martes, diciembre 06, 2022

El Profesor

El profesor salió de su cueva para hacer unas compras y tomar aire fresco. Hacía semanas que no se le había ocurrido pensar en que afuera había algo parecido a un mundo "exterior", ajeno a él. Era normal, teniendo en cuenta que vivía en los bajos de una torre en el centro de la ciudad. Era un edificio construido en el siglo dieciocho, con muros gruesos, ideal para que el profesor pudiera continuar con su estilo de vida de ensimismamiento intelectual, con escasas distracciones. 

Al abrir la puerta sintió el saludo de la vieja ciudad, con sus distintivos sonidos, aromas y figuras estilizadas entrando y saliendo de las hermosas tiendas que deslumbraban con sus luces, colores y diseños, a todo bípedo del orbe. Al cruzar la puerta del mini-supermercado de la esquina, le salió al paso un joven bien parecido. Llevaba una bolsa en cada mano y se sintió algo incómodo en dicha situación, tal vulgar y mundana. Se vio a sí mismo como un cuadrúpedo cazado por sorpresa mientras abrevaba en su habitual estanque. 

-¡Profesor! ¡Qué alegría de verle! Le hacía en otro lugar, pero es un placer encontrarle en la ciudad. 

-Yo también me alegro de verte, Segismundo, -dijo el profesor con un tono algo taciturno-.  Pásate por casa hoy para cenar si no tienes otra cosa mejor que hacer. Tengo algo de prisa ahora. 

-¡Desde luego!, acepto la invitación, ¿a las nueve?

-Vente algo antes y cocinamos juntos, es mucho más divertido. 

-Perfecto, que así sea, allí estaré. ¡Hasta luego!

-¡Adiós Segismundo!

El profesor trató de acelerar un poco y así evitar algún otro encuentro similar. Repuso el frigorífico y la alacena, y tras ese gran esfuerzo más propio de las ardillas que de un bohemio, se dispuso a comer algo rápido para el almuerzo. Así podría aprovechar el resto de la tarde antes de que le visitara el joven Segismundo. 

Las horas pasaron como trenes de alta velocidad. Sonó el timbre en un mal momento. Estaba bastante concentrado. Pero se dio cuenta que siempre pasa igual. De hecho, se sintió agradecido de Segismundo, porque en virtud de su interés en verle, la tarde había sido bastante más provechosa sabiendo que alguien tendría que interrumpirle. Le dejó entrar en la casa, la cual se abría al visitante desde su entrada como una enorme guarida de piedra construida con bellísimos arcos y altos pilares que creaban una atmósfera enigmática y de gran tensión.

Segismundo había sido un buen alumno. De hecho, ahora era profesor asociado en la Facultad de Bellas Artes. En cambio el profesor era ya una pieza de museo. Ambos podrían representar la evolución natural de la vida; uno empezando a germinar y el otro esquivando la guadaña. El joven le preguntó sobre su último año y el viejo le contestó con vaguedad mientras se dirigieron a la cocina, la cual estaba abierta hacia el salón. El material artístico brotaba por doquier. Todo parecía estar dispuesto en una especie de orden caótico. Los cuadros poblaban las paredes. Los múltiples caballetes y poleas dispuestos por todo el espacio disponible, generaban una sensación de actividad intensa.

-Si, he estado recuperando material antiguo y escribiendo guiones para nuevos trabajos. Le enseñó los alimentos que iban a tomar y le asignó la tarea de preparar una ensalada.

-Profesor, me encanta su estilo. -Se detuvo un instante, para deleitarse en su pensamiento-. Es uno de los pocos que escribe guiones para pintar cuadros. -Prosiguió con su tarea de cortar zanahorias muy satisfecho de sí mismo, y con la vista periférica se dejó impregnar por las fuerzas magnéticas de los cuadros que reclamaban su atención. 

-El profesor estaba comprobando el estado de dos doradas a la sal que ya casi estarían listas. Después se fue a la bodega frigorífica para sacar un tinto de Arcos de la Frontera que le había gustado, y que deseaba compartir con el muchacho. Agarró un par de copas de la vitrina y se encaró con Segismundo, que ahora aderezaba la ensalada con vinagre de jerez y un aceite de oliva jienense de un verde mesmerizante. -Si, gracias, te lo agradezco. Eres alguien que realmente entiende mi trabajo. Me inspiro fundamentalmente a través de las relaciones con las personas. Me estuve psicoanalizando durante media vida para poder captar mi propio Yo y el de los demás. Ahora quiero pintar sobre el mal, y los peligros humanos que nos acechan. 

-¿Qué peligros nos acechan profesor? -Levantó la copa y tomó una impresión olfativa, la cual le brindó notas de ciruela negra y moras. Se quedó esperando a que el ínclito terminara de elaborar su reflexión.-

-Los ingleses son como la peste. Son un extraño conjunto de individuos, a los cuales no se sabe muy bien como clasificar. Serían como los virus, criaturas que no parecen vivas, pero que tampoco están muertas. No pertenecen al reino animal, yo diría que son como los hongos. Existen otros parecidos como los holandeses, alemanes y demás pseudo-humanos. En nuestro país, los psicópatas son las variantes más parecidas a ellos.  Y por cierto, hay que reconocer que los psicópatas no escasean por aquí...tenemos cierto parentesco a los ingleses, desgraciadamente. 

-Bueno, jeje, eso suena interesante, no sé si ellos pensarán lo mismo de nosotros. -Tomó un trago del Tesalia, dejándole un post-gusto a cacao.- A juzgar por la propaganda anglosajona que contamina todo el ámbito de la cultura y el circo mediático, usted ha tenido que sufrir a los ingleses de cerca para tenerles en esa consideración. 

-Peor que ser inglés, es querer ser  o parecer inglés. Eso le pasa a bastante gente. El mal gusto es necesario, pero hay que dejar dichas costumbres a los desviados y a los tontos, ellos no tienen remedio. Por otra parte, no hace falta alimentar lo feo, o lo grotesco. La maldad y la fealdad saben cuidarse de sí mismas. El mundo necesita tanta ética como belleza. Nunca es suficiente el bien existente. Hay que ir siempre profundizando en ello. Porque el mal se dedica a destruir lo bueno y como sabes, destruir es una acción mil veces más fácil que la acción constructiva. Lo siento mucho por mis buenos y escasos amiguetes ingleses. Vivir entre orcos debe ser tremendo. Yo puedo constatarlo en mi marcha por el desierto londinense en los años noventa. Nunca más volveré por aquella sórdida tierra. ¿Qué tal el vino? Tiene una mezcla de uvas curiosa; petit verdot, cabernet, tintilla de Rota... 

 -¡Está genial!, de verdad, muy completo. Entonces deduzco que tiene en el horno, a parte de un par de doradas, varios cuadros explorando el mal causado por los anglosajones. -El profesor le hizo la señal de que todo estaba preparado y se dirigieron a un espacio informalmente dispuesto para la pitanza. Todos los rincones del enorme estudio eran lugares apropiados para ponerse a dibujar, escribir o pintar. Segismundo disfrutaba como un crío de un lugar que estaba totalmente dedicado al arte, de arriba a abajo, de izquierda a derecha.

-Efectivamente hijo, el mal es un producto natural del mundo, no podemos rehuirlo. Hay que conocerlo y comprenderlo para poder superarlo. Pero siempre estará ahí acechando. Lo anglosajón es un mal cainita. Es la rabia ante la superioridad hispánica. La ambición de hurtar del imperio y de vivir a costa de él. Nosotros pagamos caro nuestra excesiva confianza. Dejamos que esas ratas pudrieran nuestro proyecto universal. El arte comprometido debería de reflejar la penetración del mal en nuestra sociedad. Y no precisamente de un mal sin sentido o un mal arbitrario. Sino del mal dirigido a destruir el corazón de la civilización occidental. Creo que voy a dedicarme a ello hasta que me lleve el diablo.

-El diablo no tiene cojones de entrar aquí, profesor. -Trató de evaluar el impacto de sus palabras, deteniéndose y mirando alrededor. Mientras tanto se introdujo un pedazo de la maravillosa dorada a la sal, en la boca. Los aromas volátiles de los óleos y otros productos químicos que cargaban el ambiente, se mezclaron con los de los alimentos creando una sensación singular. Tomó otro sorbo de Tesalia, tras lo cual el profesor le escanció todo el vino restante de la botella.-

-Es verdad, yo nunca invitaría al diablo a entrar en mi vida. Al menos conscientemente. Bueno, veo que te ha gustado la dorada. Acabemos con la ensalada que también está muy rica, te ha salido muy bien. ¿Qué te parece mi propuesta de trabajo entonces?

-Me parece genial, de verdad, creo que nos hemos dejado arrastrar por un falso progreso que ha tenido un liderazgo norte-europeo no cuestionado, y que realmente no conduce más que a un sinsentido. Esa gente ya no sabe por donde tirar, no sabe qué hacer. Tienen que innovar porque sí. No saben que hay que vivir. Y que la vida es lo que manda, lo que genera criterio. Se lo llevan cargando todo desde hace tanto tiempo que no sé si es un poco tarde para rebelarse. Hay que volver a lo mediterráneo y emanciparse de la barbarie. 

-Cuando uno ha tenido que vivir en sus carnes la clase de vida que esa gente lleva, te das cuenta de que realmente pertenecemos a mundos irreconciliables. Son profundamente autistas e incapaces de ver la ternura del ser, especialmente de la comunión con el Otro. Muchos de ellos luchan, saben que hay algo que no está bien. Viven en un mundo carente de amor. Lamentablemente, al crecer en ese ambiente, después es complicado adaptarse a un mundo más amable. No lo entienden, les resulta difícil ser amados y amar plenamente. 

-Supongo que su esposa, perdón, ex-mujer, hizo grandes esfuerzos por adaptarse. -tras la frase tomó un gran sorbo de vino, como para compensar una posible represalia.- 

-Ejem, si, es verdad. Ella al igual que yo, tratamos de acercarnos y querernos sin límites, pero la aventura nos ha hecho pedazos. Supongo que a mí sobre todo. Como londinense, y mujer moderna, quiso ligarme basándose en lo que le decía su bajo vientre o como ella dice; below the belt sort of feeling. Pero eso no es el matrimonio. Como te digo, son gente que reduce el amor al sexo, y la vida a la mera supervivencia. 

-¿Dónde vive ella ahora? 

-Justo encima de este apartamento. -dijo el profesor, señalando con el dedo índice hacia arriba, y con voz baja, como si ella fuera ahora a escuchar sus palabras. -Es que no la soporto, pero tampoco puedo vivir sin ella, honestamente. 

-Aaaah, entiendo. -Se sintió confundido, pero como tenía donde mirar y con qué estimular su mente, se dejó llevar por el espectáculo visual de los cuadros del apartamento, y así poder olvidar momentáneamente, el impasse de la situación-. 

Para cuando estaban más allá del bien y del mal, dándole sorbos a un amontillado llamado La Inglesa, alguien llamó desde una puerta interior. El profesor hizo un gesto de leve desazón, tras lo cual dijo; -¡Pasa! -Una bella mujer de unos cincuenta años apareció por una disimulada puerta que estaba en una esquina de la cocina. Llevaba una bata y un camisón de seda que le hacían tremendamente seductora. El joven se sintió traicionado por su reacción emocional e inmediatamente se sintió indispuesto e inquieto, pero trató de disimular.

