martes, diciembre 06, 2022

El Profesor

El profesor salió de su cueva para hacer unas compras y tomar aire fresco. Hacía semanas que no se le había ocurrido pensar en que afuera había algo parecido a un mundo "exterior", ajeno a él. Era normal, teniendo en cuenta que vivía en los bajos de una torre en el centro de la ciudad. Era un edificio construido en el siglo dieciocho, con muros gruesos, ideal para que el profesor pudiera continuar con su estilo de vida de ensimismamiento intelectual, con escasas distracciones. 

Al abrir la puerta sintió el saludo de la vieja ciudad, con sus distintivos sonidos, aromas y figuras estilizadas entrando y saliendo de las hermosas tiendas que deslumbraban con sus luces, colores y diseños, a todo bípedo del orbe. Al cruzar la puerta del mini-supermercado de la esquina, le salió al paso un joven bien parecido. Llevaba una bolsa en cada mano y se sintió algo incómodo en dicha situación, tal vulgar y mundana. Se vio a sí mismo como un cuadrúpedo cazado por sorpresa mientras abrevaba en su habitual estanque. 

-¡Profesor! ¡Qué alegría de verle! Le hacía en otro lugar, pero es un placer encontrarle en la ciudad. 

-Yo también me alegro de verte, Segismundo, -dijo el profesor con un tono algo taciturno-.  Pásate por casa hoy para cenar si no tienes otra cosa mejor que hacer. Tengo algo de prisa ahora. 

-¡Desde luego!, acepto la invitación, ¿a las nueve?

-Vente algo antes y cocinamos juntos, es mucho más divertido. 

-Perfecto, que así sea, allí estaré. ¡Hasta luego!

-¡Adiós Segismundo!

El profesor trató de acelerar un poco y así evitar algún otro encuentro similar. Repuso el frigorífico y la alacena, y tras ese gran esfuerzo más propio de las ardillas que de un bohemio, se dispuso a comer algo rápido para el almuerzo. Así podría aprovechar el resto de la tarde antes de que le visitara el joven Segismundo. 

Las horas pasaron como trenes de alta velocidad. Sonó el timbre en un mal momento. Estaba bastante concentrado. Pero se dio cuenta que siempre pasa igual. De hecho, se sintió agradecido de Segismundo, porque en virtud de su interés en verle, la tarde había sido bastante más provechosa sabiendo que alguien tendría que interrumpirle. Le dejó entrar en la casa, la cual se abría al visitante desde su entrada como una enorme guarida de piedra construida con bellísimos arcos y altos pilares que creaban una atmósfera enigmática y de gran tensión.

Segismundo había sido un buen alumno. De hecho, ahora era profesor asociado en la Facultad de Bellas Artes. En cambio el profesor era ya una pieza de museo. Ambos podrían representar la evolución natural de la vida; uno empezando a germinar y el otro esquivando la guadaña. El joven le preguntó sobre su último año y el viejo le contestó con vaguedad mientras se dirigieron a la cocina, la cual estaba abierta hacia el salón. El material artístico brotaba por doquier. Todo parecía estar dispuesto en una especie de orden caótico. Los cuadros poblaban las paredes. Los múltiples caballetes y poleas dispuestos por todo el espacio disponible, generaban una sensación de actividad intensa.

-Si, he estado recuperando material antiguo y escribiendo guiones para nuevos trabajos. Le enseñó los alimentos que iban a tomar y le asignó la tarea de preparar una ensalada.

-Profesor, me encanta su estilo. -Se detuvo un instante, para deleitarse en su pensamiento-. Es uno de los pocos que escribe guiones para pintar cuadros. -Prosiguió con su tarea de cortar zanahorias muy satisfecho de sí mismo, y con la vista periférica se dejó impregnar por las fuerzas magnéticas de los cuadros que reclamaban su atención. 

