto proyectil balístico. Los niños fabricaban tirachinas con los cuellos de las botellas de leche, colocándole un globo en el extremo estrecho, es decir, en la boca de la botella, para así dar el impulso al proyectil y se dedicaban a perseguir a los desafortunados que osaban cruzar de un barrio a otro, o simplemente asediar a alguien que no perteneciera a su grupo cercano. Cuando no estaban haciendo diabluras, los niños jugaban a la lima, al trompo y a las bolas. Las niñas estaban por otro lado, quizás más apegadas a sus madres y pasaban más tiempo recluidas en los pisos. No recuerdo ver a muchas niñas jugando por el barrio.

A pesar de todas las limitaciones que tenía el barrio-isla, las familias que llegaron allí en los años setenta, venían con gran ilusión a establecerse en un nuevo hogar urbano. La mayoría procedían de zonas rurales y aquello fue como una especie de promoción social, aunque en realidad no lo era. La actividad política tuvo el principal sello identitario al PCE y poco después al PA. Más tarde el PSOE se quedó con todo. Cada familia ahorraba con esfuerzo para adquirir un coche, y las calles se percibían todavía espaciosas, debido al todavía escaso parque automovilístico. El desarrollo económico que estaba permitiendo éstas nuevas formas de vida, parecía ir en consonancia con el progreso de Andalucía y el rápido crecimiento de una clase media que aspiraba a caracterizar las sociedades occidentales.

La finca original donde se emplaza el barrio era un solar degradado, después de miles de años de explotación agrícola. Allí sólo quedaba impertérrita una encina, en los Azules, barrio más nuevo en Alcosa. De hecho, el maravilloso árbol se encontraba en la plaza de la Encina del Rey, aunque en mi mente esté en la plaza de Zocodover, nombre disonante con respecto a la generalizada nomenclatura de ciudades valencianas, y que fue uno de las primeras señales de llamada hacia mi sentimiento andalucista. Probablemente se añadirían nuevos bloques y calles a posteriori, después de que el promotor completara su obra inicial, permitiendo así, utilizar nombres más acordes con la experiencia local o con gran tinte nacionalista. Creo que por eso, el único monumento viviente de mi barrio debía de estar en Zocodover, ya que ese sí que era un nombre especial para un lugar. Volviendo a nuestra ínclita encina, entiendo que para ser salvada debió tener la suerte de ser el lugar de descanso de un rey, el cual visitó la zona cuando se inauguró el aeródromo aledaño, a principios del siglo XX. 

A pesar de todo el despropósito de urbanismo silvestre de construir un barrio completamente desconectado de la ciudad y sin servicios públicos, teníamos uno de los mejores cines de la ciudad, el cine Aeropuerto. Era la delicia de niños y adultos. También teníamos un cine de verano que bullía de actividad en las dulces noches estivales. Entonces el barrio no parecía un mal lugar para criar niños y formar una familia, a pesar de tener sólo un consultorio y carecer totalmente de equipamiento deportivo por mencionar algunas carencias. La heroína y la inseguridad ciudadana vendrían unos años después para convertir el Parque Alcosa en un barrio zombi. Pero en aquellos momentos, todo el mundo tenía esa sensación de juventud y esperanza. A finales de 1975 nos dieron incluso un día de vacaciones porque un tal Franco se había muerto, si, el que tenía su cara de perfil tallada en todas las pesetas. Yo me sentí muy agradecido y recuerdo haberle dicho a Franco gracias, mientras sostenía una peseta en mi mano. Supongo que eso de morirse era algo para mí bastante abstracto en 1975. De hecho, poco después, cuando Curro Jiménez nos embargó con sus aventuras televisivas, jugábamos a asaltar caminos en el recreo del cole, y tras morir de un disparo y caer muertos, nos levantábamos y seguíamos jugando. Entonces, la muerte, era solo parte de un juego.

Teníamos varias fábricas e incluso un cortijo que delimitaban la geografía del barrio. La algodonera hacía frontera con el colegio Joaquín Benjumea Burín. Y Yoplait estaba justo en la salida del barrio hacia Sevilla y Córdoba, cerca del Colegio Romero de la Quintana. Esos eran en aquél momento los dos únicos coles del barrio y los dos estaban en los Blancos. El cortijo era otra esquina del barrio, que marcaba la puerta al infinito. De hecho, debajo del cortijo descansaba una villa romana que sería descubierta mucho después, cuando la generación de los setenta habíamos emigrado a Sevilla Este, y que en realidad es ya una prolongación de nuestro barrio, un poquito más cercana a la ciudad. En cualquier caso, los niños nos aventurábamos hacia los eucaliptos, el bosque que nos protegía de ruidos del aeropuerto, que está a unos pocos kilómetros en dirección Córdoba. Desde allí se podían vislumbrar las actividades de la base militar americana y sus extrañas construcciones que parecían bastante enigmáticas. Había radares enormes y hasta un hospital. La zona era un perfecto lugar para la aventura. Por entonces, los niños éramos casi todo el tiempo un estorbo, y nos dejaban estar en la calle todo el día. De modo que de vez en cuando, nos atrevíamos a ir lejos, muy lejos. Y nunca pasaba nada. Porque nadie les contaría a sus padres lo que allí pasó y lo que llegamos a ver.  Otra esquina del barrio era en los Azules, donde el barrio tenía un canal que lo separaba del campo. Entiendo que el canal era en realidad el río Tamarguillo, convertido en una simple molestia, teniendo en cuenta lo que hicieron con él. Allí crecían muchas cañas y se podían ver y oír el canto de las ranas. Esta frontera del barrio, era otra región apartada y llena de exotismo. Años más tarde soterraron el canal con cemento e hicieron desaparecer un elemento paisajística y ecológicamente valioso, si se hubiese pensado lo más mínimo sobre el tema.