-Perdona cielo pero no sabía que estabas acompañado, disculpadme, me marcho ya. -Dijo la mujer con un falso gesto de desprecio y una voz algo ronca pero tremendamente sensual.-

-No, no te preocupes, es un antiguo alumno, Alison, te presento a Segismundo. -El profesor hizo exactamente el mismo gesto facial, pero en versión masculina.-

-Encantada Segismundo. -Produjo una sonrisa incongruente, mezcla de desinterés a juzgar por la expresión de su boca, y de lascivia, si nos fijáramos sólo en sus ojos...  -y espero que el profesor no te esté indoctrinando con sus teorías conspiranoicas sobre los anglosajones...es difícil llevarle la corriente a un genio lunático. -Alison pronunció las frases lentamente, mirando al suelo, de modo que sus increíblemente largas y curvadas pestañas hipnotizaran al incauto de Segismundo. Para terminar, disfrutó lentamente de la palabra lunático, momento en el que clavó sus ojos en el desgraciado joven. Durante la fracción de segundo en que pronunció el fonema "lu" mostró su brillante y roja lengua. Segismundo se sintió atravesado por una atracción morbosa e inapropiada hacia la mujer o mejor dicho, ex-mujer del profesor.

-Encantado. Jeje, son ustedes algo especiales, creo que nunca he estado una una situación tan extraña. Mmm. No sé si tomaros en serio, ¡pero me lo estoy pasando genial! ¡Ja! -Produjo una sonrisa forzada y nada convincente.-  

-Eres muy diplomático Segismundo, me alegro que disfrutes de la velada. Cariño, ¿me pones una copa del vino que estáis tomando? Y....¿te importa que me una a vuestra conversación? Estaba un poco aburrida en el piso de arriba. Me he pasado el día entero sola. -Se sentó en un sillón frente a los dos hombres, mostrando unas piernas sensuales que brotaban del vestido encarnado como diabólicas y torneadas tentaciones.

-Te pondré una copa, no nos vamos a pelear por eso. Este hombre ya se iba, así que tomemos la última y después cada mochuelo a su olivo. -El vino tenía color caoba, como el pelo de la mujer. En nariz era punzante, con aromas de especias tostadas, recuerdos a madera y frutos secos. En boca, amplio, estructurado, y persistente. Ella cató el vino y lo saboreó despacio, aprovechando furtivamente cada ocasión, para captar vibraciones de Segismundo, mientras los dos hombres continuaban su perorata. 

Se supone que todo se iba a terminar en cuestión de unos minutos, pero no. Al final la mujer se acabó uniendo a la conversación. Los tres se enzarzaron en una disputa a tres bandas cada vez más abstracta y progresivamente más angosta. Segismundo tuvo la impresión de que ambos interlocutores lo intentaban atraer de alguna manera a su terreno, lanzaban preguntas o proponían un dilema para cazarlo, exponer sus debilidades o simplemente para gozar mientras él, se revolcaba panza arriba tratando de defenderse de las argucias de sus dos oponentes. ¿Quizás fue el amontillado, que lo hizo algo más desconfiado? Acabaron la botella y se bebieron otra de la misma bodega. Para cuando Segismundo intentó marcharse, estaba muy afectado por todo, incluyendo los caldos que había tomado. 

-Segismundooo, que buena charla hemos tenido. Te veo muy cansado, y es tarde, ¿porqué no te quedas a dormir? No creo que sea apropiado salir en tu estado al mundo real. Te traeré una manta. Ahora vuelvo.

-¡No se preocupe profesoorrr! bueno, da igual...¡Qué vergüenzaa! -dijo, mirando a Alison. Ella le devolvió una mirada lujuriosa. Al poco retornó el profesor con unas sábanas, mantas y almohada. 

-¡Ea, ahi tienes de todo! ponte cómodo. Yo me voy, mañana hablamos. No puedo tenerme en pie. !Au revoir!

Alison y Segismundo se quedaron solos tras la salida abrupta del profesor. Ella se levantó al momento, y se dirigió hacia el joven. Se aproximó tanto a él, que su pubis quedó a menos de un milímetro de su cara. En distancias tan cortas, la seda mostró toda su capacidad de hacer estragos en la voluntad. Y los aromas y las formas humanas más allá de lo soportable. Segismundo sintió que el mundo se le venía encima. Ella murmuró algo. Aunque pronunció palabras audibles, él creyó haberlas olido. Era un aroma a especias picantes, con un poco de vainilla. Un tiempo después, tras saborearse el uno al otro aquellas regiones en las que estás pensando, desaparecieron por la puerta secreta, sin saber en qué lio se acababan de meter. Pero así es la vida, mucho mejor que la ficción.  







domingo, diciembre 04, 2022

El Regreso

Hacía sólo unas semanas, Isabel había empezado a citarse con un médico que había conocido en una de sus guardias en el hospital. Era un guapo cirujano argentino que acababa de llegar a la comarca. Quizás fuese una casualidad que ambos adorasen el cine fantástico y de terror, el caso es que se habían encontrado una noche oscura trabajando en urgencias, y tras largas conversaciones sobre sus horripilantes preferencias cinéfilas, no pudieron sino seguir descubriendo más afinidades algo más clandestinas e impúdicas. Como buenos sanitarios, aprovechaban algún descanso o respiro para besarse o meterse mano. Coser tripas, reparar huesos fracturados y después tener sexo en un oscuro cuarto próximo al quirófano suponía un morbo codiciado para sendos médicos, dando pábulo a la envidia del más consumado filmaker del orbe.  De esa guisa ambos comenzaban la emocionante etapa en la que una mujer y un hombre se inician en el ritual de desearse incondicionalmente el uno al otro, conociendo e idolatrando cada poro de la piel, y cada pensamiento de su amante. 

Era ya otoño, y bajo la suave cortina de lluvia que refrescaba el caldeado ambiente, se lanzaron por la vertiginosa y silvestre carretera que les lleva de Algeciras a Tarifa. Tras dejar atrás los ominosos y gigantes generadores eólicos que giraban sus aspas diabólicamente frente al estrecho, la ciudad de Tarifa se dejó ver junto a la costa. Al descender suavemente hacia la hermosa franja litoral, sintieron mucho menos el azote del levante, especialmente conforme se adentraron en la zona urbana. 

Era excitante acudir al cine en el Teatro Municipal Alameda, tan cerca del mar. La ciudad de Tarifa es un lugar asociado a otros menesteres más estivales, pero así es como ha de avanzar una ciudad que quiere estar en el mundo. De hecho, como buena algecireña, Isabel se sentía muy orgullosa de ver cómo la comarca progresaba hacia la modernidad, desde lo más remoto de Andalucía.

El Festival había comenzado sus primeros pasos el año anterior, y en la presente edición, habría hasta una fiesta zombi por el pueblo. Dejaron la autocaravana por la playa de los Lances y se fueron andando desde allí hacia el centro. Así estirarían las piernas tranquilos, porque el cielo se había despejado por completo y no habría más amenaza de lluvia en los siguientes días. Por el camino intercambiaron impresiones y algún que otro furtivo achuchón. En su fuero interno, Isabel dejó aflorar un extraño sentimiento de familiaridad con su amigo. Era como si lo hubiera conocido hacía muchísimo tiempo. Justo antes de distraerse con otra cosa, percibió un leve cariz funesto en dicha sensación. Pero eso no tenía sentido. Se acababan de conocer, y él había estado toda su vida en la Tierra del Fuego, en Ushuaia. Lo curioso es que no tenía acento argentino ninguno. 

Al fin, gracias a la magia del cine, se adentraron en las penumbras de la selva amazónica, con la ilusión de estar viendo la ópera prima de Alejandro Ibáñez Nauta, hijo del ínclito Chicho. La película titulada "Urubú" supuso para Isabel, un re-encuentro de épocas anteriores, ya quizás pretéritas, donde nuestro querido Chicho Ibáñez Serrador, nos animaba cada lunes a perdernos por los corredores infinitos de la angustia y la irracionalidad que vive agazapada en cada rinconcito oscuro de nuestras mentes. En aquellos años de ingenuidad y curiosidad que ahora recordaba con ilusión, Isabel era una estudiante con gran entusiasmo por la vida. 

Ahora, en sus años de veteranía, con los hijos criados y el ex muy lejos de su vida, debía de reinventarse y comenzar un nuevo capítulo, tras años de vicisitudes y privaciones. Enamorándose de su nuevo amigo el cirujano, quiso tirar la casa por la ventana. Hacer locuras y dejarse llevar por su instinto de mujer se había convertido en lo más prioritario de su vida. 

Salieron de la película muy satisfechos y más si cabe al poder escuchar al mismísimo director explicar los pormenores de la aventura de filmar en el corazón salvaje de Brasil. Tras la agradable cita, volvieron a la autocaravana, se vistieron con los trajes de zombis y se maquillaron a tal efecto. Al salir ya preparados y con aspecto de auténticos muertos vivientes telefonearon a sus colegas y quedaron con ellos en el centro del pueblo, por la iglesia de San Mateo Apóstol, desde donde partiría la escenificación de una invasión de no-muertos. La sensación de familiaridad con su amigo era cada vez más fuerte. Eso le hizo sentirse casi eufórica. 

Fue una noche apoteósica, pudiéndose gozar de la alegría de niños y mayores haciéndose pasar por criaturas putrefactas. La calle estaba empetada y todos disfrutaron como enanos del espectáculo colectivo. Cuando terminó el pasacalle, se sentaron en un pequeño bulevar próximo al bar "el Picnic", por la calle Guzmán el Bueno. Miraba a su hombre con ternura, pero también con una pizquita de asombro, de perplejidad. ¿Porqué se sentiría tan cautivada por esa "familiaridad"?

Los amiguetes eran todos sanitarios y allí, entre luces y sombras, desparramados a todo lo largo y ancho de la calle se dedicaron como el resto de los comensales a alimentarse de flamenquines cordobeses en lugar de cerebros. Tras las risas y los animados comentarios, comenzó una charla no menos interesante, ya más propia de una tertulia. Aún así, era muy atmosférico estar entre gente ensangrentada y llena de cicatrices bebiendo Mahou. Carmen y Fageles era íntimas y cercanas a Isabel. Se sentaron juntas en la cena. Quizás sería por lo siniestro del encuentro, por su proximidad a las postrimerías de la vida o porque simplemente esa noche fue un re-encuentro. El caso es que rememoraron una extraña experiencia que tuvieron en sus años de estudiantes. Fue algo que ocurrió cuando en los albores de la democracia, Ibáñez Serrador estimulaba sin escrúpulos nuestras peores pesadillas. Isabel quiso aprovechar el momento agónico de la noche para aterrorizar a todo el mundo con su historia, pero lo hizo incitando a Carmen susurrándole algo al oído. Su amigo el argentino se dio cuenta de que algo excitante iba a suceder. Se divertía muchísimo con el ingenio y la rabiosa espontaneidad de Isabel. De pronto, él notó una extraña familiaridad hacia Isabel, y empezó a recordar.

Carmen fue la que de pronto sacó el tema abiertamente frente a todos. Todos sabían que ella era muy devota de la Virgen del Carmen, por tanto, esperaban una historia relacionada con su especial vínculo. Dejándose mesmerizar por Isabel, su psique dejó sacar a flote una experiencia remota con una monja llamada Sor Paz. En aquellos momentos las tres amigas trabajaban en geriatría y lógicamente, la muerte era una compañera fiel en esos pabellones y plantas hospitalarias donde nuestros mayores se preparan para viajar al más allá. Carmen relató un inquietante hecho que las otras dos corroboraron como cierto. 