-El profesor estaba comprobando el estado de dos doradas a la sal que ya casi estarían listas. Después se fue a la bodega frigorífica para sacar un tinto de Arcos de la Frontera que le había gustado, y que deseaba compartir con el muchacho. Agarró un par de copas de la vitrina y se encaró con Segismundo, que ahora aderezaba la ensalada con vinagre de jerez y un aceite de oliva jienense de un verde mesmerizante. -Si, gracias, te lo agradezco. Eres alguien que realmente entiende mi trabajo. Me inspiro fundamentalmente a través de las relaciones con las personas. Me estuve psicoanalizando durante media vida para poder captar mi propio Yo y el de los demás. Ahora quiero pintar sobre el mal, y los peligros humanos que nos acechan. 

-¿Qué peligros nos acechan profesor? -Levantó la copa y tomó una impresión olfativa, la cual le brindó notas de ciruela negra y moras. Se quedó esperando a que el ínclito terminara de elaborar su reflexión.-

-Los ingleses son como la peste. Son un extraño conjunto de individuos, a los cuales no se sabe muy bien como clasificar. Serían como los virus, criaturas que no parecen vivas, pero que tampoco están muertas. No pertenecen al reino animal, yo diría que son como los hongos. Existen otros parecidos como los holandeses, alemanes y demás pseudo-humanos. En nuestro país, los psicópatas son las variantes más parecidas a ellos.  Y por cierto, hay que reconocer que los psicópatas no escasean por aquí...tenemos cierto parentesco a los ingleses, desgraciadamente. 

-Bueno, jeje, eso suena interesante, no sé si ellos pensarán lo mismo de nosotros. -Tomó un trago del Tesalia, dejándole un post-gusto a cacao.- A juzgar por la propaganda anglosajona que contamina todo el ámbito de la cultura y el circo mediático, usted ha tenido que sufrir a los ingleses de cerca para tenerles en esa consideración. 

-Peor que ser inglés, es querer ser  o parecer inglés. Eso le pasa a bastante gente. El mal gusto es necesario, pero hay que dejar dichas costumbres a los desviados y a los tontos, ellos no tienen remedio. Por otra parte, no hace falta alimentar lo feo, o lo grotesco. La maldad y la fealdad saben cuidarse de sí mismas. El mundo necesita tanta ética como belleza. Nunca es suficiente el bien existente. Hay que ir siempre profundizando en ello. Porque el mal se dedica a destruir lo bueno y como sabes, destruir es una acción mil veces más fácil que la acción constructiva. Lo siento mucho por mis buenos y escasos amiguetes ingleses. Vivir entre orcos debe ser tremendo. Yo puedo constatarlo en mi marcha por el desierto londinense en los años noventa. Nunca más volveré por aquella sórdida tierra. ¿Qué tal el vino? Tiene una mezcla de uvas curiosa; petit verdot, cabernet, tintilla de Rota... 

 -¡Está genial!, de verdad, muy completo. Entonces deduzco que tiene en el horno, a parte de un par de doradas, varios cuadros explorando el mal causado por los anglosajones. -El profesor le hizo la señal de que todo estaba preparado y se dirigieron a un espacio informalmente dispuesto para la pitanza. Todos los rincones del enorme estudio eran lugares apropiados para ponerse a dibujar, escribir o pintar. Segismundo disfrutaba como un crío de un lugar que estaba totalmente dedicado al arte, de arriba a abajo, de izquierda a derecha.

-Efectivamente hijo, el mal es un producto natural del mundo, no podemos rehuirlo. Hay que conocerlo y comprenderlo para poder superarlo. Pero siempre estará ahí acechando. Lo anglosajón es un mal cainita. Es la rabia ante la superioridad hispánica. La ambición de hurtar del imperio y de vivir a costa de él. Nosotros pagamos caro nuestra excesiva confianza. Dejamos que esas ratas pudrieran nuestro proyecto universal. El arte comprometido debería de reflejar la penetración del mal en nuestra sociedad. Y no precisamente de un mal sin sentido o un mal arbitrario. Sino del mal dirigido a destruir el corazón de la civilización occidental. Creo que voy a dedicarme a ello hasta que me lleve el diablo.