A pesar de ser un barrio obrero, y de que los niños eran un auténtico fastidio para los padres, ellos hacían grandes esfuerzos para garantizar una futura promoción social. La cultura de la nueva democracia y el triunfo de conseguir el Estatuto para Andalucía sumió a todos probablemente en una especie de edad dorada. De hecho, muchas familias compraban enciclopedias que valían una fortuna. También había gente que se apuntaba al Círculo de Lectores. Todo un logro cultural. Esos hechos plantean ahora serias dudas sobre la comprensión que tenía el ciudadano de lo que es una sociedad moderna, pero entonces no se notaban las incongruencias. No había biblioteca en el barrio, pero la gente se creía de izquierdas. En lugar de pagar por un lugar común para compartir y reunir miles de libros se optaba por formar una exigua colección familiar, que cabía en una o dos estanterías del mueble-bar. Pero eso sí, teníamos una Velá anual, eso que no falte. No recuerdo que hubiera cabalgata de Reyes Magos por entonces. El Monte de Piedad y Cajas de Ahorro de Sevilla también hizo una inestimable obra social, fomentando el ahorro y dando salida a talleres culturales y publicaciones gratuitas, para gozo de los niños de mi edad. De este modo, y como en casi todas partes, los valores socialistas y capitalistas se entremezclaban y coexistían sin que la gente se diera cuenta de que eso era lo que la sociedad necesitaba. Posteriormente, tanto el barrio como la ciudad, han ido perdiendo clase media, y Alcosa sobre todo, se ha convertido en un barrio de gente con pocos recursos, un lugar para emigrantes, y muchos abuelos que no han querido marcharse de allí.

Los niños de aquélla época, nos ilusionábamos con las menores cosas. Recuerdo cuando abrieron el Continente, un hipermercado que estaba algo retirado del barrio, justo al lado de la vía del tren. Todo el mundo fue vestido de flamenco para que en su inauguración nos dieran un regalo. Pero la mayoría nos quedamos sin él, después de esperar y esperar en vano. Las madres juntaban etiquetas de productos para entrar en sorteos, los padres jugaban a las quinielas y los niños nos dedicábamos a juntar estampitas de judadores de fútbol o tapas de yogures de Yoplait, porque podías conseguir un clic de Famobil. Eso de poder conseguir clics juntando tapas de yogur, era absolutamente maravilloso. A mí me encantaban los yogures de Yoplait. ¿Qué más podía pedir? Cada subgrupo social tenía sus ilusiones y sus sueños, los cuales, con los años tengo que suponer, se fueron adaptando a la realidad. Es normal. Para mí, fue importante una experiencia que tuve con la Fábrica de Yoplait. ¡Qué suerte poder tener tan cerca a Yoplait, la Flor del Yogur!! Quizás eso me ayudó a dar un paso adelante en mi proceso de maduración hacia la adolescencia. Era difícil imaginar un mundo sin juguetes, pero Yoplait me enseñó algo. De vez en cuando, se organizaba una misión a la Fábrica. Para ir hacia allá, tenía que pasar por la iglesia y luego por otra vertiente de canal donde había varias moreras que estacionalmente a los niños nos surtían de suculentas hojas para nuestros gusanos de seda. Pasando esa zona, había que cruzar toda la entrada de la Fábrica y pasar al lado que miraba a Sevilla, el más escondido a los ojos de transeúntes y vehículos. Nos adentrábamos entre las montañas de escombros y desechos que había por los límites externos del perímetro vallado. Algún niño astuto se había dado cuenta de que había una rotura en la valla y se podían coger bastantes tapas de yogures defectuosos. Incluso después de su reparación, quizás el viento arrastraba algunas de las tapas desde los contenedores de basura industriales, y sólo había que recogerlas al otro lado de la valla. Estas excursiones a la Fábrica aseguraban incrementar la colección de los clics. Era muy importante tener muchos clics. Los clics era juguetes fantásticos. El caso es que un día fuimos varios críos en busca de nuestras ansiadas tapas y nos encontramos que había una operaria, perfectamente pertrechada con su higiénico uniforme. Estaba descargando muchísimas tapas y envases de plástico en el contenedor. La sensación que tuve ante la visión de las tapas era semejante a la de un perro de Pavlov oyendo la campana. Sentí que el corazón se me iba a salir del pecho. Uno de los niños fue valiente y la llamó desde el otro lado, rogándole si podía darnos algunas. La mujer, muy apenada, nos dijo que no podía hacerlo porque se arriesgaba a perder su puesto de trabajo. Aquél día no pudimos recoger ya ninguna tapa. Volvimos apesadumbrados y con los hombros caídos al barrio. Sentí pena por la trabajadora, y vergüenza por haberla puesto en un compromiso. Yo nunca más volví a rebuscar tapas de Yoplait. Las aventuras se desplazaron a otros demarcaciones del barrio. Pero desde aquél día supe que todo tenía un límite, y creo que supe sacarle partido a mis clics hasta que dejé de ser niño. De hecho, nunca volví a ver a ninguna otra empresa darle tal clase de ilusión a los niños, por tan poco. ¡Gracias Yoplait! siempre recordaré tus maravillosos yogures y tus clics de Famobil.      

sábado, julio 10, 2021

La Materia de los Sueños

 

Durante el día era alguien avergonzado de sí mismo. Le repugnaba su existencia y le parecía que todo lo que sucedía a su alrededor era completamente inútil e insignificante. Pero eso era algo sutil, como un comentario colateral que su mente realizaba mientras se dedicaba a laborar o a realizar cualquier tarea cotidiana. No estaba seguro de si esos pensamientos eran reales, o de si quiera, esos pensamientos eran suyos.

Sin embargo, al atardecer, no importa cuántas veces sucedía, siempre sentía cierto grado de esperanza. Quizás sentía pena de ver al Sol desaparecer en el horizonte. Pero también percibía que el mundo se volvía de pronto más inquietante e incierto. De todas formas, su timidez lo recluía entre libros y notas, que rebuscaba con efusividad durante la noche. La quietud de la oscuridad le proporcionaba una gran calma. Y sus lecturas le transportaban a mundos y situaciones que le inyectaban esperanza y emoción por vivir. Allí, en la cuna de la imaginación, se entregaba a Morfeo, que lo mecía hasta llevarlo dulcemente a un lugar desde donde siempre retornaba con pereza y desgana.