-Lo que os voy a contar es totalmente verídico. Os lo prometo. Me lo ha recordado Isabel ahora mismo. Os juro que ya lo tenía casi olvidado, pero me ha venido como un rayo de luz ahora mismo. -Los más de veinte amigos que charlaban de mil y un asuntos se callaron de golpe y giraron sus cabezas hacia Carmen. Algunos no sintieron un gran interés, esperando una de las típicas historias de Carmen, pero le entregaron una atención plena-. 

-Isabel, Fageles y yo éramos unas jóvenes estudiantes a finales de los años setenta. Estábamos de prácticas en una residencia de mayores. Muchos de ellos morían agonizando, no pudiendo despedirse del mundo como Dios manda. Por su enfermedad o por lo que fuese, los veíamos perder su vidas de mala manera, y eso a nosotras nos acongojaba muchísimo, especialmente siendo nosotras tan jóvenes. Esto sucedió hasta que un día entró por la puerta Sor Paz, para tomar el mando del centro. Era una mujer anciana, pero con mucha autoridad y energía. Yo tenía mucha afinidad con ella, porque las dos éramos muy afines al culto a la Virgen del Carmen. De hecho, aunque yo era una jovencita ingenua y algo atrevida, Sor Paz me quería mucho. Una mañana, tras semanas sintiéndome muy agobiada de tener que cuidar a tantos moribundos, me dirigí al despacho de Sor Paz a suplicarle que me ayudara a sobrellevar dicha carga emocional. Ella se lo pensó mucho, y me confió un secreto. Me dijo que era capaz de hacer que las personas se marcharan de la vida sin sufrir. Eso me dejó perpleja. -Carmen guardó silencio, y dejó que pasara un rato para que la gente pudiera murmurar e intrigarse. 

-Lo que dice Carmen es totalmente cierto. -Dijo Fageles, y segundos después Isabel lo corroboró. -Isabel y yo también estuvimos de estudiantes junto con Carmen el mismo año, y en la misma residencia, y conocimos a Sor Paz. Lo que vivimos allí es difícil de describir....

Carmen retomó la narración con mayor gravedad y haciendo su voz algo más quebradiza. Los ojos de la audiencia brillaban como luceros. El silencio del grupo era formidable. Cualquiera que hubiera aparecido de golpe por General Moscardó y hubiera doblado la esquina se habría pensado que todos los allí sentados eran auténticos zombis esperando saltar sobre cualquier incauto, dadas las caras de excitación que mostraban los congregados. -Como os decía, estábamos muy agobiadas viendo cada noche cómo se iba un abuelito en un estado de angustia, pero Sor Paz nos tenía algo reservado para remediarlo. Ella me confesó que era igual que yo, una devota de la Virgen del Carmen. Me dijo que la Virgen tenía grandes poderes y que le había dado consuelo y explicación de cómo poder alcanzar el cielo en paz con éste mundo. Dicha comunicación se establecía a través de sus sueños. Le dijo que la gente que muere acostada en una cama, no puede tocar el suelo con los pies y eso les hace perder contacto con la madre tierra. Según me contó Sor Paz, la Virgen se lleva nuestra alma de inmediato, si nos ha llegado la hora, pero eso sólo sucede como os acabo de contar, si los pies tocan tierra o mar. La santidad de la Virgen hace que el moribundo alcance el más allá en directo ascenso hacia el cielo. Para mí fue un gran alivio oír sus palabras pero al principio me mostré incrédula. Se lo conté a Isabel y a Fageles, las cuales se sintieron exactamente igual que yo, hasta que una noche, conseguimos que Sor Paz acudiera con las tres a ayudarnos a despedir a una abuelita. Ella nos mostró cómo los ancianos se marchaban de inmediato si les poníamos un ladrillo en los pies. Nosotras nos sentimos aterradas al principio al ver cómo morían rapidísimo tras colocarles los ladrillos en las plantas de los pies desnudos. La evidencia continua nos mostró que se podía evitar una muerte dolorosa y mientras duró nuestra experiencia de prácticas con ella, pudimos comprobarlo una y otra vez. Creí haberlo olvidado, pero no. Acabo de acordarme de todo ello como si fuera ayer...Dios...

La gente comenzó a hablar de inmediato de manera explosiva, tras notar que Carmen había terminado su narración. Algunos aprovecharon para bromear sobre la historia, y otros continuaron embriagándose de la misma, interrogando a las tres mujeres sobre más y más detalles de la experiencia con Sor Paz y los moribundos abuelos de la residencia. La noche derivó en muchas historias, todas truculentas e interesantes. El cirujano estaba como en un trance. No dejaba de mirar Isabel, y de vez en cuando miraba a todos lados como un iluminado.

No había luna, y estaba todo muy oscuro al volver por la línea de costa. Isabel y su amigo iban de la mano, pensativos. Cuando llegaron a la altura del Café del Mar, el hombre se detuvo y se giró hacia Isabel. Se quedó quieto frente a ella con cara expectante. Ella se sintió algo confusa y le preguntó.

-¿Qué te pasa cariño?, ¿estás bien?-. -¡Estoy fenomenal!, ¡contentísimo! Me alegro de la bienvenida que me has dado hoy, frente a tus amigos-. -¿Bienvenida? ¿a qué te refieres? los conoces a todos-. -¡Por su puesto que sí cielo!, es que hoy has desvelado nuestro secreto y he sentido que ya podíamos hablar tú y yo de nuestro reencuentro-. -Perdona, pero no te entiendo-. -Vaya, quieres hacerlo algo más morboso...jeje-. -Se quedó en silencio. Estaba muy nervioso, pero quiso darle la impresión de falsa calma.

Isabel comenzó a sentir un leve tembleque en las piernas y una especie de sudor frío ascendió desde la columna lumbar hasta alcanzar la nuca. Notó que perdía el equilibrio y se dirigió impulsivamente hacia el malecón donde pudo sentarse e intentar recuperar en vano la sensación de normalidad. Se estaba mareando y la náusea le invadió desde lo más profundo de su aparato digestivo. El amargor del ácido le mordió la garganta. Pensó que de pronto había caído en un abismo de horror insondable. No podía pronunciar palabra. Trataba de no mirarlo a él. Desesperada, trató de huir y saltó el malecón, cayendo en la húmeda arena de la playa. Con las escasas fuerzas que le quedaban se fue arrastrando hacia el mar. Cuando llegó cerca de la orilla, se dio cuenta que el hombre estaba allí, esperándola.

-Amor, siento que te estoy asustando. -Su voz era temblorosa-. -No lo entiendo. ¡He esperado tanto éste encuentro!. ¡Cálmate por favor! ¡Soy yo, Ceferino! Nos conocimos en la residencia. Yo era un párroco amargado de la vida...en aquella época tenía ochenta años. Te conté una noche que tenía miedo a morir y que había hecho un pacto con el diablo. -Ceferino hablaba nervioso, desgarrando su garganta. -Tú accediste a ponerme una placa de plomo en las plantas de los pies justo antes de morir, tal y como el diablo me dijo, para así retornar algún día al mundo de los vivos. ¡Tú me ayudaste Isabel!, he tardado años en recuperar mi memoria, y saber a dónde volver, y recordar de dónde venía. ¡He vuelto para vivir contigo, una segunda oportunidad! He disfrutado de una nueva vida sin saberlo, y ahora me acabo de dar cuenta que he venido para reunirme contigo...¡Es increíble!

Isabel, estaba petrificada, destruida por el miedo. Recordó aquél episodio de su juventud, el cual interpretó como una forma de ayudar a un hombre atormentado por el celibato y las restricciones de la vida eclesiástica. Nunca más se acordó de Ceferino si no fue para sentir lástima del anciano. Ahora se re-encontraba con aquella alma retornada de los infiernos. Ambos se miraron como hipnotizados con sus caras de muertos vivientes, junto a las olas. Los dos, derritiendo sus caras pintadas con la cera de las lágrimas; Ceferino enamorado, Isabel gimiendo una ininteligible plegaria. La mirada ígnea quizás duró mil años, o quizás horas. Desde los abismos de la muerte y la angustia, Isabel fue alcanzada por la Virgen del Carmen, que acudió en auxilio de la mujer. -Recuerda el poder del Mar-, le dijo la dulce voz mariana. Tras una titánica lucha consigo misma, con su cuerpo, y contra todos los demonios, alzó su mano temblorosa hacia Ceferino, implorando que la levantara. Él, acudió con dulzura y la irguió. Ahora estaban a unos centímetros de las olas. Se abrazaron. Ella lo condujo hacia el océano y allí desaparecieron para siempre.  


  


sábado, noviembre 05, 2022

Sueños Rancios

Sevilla es un lugar algo especial, aunque algunos analfabetos piensen que su Cruzcampo no tenga sabor. ¿Cómo no va a tener sabor una Cruzcampo si estás apostado en el bar Jota, mientras muerdes un trocito de bacalao seco? ¡Hijos del Mal! Doy las gracias a esos cebollinos. Me ayudan a entender porqué estoy majareta por esta inalcanzable metrópoli. El caso es que por otro lado, hay razón en pensar que la ciudad es como una mala mujer. Una criatura imposible de entender. Eso sí que tenemos que admitirlo. Hoy, sábado otoñal, era un día de visita para nosotros, y deslizándome por su piel morena, me di cuenta que estaba soñando despierto, algunos sueños rancios. Iba con mi hija, adolescente, o pequeña mujer según se quiera interpretar, y como un ilusionado padre me puse a contarle las mil y una historias de esa ciudad donde me crie, mezclando lo personal y lo histórico. Eso a sabiendas de que podía saturar su pequeña cabecita. Iríamos de compras aprovechando el buen tiempo esperando que mis ganas de narrar no se interpusieran con su disfrute epicúreo y esa forma tan femenina de ir por el mundo.

Pasando por la Coca-Cola le revelé que a principios de los años ochenta salimos del Instituto Joaquín Turina un soleado invierno, como si fuéramos seguidores de Diego Corriente, a cortar la autovía N-IV para poder forrar de libros nuestra vacía biblioteca. El Instituto que estrené, había nacido sin ningún libro...¿Cómo era esto posible? Lo peor fue encontrar que al rato de estar sentados en medio del asfalto aparecieran varios Zetas plagados de policías y de entre ellos saliera mi padre, bigotudo y cabreado vestido de madero. Atravesó con aire de autoridad la alfombra de chicos que hacían cánticos de protesta y me hizo un gesto con la cabeza, mientras decía con voz neutra; -vete de aquí. -Mi hija se reía, no sé si por incredulidad-. El haber pasado una enorme vergüenza dio sus frutos y la biblioteca del insti se llenó de libros al fin. 

Seguimos con el coche hasta llegar cerca del Parque de Maria Luisa. Queríamos aparcar por allí para después recorrer la ciudad a pie. Le dije que fuera a ver una estatua de mármol blanco escondida bajo un enorme árbol, pero como no le acompañé se quedó como confusa. Le dije que se acercara sola a ver si entendía el porqué de mi sugerencia. Al final descubrió al poeta que me dio mi nombre, menos mal. Le costó percatarse. Bajo las protectoras sombras del parque, fuimos acercándonos hacia la Fábrica de Tabacos, ladeando el Restaurante La Raza, que ya perdió su licencia y yacía abandonado, así como le pasara años antes al Montpensier, que todavía permanece en el mismo estado a solo unos metros. Le hice un guiño interior a Jesús Quintero, ese periodista épico, que en paz descanse, y otrora fuese dueño de aquél fabuloso edificio. No hace muchos años fotografié a la ínclita figura por la calle Sierpes unas navidades, junto a mi amigo Antonio del Pino. Fue amable y humilde, como tiene que ser. No le dije nada de eso a la niña. En cambio, quise enseñarle los secretos de las blancas piedras que hacen de elegante valla del restaurante, donde se pueden contemplar varios amonites fosilizados, un espectáculo gratuito de moluscos cefalópodos extintos, que se exponen pulidos a los pies  de bellas esculturas. Ella no decía nada. Solo escuchaba. 