-El diablo no tiene cojones de entrar aquí, profesor. -Trató de evaluar el impacto de sus palabras, deteniéndose y mirando alrededor. Mientras tanto se introdujo un pedazo de la maravillosa dorada a la sal, en la boca. Los aromas volátiles de los óleos y otros productos químicos que cargaban el ambiente, se mezclaron con los de los alimentos creando una sensación singular. Tomó otro sorbo de Tesalia, tras lo cual el profesor le escanció todo el vino restante de la botella.-

-Es verdad, yo nunca invitaría al diablo a entrar en mi vida. Al menos conscientemente. Bueno, veo que te ha gustado la dorada. Acabemos con la ensalada que también está muy rica, te ha salido muy bien. ¿Qué te parece mi propuesta de trabajo entonces?

-Me parece genial, de verdad, creo que nos hemos dejado arrastrar por un falso progreso que ha tenido un liderazgo norte-europeo no cuestionado, y que realmente no conduce más que a un sinsentido. Esa gente ya no sabe por donde tirar, no sabe qué hacer. Tienen que innovar porque sí. No saben que hay que vivir. Y que la vida es lo que manda, lo que genera criterio. Se lo llevan cargando todo desde hace tanto tiempo que no sé si es un poco tarde para rebelarse. Hay que volver a lo mediterráneo y emanciparse de la barbarie. 

-Cuando uno ha tenido que vivir en sus carnes la clase de vida que esa gente lleva, te das cuenta de que realmente pertenecemos a mundos irreconciliables. Son profundamente autistas e incapaces de ver la ternura del ser, especialmente de la comunión con el Otro. Muchos de ellos luchan, saben que hay algo que no está bien. Viven en un mundo carente de amor. Lamentablemente, al crecer en ese ambiente, después es complicado adaptarse a un mundo más amable. No lo entienden, les resulta difícil ser amados y amar plenamente. 

-Supongo que su esposa, perdón, ex-mujer, hizo grandes esfuerzos por adaptarse. -tras la frase tomó un gran sorbo de vino, como para compensar una posible represalia.- 

-Ejem, si, es verdad. Ella al igual que yo, tratamos de acercarnos y querernos sin límites, pero la aventura nos ha hecho pedazos. Supongo que a mí sobre todo. Como londinense, y mujer moderna, quiso ligarme basándose en lo que le decía su bajo vientre o como ella dice; below the belt sort of feeling. Pero eso no es el matrimonio. Como te digo, son gente que reduce el amor al sexo, y la vida a la mera supervivencia. 

-¿Dónde vive ella ahora? 

-Justo encima de este apartamento. -dijo el profesor, señalando con el dedo índice hacia arriba, y con voz baja, como si ella fuera ahora a escuchar sus palabras. -Es que no la soporto, pero tampoco puedo vivir sin ella, honestamente. 

-Aaaah, entiendo. -Se sintió confundido, pero como tenía donde mirar y con qué estimular su mente, se dejó llevar por el espectáculo visual de los cuadros del apartamento, y así poder olvidar momentáneamente, el impasse de la situación-. 

Para cuando estaban más allá del bien y del mal, dándole sorbos a un amontillado llamado La Inglesa, alguien llamó desde una puerta interior. El profesor hizo un gesto de leve desazón, tras lo cual dijo; -¡Pasa! -Una bella mujer de unos cincuenta años apareció por una disimulada puerta que estaba en una esquina de la cocina. Llevaba una bata y un camisón de seda que le hacían tremendamente seductora. El joven se sintió traicionado por su reacción emocional e inmediatamente se sintió indispuesto e inquieto, pero trató de disimular.

