martes, agosto 30, 2022

Encuentros y Distancias Siderales

Ella era médico y él era...él no era nada. Se encontraron un día en un congreso. Uno de esos eventos donde hay que verse y dejarse ver, para sentirse renovado y rebautizarse. Allí colisionaron como dos bolas de billar. No se sabe quién pudo sentirse más afectado por dicho evento cuántico. ¿Quién clavó sus ojos en quién? Era lo máximo que se podía hacer; suponerlo todo, mientras respiraban con dificultad escondidos tras sus mascarillas. 

El ya había llegado antes que ningún otro y ella decidió colocarse a su lado. Era un primer contacto entre los organizadores y los asistentes. Un día reluciente y agotador. Al final del día, se marcharon por donde habían venido sin más. Pero estaban en Granada. Tendrían que encontrase más veces. 

Ella era una luchadora, y él era....él era un esperpento. A ella le gustaba su trabajo y a él le seducía la idea de dejar el suyo. Ella sabía lo que sabía y él...él sabía lo que no sabía.  

En una sesión pasó otro evento casual. Intercambiaron números de teléfono. ¿Porqué? no se sabe. Porque podían hacerlo. Días después ella le mostró una foto de su perro. A partir de ahí empezaron a comunicarse más, pero fue todo muy modélico y hasta aséptico, o incluso clínico, como tiene que ser cuando dos desconocidos se tratan profesionalmente. Hay que aclarar, que ya no eran inocentes y jóvenes, pero sí sentían sus cuerpos con ganas de bríos y experiencias. Al mismo tiempo ninguno deseaba romperse el corazón, así que anduvieron estudiándose el uno al otro. Pero las cosas no tienen porqué cumplirse a raja tabla, así que al final de la última sesión académica intercambiaron mensajes y decidieron verse. Sería la noche antes de acabar el curso. El lugar; el mirador de San Nicolás. Ella vino con otra compañera, prueba de que no quería arriesgar. El lo tomó de forma positiva: no era una loca.  Los tres fueron a un Carmen, desde donde poder disfrutar de la paradisiaca estampa de la Alhambra. Hablaron de política y ahí empezó el fin, a pesar de que regaron sus gargantas con muchas Alhambras. Ella se mostró fanática y él provocador. Ella rígida y él bromista. Y la compañera, que vio la oportunidad, empezó a meter cizaña. Se fueron los tres a comer helados, paseando por la noche de Granada. 

Ante el impasse, él decidió coquetear con la amiga y ella se enfadó muchísimo con él. Para mitigar el desaguisado, decidió acompañarlas hasta su hotel. Al llegar, se dio cuenta que estaba agotado y no tenía fuerzas para volver a su furgoneta, que había preparado para dormir cerca del campus universitario. De modo que fue a pedir una habitación, pero ellas le dijeron que podían dormir en su habitación. Se sintió como retrocediendo en el tiempo, viviendo otra época en la que las cosas no importaban. Hicieron el amor torpemente, subiéndose unos encima de los otros y cayendo una y otra vez, como en un juego infantil. Al día siguiente se despertaron muy avergonzados. Se fueron a desayunar juntos, pero nadie acertaba a decir algo satisfactorio o apropiado. Después acudieron a las clases y al final del día se despidieron sin más. 

Cuidado con lo que Sueñas

Días antes había llegado con enorme fruición a una conclusión práctica sobre su vida. Decidió que era ya hora de hacer realmente todo lo que quisiera. Y también era el momento para intentar vivir como si sus sueños fueran a materializarse. Como estaba de vacaciones, se hartó de leer todo lo que le gustaba, y se sintió tan a gusto que empezó a trazar planes y más planes de cómo iba a vivir, tanto a partir de ahora, como en un próximo futuro. En su extático estado mental, comenzó a pintar, a dibujar y a escribir todo tipo de obras a un ritmo frenético. Todo iba a pedir de boca. Era verano.