Pasamos por el Casino de la Exposición y paramos en el semáforo mirando a la Universidad. Allí de pronto recordé la entrevista que me hicieron justo al salir de selectividad, en la esquina con la calle San Fernando. Una periodista me preguntó qué tal me estaban saliendo los exámenes. Recordé lo curioso de sentir el futuro desde el pasado. Fui optimista en aquél momento a pesar de los nervios, pensando en los padres que estarían recibiendo el mensaje radiofónico. Seguí contándole a la niña los prodigios de la ciudad que construyó la primera gran fábrica de occidente, que luego fue un presidio y más tarde una fabulosa universidad. Ella continuó más o menos con la misma expresión de perplejidad adolescente, sobre todo cuando contempló el enorme foso que rodea la cuadrícula de la fábrica. Yo en mi fuero interno sentí la frágil victoria que obtuve aprobando por los pelos una selectividad a la que no me había preparado. Entre tanto, iba reconociendo cada uno de los fabulosos árboles selváticos que pueblan la ciudad, prueba de su iniciático encuentro con la historia moderna. Las jacarandas en cambio, permanecían muy discretas a todo lo largo de las avenidas, soltando  disimuladamente alguna semilla de vez en cuando. Todavía quedaba mucho para que dieran su espectáculo floral morado. Mi criaturita tomó nota de la enorme diversidad botánica de los parques, otra prueba irrefutable del precoz estreno renacentista de la ciudad. Anduvimos a todo lo largo de la calle Palos de la Frontera, en dirección Palacio de San Telmo. Allí disfrutamos de la presencia hidalga de varios héroes sevillanos apostados en la cornisa del palacio.

Cuando alcanzamos el Hotel Alfonso XIII en dirección al casco antiguo, giré la cabeza hacia los Remedios y volví a notar el brote de otro recuerdo. Una sonada manifestación que me hizo perder más días de clase. En ésta ocasión ya como estudiante en la Universidad. Se trató de nuestra protesta para emancipar los estudios de Psicología de los de Filosofía, que en aquél distante momento de la historia de la ciudad, todavía compartía título. A los futuros psicólogos nos enfurecía estar compartiendo facultad con los filósofos, no por desprecio a su materia, sino porque nos veíamos a nosotros mismos como científicos y sobre todo sanitarios. La ciudad estaba todavía adormecida en su añoranza por tiempos pasados. Quizás se vivía con actitud indiferente al estrés y a lo frenético de la vida moderna. Seguro que en los noventa el estar loco era cosa de unos pocos nada más. Por tanto, más huelgas y tráfico cortado. En esa ocasión, hubo otra entrevista callejera espontánea de la que fui objeto, ésta vez también para la radio. En lugar de esperanzas, hubo una disputa de números, puesto que el periodista dudó de mi capacidad de estimación. Yo aseguré que había más de mil alumnos sentados en el suelo de la avenida de la República Argentina...Cuando interesa, las exageraciones no pueden formar parte de los testimonios andaluces. No es justo. 

Ya bien entrados por la avenida de la Constitución, empezaron a surgir los fantasmas de las varias librerías desaparecidas que visitaba con frecuencia. A esas alturas me di cuenta de lo absurdo de vivir en una urbe en la que los ciudadanos jóvenes debían cortar las calles para exigir recursos totalmente básicos y elementales, para seguidamente conseguirlos tras la protesta. Me pregunto a qué se dedicaban entonces los gerentes, directores, decanos, rectores y demás gerifaltes hispalenses. Quizás es la genética de una ciudad fracturada entre reyezuelos y peones que nunca se hablan, y que hacen como que los demás no existen. Una verdadera ensoñación kafkiana estilo andaluz.

Menos mal que tras mucho callejear, al final llegamos a Jesús del Gran Poder, y ella pudo comprar sus puntas de bailarina. Volvimos contentos y sin acritudes por el mismo camino disfrutando de los escaparates de las exquisitas tiendas que ahora decoran las calles de la viejuna Sevilla. Ella satisfecha con sus compras y yo habiendo recuperado muchos recuerdos. Al llegar a la Capilla de Santa María de Jesús cogimos por la calle San Fernando, por lo que me tuve que enfrentar a un último recuerdo periodístico y de protesta. La manifestación tuvo lugar un cuatro de diciembre y venía del Prado de San Sebastián haciendo mucho ruido. Tanto ruido que no podía ni oír mis pensamientos. A los de Canal Sur se les ocurrió preguntarme a mí, el porqué de celebrar el 4D, cosa que hice con diligencia y muchísima prudencia a pesar de la súbita aparición de la periodista con su cámara apostado detrás de ella. Dudo que llegara a salir por la TV dado que no podría haber sido objeto de mofa y desprecio. Fui muy consciente de la maldad del PSOE y de su odio al andalucismo, por tanto no podía permitir que esos jíbaros me usaran para hacer de nuestra manifestación una siniestra reliquia del único movimiento nacionalista decente de éste país. Así que hablé al estilo de un abogado sevillano, hierático y apoderado de todos los andaluces en ese momento. En este lance, no me sentí con fuerzas para contarle esa última narración a la jovencita. Ya me había aguantado durante tres horas. Me guardé la anécdota para mí. Doblé las imágenes,  las sensaciones, muy bien dobladitas, y las planché mejor que si fueran camisas, para dejarlas puestecitas en el armario de mi corazón. Al menos me di cuenta de la diferencia entre una autoridad educativa y los políticos frente a las demandas de los intelectuales. Al fin y al cabo, los educadores nos entregaron lo que pedimos; nuestros libros y nuestros títulos. Los políticos socialistas nunca nos dieron nacionalismo, ni prosperidad. 

Al final todo condujo a un enorme vacío, pero gracias a Dios y a la física cuántica, el vacío no es lo mismo que la nada. Por tanto, ya habrá quien desentierre todo esto un día, y le de sentido.   


jueves, noviembre 03, 2022

La Importancia de la Nada



El guardia civil interrogó una vez más a Juan Nadie, para encontrar la misma respuesta, o mejor dicho, la ausencia de ella. Salió de la habitación y se dirigió al despacho del comandante con un gesto de contrariedad. 

-Jefe, creo que éste hombre es el principal sospechoso de un asesinato en masa. Está todo lleno de sangre. No quiere hablar...por algo será. -El comandante lo miró con cara de póker.-

-Esa sería una gran hipótesis, si no tenemos en cuenta que fue la única persona viva que encontramos en el local... -dijo el jefe mirando al suelo mientras dejaba salir de sus orificios nasales dos largas columnas de humo. 

Una hora antes, los guardias habían encontrado a Juan, de pie en un escenario improvisado en el local más siniestro del pueblo. A pesar de que iban asustados y dando gritos, con las pistolas en mano, Juan siguió mirando a la nada. Todos estaban muertos. ¿Qué podía temer? 

Había bebido más de cuarenta cervezas y el concierto acababa de empezar. Una imagen de ella brotó de la nada. Su pelo oscuro y su mirada de acero le advirtió del puro deseo tanático que engendraban cuando estaban juntos. Se preguntó sobre ello en vano, quiso ahondar en su mente una y otra vez, para encontrar un abismo oscuro en cada ocasión. Estaba presenciando un concierto de Los Ningunos, en La Alternativa. Ellos cantaban "todos vamos a morir" cuando agarró el teléfono y llamó impulsivamente a Inma. 

Ella respondió rápido y con su característico genio y pronto, inquirió sorprendida por la inesperada cercanía del hombre. Tenía en una mano una copa de ron y en la otra el móvil y un cigarrillo. Ambos se sintieron seducidos por las voces del otro, y a su manera, intentaron resistirse a fracasar de nuevo, a matarse a besos para después desear ser propulsados directamente al infierno. Solo tuvo que dejarse caer como una canto rodado para toparse con ese hombre. No tardaron en encontrarse en medio de la oscuridad, cerca de la iglesia. No se sabe cómo consiguieron verse, por motivos etílicos, principalmente. Desnudaron sus almas una vez más. Para qué iban a perder el tiempo. Atrapados en la misma prisión, obedecieron al deseo voraz. Ángeles y demonios debatieron allí mismo, qué clase de lucha y qué victoria podría resultar de aquél extraño encuentro. 

Juan Nadie, había sido magnánimo al despedirse del ebrio amigo que había decidido perseguir la luz cegadora de la mujer de ojos diabólicos y mente inescrutable. Balbuceó un agradecimiento y Juan le regaló un abrazo, para después proseguir con el concierto que seguiría destilando ironía en la negra noche del paraíso de los náufragos. Lo extraño es que el hombre volvió media hora más tarde, con la mujer. Ambos acuchillaron a toda la audiencia. No hubo heridos, sino más bien despedidas. Tampoco hubo resistencia, ni alaridos, porque la música, cada vez más sórdida, empapó las embriagadas mentes para que alcanzaran un dulce final al unísono. No se sabe si estaban hipnotizados, pero los forenses no encontraron signo alguno de lucha.

Cuando todo estuvo a punto de acabar, especialmente tras degollar a la violinista, los asesinos se situaron frente al cantante. El hombre y la mujer quisieron entregar un epílogo a Juan Nadie. Se despidieron de él, con un ensangrentado abrazo, asegurándole que su maravilloso concierto haría honor al más insondable vacío que se haya podido presenciar. Después se entregaron a un apuñalamiento mutuo hasta que desfallecieron y cayeron sobre el cadáver de Curro, el malogrado dueño del tugurio. 


sábado, octubre 22, 2022

Exitus Erótico

Había estado asediado por una serie de cuestiones importantes durante una buena parte de su vida. Eso era normal teniendo en cuenta que era un neurótico. Como también era un poco jartible, había intentado buscar solución y explicación a sus varias cuestiones existenciales. Dada su devoción por la verdad y su excelente capacidad reflexiva, había podido dar cuenta de algunos de dichos dilemas exitosamente, pero algún otro se le resistía año tras año.

Ahora había sobrepasado la cincuentena y por gracia divina, estaba todavía en pie, entero. -La vida más reposada del que ha luchado durante mucho tiempo y ahora empieza a disfrutar de los triunfos, puede traer algunos regalos inesperados, -pensó para sí mismo días antes de su momento fatídico- En ese instante no se dio cuenta de cuánta razón tenía. Ahora sobrevivía escondido tras los bastidores de un matrimonio frustrado desde un principio por la mojigatería femenina, y la viscosa presencia de unos suegros castrantes. No quería acabar con un proyecto de tal calado, y que al fin y al cabo le había proporcionado dos frutos maravillosos e inesperados. De hecho, por virtud de dichos frutos había resuelto el dilema de su relación matrimonial y acabó claudicando a la misma, aunque aún le quedasen algunas balas en la recámara del amor carnal. Podía disparar a diestra y siniestra y cazar la pieza que quisiera, pero en el amor uno es cazado. Y amor había en su vida. ¿Para qué quisiera tirar todo por la borda, bajo la influencia nefasta de cualquier sirena que se encontrase durante sus devaneos de fin de semana? 