-Perdona cielo pero no sabía que estabas acompañado, disculpadme, me marcho ya. -Dijo la mujer con un falso gesto de desprecio y una voz algo ronca pero tremendamente sensual.-

-No, no te preocupes, es un antiguo alumno, Alison, te presento a Segismundo. -El profesor hizo exactamente el mismo gesto facial, pero en versión masculina.-

-Encantada Segismundo. -Produjo una sonrisa incongruente, mezcla de desinterés a juzgar por la expresión de su boca, y de lascivia, si nos fijáramos sólo en sus ojos...  -y espero que el profesor no te esté indoctrinando con sus teorías conspiranoicas sobre los anglosajones...es difícil llevarle la corriente a un genio lunático. -Alison pronunció las frases lentamente, mirando al suelo, de modo que sus increíblemente largas y curvadas pestañas hipnotizaran al incauto de Segismundo. Para terminar, disfrutó lentamente de la palabra lunático, momento en el que clavó sus ojos en el desgraciado joven. Durante la fracción de segundo en que pronunció el fonema "lu" mostró su brillante y roja lengua. Segismundo se sintió atravesado por una atracción morbosa e inapropiada hacia la mujer o mejor dicho, ex-mujer del profesor.

-Encantado. Jeje, son ustedes algo especiales, creo que nunca he estado una una situación tan extraña. Mmm. No sé si tomaros en serio, ¡pero me lo estoy pasando genial! ¡Ja! -Produjo una sonrisa forzada y nada convincente.-  

-Eres muy diplomático Segismundo, me alegro que disfrutes de la velada. Cariño, ¿me pones una copa del vino que estáis tomando? Y....¿te importa que me una a vuestra conversación? Estaba un poco aburrida en el piso de arriba. Me he pasado el día entero sola. -Se sentó en un sillón frente a los dos hombres, mostrando unas piernas sensuales que brotaban del vestido encarnado como diabólicas y torneadas tentaciones.

-Te pondré una copa, no nos vamos a pelear por eso. Este hombre ya se iba, así que tomemos la última y después cada mochuelo a su olivo. -El vino tenía color caoba, como el pelo de la mujer. En nariz era punzante, con aromas de especias tostadas, recuerdos a madera y frutos secos. En boca, amplio, estructurado, y persistente. Ella cató el vino y lo saboreó despacio, aprovechando furtivamente cada ocasión, para captar vibraciones de Segismundo, mientras los dos hombres continuaban su perorata. 

Se supone que todo se iba a terminar en cuestión de unos minutos, pero no. Al final la mujer se acabó uniendo a la conversación. Los tres se enzarzaron en una disputa a tres bandas cada vez más abstracta y progresivamente más angosta. Segismundo tuvo la impresión de que ambos interlocutores lo intentaban atraer de alguna manera a su terreno, lanzaban preguntas o proponían un dilema para cazarlo, exponer sus debilidades o simplemente para gozar mientras él, se revolcaba panza arriba tratando de defenderse de las argucias de sus dos oponentes. ¿Quizás fue el amontillado, que lo hizo algo más desconfiado? Acabaron la botella y se bebieron otra de la misma bodega. Para cuando Segismundo intentó marcharse, estaba muy afectado por todo, incluyendo los caldos que había tomado. 

-Segismundooo, que buena charla hemos tenido. Te veo muy cansado, y es tarde, ¿porqué no te quedas a dormir? No creo que sea apropiado salir en tu estado al mundo real. Te traeré una manta. Ahora vuelvo.

-¡No se preocupe profesoorrr! bueno, da igual...¡Qué vergüenzaa! -dijo, mirando a Alison. Ella le devolvió una mirada lujuriosa. Al poco retornó el profesor con unas sábanas, mantas y almohada. 

-¡Ea, ahi tienes de todo! ponte cómodo. Yo me voy, mañana hablamos. No puedo tenerme en pie. !Au revoir!