Un verano tuvo la ocasión de pasar varias semanas en un campamento en las montañas. Para su sorpresa, pudo contemplar la inmensidad del cielo nocturno en toda su gloria, lejos de las luces de la ciudad. No pudo más que quedarse mudo y absorto ante el espectáculo de luces y vacío cósmico que le desveló un gran misterio. Se vio de pie frente a un acantilado de roca, oteando la vastedad del espacio. La atmósfera no era más que su escafandra, que le permitía respirar. Más allá se extendía todo el universo desnudo. Un enorme océano sin arriba o abajo, izquierda o derecha. Percibió que quizás podía estar viviendo como lo hace una criatura marina en el fondo de los mares, flotando en ninguna parte. No importaba a qué región del espacio pudiese enfocar su vista, porque todos aquellos lugares parecían estar igual de lejos, y al mismo tiempo hacerle sentir igual de cerca. ¿Por qué un hombre como él podía sentirse como una mota de polvo entre sus iguales y tan grande en medio del vacío?

Cuando se fue haciendo viejo, no dejó de plantearse esta cuestión de vez en cuando. Especialmente al asomarse alguna noche a contemplar el cielo estrellado. Siempre le venía la misma sensación que aquella maravillosa ocasión, en la que descubrió por vez primera, que el universo estaba simplemente ahí, delante suya. Un día, cuando su pelo ya estaba muy canoso se dio cuenta de que quizás, frente a la negrura del cielo, su pensamiento se volvía más claro y luminoso. Quizás su mente mostraba su verdadera naturaleza bajo la tenue luz de los astros, al igual que las luciérnagas, que se dan a conocer en la oscuridad. Poco a poco se fue transformando a sí mismo, y su vergüenza y dudas personales dieron paso a una mayor concentración en lo que realmente le importaba. Se tomó más en serio a sí mismo y también a sus alrededores. Esto sucedió porque paso a paso dejó que el reino de los sueños luciera bajo la luz del día, y no solo por la noche. De este modo, los sueños fueron invadiendo toda su vigilia, su experiencia diaria y la existencia se volvió cada vez más dulce y agradecida.

Ahora, la materia de los sueños brota por doquier, y la magia le regala todos los días nuevas sorpresas y un gran regocijo. Ahora puede ver a través de la luz, lo que antes sólo podía vislumbrar en la oscuridad. Ahora puede atravesar con su visión, el mismo suelo que pisa, para llegar a todos los confines sin sentir que ha perdido el juicio.

viernes, julio 09, 2021

Todo No Vale

 