El viernes pasado, durante su trabajo en la notaría, notó que la secretaria se había enfadado mucho ante su actitud coqueta frente una clienta que intentaba cerrar una operación inmobiliaria. Fue una reacción de puro celo, al revelar incautamente algunas intenciones con la atractiva cuarentona de aires aristocráticos. Tuvo que admitir como ciertas las palabras que dicha empleada sacó de la manga justo antes de cerrar el kiosko. Con ellas le plasmó palmariamente que podía esgrimir cualquier desatinada alusión a la pecadora acción testosterónica, como una ominosa espada de Damocles feminista. Le dio la razón de inmediato, y le pidió disculpas por puro miedo. A lo mejor su reacción interna fue desproporcionada. Pero en su subconsciente bullía la visible inferioridad de condiciones del género mantis religiosa macho. En aquellos días una mujer podía acusar a una no-mujer de cualquier cosa, porque sí. Y la justicia, que por cierto es una mujer con los ojos vendados, abriría su cráneo sin contemplaciones, como una niña apaleando una piñata. Los días de Don Juan Tenorio acabaron en la generación anterior. Freud se retorcería en su tumba al saber que ahora el pene está colgando entre las piernas de las mujeres, sobre todo de las acomplejadas. 

Al día siguiente y tras pensarlo mucho, tuvo que agradecer a la secretaria, que tras eones secuestrado por una perplejidad trascendental*, había llegado el momento de quemar el barco del erotismo. Se dio cuenta que las mujeres jóvenes eran unas imbéciles y que él era un viejo amargado, aunque también sabio espalda plateada. A partir de entonces, en su tiempo libre se dedicó a la virtuosa costumbre de escribir pequeños guiones para un programa de radio nocturna que llevaba un amigo suyo, que por cierto había quemado un barco de la misma eslora no hacía mucho tiempo. Al fin se liberó de todas sus ataduras hipotalámicas y también de las metafísicas, que en el fondo son igual de pesadas. Ahora volaría libre por las ondas hertzianas, mesmerizando almas, cautivando corazones, sin saber realmente si lo hacía como ángel o como demonio. 

* Me veo obligado a eufemizar por temor a la mortificación feminazi.

sábado, octubre 08, 2022

El Escritor

Colgó el teléfono con satisfacción. El coche ya estaba libre de cargas y se podía hacer la titularidad del mismo. En unos días harían la operación y tendría finalmente el coche de Carmelo. Entretanto, estaba celebrando la llegada de varias cajas de vinos que había comprado en Collado. En realidad, pertenecía al club del Vino y le traían una caja con seis botellas cada tres meses, pero dado que iba a celebrar su cumpleaños, se pidió una caja extra. Abrió las dos y se deleitó al comprobar la buena calidad de los mismos. Estaban los Gaudeamus, Fundus, Caberrubia, Tio Pepe y Méritos, y todos a buen precio. Hoy no había nadie en casa a parte de él, con lo cual tenía por delante un sábado bastante reflexivo. 

A su lado, en la mesa, reposaban expectantes a parte de las botellas, varios libros de Ibn Arabi. Otros más contemporáneos, como el de Ruiz Zafón y una innumerable cantidad de textos médicos también intentaban acaparar su atención. Nadie sabía cual iba a recibir el próximo bocado. En realidad, de eso se trataba. Comer de aquí y allá, nutriéndose de la variada dieta intelectual a la que acostumbraba. El día anterior, su amigo Chema le había recomendado un escritor japonés llamado Murakami, pero no estaba seguro si pillarse algún libro del susodicho, sencillamente porque Chema había comenzado a seguir a dicho plumilla tras adquirir una historia sobre corredores o maratones. Ya lo volvería a hablar con él, para estar más convencido. Seguro que Chema le daría detalles sobre Murakami y podría al fin decidirse. 

La situación actual se definía como un ambiente burbujeante, dado que había acumulado ya más de cien relatos y tenía ganas de publicar cuanto antes. Paco, un amigo escritor, le había dicho que tenía que seleccionar de entre los cien relatos y publicar un libro con unos cuantos nada más. Evaristo se había apuntado a leerlos y mejorar la gramática y corregir errores. 

A veces se preguntaba si su vida llevaba un camino torcido. Si quizás había sido tentado por el diablo o si su quehacer reflejaba una inclinación a que el mal lo rondase. ¿Se había entregado a una existencia blindada de espiritualidad?

Desde fuera, se podría decir que era alguien feliz. Por supuesto que tenía algunos problemas por ahí, pero todo el mundo los tiene. Lo más crítico era que no tenía ni idea de cómo vivir. En realidad, todo lo que pasaba alrededor lo vivía con gran perplejidad. Era un gran simulador. Se hacía pasar por una persona normal, pero en su fuero interno, andaba siempre perdido. Estupefacto, atónito, enajenado, asombrado...absorto. Los qualia de la experiencia eran sin duda vividos con gran deleite, a pesar de lo inquietante. Porque al fin y al cabo, por muy extraño que fuese vivir bajo su propio pellejo, era la vida lo que tenía en sus manos, y la vida es un constante asombro.

Se fue a dar una ducha. Al salir se fue secando frente al enorme espejo del cuarto de baño. De pronto, imbuido en su propia vergüenza de ser él mismo, se sintió como desdoblado completamente. Es como si hubiesen encajado un USB detrás de su nuca con su verdadero Yo como un implante, mientras que el cuerpo y parte de la actividad mental fuera la del recipiente o más bien, el solar del que tendría gobierno. Pero es que no era un buen terreno donde cultivar su alma. Ambos se rechazaban. 

Se sintió mareado y tuvo que retirar la vista de su imagen especular para poder gestionar tamaña sensación de repudio y oprobio. Se vistió como pudo, medio alterado y confuso. Intentando dejar atrás semejante atentado contra la integridad psíquica bajó al salón donde todavía esperaban pacientes y anhelantes una enorme pila de libros y varias botellas de vino. Allí se encontró con un hombre sentado y cabizbajo. Llevaba turbante y un atuendo islámico muy elegante. El escritor pudo reconocer que vestía una túnica blanca y una blusa de tela fina de color verde. El hombre elevó la vista y mostró su semblante atezado al escritor. La sensación fue una combinación de estupor y encantamiento, es decir, una especie de sesión hipnótica, mesmerizante. El individuo del turbante empezó a hablar en un tono muy sosegado;

-Bienvenido a la vida, amigo -dijo el desconocido-.

-Gracias, no tengo el gusto de conocerle -contestó el escritor-.

-Si que me conoces, pero te da vergüenza reconocerlo. ¡Que Alá sea misericordioso contigo! Soy uno de tus acompañantes. Somos de los que llevan una vida errante. Viajamos sobre todo a lo largo de las costas para aislarnos de los hombres. Hoy soy digno de tí. El Altísimo me ha permitido venir a visitarte.

-Shaykh, el honor es mío. Ahora lo he reconocido. Siento haberle faltado al respeto. 

El escritor no sabía si en realidad sus palabras salían de su boca o directamente de dentro. Se sintió cercano al sabio, el cual se mostró extremadamente humilde y magnánimo con sus gestos y presencia. 

-Shaykh, tu visita me llena de calma y serenidad. El que estés aquí en este momento es un regalo que no merezco. No te preguntaré porqué he sido elegido, bastante suerte he tenido hoy. 

Después de esas palabras, solo hubo silencio. Estuvieron bastante rato juntos, sentados uno frente al otro. El escritor le ofreció una copa de vino, pero no pronunció palabra para comunicarlo. Bebieron sin abrir botella alguna e Ibn Arabi le leyó algunos pasajes de sus libros sin tener que abrirlos. El sabio se fue diluyendo entre la misma materia que lo rodeaba, como una nube que se disipara poco a poco. Cuando parecía haberse disuelto por toda la habitación, el escritor se dio cuenta que se sentía algo más anclado en su propio organismo, aunque al mismo tiempo, percibía una mayor indiferencia por lo que acontecía. 

Se acordó que mañana tendría que pedir un préstamo, y que su rutina volvería a manifestarse como reina de su experiencia cotidiana. Sonrió desde dentro, sintiendo refugio en su carne. Ahora se dio cuenta que su cuerpo podía no ser más que un mero abrigo. Que su cara y brazos no eran otra cosa que un sofisticado títere que respondiera a los invisibles hilos de su pensamiento. 

Agradeció a la divinidad la experiencia y guardó en secreto su íntimo deseo de encontrarse de nuevo con Ibn Arabi y con otros sabios del pasado. Se preguntó si sería pecado el desear hablar con sabios del futuro.  

jueves, octubre 06, 2022

Entre líneas

El ser humano puede luchar contra el diablo, pero el diablo sólo lucha contra Dios.

Miradas y Libros

Entre los dos solo cabía una débil y humeante columna de vapor del cuscús. A veces se miraban descaradamente y a veces de refilón, avergonzados. El fondo del restaurante era una maraña columnas de humo que sugería un extraño palacio fantasmagórico, salpicadas por cabezas parlantes. 

El le dijo; -No sé si es la frase adecuada pero ahora mismo te diría que cada vez me gusta más leer.

-¿Porqué no lo sabes?-dijo ella-.

-Porque no me acuerdo, o no sé si lo que me gusta ahora es exactamente lo que me gustaba.

-Pues me estoy liando.

-Creo que hace años un libro era un objeto que me permitía aprender algo, y eso me gustaba. Ahora los libros son un misterio, o mejor, son como una rendija desde donde puedo vislumbrar el gran misterio de vivir.

-Yo sabía que eras un voyeur.   

martes, octubre 04, 2022

La Charcutería

El amigo encontró al psicólogo haciendo unas compras y bueno, ya que la hora del ángelus había sido superada con creces, acabaron tomando una cerveza. Al fin y al cabo era sábado.

-Y bien querido amigo, cuéntame, ¿cómo te va en el nuevo trabajo?

-Me va bien, pero vamos esto parece una charcutería más que una clínica...-dijo el psicólogo-

-Vaya, eso suena algo raro, ¿y a qué se debe?

-Los pacientes vienen a la consulta como si fueran clientes, y te pueden abordar así por ejemplo; -¿me da un cuarto de rivotril, y cien gramos de terapia cognitiva?-

-jajaja, eso es broma.

-De broma nada, te lo digo en serio. 

-Pues como te he cogido así a bote pronto, ponme una bolsita de zopiclona que ando con insomnio.

-Vete al carajo. 

domingo, septiembre 18, 2022

La Regresión de las Almas

-El mal existe, -dijo el obispo, con voz grave- Ambos bajaron la cabeza para pensar sobre el significado de dichas palabras. Al rato se volvieron a mirar a los ojos. La tertulia había terminado. El psicólogo le dio las gracias por dedicarle tiempo: -Excelentísimo, le agradezco que me haya atendido -El obispo lo miró con ternura y cercanía-. -Por favor, llámame Paul. Se despidieron y él marchó por donde vino, sin ser acompañado. Tuvo que recordar todo el camino de ida, para poder volver. Era complicado. Los interiores de la catedral de Gibraltar son tan complejos como las cuevas de la Roca. Intentó evitar hacer un resumen de lo discutido mientras se marchaba entre tenebrosos pasillos, porque si quería abandonar el lugar debía de exprimir su sentido de la orientación. También se dio cuenta que deseaba extraer una sensación emocional de aquél lugar donde había sido invitado por sorpresa, cosa asimismo que tuvo que posponer. Una vez que consiguió encontrar la entrada principal, casi a tientas, dijo adiós a la señora Tosso, que guardaba la sacristía y se dejó bañar con el sobrecogedor chorro de luz solar que lo devolvería al mundo real y cotidiano. Conforme se dirigió hacia el norte, el haz de luz que le saludó justo a la salida desapareció, y los nubarrones procedentes de levante volvieron a acechar al pueblo, con intención de aguar el día. 