Alison y Segismundo se quedaron solos tras la salida abrupta del profesor. Ella se levantó al momento, y se dirigió hacia el joven. Se aproximó tanto a él, que su pubis quedó a menos de un milímetro de su cara. En distancias tan cortas, la seda mostró toda su capacidad de hacer estragos en la voluntad. Y los aromas y las formas humanas más allá de lo soportable. Segismundo sintió que el mundo se le venía encima. Ella murmuró algo. Aunque pronunció palabras audibles, él creyó haberlas olido. Era un aroma a especias picantes, con un poco de vainilla. Un tiempo después, tras saborearse el uno al otro aquellas regiones en las que estás pensando, desaparecieron por la puerta secreta, sin saber en qué lio se acababan de meter. Pero así es la vida, mucho mejor que la ficción.  







domingo, diciembre 04, 2022

El Regreso

Hacía sólo unas semanas, Isabel había empezado a citarse con un médico que había conocido en una de sus guardias en el hospital. Era un guapo cirujano argentino que acababa de llegar a la comarca. Quizás fuese una casualidad que ambos adorasen el cine fantástico y de terror, el caso es que se habían encontrado una noche oscura trabajando en urgencias, y tras largas conversaciones sobre sus horripilantes preferencias cinéfilas, no pudieron sino seguir descubriendo más afinidades algo más clandestinas e impúdicas. Como buenos sanitarios, aprovechaban algún descanso o respiro para besarse o meterse mano. Coser tripas, reparar huesos fracturados y después tener sexo en un oscuro cuarto próximo al quirófano suponía un morbo codiciado para sendos médicos, dando pábulo a la envidia del más consumado filmaker del orbe.  De esa guisa ambos comenzaban la emocionante etapa en la que una mujer y un hombre se inician en el ritual de desearse incondicionalmente el uno al otro, conociendo e idolatrando cada poro de la piel, y cada pensamiento de su amante. 

Era ya otoño, y bajo la suave cortina de lluvia que refrescaba el caldeado ambiente, se lanzaron por la vertiginosa y silvestre carretera que les lleva de Algeciras a Tarifa. Tras dejar atrás los ominosos y gigantes generadores eólicos que giraban sus aspas diabólicamente frente al estrecho, la ciudad de Tarifa se dejó ver junto a la costa. Al descender suavemente hacia la hermosa franja litoral, sintieron mucho menos el azote del levante, especialmente conforme se adentraron en la zona urbana. 

Era excitante acudir al cine en el Teatro Municipal Alameda, tan cerca del mar. La ciudad de Tarifa es un lugar asociado a otros menesteres más estivales, pero así es como ha de avanzar una ciudad que quiere estar en el mundo. De hecho, como buena algecireña, Isabel se sentía muy orgullosa de ver cómo la comarca progresaba hacia la modernidad, desde lo más remoto de Andalucía.

El Festival había comenzado sus primeros pasos el año anterior, y en la presente edición, habría hasta una fiesta zombi por el pueblo. Dejaron la autocaravana por la playa de los Lances y se fueron andando desde allí hacia el centro. Así estirarían las piernas tranquilos, porque el cielo se había despejado por completo y no habría más amenaza de lluvia en los siguientes días. Por el camino intercambiaron impresiones y algún que otro furtivo achuchón. En su fuero interno, Isabel dejó aflorar un extraño sentimiento de familiaridad con su amigo. Era como si lo hubiera conocido hacía muchísimo tiempo. Justo antes de distraerse con otra cosa, percibió un leve cariz funesto en dicha sensación. Pero eso no tenía sentido. Se acababan de conocer, y él había estado toda su vida en la Tierra del Fuego, en Ushuaia. Lo curioso es que no tenía acento argentino ninguno. 

Al fin, gracias a la magia del cine, se adentraron en las penumbras de la selva amazónica, con la ilusión de estar viendo la ópera prima de Alejandro Ibáñez Nauta, hijo del ínclito Chicho. La película titulada "Urubú" supuso para Isabel, un re-encuentro de épocas anteriores, ya quizás pretéritas, donde nuestro querido Chicho Ibáñez Serrador, nos animaba cada lunes a perdernos por los corredores infinitos de la angustia y la irracionalidad que vive agazapada en cada rinconcito oscuro de nuestras mentes. En aquellos años de ingenuidad y curiosidad que ahora recordaba con ilusión, Isabel era una estudiante con gran entusiasmo por la vida. 