José Miguel era un talentoso electricista que lideraba su propio negocio. Era un hombre muy trabajador y dedicado padre de familia, que ahora volvía de su faena diaria a casa, después de un más que satisfactorio día laboral. Iba andando por una calle muy céntrica de la ciudad, cuando percibió que un amigo suyo venía justo en sentido contrario, por el otro lado de la acera. Se sintió algo asustado puesto que pareció ver a su amigo andar hacia atrás, pero como el hombre se detuvo al ser llamado desde la otra acera, José Miguel se olvidó rápidamente del asunto. Se alegró mucho de verlo, aunque al principio lo vio de espaldas (lo reconocería incluso de espaldas, porque era un amigo de toda la vida) y no esperó a que estuviera a su altura para llamarlo con alegría. El amigo, que parecía muy ensimismado en sus pensamientos, tardó algún tiempo en reconocerlo, y como no reaccionaba a sus gestos, decidió cruzar y abordarlo sin más dilación. –¡Muy buenas señor! ¿Cómo estás? ¿Cuánto tiempo, no?- dijo José Miguel. El otro parecía como estar en un sueño del que no podía despertar. No hizo gesto alguno de aproximación o de siquiera estrechar un saludo con su mano. José Miguel, que era muy prudente, le dio tiempo a que el otro recuperase la compostura, o a que quizás finalmente le dijera algo. Poco a poco, el amigo fue saliendo de su estado de estupor. –Perdona, es que acabo de salir de la consulta de mi psicólogo- José Miguel entendió que quizás la sesión le había dejado algo perturbado, lo cual pensó, debe ser bastante normal al acudir a un experto en el funcionamiento de la mente. –Ya veo, si, bueno, no te preocupes, y estooo, ¿qué tal tío, qué te cuentas?- Dijo José Miguel, tratando de evitar el asunto del psicólogo. Al fin y al cabo, una consulta de ese tipo es algo bastante privado y confidencial. Sin embargo, el amigo optó por compartir su experiencia con él. –Pues la verdad es que estoy en un proceso de cambio…- A partir de ahí, el amigo comenzó a narrar su experiencia en la consulta de Don Antal Szerb, un enigmático psicólogo recién llegado de ultramar. Al parecer Szerb, es un hombre extremadamente especial o excéntrico, porque tiene un estilo de trabajar con los pacientes bastante radical. De hecho, José Miguel no sabía si dar o no crédito a lo que su amigo le contó. Al parecer Szerb recibe a los pacientes en una oficina en donde todos los muebles están pegados al techo, menos la silla donde se sienta el paciente. Incluso el mismo Szerb está sujeto a su sillón allá en el techo. Es un misterio cómo Szerb logra colocarse en dicha posición, pero el desarrollo de la sesión parece proceder con total naturalidad, a pesar de la extraña organización espacial. Szerb demuestra que uno mismo es el que está viendo las cosas al revés y que hay que despertar del sueño ilusorio en el que vivimos. José Miguel, tímidamente preguntó si eso era todo lo que el psicólogo trabajaba en la sesión o había algo más. El amigo le contestó que eso era sólo lo más superficial. En realidad, Szerb le está enseñando a tomar sus alimentos con una cañita por via nasal, y a prepararse para algunos cambios importantes. -¿Qué, ejem, cambios importantes?- Dijo José Miguel, aclarándose la garganta. Resulta que Szerb respira por la garganta. Se ha hecho una traqueotomía para poder así respirar de manera más pura y sin contaminación. –¿Contaminación de qué?-, -Pues contaminación de los deseos orales y también de los pensamientos, porque la boca es una fuente de impurezas de todo tipo, de modo que tengo que concertar una cita con un cirujano para empezar mi proceso de cambio-. Conforme el amigo daba más y más detalles, del estrambótico plan terapéutico al que se estaba sometiendo, José Miguel, se fue sintiendo más y más incómodo y preocupado. Dado que tenía gran respeto y estima por el amigo, optó por mostrarse asertivo y averiguar si este tratamiento tenía alguna base científica que lo sustentara, a lo cual el amigo le contestó que dicha psicoterapia se basa en un sólido pilar ideológico y también en la cosmología. –En laaaa…..cosmología-, -si, si, por supuesto, en la cosmología. No sé si estás informado de que la materia conocida sólo es un cinco por ciento de todo lo que existe en el universo….-, -no no, la verdad es que no lo sabía-, -pues sí señor, esto significa que casi todo lo que puebla el universo es materia y energía oscura-, -asimismo-, prosiguió el amigo, -los pensamientos son unas fuerzas emergentes que se legitiman a sí mismos por su mera existencia, por lo tanto, yo puedo pensar lo que quiera, y es posible que seamos esclavos de pensamientos anticuados y arbitrarios, heredados de un modo de relación social, fundamentalmente sesgado y falto de libertad e imaginación- José Miguel, no daba crédito a sus oídos, y como no sabía si salir corriendo o quedarse ahí pasmado, optó por decir algo diplomático; -yyyy….buenooo….¿qué tiene que ver la materia oscura con los pensamientos anticuados y todo lo demás?-, -bueno, eso es muy interesante-, dijo el amigo con gesto de misterio,-en realidad lo oscuro es lo que se nos oculta, y es preciso ponernos en contacto con nuestras partes oscuras para poder liberar todo nuestro potencial….si quieres te cuento las cosas que tengo que hacer con las partes ocultas y oscuras de mi cuerpo para liberarme….-, -nooo, no te preocupes, no me lo cuentes, ya me imagino qué cosas pueden ser, de verdad-. A estas alturas el amigo, no sólo parecía muy despierto, sino que resultaba más bien algo seductor, e incluso hipnótico en su actitud y forma de mirar. José Miguel se sintió muy agotado y sin paciencia alguna para poder seguir escuchando. De hecho, su nivel de vergüenza ajena y respeto por su amigo alcanzó cotas nuevas, que le permitieron hacer algunas preguntas algo controvertidas. –Una cosa que no entiendo, es lo siguiente-, -sí claro, adelante- dijo el otro, con una mirada inquisitoria. –Vamos a ver, es que si uno puede pensar lo que quiera y hacer cosas que te liberen, podrías dedicarte a pellizcar cristales o chupar candados; esto sería algo muy económico y más seguro, en vez de andar hacia atrás, o alimentarte por vía nasal- El amigo cambió su semblante y se mostró sombrío y algo enfadado. –Creo que estás respondiendo de una forma bastante normal a lo que te he contado; te estás poniendo a la defensiva, tienes miedo de abandonar tu anticuado sistema de referencia cultural, quizás te he contado demasiado sin darte tiempo a digerirlo- Aseveró el amigo, en un tono intransigente. José Miguel se vio abocado a ser más sincero y directo; -¿Sabes una cosa? Creo que te equivocas- El amigo se mostró decepcionado con José Miguel mientras mostraba su desagrado girando la cabeza de un lado a otro lentamente. Y le respondió lo siguiente; -Szerb es la punta del iceberg de un tremendo cambio cultural…Estados Unidos nos lleva la delantera en esto…ya verás que pronto el mundo va a cambiar…hemos estado esperando mucho tiempo a que la gente reaccione ante el imperialismo de lo cotidiano…es momento de convertirte en un activista de este movimiento, o quedarás anquilosado en la Edad Media de la cultura….- El amigo pronunció sus últimas palabras muy despacio, como saboreando cada una de ellas. Su voz se había hecho cada vez más grave, y su discurso parecía extremadamente convincente.  José Miguel ya tuvo bastante dosis de tonterías y sentenció; -mira querido amigo, debe haber muchos psicólogos en esta ciudad, no sé por qué vas a verlo a él, pero ¿sabes una cosa? Si Szerb fuera un bombero, sería uno muy peligroso porque se comporta como un pirómano-. Después de esto se despidieron con fría cortesía y cada uno volvió a caminar a su manera preferida. Al cabo de unos minutos de paseo vuelta a casa, José Miguel notó que algunos viandantes caminaban marcha atrás, y al poco también se percató que había más de una persona con traqueotomía y con una especie de filtro negro colocado en la garganta. José Miguel sacudió la cabeza en un acto de crédula incredulidad, y se dijo así mismo…-¡Bienvenido a la nueva normalidad!

jueves, julio 08, 2021

Es Muy Fácil Correr con las Piernas de Otro

 

El teniente Cuadrado era un tipo impulsivo. Mirando atrás, es difícil saber cómo pudo llegar a alistarse como cosmonauta. Sin embargo, allí estaba. Años atrás, y gracias a la generosa ayuda de un familiar muy allegado, se enroló en un curso privado de piloto comercial, y tras mil y una peripecias que nunca le avergonzaron lo más mínimo, llegó hasta convertirse en un piloto militar de cazas supersónicos. Se supone que, durante su formación, debería de haber pasado un exigente escrutinio, pero a pesar de todo llegó a colarse entre la reducida plantilla de pilotos aeroespaciales. Tampoco es que supiera muchos idiomas. De hecho, no manejaba bien el ruso, ni el chino, asunto difícil de comprender. El único argumento a esgrimir, se encuentra en la cultura dominante de “el que quiere, puede”, es decir, traducido a un lenguaje honesto; “los tontos pueden llegar a todos lados, si se empeñan”. Efectivamente, con esa fórmula, era posible entender cómo, el teniente Cuadrado se encontraba pilotando una nave espacial que costaba un buen trozo de la exigua inversión que hacía nuestro país por aquellas épocas en la industria del espacio.  Sus compañeros le temían, y esperaban lo peor de él, pero claro, nadie tenía autoridad para cuestionar a otro hombre que supuestamente había llegado al techo de su carrera…con gran esfuerzo. Desde un punto de vista psicológico, Cuadrado nunca hubiera pasado una entrevista clínica, pero en España, los psicólogos son una especie de tribu de charlatanes que no sirven nada más que para estorbar, según el ejército. Quizás algún psiquiatra habría hablado con él, pero ¿qué saben los psiquiatras de psicología?