Tenía programado reunirse con un psiquiatra en Sacarello´s, pero como había tiempo de sobra, se dirigió allí de todos modos para darse un respiro y hacerse una composición de lo que había experimentado. Alcanzó rápidamente Irish Town, y se sintió muy aliviado. Debía de evitar por todos los medios andurrear por las calles principales. De otro modo podría ser abordado por media docena de nuevos y viejos pacientes, lo cual sustraería quince o veinte minutos de su precioso tiempo. Esa clase de contrariedades le cansaba mucho más que diez sesiones seguidas de terapia. Gibraltar es un lugar muy pequeño, en el que el estigma de la salud mental se ha esfumado. Todo el mundo puede pedir ayuda al psicólogo, nadie se avergüenza. Quizás él contribuyera modestamente a ese progreso, pero al final él mismo murió de éxito: se convirtió en un trapo de cocina, disponible en cualquier momento para retirar las manchas que crean las culpas, penas y otras afecciones del alma. Odiaba que le abordaran por la calle para así obtener una mini-sesión gratuita. La gente podía verlo de lejos e ir instantáneamente en su búsqueda, abordándolo sin escrúpulos, en voz alta, para exigir su bondadosa atención, su cálida palabra.

Sacudió la cabeza como para despertar de una pesadilla, y se sintió cómodo moviéndose por la pedregosa calle abrigado por sus estrecheces. Por esa zona siempre había poca gente. No se sabe porqué. En la calle Real habría en ese momento un torrente inacabable de turistas y locales haciendo a ésta la aorta y a aquella la cava del pueblo. Llegando a la esquina del café, se aseguró que no había moros en la costa escudriñando disimuladamente el interior a través de los cristales. Vio luz verde para adentrarse en él. Sin embargo, al hacer el ademán de dirigirse allá y a pocos metros de la entrada, un misterioso empuje de aire revolvió toda la calle con gran fuerza. Era como si algo no quisiera que entrara en Sacarello´s. Al final y con esfuerzo pudo abrir la puerta, para dejar atrás semejante inconveniencia atmosférica. Una vez dentro, se apagó todo ese remolino de hojarasca. Selló el lugar con la puerta acristalada y notó al instante el reconfortante efecto burbuja de estar en aquél lugar tan pintoresco al visitante, pero que para él se había convertido en un verdadero bunker anti-pacientes. Se sintió seguro. Echó un vistazo a los pasteles que había hoy, mientras esperaba su turno, pero no estaba su favorito. Después escudriñó las redondeces de las camareras buscando alguna esbeltez, busto generoso o movimiento del que disfrutar, y acto seguido se pidió un té verde. Por fortuna seguía sin tropezar con nadie conocido aunque todas las caras fueran familiares. De un salto estaba ya en las escaleras de madera para desaparecer por ellas y ascender a la parte más privada del local. Allí los techos son bajos y la sensación es algo sofocante, pero es mejor que nada. Todo estaba terminado con madera incluyendo el suelo, que crujía bajo las pisadas. Se sentó en un lugar donde pudiera estar mirando a la pared y allí se quedó pensativo, orientándose hacia el flujo de experiencia fenomenológica. Inspiró despacio por la nariz y cerró los ojos, dejándole al mundo una sola vía de conexión a través del aroma del té verde, el cual sugería fruta fresca y una suave astringencia. De fondo, también había notas de tostado y ebanistería, procedente de compuestos orgánicos volátiles de los oscuros barnices que habían impregnado las maderas hacía poco tiempo.

Anclado sólo a los penetrantes olores del mundo exterior, recordó que debía de ser puntual y escurridizo para llegar al centro del pueblo. Había terminado con exactitud las citas de la mañana y sin dilación se trasladó a pie, cruzando por el parque Commonwealth hasta llegar al barrio judío. De allí la catedral estaba a un paso. Saludó a Miss Tosso, la cual tras acompañarle por todos los laberintos y habitaciones de habitaciones cada vez más estrechas y oscuras, lo condujo finalmente a un pequeño pero lujoso despacho donde estaba bishop Paul. Los muebles, la decoración y sobre todo la espesura de las paredes formaron tal escudo, que el mundo literalmente quedó excluido de aquél lugar. La paz le inundó por completo cuando Miss Tosso cerró la puerta y los dejó solos. Bishop Paul le recibió en voz baja, como si hubiera alguien escuchando en otra habitación. Su exquisita prosodia le embargó, y puso toda su atención en cada palabra, cada fonema pronunciado por el sabio. Hablaron un instante allí, tras lo cual, sugirió que fueran a otro aposento más informal, que estaba próximo. Dicha estancia tenía una mesa de camilla y unas estanterías llenas de libros antiquísimos en castellano y en inglés. Había dos sillones de tela de color bermellón. Las paredes no estaban recargadas de cuadros o crucifijos. Era un lugar sencillo, conservando las justas referencias a la religiosidad del lugar. Debían tratar sobre la vida de Fred McNally, un joven que oía voces. Había faltado varias sesiones y a parte de eso, estaba en medio de un impasse. No progresaba. Había que acudir a todo medio al alcance, y la religión es algo fundamental, aunque cada vez se le de menos espacio en la salud mental. Un trasfondo de culpa jugaba un papel crucial en la sintomatología de Fred. El paciente vivía atormentado por su firme opinión de que en el pasado había cometido actos sexuales aberrantes. Exploraron las posibilidades de trabajar coordinados para facilitar un cierto grado de progreso, de alivio y sobre todo de redención de un alma truncada por falsas creencias. Tras esto surgió casi de forma natural, la cuestión de hasta qué punto pecado y locura están relacionados. Como no había más testigos que dos expertos cada uno en su dominio, allí se habló con total espontaneidad. Ambos se dieron cuenta que coincidían en muchos puntos, a pesar de lo peliagudo del tema. Al final, uno de los dos suspiró antes de pronunciar la última frase que cerró el debate. 

Cabizbajo y orientado hacia la taza, mantuvo los ojos medio abiertos para retornar al mundo exterior, inspirando con fruición el vapor que emergía del recipiente, todavía caliente. Le reconfortó un sorbo de té adentrándose por su garganta. Ahora podía escuchar pasos en varias direcciones, a través de los suaves crujidos del suelo. Poco después alguien se paró muy cerca de él y con sus oídos pudo integrar la imagen de un hombre manteniéndose de pie sin apenas moverse. Visualizó el fru fru de la ropa. Debía llevar una gabardina. Abrió los ojos. Era Azopardi, el psiquiatra. Era un bromista. 

-Hola muchacho, noto que estás muy lejos de aquí...¿qué droga has tomado esta vez? -Dijo con mueca burlona- Nací así, -le contestó el otro sin inmutarse-. Azopardi era un compañero de batallas. No podrían vivir el uno sin el otro. Se turnaban en el juego de bromas y gestos afectuosos sin cansarse. Era mayor que él, pero con una trayectoria similar y la misma cantidad de canas. Muchos años de experiencia y muy harto de todo, pero siempre con una sonrisa. 

-¿Sabes que Pradesh y DiClemente se marchan?, me acabo de enterar, por cierto, yo no le te lo he dicho. -Dijo Azopardi con preocupación -Pues vaya tela, ¡anda que vamos bien! a este paso no van a quedar aquí ni los monos, -dijo el psicólogo. Azopardi asintió y se dejó caer pesadamente en la silla mientras soltaba una cartera con papeles y un paraguas en otra silla libre. Se acercó bastante al oído y le susurró; -no sé que está pasando pero supongo que habrás notado que se está creando una atmósfera bastante tóxica por todos lados. No es casualidad que mucha gente se esté largando de Gibraltar desde hace meses. Dicen que alguien anda amenazando a los políticos, a la policía, a los médicos del hospital -Dijo Azopardi, casi temblando. -¿Es una mujer extranjera?, creo que he oído algo. O será un hombre, o ambas cosas... sugirió el psicólogo. -No tengo ni idea, pero como venga a mi consulta la voy a mandar lejos. Al parecer, quien quiera que sea, se hace amigo de la gente de forma poco ortodoxa y luego les obliga a hacer cosas vergonzosas bajo amenaza de divulgar secretitos -espetó el psiquiatra.  Fueron incapaces de desahogarse con el asunto dado el nivel de incertidumbre que generan los rumores. Después hablaron sobre varios casos clínicos hasta que ambos se terminaron su brebajes. Debían de dirigirse al centro de salud, que está en Casemates. Allí les esperaba el resto de pacientes del día y algo más. 

Ya cada uno en su consulta, se dedicaron a lo suyo. El psicólogo esperaba a una joven adjunta, que se sentaría con él durante la tarde para aprender las artes y las ciencias que curan las dolencias de la mente. Llegó puntual. Le había dado tiempo de encender el ordenador y leer las historias clínicas justo antes de que Alison llamara a la puerta. Ella era de una belleza sin pretensiones, joven y algo ingenua. Procedente de clase trabajadora, se había graduado en Liverpool, donde también había completado un magister en psicología clínica. Deseaba como la mayoría, volver a su pueblo y no tener que salir nunca más de él. Al menos ya estaba enfilada en lo que sería su primer puesto de psicóloga. Se sentía cómoda aprendiendo con él. Lo veía como un padre, y él también sentía lo mismo. Al llegar se pusieron inmediatamente a trabajar con los casos para poder prepararse antes de que llegara la primera cita. No les dio tiempo a terminar con todos los archivos cuando notaron que la sombra de una figura femenina se aproximó a la consulta. Estaban en un pasillo donde todas las clínicas eran particiones con cristales translúcidos, de modo que la gente podía llegar a molestar incluso si solamente se apostaban muy cerca. De hecho, se podían escuchar voces de pacientes cambiando de agudeza debido al efecto Doppler. La sombra permaneció allí sin moverse. Los dos se miraron, como diciéndose el uno al otro que ya no podrían hablar sin ser oídos. Se hicieron una señal y tras ello reorganizaron los papeles y Alison se dirigió a la puerta. En ese momento la sombra chinesca golpeó suavemente el cristal. Eran justo las doce de la mañana. 

Era una mujer de tez blanca y pelo azabache. Su vestido era completamente negro junto con todos sus complementos. Llevaba también guantes negros, cosa poco común. Inmediatamente generó una atmósfera incómoda. El psicólogo la animó a sentarse y se presentaron. Efectivamente ella era Ingrid Malthus, de treinta y ocho años: la paciente de las doce. Sintió una extraña y repentina atracción y repulsión por la señora. Pero dada su experiencia, dejó que dichas sensaciones le impregnaran sin turbarse, de modo que pudiera ir construyendo un perfil realista de la paciente. Comentaron lo propio de una primera consulta, pero muy pronto la conversación derivó en una especie de diálogo paralelo con referencias y metáforas que la mujer iba desplegando, y que cada vez iba desviando más y más el encuentro hacia otra clase de motivaciones poco claras. Alison se perdió por completo, y permaneció inmóvil y en total silencio, esperando quizás poder reorientarse en algún momento. La mujer enunciaba pensamientos abstractos sobre el sentido de la vida, sobre la deriva nihilista de la sociedad o la falta de valores, nunca refiriéndose a sí misma. Hablaba con fluidez, con elegancia y gran confianza, como si ella fuera en realidad la que llevara la batuta en la sesión. Su voz era profunda. Su mirada, demasiado intensa. En un momento dado, él quiso retomar el control y hacer un pequeño resumen de lo tratado para poder redirigir el curso de la consulta. En ese momento algo inesperado sucedió.

