sábado, octubre 22, 2022

Exitus Erótico

Había estado asediado por una serie de cuestiones importantes durante una buena parte de su vida. Eso era normal teniendo en cuenta que era un neurótico. Como también era un poco jartible, había intentado buscar solución y explicación a sus varias cuestiones existenciales. Dada su devoción por la verdad y su excelente capacidad reflexiva, había podido dar cuenta de algunos de dichos dilemas exitosamente, pero algún otro se le resistía año tras año.

Ahora había sobrepasado la cincuentena y por gracia divina, estaba todavía en pie, entero. -La vida más reposada del que ha luchado durante mucho tiempo y ahora empieza a disfrutar de los triunfos, puede traer algunos regalos inesperados, -pensó para sí mismo días antes de su momento fatídico- En ese instante no se dio cuenta de cuánta razón tenía. Ahora sobrevivía escondido tras los bastidores de un matrimonio frustrado desde un principio por la mojigatería femenina, y la viscosa presencia de unos suegros castrantes. No quería acabar con un proyecto de tal calado, y que al fin y al cabo le había proporcionado dos frutos maravillosos e inesperados. De hecho, por virtud de dichos frutos había resuelto el dilema de su relación matrimonial y acabó claudicando a la misma, aunque aún le quedasen algunas balas en la recámara del amor carnal. Podía disparar a diestra y siniestra y cazar la pieza que quisiera, pero en el amor uno es cazado. Y amor había en su vida. ¿Para qué quisiera tirar todo por la borda, bajo la influencia nefasta de cualquier sirena que se encontrase durante sus devaneos de fin de semana? 

El viernes pasado, durante su trabajo en la notaría, notó que la secretaria se había enfadado mucho ante su actitud coqueta frente una clienta que intentaba cerrar una operación inmobiliaria. Fue una reacción de puro celo, al revelar incautamente algunas intenciones con la atractiva cuarentona de aires aristocráticos. Tuvo que admitir como ciertas las palabras que dicha empleada sacó de la manga justo antes de cerrar el kiosko. Con ellas le plasmó palmariamente que podía esgrimir cualquier desatinada alusión a la pecadora acción testosterónica, como una ominosa espada de Damocles feminista. Le dio la razón de inmediato, y le pidió disculpas por puro miedo. A lo mejor su reacción interna fue desproporcionada. Pero en su subconsciente bullía la visible inferioridad de condiciones del género mantis religiosa macho. En aquellos días una mujer podía acusar a una no-mujer de cualquier cosa, porque sí. Y la justicia, que por cierto es una mujer con los ojos vendados, abriría su cráneo sin contemplaciones, como una niña apaleando una piñata. Los días de Don Juan Tenorio acabaron en la generación anterior. Freud se retorcería en su tumba al saber que ahora el pene está colgando entre las piernas de las mujeres, sobre todo de las acomplejadas. 

Al día siguiente y tras pensarlo mucho, tuvo que agradecer a la secretaria, que tras eones secuestrado por una perplejidad trascendental*, había llegado el momento de quemar el barco del erotismo. Se dio cuenta que las mujeres jóvenes eran unas imbéciles y que él era un viejo amargado, aunque también sabio espalda plateada. A partir de entonces, en su tiempo libre se dedicó a la virtuosa costumbre de escribir pequeños guiones para un programa de radio nocturna que llevaba un amigo suyo, que por cierto había quemado un barco de la misma eslora no hacía mucho tiempo. Al fin se liberó de todas sus ataduras hipotalámicas y también de las metafísicas, que en el fondo son igual de pesadas. Ahora volaría libre por las ondas hertzianas, mesmerizando almas, cautivando corazones, sin saber realmente si lo hacía como ángel o como demonio. 