Cuadrado debía de llevar a la tripulación a la nueva estación espacial china, Tiangong, que había permitido a nuestro país instalar un pequeño laboratorio en la misma, a cambio de suculentos contratos comerciales allá en la Tierra. Lleno de ímpetu, su archiconocido espíritu de Narciso tenía a todos temblando ya desde que la lanzadera hervía, preparándose para el lanzamiento. Una vez que Cuadrado asumió el control manual de la nave, empezaron los problemas. La nave parecía a ojos de Cuadrado una máquina ingobernable, a pesar de las miles de veces que había simulado un atraque a la estación. No sincronizaba bien su órbita, ni siquiera con el esmero de los ingenieros de control, que le repetían una y otra vez las instrucciones. Chocó varias veces con la zona de anclaje de la estación espacial, hasta que, por fin, se estableció el ensamblaje. Sin embargo, Cuadrado no sudó, ni se preocupó lo más mínimo. De hecho, su desprecio por el riesgo, era su mejor baza.

Habiendo llevado a la tripulación sana y salva a cuatrocientos kilómetros de altitud y transportarla hasta el gigantesco laboratorio flotante que orbita nuestro planeta, fue para él un logro sublime, que le hizo entrar triunfante en la cabina de despresurización. Los chinos ya de por sí, extremadamente cautos y precavidos, no lo recibieron calurosamente. Cuadrado se sorprendió de la frialdad de los asiáticos y se giró de un lado a otro, con una ceja arqueada, mientras flotaba ingrávido, como buscando la complicidad de sus compañeros. –En fín-, se dijo a sí mismo, murmurando. –Estoy rodeado de frikis y empollones, ¿para qué voy a esperar? -Y acto seguido, se aplaudió a sí mismo. Los chinos pensaron que Cuadrado estaba haciendo un signo de reconocimiento y saludo español, tras lo cual, empezaron a aplaudir también. Esto generó un coro de aplausos por toda la estación espacial. Una vez más, Cuadrado conseguía camelar a toda la tropa, sin haber marcado un gol.

A pesar de hablar chino telegráficamente, y de estar intercalando palabras en ruso y castellano, Cuadrado consiguió entablar una relación cordial con los chinos. O al menos, eso pensó él. No paraba de hablar, y hacer frecuentes comentarios ramplones, que él mismo describía como reflejo de su sinceridad. Los chinos habían captado que Cuadrado era el típico torero español. Al fin y al cabo, para estar en el espacio había que tener muchos cojones. Y Cuadrado los tenía. Conforme pasaron los días, los chinos empezaron a darse cuenta de que Cuadrado les estaba vacilando. A los dueños de la nave, eso no les hizo ni puta gracia. Para entonces, Cuadrado se creía ya, el caudillo y señor de la nao.

Veinte días después del abordaje de la nave española, Liu Boming, el comandante de la estación espacial, detectó un escape que estaba haciendo perder oxígeno a la Tiangong. Puede que los choques de la nave española con el puerto de atraque, hubiera afectado a la estructura de la estación, haciéndola vulnerable a fisuras. Pero Liu no quiso hacer mención a dicho evento como el detonante del problema, aunque el ingeniero Tang Hongbo, ya le había avisado de que esto era probable que ocurriera. Nie Haisheng, astrofísico, no pudo evitar hacer comentarios sobre estos problemas a la tripulación española, la cual asintió compungida y con aflicción. No era para menos. Sin embargo, Cuadrado no se dio por aludido. Es más, tuvo la osadía de comentar que el piloto Yang Liwei, era el culpable de que él no hubiera podido sincronizar bien el atraque. Los chinos y los españoles estaban ya muy alienados cuando se desató una discusión acalorada, que acabó en una pelea. Cuadrado retó a todos y exigió que le permitieran salir al exterior a reparar la fisura, con la supervisión del ingeniero Tang. Esto dejó a todo el mundo perplejo, y por un momento la pelea pasó a un silencio espectral. Una vez más, Cuadrado había paralizado a todo el grupo con sus extrañas artes. Sin dilación, y con mucha pompa y más gesticulaciones, se dirigió al compartimento de los trajes espaciales arrastrando consigo a Tang. No se sabe muy bien cómo, pero Cuadrado consiguió arreglar la fisura. Todos suponen que fue Tang, el que magistralmente dirigió la reparación, pero Cuadrado no le dejó explicar nada a los demás. El mérito fue suyo exclusivamente.

Tras su triunfo y resolución de la crisis, Cuadrado dejó a todo el mundo en paz durante unos días. La mayoría eran grandes profesionales, y fueron capaces de absorber el conflicto con Cuadrado sin que ello pudiera reverberar allá abajo, en los centros de control terrestres. Al fin y al cabo, nadie quería problemas. Pero al cabo de un tiempo, Cuadrado volvió a la carga. Estaba aburrido. El era un piloto, y al fin y al cabo, no tenía gran cosa que hacer. Quedaban algunos días para concluir los experimentos científicos y él estaba cada vez más nervioso.

Lian Chang, era una astrobióloga, bastante atractiva y segura de sí misma. Cuadrado la había marcado desde un principio, pero intentó mantenerse al margen, ya que él estaba casado y no quería problemas de mujeres en el espacio. Pero estaba aburrido, y nervioso. En un momento dado, se le ocurrió acercarse a la bella mujer y fingir interés en la astrobiología. Lian, que era muy inteligente, se dio cuenta de las tretas de Cuadrado. Pero le siguió la bola. Cuadrado, lógicamente interpretó su conducta como que tenía vía libre, y rápidamente le fue dando cada vez más carrete, hasta que su carburador inyectó tanta testosterona en los motores que cuelgan entre las piernas, que no tuvo más remedio que masajear los senos de doña Lian, para así domeñar su voluntad. La agarró desde atrás, para hacer así una cuchara, de modo que Lian pudiera sentirlo en toda su gloria eréctil. Lian no llevaba sujetador, y sus abultados senos fueron un gran enervador energético en las manos del piloto. En esos instantes Lian se dio cuenta de que se iba a armar un lío de tres mil pares de cojones. Lian estaba casada con el comandante Liu, pero su relación no iba bien. Pensó que compartiendo la misión, estrecharía su vínculo con el marido, pero se equivocó. El flirteo con el español también se fue de madres. De hecho, ¿cómo se puede echar un polvo en una nave espacial? ¿Y sin que nadie se de cuenta? El caso es que Cuadrado, como todo el mundo puede suponer a estas alturas, era un ruina y un jeta. Tras amagar un polvo galáctico en el laboratorio de astrobiología, fueron sorprendidos por Jiao Kuang, la oficial médico de la Tiangong. Cuadrado no tuvo otra idea que balbucear algo sobre sus abundantes conocimientos médicos y comentar que tras la petición de Lian, había palpado sus senos. Su exámen había encontrado una dureza en el seno derecho, cosa que como podía comprobar Jiao, todavía se encontraba investigando en el momento de en que ambos fueron sorprendidos. Jiao se sintió presa de una doble treta, pero ante el descaro de Cuadrado, no pudo evitar también examinar cuidadosamente el estado del seno derecho de Lian. Para su pasmo y vergüenza, Jiao tuvo que reconocer que había una formación dura en la región inferior derecha cercana a la aureola. Quizás fuera resultado de la inflamación de algunas glándulas de Montgomery, pensó la oficial. Entre tanto, Cuadrado experimentó una enorme erección sorpresa, como resultado del trio imaginario que pudo vislumbrar en su perversa mente. Por su puesto, el teniente no tuvo la más mínima sensación de ridículo durante toda la escena. Y de hecho, se consideró a sí mismo como un gran compañero al haber ayudado a Lian a detectar una malformación mamaria.  