Ahora, en sus años de veteranía, con los hijos criados y el ex muy lejos de su vida, debía de reinventarse y comenzar un nuevo capítulo, tras años de vicisitudes y privaciones. Enamorándose de su nuevo amigo el cirujano, quiso tirar la casa por la ventana. Hacer locuras y dejarse llevar por su instinto de mujer se había convertido en lo más prioritario de su vida. 

Salieron de la película muy satisfechos y más si cabe al poder escuchar al mismísimo director explicar los pormenores de la aventura de filmar en el corazón salvaje de Brasil. Tras la agradable cita, volvieron a la autocaravana, se vistieron con los trajes de zombis y se maquillaron a tal efecto. Al salir ya preparados y con aspecto de auténticos muertos vivientes telefonearon a sus colegas y quedaron con ellos en el centro del pueblo, por la iglesia de San Mateo Apóstol, desde donde partiría la escenificación de una invasión de no-muertos. La sensación de familiaridad con su amigo era cada vez más fuerte. Eso le hizo sentirse casi eufórica. 

Fue una noche apoteósica, pudiéndose gozar de la alegría de niños y mayores haciéndose pasar por criaturas putrefactas. La calle estaba empetada y todos disfrutaron como enanos del espectáculo colectivo. Cuando terminó el pasacalle, se sentaron en un pequeño bulevar próximo al bar "el Picnic", por la calle Guzmán el Bueno. Miraba a su hombre con ternura, pero también con una pizquita de asombro, de perplejidad. ¿Porqué se sentiría tan cautivada por esa "familiaridad"?

Los amiguetes eran todos sanitarios y allí, entre luces y sombras, desparramados a todo lo largo y ancho de la calle se dedicaron como el resto de los comensales a alimentarse de flamenquines cordobeses en lugar de cerebros. Tras las risas y los animados comentarios, comenzó una charla no menos interesante, ya más propia de una tertulia. Aún así, era muy atmosférico estar entre gente ensangrentada y llena de cicatrices bebiendo Mahou. Carmen y Fageles era íntimas y cercanas a Isabel. Se sentaron juntas en la cena. Quizás sería por lo siniestro del encuentro, por su proximidad a las postrimerías de la vida o porque simplemente esa noche fue un re-encuentro. El caso es que rememoraron una extraña experiencia que tuvieron en sus años de estudiantes. Fue algo que ocurrió cuando en los albores de la democracia, Ibáñez Serrador estimulaba sin escrúpulos nuestras peores pesadillas. Isabel quiso aprovechar el momento agónico de la noche para aterrorizar a todo el mundo con su historia, pero lo hizo incitando a Carmen susurrándole algo al oído. Su amigo el argentino se dio cuenta de que algo excitante iba a suceder. Se divertía muchísimo con el ingenio y la rabiosa espontaneidad de Isabel. De pronto, él notó una extraña familiaridad hacia Isabel, y empezó a recordar.

Carmen fue la que de pronto sacó el tema abiertamente frente a todos. Todos sabían que ella era muy devota de la Virgen del Carmen, por tanto, esperaban una historia relacionada con su especial vínculo. Dejándose mesmerizar por Isabel, su psique dejó sacar a flote una experiencia remota con una monja llamada Sor Paz. En aquellos momentos las tres amigas trabajaban en geriatría y lógicamente, la muerte era una compañera fiel en esos pabellones y plantas hospitalarias donde nuestros mayores se preparan para viajar al más allá. Carmen relató un inquietante hecho que las otras dos corroboraron como cierto. 

-Lo que os voy a contar es totalmente verídico. Os lo prometo. Me lo ha recordado Isabel ahora mismo. Os juro que ya lo tenía casi olvidado, pero me ha venido como un rayo de luz ahora mismo. -Los más de veinte amigos que charlaban de mil y un asuntos se callaron de golpe y giraron sus cabezas hacia Carmen. Algunos no sintieron un gran interés, esperando una de las típicas historias de Carmen, pero le entregaron una atención plena-. 