Aunque no fue un gran mérito poder apreciar un buen vino tras varias y deliciosas piezas de carne de cerdo a la parrilla, logró retener en la mente la grata sorpresa al catar aquél caldo de la Tierra de Barros. En nariz poseía un aroma muy atrayente, y en boca se mostró especiado con notas de madera bastante suaves. Antes probaron de manera casi impulsiva otro de la misma zona, pero de uva blanca macabea, aunque el tinto le resultó más cautivador. El cuñado asintió al probarlo en señal de aprobación y deleite, cosa que le complació enormemente. 

Después de dirigirse a la familia para entregarles más piezas de lagartito y de lomo bien hecho como les gusta a ellos, retornó a las brasas para poder evadirse un poquito más. Nadie se daría cuenta de que, aunque él estaba quemándose la cara y las manos con el fuego, su mente se propulsaba muy lejos, gracias a semejante tarea. Anticipaba el lanzamiento del Artemis I, que era una nave no tripulada que llegaría a la Luna en unos días. 

En realidad nunca se había interesado demasiado por las misiones contemporáneas, debido a su lentitud en producir datos científicos disponibles al público, y por tanto con escaso impacto inmediato en sus cavilaciones. Prefería acceder a datos más antiguos, donde podía recabar activamente mayor caudal de conocimientos. Comportarse como un mero consumidor de imágenes y versiones periodísticas del momento, nada rigurosas, le aburría. Pero sentía que se estaba haciendo mayor, y quizás, en veinte o treinta años, ya no le quedaría mucho más tiempo para poder estar en el "aquí y el ahora"; esa experiencia que tanto había denostado toda su vida. Así que, quiso recordar las cosas que había leído en el periódico los últimos días y reflexionar sobre los peligros y callejones sin salida que el ser humano afronta por los dominios siderales. Todo iba en línea con su resolución de vivir al máximo sus sueños.

El apetito todavía era voraz y también la sed de experiencias, así que decidió abrir la última botella del día. En este caso sería de uva Pedro Ximénez. Un Eléctrico, de bodegas Toro Albalá, ese agraciado vino amontillado que los grandes expertos no valoran, pero que es muy accesible al paladar. No quería más experimentos y fue a lo seguro. El cuñado dio su magnánimo apoyo moral, ingiriendo hasta la última gota del oro líquido. 

Después de dar cuenta de los manjares, volvieron a la piscina para facilitar la digestión y jugar con los niños. Dado el buen estado de ánimo y el buen ambiente, se le ocurrió que quizás valdría la pena escabullirse otro momento, para poder pensar otro poco. Nadie lo echaría de menos durante otros cinco minutos de paz. Así pudo repasar mentalmente las zonas menos expuestas al sol y con mayor cantidad de agua en la Luna, tratando de imaginar dónde podrían asentarse las primeras colonias de astronautas. Pudo trazar un pequeño plan mientras elegía una botella de vino de naranja de Pepe Girón, la clásica bodega de Bormujos. Se le sirvió al cuñado en la mismísima piscina, para que se sintiera como un rey. Mientras contemplaba la escena familiar, su mente se dirigió hacia el sur lunar, y trató de recordar el aspecto del cráter Faustini, que se encuentra en una zona candidata para instalar bases permanentes. Dicho cráter se encuentra dentro de las zonas sureñas que están permanentemente oscuras, es decir, donde la luz del sol nunca llega. Su formación es producto del impacto de un meteorito, y al estar tan al sur, nunca se ha podido ver su topografía, por las razones anteriormente indicadas. En esas regiones hay una menor oscilación de temperaturas además de poseer mejores condiciones ventajosas para un asentamiento a largo plazo. Ello  le hizo imaginar cómo sería la vida escondido en túneles y bajo la tierra para sobrevivir a largo plazo en un lugar tan hostil. Se horrorizó al pensar cómo podría soportarse una temperatura por debajo de -170ºC. Intentó superar dicho obstáculo ayudándose con la excusa de que dicho cráter, es de los pocos lugares en la Luna donde se puede condensar vapor de agua y poder por tanto, tener una zona que genere algo tan importante para los humanos como el agua.