Habiendo salido ileso de otra faena tremendamente temeraria, Cuadrado percibió que podía esperar hasta la conclusión de todas las actividades científicas, sin meterse en más desaguisados. De hecho, así fue y tras devolver a su tripulación sana y salva a la Tierra, y ser aclamado en España, nunca más se supo de él. Las autoridades chinas explican haberlo invitado a dar unas clases a los alumnos del Centro Aeroespacial de Wuhan. Al parecer Cuadrado tuvo tanto éxito como docente, que le han ofrecido un contrato indefinido, imposible de rechazar. Las malas lenguas apuntan a que la inteligencia china se ha deshecho del piloto, tras el escándalo con Lian y la humillación de Liu. Algún periodista español ha intentado en vano ponerse en contacto con Cuadrado, que según los periódicos nacionales, es uno de los héroes españoles que han ayudado a la astronáutica a proseguir con su meteórico ascenso en las ciencias del espacio. Los diplomáticos españoles están debatiendo con gran preocupación, qué actitud tomar ante el gobierno chino, tras la misteriosa desaparición de Cuadrado de la escena pública. La esposa de Cuadrado sospecha que se ha fugado con Lian.

 

miércoles, julio 07, 2021

El Hombre que Inventó el Tiempo

 


Los animales vivían en paz, en un presente eterno. En realidad, la visión de la vida era la recreación eterna de un delicado equilibrio entre la creación y la destrucción. Aunque ellos de ninguna manera podían tener conocimiento intelectual de dicho fenómeno, sí que podían sentirlo de alguna manera. Y su existencia se propagaba en el mundo a ráfagas; rítmica e insistentemente, como las ondas que surgen en la superficie de un estanque al lanzar una roca en su centro. Incluso el Sol, Gran Alquimista, jamás hubiera osado allá en su siderurgia primordial, hacer el menor ruido perturbador que hiciera zozobrar a la frágil vida terrestre, a pesar de que fraguaba la mismísima luz entre sus manos. El astro rey jamás osaría alterar la paz de sus hijos que obraban en su propio devenir para un día dar fruto a la Consciencia. Quizás era necesario que dicha Consciencia emanara. A lo mejor hay una ley subyacente en este mundo que así lo dicta. El caso es que la Consciencia arribó al universo y los hombres que la portaban conquistaron su pequeña isla azul, creyéndose así, dueños del orbe, cuando en realidad no eran ni dueños de sí mismos. Los portadores de la Consciencia vivieron largo y tendido, obedeciendo su responsabilidad de cuidarla y de dar lugar a una función autoconsciente. Así dicho, los seres conscientes pudieron albergar en su pensamiento a las cosas materiales, no sólo a las psíquicas, y de este modo todas las cosas pudieron disponer de una existencia más digna, incluso ser sentidos, existir y no simplemente yacer. Pero hubo errores. No sabemos quién, ni cómo se cometieron dichos errores. Hubo quizás un hombre, o varios, que inventaron el Tiempo. Al inventar el tiempo, sin darse cuenta inventaron el fin de las cosas, el fin del acontecer y el devenir. Nunca antes el mundo tenía que haberse enfrentado a cosa más horrible. Hasta entonces los hombres y los animales sólo tenían dones y la gracia de vivir. Su experiencia era una recreación sagrada del mundo. Y su vida, una vida interior, llena de eventos y de ciclos perfectos de creación y destrucción, donde el fin no podía concebirse.

Nuevos hombres cargados con la falsa sensación de poder que les dio el dictar el principio y el fin de las cosas, construyeron relojes. Hicieron creer a los demás que todos los entes de la creación tenían un principio y un fin. Destrozaron los valores, e hipnotizaron al orbe para hacerles creer que las cosas surgen de la nada y a la nada vuelven. En el mundo entonces se sintió un vacío sin precedentes. La belleza se fue esfumando y la vida comenzó a sentirse como algo exterior e imposible de aprehender. La gente empezó a creer que su vida no era buena, y que tal vez si realizaban algún tipo de ritual, podrían recuperar su anhelado estado de bienestar sagrado. Pero es imposible alcanzar ese estado desde un sistema basado en relojes y mentiras. El mundo se fue alejando de sí mismo, para parecer inaccesible e incomprensible. ¿Quién fue ese hombre que inventó el Tiempo? ¿Quizás fuera un Diablo?

Desde nuestro más íntimo fuero, sentimos que el universo en su profunda compasión ha generado este capítulo en el indefinido círculo de la vida. Quizás podamos superarlo y empezar de nuevo, una vez más, a caminar por nuestro maravilloso círculo interminable de vida y muerte. El Diablo nos ha puesto a prueba, para eso están los demonios. Debemos demostrar que el tiempo no existe y borrar de la Consciencia esa nube que nos hace tentar y hacernos creer que hacen falta prisas para todo. Que mañana moriremos sin más, y que podemos destruir todo lo que nos molesta, porque nada importa.


martes, julio 06, 2021

Relatos Cósmicos para Incrédulos


En un remoto planeta, muy lejos de aquí, hay vida, y hay seres que pueden comunicarse. Después de muchos siglos de andanzas y desencuentros, ahora viven en relativa paz y armonía. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce.