-Isabel, Fageles y yo éramos unas jóvenes estudiantes a finales de los años setenta. Estábamos de prácticas en una residencia de mayores. Muchos de ellos morían agonizando, no pudiendo despedirse del mundo como Dios manda. Por su enfermedad o por lo que fuese, los veíamos perder su vidas de mala manera, y eso a nosotras nos acongojaba muchísimo, especialmente siendo nosotras tan jóvenes. Esto sucedió hasta que un día entró por la puerta Sor Paz, para tomar el mando del centro. Era una mujer anciana, pero con mucha autoridad y energía. Yo tenía mucha afinidad con ella, porque las dos éramos muy afines al culto a la Virgen del Carmen. De hecho, aunque yo era una jovencita ingenua y algo atrevida, Sor Paz me quería mucho. Una mañana, tras semanas sintiéndome muy agobiada de tener que cuidar a tantos moribundos, me dirigí al despacho de Sor Paz a suplicarle que me ayudara a sobrellevar dicha carga emocional. Ella se lo pensó mucho, y me confió un secreto. Me dijo que era capaz de hacer que las personas se marcharan de la vida sin sufrir. Eso me dejó perpleja. -Carmen guardó silencio, y dejó que pasara un rato para que la gente pudiera murmurar e intrigarse. 

-Lo que dice Carmen es totalmente cierto. -Dijo Fageles, y segundos después Isabel lo corroboró. -Isabel y yo también estuvimos de estudiantes junto con Carmen el mismo año, y en la misma residencia, y conocimos a Sor Paz. Lo que vivimos allí es difícil de describir....

Carmen retomó la narración con mayor gravedad y haciendo su voz algo más quebradiza. Los ojos de la audiencia brillaban como luceros. El silencio del grupo era formidable. Cualquiera que hubiera aparecido de golpe por General Moscardó y hubiera doblado la esquina se habría pensado que todos los allí sentados eran auténticos zombis esperando saltar sobre cualquier incauto, dadas las caras de excitación que mostraban los congregados. -Como os decía, estábamos muy agobiadas viendo cada noche cómo se iba un abuelito en un estado de angustia, pero Sor Paz nos tenía algo reservado para remediarlo. Ella me confesó que era igual que yo, una devota de la Virgen del Carmen. Me dijo que la Virgen tenía grandes poderes y que le había dado consuelo y explicación de cómo poder alcanzar el cielo en paz con éste mundo. Dicha comunicación se establecía a través de sus sueños. Le dijo que la gente que muere acostada en una cama, no puede tocar el suelo con los pies y eso les hace perder contacto con la madre tierra. Según me contó Sor Paz, la Virgen se lleva nuestra alma de inmediato, si nos ha llegado la hora, pero eso sólo sucede como os acabo de contar, si los pies tocan tierra o mar. La santidad de la Virgen hace que el moribundo alcance el más allá en directo ascenso hacia el cielo. Para mí fue un gran alivio oír sus palabras pero al principio me mostré incrédula. Se lo conté a Isabel y a Fageles, las cuales se sintieron exactamente igual que yo, hasta que una noche, conseguimos que Sor Paz acudiera con las tres a ayudarnos a despedir a una abuelita. Ella nos mostró cómo los ancianos se marchaban de inmediato si les poníamos un ladrillo en los pies. Nosotras nos sentimos aterradas al principio al ver cómo morían rapidísimo tras colocarles los ladrillos en las plantas de los pies desnudos. La evidencia continua nos mostró que se podía evitar una muerte dolorosa y mientras duró nuestra experiencia de prácticas con ella, pudimos comprobarlo una y otra vez. Creí haberlo olvidado, pero no. Acabo de acordarme de todo ello como si fuera ayer...Dios...

La gente comenzó a hablar de inmediato de manera explosiva, tras notar que Carmen había terminado su narración. Algunos aprovecharon para bromear sobre la historia, y otros continuaron embriagándose de la misma, interrogando a las tres mujeres sobre más y más detalles de la experiencia con Sor Paz y los moribundos abuelos de la residencia. La noche derivó en muchas historias, todas truculentas e interesantes. El cirujano estaba como en un trance. No dejaba de mirar Isabel, y de vez en cuando miraba a todos lados como un iluminado.