La mujer se llevó su dedo índice a los labios y con ello silenció al hombre. Sus negra mano izquierda vestida con el guante volvió a reposar junto a la otra lentamente mientras comenzó a pronunciar una especie de letanía ininteligible. Él y Alison, notaron cómo sus pieles se erizaron al instante. Cuando pudieron escapar momentáneamente del terror que sintieron, quizás se les ocurriera acudir a la razón para poder ponerle una etiqueta a aquello. Él quiso intuir que Ingrid había pronunciado un antiguo texto latino, referente a un exorcismo. Después de que dicha letanía fuera completada, el psicólogo trató de seguir con su plan. Hizo un gesto que anunciara que ahora era su turno, para después poder hablar, pero su voz sonó muy lejana, casi imperceptible, tras lo cual la señora se levantó y se marchó sin decir adiós. 

Una vez solos, se miraron el uno al otro confusos y mientras recuperaban el aliento, se dieron cuenta que había transcurrido la hora de la sesión. Aquello había parecido un encuentro de cinco minutos. Los mecanismos internos de los sentidos parecían haber perdido su calibración. Empezaron a sudar profusamente. El resto de la tarde transcurrió con total normalidad, excepto en los corazones de los dos psicólogos que quedaron drenados de energía. 

Pasaron varios días y en realidad, la experiencia fue olvidada o casi olvidada. O más bien se intentó olvidar. Un lunes por la mañana, el psicólogo compró como de costumbre la gaceta local antes de subir a la clínica. En grandes titulares leyó con consternación que varios políticos del gobierno local habían dimitido, y debajo de esa noticia lo mismo pero en sanidad: una veintena de médicos habían entregado sus cartas de dimisión al gerente del hospital. El miedo recorrió su pecho y vientre como una tenia hambrienta. Se sintió devorado por las sensaciones de confusión. Tuvo que arrojar el periódico en una papelera para poder aspirar un poco de aire. Subió atolondrado por las escaleras mecánicas. Las piernas le temblaban. Cuando iba por el pasillo se encontró con varios de los médicos que habían anunciado su decisión. Tenían caras pálidas, con ojeras. Parecían famélicos y endebles como enfermos paliativos. En la hora del almuerzo se dirigió al hospital central para ver a Mr Szerb, cirujano y gran amigo. Trató de sonsacarle algo sobre lo que estaba pasando, pero Szerb parecía afectado del mismo mal que todos los demás. No parecía ser capaz de engarzar los pensamientos y las palabras de manera coherente. Tras el encuentro se sintió aún más debilitado. El miedo acabó por apoderarse también de su garganta, como le ocurriese a su amigo, con lo cual se quedó casi sin habla.

En los días subsiguientes, se fue percatando que la otrora bulliciosa ciudad se había tornado silenciosa. No se oía hablar a la gente en la calle. Todo el mundo iba de un lado a otro nerviosamente, deseando de llegar, sin cruzar miradas, evitándose unos a otros. La vergüenza y la culpa había envenenado a las mentes de jóvenes y viejos, haciéndolos huraños o pusilánimes. Algo inaudito. Todo parecía diferente, es como si fuese otro país, otro mundo. El habla se volvió tan escasa que resultaba casi incómodo escuchar a alguien. En la consulta todo se tornó obtuso y extenuante. Casi no se podía entender a nadie. Era como si nadie pudiera realmente escuchar al otro, como si todos hablaran un lenguaje indescifrable para los demás. La locura parecía haber invadido aquél pequeño pueblo, otrora santuario del buen hacer, de la espontaneidad y de la cercanía. 

Luchó todo lo que pudo contra aquella marea negra. Pero al final, se dio cuenta que era una batalla perdida. Cada uno tendría que buscarse su propia salida. ¿Qué sería de Azopardi, de Alison o de Mr Szerb? Unos meses después, antes de coger el avión se giró para mirar por última vez a la Roca. Fue chocante, pero creyó ver a un hombre vestido enteramente de blanco mirarlo fijamente desde mitad de la pista. Tenía gafas. Llevaba el pelo largo y también tenía una poblada barba de color castaño claro. Aquello no podía ser. Estaba completamente prohibido situarse en aquél lugar, pero sus ojos le estaban diciendo que eso estaba ocurriendo. Subió a la cabina y casualmente se sentó con vistas a la ciudad y la Roca otra vez. Comprobó dolorosamente que el hombre permanecía en el mismo sitio imperturbable. Los motores se pusieron en marcha y tras los debidos procedimientos, el aparato giró y se colocó en posición de adentrarse en la pista. Después la recorrió en toda su extensión hasta finalmente dar media vuelta y colocarse en la zona de poniente para así obtener el permiso para despegar. De nuevo, el hombre de blanco estaba allí apostado, en aquél extremo, casi al borde de la pista, como si aquello fuese lo más natural del mundo. La extrañeza vivida en los últimos meses se reavivó aún más si cabe, rodeado de pasajeros silenciosos, con la mirada perdida y él sin poder retirar la vista de aquél ser fantasmagórico que presenciaba su partida como si fuera un triunfo. Por fin, el avión aceleró y ascendió atravesando las nubes que en ese momento eran muy bajas y poblaban todo el cielo. Al desaparecer la Roca y todo el orbe deseó que lo ocurrido se esfumara de una vez. Sin embargo, minutos después tuvo la impresión de que era su alma la que se marchaba, pero que su cuerpo se había quedado allí, quizás secuestrado para comportarse como un robot, repitiendo sus rituales y acciones diarias, imitándolo a él mismo. 

Al navegar entre el océano de estratocúmulos, cúmulos y cumulonimbos se preguntó qué habría sido de bishop Paul. No le veía hacía tiempo. ¿Permanecería a salvo de todo, allá en su atalaya espiritual? Quiso pensar que sí. Y sintió un profundo alivio. Quizás él sabría toda la verdad. Al menos quedaría una persona guardando la verdad en su alma.


sábado, septiembre 10, 2022

Palo Cortao

Aunque hacía bastante calor afuera en la calle, a varios kilómetros se estaban produciendo truenos. Pero eran apenas apreciables. Su leve crujido pudo sentirse más como una tímida queja de la madre Tierra que como un mero fenómeno atmosférico. De hecho, el planeta ahora transicionaba hacia el perihelio.  Una música sin compás envolvía el ambiente de manera juguetona, infiltrándose en los oídos dulcemente, sin pretensiones de decir realmente nada, quizás sólo actuando como un colchón protector que le aislara del mundo entero. Había columnas de libros por doquier, que en su disposición se asemejaban a rascacielos de una ciudad imaginaria. Algunas de esas torres habían sido tumbadas de manera que formaban pilas semiderruidas. Pareciera que habían sido usadas ex-profeso para crear un efecto dominó de desorden. El suelo estaba tapizado de papeles y objetos varios propios de un escritor. De las paredes  que no tenían estanterías de libros, colgaban infinidad de dibujos y fotografías formando un collage absurdo, casi más que la ciudad de papel que se extendía por todo el parqué del salón. El dueño de todo aquello estaba allí mismo tirado en medio de la escena. Parecía un Gulliver atrapado en un laberíntico espacio del cual no deseaba salir. Desde algún lugar de la habitación el serpenteante humo del incienso iba lentamente haciendo la atmósfera más densa y pesadamente perfumada, dándole a la escena un toque chinesco, narcotizante.

A veces la música tomada un ritmo alegre. Tras esto, e imperceptiblemente, el hombre se animaba a cambiar de lectura. Dejaba un libro con un marcador de página y lo depositaba en algún sitio, sin importarle dónde, para lanzarse sobre otro y después otro. El dolor no era problema. Nada podía parar su voracidad lectora. Ni siquiera la noche, o el sueño. La habitación carecía de teléfonos y ventanas. Era un lugar tremendamente remoto e inaccesible. Aquel escondrijo era una maravillosa placenta amorosa, desde donde sentir el mundo sin tener que verlo u olerlo. Una recóndita pirámide azteca desde la que escrutar los rincones del firmamento sólo teniendo que alargar un brazo para alcanzar una estrella luminosa de conocimiento. 

Para aquél hombre, cada libro era de hecho un astro fulgurante, de irresistible encanto. Cada estantería una galaxia de sabiduría. Diferentes idiomas, diferentes épocas y autores eran descifrados sin piedad. Toda luz de inteligencia que pudiese brotar de aquellos tesoros caían bajo la atracción gravitatoria de aquella mente oscura. 

Las paredes de la habitación eran tan gruesas que ni el calor ni los truenos podían recordarle que el mundo seguía girando ahí afuera. Tras un maratón de días y semanas escondido en la biblioteca, el hombre decidió salir al mundo exterior. Para los demás, su presencia era grata. Su cuerpo reflejaba años de vida atlética, aunque ahora eso fuera sólo un recuerdo. De frente amplia y mentón marcado, se podría decir que era de rasgos aniñados, quizás femeninos. Nada que pudiera hacer sospechar a nadie, que tras esa figura de aspecto más bien indolente, se erigía una mente tenebrosa y llena de misterio, incluso para la propia consciencia de su dueño. Él sabía que el mundo necesitaba de su candor, de su arte y de su servicial actitud con sus iguales. Lo tenebroso quedaba para él y nada más que para él. Sacó varias cervezas del frigorífico y las trasladó al congelador.

Había mentido como siempre. Le dijo a sus amigos que había estado de vacaciones en el Algarve y que había vuelto hoy mismo. Remigio no tardó en llegar al enterarse de su vuelta a casa. Al abrirse la puerta notó el aire enrarecido característico de un hogar que ha estado descuidado varias semanas. No sospechó de fraude tras la típica actitud bohemia y carente de pragmatismo de su amigo.

Todavía bajo el enorme dintel de madera, ambos se miraron de arriba a abajo, como para comprobar que estaban ilesos y soberbios como siempre. Después de saludar efusivamente a su compadre, Remigio se dirigió al hombre con entusiasmo:

-¡Querido Domingo, me alegro mucho de tenerte otra vez cerca! ¿Qué te cuentas? ¿Te has relajado en el Algarve? Supongo que vendrás con muchas ideas para tu nueva novela...

-¡Remigioooo, cómo me conoces! Me he relajado muchísimo. Yo también tenía ganas de verte. ¿Qué  tal te ha ido durante el verano? Espero que hayas recargado las baterías antes de volver a la comandancia.

-La verdad es que en ésta ocasión he desconectado muchísimo, pero me hubiera gustado compartir alguna barbacoa o alguna velada contigo, Domingo. Pero bueno, siempre hay ocasión si la dicha es buena.

-Así es, Remigio. Perdona por cambiar de tema, pero al estar muchos días fuera, no puedo evitar preguntarte. Entiendo que la vicepresidenta ha sufrido un atentado. Tú que conoces con profundidad los entresijos del poder, sabrás algo...no tienes porqué contestarme.

-No, no, no te preocupes. Es complicado. No se hallaron huellas en la pistola, no sé, es todo sospechoso. Ella tenía un juicio por corrupción en unas semanas. Resulta tan absurdo...

-Entiendo, la verdad es que vivimos momentos de paradojas. Acontecimientos complejos y otros tan burdos. En cualquier caso, pasa por favor. Llevamos ya un rato aquí en medio del zaguán.

-No me importa Domingo, huele a hierba buena, me quedaría aquí todo el tiempo del mundo. 

-¡Jaja! Vamos a la cocina y te preparo una infusión de menta poleo. 