Anasus Zaíd acababa de presentar su plan de choque para presentarse a sultana de Aiculadna, el gran imperio terrenal que durante años sus padres habían gobernado. Anasus era la última de una generación de grandes gobernantes. Aunque sus padres y abuelos habían sido jefes de estado, en realidad ella no podía heredar directamente el cargo, ya que los méritos para el gobierno del sultanato requerían la aprobación general de los ciudadanos de Aiculadna. De modo que Anasus se había rodeado de un gabinete de expertos para presentar su programa de gobierno y no dejar cabo suelto. Había varios competidores al trono, pero ella se veía fuerte.  

Un día, tras un largo y acalorado debate, Anasus decidió salir de las amplias salas de palacio, donde trabajaba sin cesar con sus asistentes, y alejarse del lugar. Necesitaba aire fresco y andar sola, sin que nadie le molestara. Se sentía inquieta e insegura. En realidad, el reino gozaba de un gran bienestar, pero Anasus no las tenía todas consigo. Presumía de pertenecer a una estirpe de grandes gobernantes, pero sin embargo sentía que había un gran descontento en la calle. ¿Cómo podía ser esto posible? Y si lo era, ¿qué posibilidades tenía ella de volver a ganar el corazón del pueblo?

Ensimismada en sus pensamientos, se alejó solemnemente de la sobrecargada atmósfera que presidía, y a paso lento y haciendo sisear su larguísimo vestido de cola color verde brillante, se marchó hacia las afueras de palacio. Los guardianes la siguieron en la distancia, obedeciendo sus instrucciones. Su figura, agigantada por su voluptuoso y extenso traje, le hacía parecer como un dragón sin alas. Sola y sin el arropamiento de su corte imperial, parecía extremadamente frágil y hasta bella, tan absorta estaba en su melancolía.  

Al salir de palacio, se encontró con un parque lleno de plantas aromáticas. Nunca había estado allí a pesar de la cercanía a palacio, y repentinamente se sintió embriagada por los perfumes que le alcanzaban a su paso por los jardines. Es difícil saber a qué olían aquellas maravillosas plantas, desconocidas en este lugar de la galaxia. Supongamos que, por comparar, Anasus percibía la fragancia de flores parecidas a las mimosas, los lilos y las alhucemas. Según avanzaba por los jardines, parecía estar en una estación del año diferente. Si pasaba por un extenso y morado huerto de alhucemas, parecía estar en verano. Al cruzar un bosque de mimosas, volvía atrás y se sentía en medio de la fresca primavera. Siguió andando sin parar, hasta salir del parque. Su última sensación olfativa fue la generada por la hipnótica flor de miel, de una trepadora parecida a la madreselva. Sin darse cuenta prosiguió su camino hacia la ciudad. No quiso volver atrás. Quería respuestas. Todo el mundo que la veía quedaba como impactado por su extraño andar, sus facciones y su ensimismamiento. Quizás Anasus percibiera la sensación que causaba su presencia ante los viandantes, pero ella continuó su camino, no permitiendo que los guardianes se acercaran demasiado y perturbaran su estado mental.   

Tras mucho caminar, sintió el deseo de tomar aliento en un banco frente a la costa. Allí mismo había un hombre (digamos que era un hombre, por ayudar a nuestra imaginación, porque no sabemos qué aspecto tienen las gentes de Aiculadna) de pelo cano, y barba tricolor. También parecía ensimismado como ella. De hecho, él no le prestó ninguna atención, cuando al llegar, se quedó mirándolo, como esperando alguna respuesta o siquiera un gesto de reconocimiento. El hombre era de porte atractivo y más bien enigmático. Anasus sintió una leve indignación al percibir su total indiferencia. Esto la llevó a sentarse allí mismo, junto a él. Tuvo que hacerlo lentamente, para acomodar su serpenteante y larguísimo vestido a las estrecheces del banco. Mirando ambos hacia el verdoso océano, Anasus le preguntó al hombre, en qué estaba pensando…

El hombre, que se tomó bastante tiempo en contestar, le respondió como si la conociera de toda la vida. Le habló con parsimonia, casi como si estuviera dialogando consigo mismo, porque siguió con su mirada fija en el mar. -La realidad actual de la aldea global donde vivimos, manifiesta una fuerza centrífuga que huye de su propio origen. Huimos a toda carrera hacia delante, quizás para afrontar un fatal precipicio-, dijo el barbudo, sin pestañear. Anasus quedó perpleja. Se sintió confusa, quizás insultada. ¿Se estaba refiriendo a su gobierno, o al mundo en general? Tras un lapso que parecía haber sido creado exprofeso, el hombre continuó su reflexión. –El pensamiento es un fenómeno divergente, que, a pesar de la persistencia del poder por dominarlo, está invocado a reavivar un impulso centrípeto, de regreso a la profundidad del ser-. Las frases eran cada vez más desagradables y difíciles de interpretar. Anasus sintió una punzada en su corazón. No sabía si entendía lo que el anónimo ciudadano estaba diciendo, pero de alguna manera, sus palabras laceraban su alma. Tras otro lapso, el señor continuó su monólogo infernal. –La actitud colectiva de la ciudadanía niega la esencia de la vida, y dedica su decadente existencia al culto del cuerpo, o incluso a vanagloriarse en público de lo que les apetece introducir en sus ases de oros-. En ese momento, Anasus dejó de respirar. Parecía que todo estaba dando vueltas, y en su desesperación quiso dar un grito, pero de su garganta sólo pudo salir un breve y agudo graznido. Las palabras del hombre prosiguieron su camino, como un ejército invadiendo una ciudad indefensa. –Nuestra condición y naturaleza nos obliga a conocer y respetar las leyes que rigen este mundo; no hemos venido aquí a imponer nuestras absurdas fantasías, sino a crecer y vivir para perpetuar el sagrado ritmo que nos mantiene en frágil equilibrio-. Anasus tenía ahora su rostro de color azul verdoso. Las venas de su cuello estaban inflamadas, y por las comisuras de sus labios salía algo de espuma blanca. Los guardias que estaban a cierta distancia no notaron nada. El hombre se alejó lentamente, pero sin dejar de hablar; -"Pan y Circo" es una vieja fórmula conocida en todos los rincones de la galaxia, y deberías saber que no lleva a ningún lado; vosotros, los poderosos, creéis que podéis regir el mundo, pero es el mundo el que nos rige a todos-. Anasus, ni respiraba, ni sentía su corazón, el cual parecía haberse partido en pedazos. Sin embargo, estaba como congelada, paralizada o hipnotizada por el castigador lenguaje de aquél hombre que ahora en su progresivo distanciamiento tomó la forma de un brujo. El hilo de su voz todavía penetraba en las pocas zonas vivas que quedaban en el cerebro de Anasus, envenenando mortalmente toda esperanza de sobrevivir a su terrible encantamiento. –Un gobernante debe de garantizar la continuidad de su estado, lo que hacéis es garantizar el exterminio de nuestra civilización; muy pronto estaremos esclavizados por hordas de bárbaros, pero esta lucha no es nueva…es más bien eterna, aunque por lo que respecta a este país, estamos acabados-.   