No había luna, y estaba todo muy oscuro al volver por la línea de costa. Isabel y su amigo iban de la mano, pensativos. Cuando llegaron a la altura del Café del Mar, el hombre se detuvo y se giró hacia Isabel. Se quedó quieto frente a ella con cara expectante. Ella se sintió algo confusa y le preguntó.

-¿Qué te pasa cariño?, ¿estás bien?-. -¡Estoy fenomenal!, ¡contentísimo! Me alegro de la bienvenida que me has dado hoy, frente a tus amigos-. -¿Bienvenida? ¿a qué te refieres? los conoces a todos-. -¡Por su puesto que sí cielo!, es que hoy has desvelado nuestro secreto y he sentido que ya podíamos hablar tú y yo de nuestro reencuentro-. -Perdona, pero no te entiendo-. -Vaya, quieres hacerlo algo más morboso...jeje-. -Se quedó en silencio. Estaba muy nervioso, pero quiso darle la impresión de falsa calma.

Isabel comenzó a sentir un leve tembleque en las piernas y una especie de sudor frío ascendió desde la columna lumbar hasta alcanzar la nuca. Notó que perdía el equilibrio y se dirigió impulsivamente hacia el malecón donde pudo sentarse e intentar recuperar en vano la sensación de normalidad. Se estaba mareando y la náusea le invadió desde lo más profundo de su aparato digestivo. El amargor del ácido le mordió la garganta. Pensó que de pronto había caído en un abismo de horror insondable. No podía pronunciar palabra. Trataba de no mirarlo a él. Desesperada, trató de huir y saltó el malecón, cayendo en la húmeda arena de la playa. Con las escasas fuerzas que le quedaban se fue arrastrando hacia el mar. Cuando llegó cerca de la orilla, se dio cuenta que el hombre estaba allí, esperándola.

-Amor, siento que te estoy asustando. -Su voz era temblorosa-. -No lo entiendo. ¡He esperado tanto éste encuentro!. ¡Cálmate por favor! ¡Soy yo, Ceferino! Nos conocimos en la residencia. Yo era un párroco amargado de la vida...en aquella época tenía ochenta años. Te conté una noche que tenía miedo a morir y que había hecho un pacto con el diablo. -Ceferino hablaba nervioso, desgarrando su garganta. -Tú accediste a ponerme una placa de plomo en las plantas de los pies justo antes de morir, tal y como el diablo me dijo, para así retornar algún día al mundo de los vivos. ¡Tú me ayudaste Isabel!, he tardado años en recuperar mi memoria, y saber a dónde volver, y recordar de dónde venía. ¡He vuelto para vivir contigo, una segunda oportunidad! He disfrutado de una nueva vida sin saberlo, y ahora me acabo de dar cuenta que he venido para reunirme contigo...¡Es increíble!

Isabel, estaba petrificada, destruida por el miedo. Recordó aquél episodio de su juventud, el cual interpretó como una forma de ayudar a un hombre atormentado por el celibato y las restricciones de la vida eclesiástica. Nunca más se acordó de Ceferino si no fue para sentir lástima del anciano. Ahora se re-encontraba con aquella alma retornada de los infiernos. Ambos se miraron como hipnotizados con sus caras de muertos vivientes, junto a las olas. Los dos, derritiendo sus caras pintadas con la cera de las lágrimas; Ceferino enamorado, Isabel gimiendo una ininteligible plegaria. La mirada ígnea quizás duró mil años, o quizás horas. Desde los abismos de la muerte y la angustia, Isabel fue alcanzada por la Virgen del Carmen, que acudió en auxilio de la mujer. -Recuerda el poder del Mar-, le dijo la dulce voz mariana. Tras una titánica lucha consigo misma, con su cuerpo, y contra todos los demonios, alzó su mano temblorosa hacia Ceferino, implorando que la levantara. Él, acudió con dulzura y la irguió. Ahora estaban a unos centímetros de las olas. Se abrazaron. Ella lo condujo hacia el océano y allí desaparecieron para siempre.