Los hombres se sentaron en una sillas altas, mirando al frondoso jardín de hierbas aromáticas. Por la enorme ventana se insinuaban los aromas del orégano, el romero y la alhucema. La luz, que con trabajo iluminaba el paisaje, dejaba por doquier hermosos haces entre las oscuras nubes. Remigio disfrutó de ese panorama de paz y ozono. Atmósfera que precede a una tormenta de septiembre. Mientras tanto, Domingo aprovechó el silencio para dedicar un momento de reflexión a las humeantes tazas. Se perdió en la bruma de partículas de vapor, y quiso explicar el extraño comportamiento de las gotas de agua que no podían ascender y perderse por el amplio vacío de la cocina. Se preguntó si la carga eléctrica era la responsable de ese fenómeno. Después volvió sobre sí mismo.  Se alegraba de tener en casa a Remigio. Tuvo que hacer un esfuerzo para establecer un guión y preguntarle por su familia y repasar todos esos asuntos necesarios para poder despejarlos rápidamente y dedicarse luego a tratar asuntos más importantes para él. Remigio no percibió la alfombra comunicativa que su amigo le estaba preparando. Le daba exactamente igual todo. Quería un poco de esa magia y encanto que su espléndido amigo le iba a entregar en breve. 

Cuando se terminaron los brebajes, se miraron el uno al otro con complicidad. Habían sido compañeros en tiempos de universidad. Lo habían compartido todo. Sin necesidad de hablar salieron a fuera a recoger la ropa tendida. Era sábado y la señora de la limpieza no iba a rescatar la limpia colada de la amenazante tromba que iba a desatarse en unos momentos. De hecho, Domingo le había dado vacaciones y no aparecía por allí desde hacía semanas. Recogieron las prendas con parsimonia, disfrutando del entorno silenciado por los truenos. La gente parece desaparecer en días de lluvia, cosa que hace a la ciudad algo más serena lo acostumbrado. Incluso los bulliciosos insectívoros que visitaban el bello vergel se habían quedado mudos. Sólo vencejos y aviones planeaban insensibles a la incipiente tormenta. Como Domingo se hizo cargo de la cesta de la ropa, Remigio aprovechó para picar de aquí y allá algunas uvas y zarzamoras que colgaban en setos y también de las pérgolas mientras retornaban al interior del hogar.

Tras la relajante actividad se dirigieron a un salón con chimenea. El lugar tenía preciosos sillones de cuero oscuro, con una mesa que era al mismo tiempo un tablero de ajedrez, construido al estilo granadino. De las paredes colgaban un par de cuadros expresionistas ejecutados por otro viejo amigo, Virgilio. Se sentaron el uno frente al otro con visible satisfacción. Remigio intuyó la suave voz de la música en otra habitación, ésa en la que Domingo pasa mucho tiempo. No dijo nada. Simplemente registró cómo se estaba colando a través de las paredes, mientras se ajustaba la pistolera de una pequeña Star modelo Fire de 9 milímetros, que llevaba escondida en la pantorrilla derecha. Al agachar la cabeza hacia adelante, pudo leer los lomos de varios de los libros que estaban sobre la mesa-tablero. Había trabajos de Benedicto Espinosa, Stefan Zweig y otro de Douglas Murray. Su gesto hizo a Domingo notarse naturalmente seguro, percibió el significado de estar vinculado a un amigo militarizado. -Son los hombres de armas los que construyen la paz. -Se dijo a sí mismo. El difunto padre de Domingo había sido policía, lo cual daba a Remigio una aureola de poder y autoridad muy patriarcal y reconfortante. Tras los gestos y movimientos de orientación, aquél acogedor lugar detonó en ambos el deseo de jugar una partida de ajedrez. Mientras colocaban las piezas, sonó el teléfono. Era Virgilio, avisando de que estaba en camino. Domingo comentó con placer; -nos da tiempo a acabar la partida antes de que llegue. El otro asintió con exagerada tensión de los risorios y orbiculares, prácticamente llegando a cerrar los ojos. 

Virgilio llegó mojado y partiéndose de risa. Se reía de sí mismo, viéndose ridículo ante el poder del aguacero. Abrazó a sus amigos, acabando el recibimiento con un empapamiento y contagio general de su cachonda actitud. Los tres se dirigieron a la cocina para sustraer del congelador las cervezas y algunas viandas livianas para animar la charla. Volvieron al salón de nuevo, donde cada uno ocupó su lugar en el sillón que le correspondía. Los tres se pusieron al día de manera animada. Virgilio les contó que venía de la India con muchas ideas para nuevos trabajos pictóricos y esperaba entregar también a Domingo muchas anécdotas y experiencias que pudieran excitar su ya creativa imaginación. Rieron a carcajadas y dejándose llevar por el grandullón de Virgilio, tan dado a lo espontáneo y lo erótico, cosa que contrastaba mucho con los otros dos, que eran algo más reservados y reflexivos. Formaban un buen conjunto en realidad. Tras animarse con las primeras cervezas se fueron al rincón de la música y cada uno cogió su instrumento. Después de afinar y ajustar los altavoces empezaron a tocar algunas canciones que habían compuesto para así calentar. Se notaron algo descoordinados, pero era normal. No se habían visto desde hacía más de un mes. Virgilio era el cantante y guitarrista, mientras que Remigio era el batería y Domingo el bajista. Se inspiraban en Triana, Medina Azahara, sin despreciar a Derbi Motoreta´s y otros referentes más contemporáneos. Cuando ya estaban en su momento álgido, decidieron parar para preparar algo más contundente que unas meras aceitunas. Ya era hora del almuerzo. Volvieron a la cocina y automáticamente dividieron el trabajo. Uno sacaba latas de melva canutera y otro cortaba boniatos para ponerlos después al horno. El tercero hacía una ensalada y un sofrito. No hablaron mucho mientras preparaban todo, porque estaban cavilando sobre la sesión y cómo la habían encajado. Almorzaron allí mismo, continuando con unos finos y manzanillas la ya iniciada trayectoria alcohólica. Cuando estaban a las alturas de saborear un palo cortao, alguien llamó al timbre. Se podía notar el repiqueteo más suave de la lluvia, tras horas de mayor intensidad. Los tres se quedaron algo perplejos. No esperaban a nadie.

Domingo se dirigió a la entrada. Unos truenos lejanos se dejaron oír justo antes de abrir la puerta. Para su sorpresa había dos hombres, uno con bigote y otro con perilla frente a él. Llevaban sombreros de bombín y paraguas. Vestían de negro. Lo miraban con una expresión mezcla entre lo sombrío y lo hierático, es decir; eran en ese momento inescrutables. El de la perilla llevaba un monóculo en su ojo izquierdo. El hombre de la izquierda, que llevaba bigote, dijo que si podían pasar, hablando en alemán con acento austríaco. Sin saber porqué, Domingo no pudo evitar que entraran en la casa. Dejaron las chaquetas en el perchero como si conocieran el lugar y se fueron tranquilamente hacia la cocina. Domingo los siguió como hipnotizado. El silencio que precedió a la llegada de los dos extraños a la cocina, alertó a Virgilio y a Remigio. Éste último tuvo un suave ademán para colocar su mano izquierda cerca de la Star. Ambos estaban tras una mesa que ocupaba el centro de la cocina y no era posible ver el movimiento de Remigio.

Cuando Domingo se situó dándole la espalda a la ventana y reposando sobre el fregadero, el hombre del monóculo empezó a hablar. No hubo presentaciones, ni más preámbulos. 

-Las cosas están cambiando. Están cambiando radicalmente. Cambian demasiado deprisa. El régimen de vida se está desvirtuando y el mundo ya no es lo que era. Los pilares de nuestra existencia se han desplomado y ahora hay que vivir entre escombros de lo que antes fue una civilización. Es cierto que la historia humana es más circular que rectilínea y ya hemos vivido periodos semejantes. Ahora contamos con algo nuevo. El hombre dejó que el del bigote continuara.

-La tecnología, la ciencia han cambiado el devenir de la historia humana. No sabemos en qué dirección vamos a continuar. Siempre hemos dado vueltas, como las damos alrededor del sol. Siempre ha sido así. Ahora estamos ante un gran interrogante. No sabemos si los ciborgs irrumpirán alterando la consciencia humana o si caeremos en un tórpido pero inevitable precipicio de vicios y comportamientos aberrantes. Es verdad que la guerra trae inventos y oportunidades. No sólo mata a millones de personas. Pero la guerra a la que nos vamos a enfrentar a partir de ahora, aniquilará a la gente sin matarla. Sin sustraerles de sus cuerpos. Sin arrebatarles sus mentes del todo. Ahora le tocó el turno al del monóculo.

-Exacto. A partir de ahora sufriremos millones de bajas sin realmente llevar nadie al cementerio. Se convertirán en inútiles maquiníes sin alma, marionetas dispuestas a entregar sus cuerpos y sus pensamientos al capricho de una moda dictada por la destructividad más agresiva. La gente alterará y modificará sus cuerpos como si alterasen la decoración de sus casas. Destruirán su actividad mental y sus costumbres con rituales y acciones suicidas, como abandonar la familia como unidad nuclear de la sociedad. Estamos al principio de ésta crisis. No hemos venido motivados por la nostalgia del mundo que se fue, sino para advertiros de la clase de mundo que va a venir. Los dos hombres dieron media vuelta mientras se volvían a colocar los sombreros y se marcharon bajo la lluvia sin decir adiós. 

Cuando la sangre volvió al brazo de Remigio, pudo percatarse de que efectivamente la Star no estaba cargada. No hubiera servido de mucho desenfundarla. Los tres se miraron con preocupación. Tímidamente Virgilio le preguntó a Domingo si podría traducir el discurso de los alienígenas. -Creo que sonaba a alemán dijo, para animar a Domingo a que intentara resumir lo que habían dicho. Tras realizar la tarea y dejar que los dos amigos procesaran la información, se percataron que había una persona en la entrada de la cocina. No salieron de su asombro cuando efectivamente, otra extraña criatura había aparecido, aunque ésta vez se materializó directamente desde la nada. Se miraron los tres con ojos como platos como para estar seguros de que aquello estaba sucediendo. 

Era como un hombre disfrazado con bastante mal gusto. Iba como si fuera una mujer, o algo incluso más horrendo. El travesti comenzó a hablar con su voz impostada. Cuando terminó su alocución se quitó la peluca y la lanzó hacia atrás furiosamente. Todo fue un espectáculo medio entendido, dado que el alien hablaba como un neoyorkino. Al final se dio media vuelta y se marchó. En ésta ocasión decidieron dejar la traducción a Virgilio, que acababa de venir de la India. Tras una discusión de varios minutos en voz baja con la asistencia del palo cortao, retornaron al salón para seguir tocando. Luces de relámpagos iluminaban de forma ominosa y repentina la habitación. Trabajaron muy concentrados y ensimismados. No hubo bromas ni cachondeo, como suele suceder en sus encuentros musicales. Cuando acabaron, era tarde y estaba oscuro. Dejaron los instrumentos muy despacio, sin hacer ningún ruido. Ahora que la burbuja de música se había roto, tenían miedo de que algo volviera a irrumpir en la casa. En esos minutos de silencio, la sinuosa llamada de la musiquilla de la habitación secreta se hizo notar. 

Por primera vez Domingo decidió invitar a sus amigos a ese espacio tan personal. Pero antes les instó a que se pertrecharan bien de bebidas y comida. Se metieron a toda prisa en aquél lugar esperando no ser perturbados. Querían aislarse para poder aclarar sus ideas y definitivamente sacudir de sus mentes todas las dudas que los estaban acechando por momentos. Afuera seguía tronando. La lluvia era tan fina que empezó a formar una bruma a la altura del suelo. No hacía nada de frío.