Anasus permaneció en la misma postura, con la mirada fija hacia el mar. Todo alrededor siguió igual, a pesar de su repentina muerte. El brujo desapareció en el horizonte, aunque su voz todavía se escuchaba muy clara, como si estuviese al lado de Anasus, asegurándose de que su letanía sentenciaba a la aristócrata a un viaje sin retorno.  

domingo, julio 04, 2021

Las Mujeres Son Lo Único que Importa

Por entonces tenía unos veinticinco años. Corrió detrás de uno de los atracadores que se había caído de la moto robada. El hombre estaba levemente herido y tras una agotadora carrera, sucumbió en el medio del páramo, donde cayó de bruces totalmente exhausto. El joven lo fue a agarrar cuando el ladrón sacó una pistola y le apuntó con tembloroso pulso. El muchacho hizo un rápido gesto para inútilmente evitar un disparo a bocajarro, pero solo se oyó un clic, o quizás varios clics. La pistola no estaba cargada. Instantes después llegaron los demás perseguidores, que empezaron a zurrar al maldito zopenco que había tirado a una chica de su moto para quitársela, hiriéndola de mala manera. Nuestro héroe, pudo haber sido mortalmente herido simplemente por tratar de hacer justicia, él solo. Su rabia al ver a la mujer tirada en el suelo, inyectó en sus venas suficiente adrenalina como para ganarle a cualquiera, una carrera de cien metros lisos. Ahora a los cincuenta y tantos, reflexiona con su amigo de toda la vida, lo que esto significa desde una perspectiva algo más conservadora. En realidad, los dos, se habían metido en muchos líos parecidos, pero ahora ya estaban cansados y sólo están ya para confesarse algunos de los pocos secretos que no han compartido todavía.  Ambos, se dan cuenta dónde están y de dónde vienen. O al menos lo intentan. De hecho, saben bien que todo es una cuestión de hermenéutica, y eso es una ciencia interminable. Es siempre difícil, sino imposible, saber dónde uno se ubica a nivel existencial. Tiene uno que apartarse de ese lugar para realmente comprender dónde se encontraba, y ver así qué era realmente lo que estaba pasando. Así es cómo los dos amigos, empezaron a recapitular en un sudoroso sábado de Julio sobre sus trayectorias, sus derroteros por el mundo, para poder pasar del mero conocimiento de los hechos, a la sabiduría y la comprensión profunda de sus vidas. Ahora, quizás, si enfrentados al mismo dilema del robo de la moto, probablemente hubieran hecho uso de sus móviles, para cómodamente informar a la policía de los hechos. En el fondo, el acto hubiera tenido el mismo valor, pero las consecuencias no son las mismas. Los dos canosos tienen ahora más miedo por sus vidas y menos músculo. Tales debilidades despiertan sin duda la creatividad y una búsqueda de soluciones completamente diferente. Pero aún así, la valentía todavía está en sus corazones. La conversación se estableció entre unas Cruzcampos y unos soberbios caracoles, que como míticos toros, habían perecido todos con los cuernos apuntando al sol…ninguno quedó acobardado en su concha, para deleite de los dos amigos. Además, habían elegido bien, porque en lugar de estar expuestos a los estragos del verano, tomaron refugio en el mercado de abastos del barrio, donde hay aire acondicionado…y sombra. Y bajo ese maravilloso mecenazgo cultural, ambos prosiguieron con su tertulia, examinando su camino existencial, de origen más que humilde. Ahora, los dos celebran su pasado y su presente. Hombres trabajadores, generosos y sobre todo de izquierdas. Esa izquierda que no cuenta para nada. La de los entregados a su trabajo. La que guarda su orgullo en su interior, y si acaso, sólo muestra agradecimiento a los gigantes que labraron la pacífica tierra donde viven. Nadie les da las gracias, y nadie les dedica un día, porque son solo hombres…ni falta que hace. Al contrario, están más que agradecidos ellos, de todo lo que se les ha dado. Y si hay algún orgullo de hombre que celebrar, es el orgullo de tener una larga relación con sus mujeres. Personas maravillosas. Las mujeres, en realidad, son la gente que de verdad importan, y por las que los hombres arriesgan sus vidas. Incluso si es la vida de una mujer desconocida como la chica de la moto. Desde ahí, los dos hombres brindaron varias veces con Cruzcampo; una cerveza bien fría y sabrosa. El segundo hombre terminó la tertulia contando una pequeña anécdota suya. Fue cuando hace unos quince años acudió a una unión civil capitaneada por una bandera arcoíris de la progresía. El hermano de uno de los contrayentes, ignorando el trasfondo electoral de toda acción política progre en la cual estaba enmarcada la celebración, comentó altanero, lo valiente de celebrar un evento de esa categoría, a lo cual nuestro protagonista le respondió, que quizás lo más valiente es asumir la responsabilidad de cuidar de una mujer. –Para eso sí que hay que tener agallas-, remarcó mirando al suelo, como el que no quiere la cosa. El sabía que su obligación era hacer una exégesis del momento a pesar de las circunstancias. Estaba rodeado de estómagos agradecidos y demás carroña, por los cuatro costados. Lo que aconteció después, lo dejamos para la imaginación.