La tarde se fue disolviendo suavemente, como el último sorbo del Eléctrico. Las vacaciones se estaban terminando también, pero aún quedaba ese último sábado por extinguirse. Tras despedirse de la familia de su hermana, se quedó arriba en la azotea a esperar la aparición de las primeras estrellas de la noche. Sin darse cuenta se quedó dormido allí mismo. Nadie le hizo el menor caso. Quizás había bebido demasiado como para permanecer alerta en la oscuridad. De esa guisa, el día y la noche se acabaron mezclando, así como se mezclan los recuerdos; formando un gazpacho indecible. 

Después, en un momento dado, recobró la consciencia con lentitud. No quiso ni abrir los ojos. Solamente despertó con la mente. No movió un dedo. Decidió poner atención a lo que podría estar sucediendo alrededor, pero no oyó nada. Sólo sintió un leve escalofrío, que le hizo encogerse un poco. Notó una agradable sensación de soledad y de quietud, cosa de la que quiso disfrutar a tope. Cuando tuvo suficiente, decidió incorporarse. Abrió los ojos y vio para su sorpresa una habitación más bien exigua en lujos y detalles. 

Se dijo asimismo, -esto es un sueño, debo de estar soñando- Sintió una suave punzada en el vientre, como dándose una señal de asentimiento de que efectivamente, aquello era realmente un sueño. Se dio permiso para seguirle la corriente a la propuesta onírica. De alguna manera tenía que aprovechar la libertad para evadirse antes de empezar con la realidad cotidiana y diaria de un trabajo agotador. Por tanto, se entregó a la incipiente historia virtual que su mente había decidido brindarle aquella noche. 

Cuando despertó, todavía le quedaba un agradable sabor en la boca a los caldos y una calma biológica en su tripa, producto de un exceso de viandas y carnes a la brasa. Quiso repasar algunas escenas de su sueño, una experiencia que ahora deseaba arrastrar a la vigilia. Pero todo era borroso. Se sentó en la hamaca y se concentró haciendo descansar la cabeza sobres sus manos, para captar mejor algún fragmento relevante. Consiguió recuperar algunas imágenes donde peinaba a su hija. Tenía el cabello largo. No le veía su cara. Percibía las suaves ondulaciones de su pelo castaño mientras hablaba con ella. En realidad se sorprendió de la sencillez de las imágenes, y de la intimidad de las experiencias vividas, las cuales podría haber ocurrido en cualquier rincón del sistema solar. No pudo afirmar con seguridad que había soñado con una vida en la Luna. No quiso darle mayor importancia y dio por concluida sus vacaciones.

En septiembre volvieron a la vida normal. Su hija comenzaba a estudiar matemáticas en la universidad. 

Cuando estaban ya bien metidos en el otoño, se asomó otro sábado, a curiosear en la habitación de su hija y fisgoneó en la pila de libros que tenía en la mesa de estudio. Comprobó que había sacado algunos de ellos de la biblioteca. Eran sobre astrofísica. Le llamó la atención, porque en realidad dicho tema era algo que nunca había compartido con demasiada efusividad con la muchacha. Abrió uno de los libros por la mitad y por casualidad se mostró una imagen cartografiada de la luna, la cual le hizo dar casi un respingo. De alguna manera, y desde un rincón oscuro de su mente, algo le dio un aviso. Dejó el libro y salió abruptamente de la habitación, como si hubiera descubierto una imagen obscena. 

Pasaron los días y las semanas. De vez en cuando y de forma fugaz, e involuntaria, recordaba la visión de peinar a su hija, con un fondo que proyectaba la región permanentemente oscura de la Luna. Le perturbaba ese cuadro fantasmagórico, pero no sabía qué hacer con ello. A partir de entonces decidió no leer más sobre el lóbrego satélite, asumiendo con amargura su incomprensión y profunda desazón ante una extraña premonición.