* Me veo obligado a eufemizar por temor a la mortificación feminazi.

sábado, octubre 08, 2022

El Escritor

Colgó el teléfono con satisfacción. El coche ya estaba libre de cargas y se podía hacer la titularidad del mismo. En unos días harían la operación y tendría finalmente el coche de Carmelo. Entretanto, estaba celebrando la llegada de varias cajas de vinos que había comprado en Collado. En realidad, pertenecía al club del Vino y le traían una caja con seis botellas cada tres meses, pero dado que iba a celebrar su cumpleaños, se pidió una caja extra. Abrió las dos y se deleitó al comprobar la buena calidad de los mismos. Estaban los Gaudeamus, Fundus, Caberrubia, Tio Pepe y Méritos, y todos a buen precio. Hoy no había nadie en casa a parte de él, con lo cual tenía por delante un sábado bastante reflexivo. 

A su lado, en la mesa, reposaban expectantes a parte de las botellas, varios libros de Ibn Arabi. Otros más contemporáneos, como el de Ruiz Zafón y una innumerable cantidad de textos médicos también intentaban acaparar su atención. Nadie sabía cual iba a recibir el próximo bocado. En realidad, de eso se trataba. Comer de aquí y allá, nutriéndose de la variada dieta intelectual a la que acostumbraba. El día anterior, su amigo Chema le había recomendado un escritor japonés llamado Murakami, pero no estaba seguro si pillarse algún libro del susodicho, sencillamente porque Chema había comenzado a seguir a dicho plumilla tras adquirir una historia sobre corredores o maratones. Ya lo volvería a hablar con él, para estar más convencido. Seguro que Chema le daría detalles sobre Murakami y podría al fin decidirse. 

La situación actual se definía como un ambiente burbujeante, dado que había acumulado ya más de cien relatos y tenía ganas de publicar cuanto antes. Paco, un amigo escritor, le había dicho que tenía que seleccionar de entre los cien relatos y publicar un libro con unos cuantos nada más. Evaristo se había apuntado a leerlos y mejorar la gramática y corregir errores. 

A veces se preguntaba si su vida llevaba un camino torcido. Si quizás había sido tentado por el diablo o si su quehacer reflejaba una inclinación a que el mal lo rondase. ¿Se había entregado a una existencia blindada de espiritualidad?

Desde fuera, se podría decir que era alguien feliz. Por supuesto que tenía algunos problemas por ahí, pero todo el mundo los tiene. Lo más crítico era que no tenía ni idea de cómo vivir. En realidad, todo lo que pasaba alrededor lo vivía con gran perplejidad. Era un gran simulador. Se hacía pasar por una persona normal, pero en su fuero interno, andaba siempre perdido. Estupefacto, atónito, enajenado, asombrado...absorto. Los qualia de la experiencia eran sin duda vividos con gran deleite, a pesar de lo inquietante. Porque al fin y al cabo, por muy extraño que fuese vivir bajo su propio pellejo, era la vida lo que tenía en sus manos, y la vida es un constante asombro.

Se fue a dar una ducha. Al salir se fue secando frente al enorme espejo del cuarto de baño. De pronto, imbuido en su propia vergüenza de ser él mismo, se sintió como desdoblado completamente. Es como si hubiesen encajado un USB detrás de su nuca con su verdadero Yo como un implante, mientras que el cuerpo y parte de la actividad mental fuera la del recipiente o más bien, el solar del que tendría gobierno. Pero es que no era un buen terreno donde cultivar su alma. Ambos se rechazaban. 

Se sintió mareado y tuvo que retirar la vista de su imagen especular para poder gestionar tamaña sensación de repudio y oprobio. Se vistió como pudo, medio alterado y confuso. Intentando dejar atrás semejante atentado contra la integridad psíquica bajó al salón donde todavía esperaban pacientes y anhelantes una enorme pila de libros y varias botellas de vino. Allí se encontró con un hombre sentado y cabizbajo. Llevaba turbante y un atuendo islámico muy elegante. El escritor pudo reconocer que vestía una túnica blanca y una blusa de tela fina de color verde. El hombre elevó la vista y mostró su semblante atezado al escritor. La sensación fue una combinación de estupor y encantamiento, es decir, una especie de sesión hipnótica, mesmerizante. El individuo del turbante empezó a hablar en un tono muy sosegado;

-Bienvenido a la vida, amigo -dijo el desconocido-.

-Gracias, no tengo el gusto de conocerle -contestó el escritor-.

-Si que me conoces, pero te da vergüenza reconocerlo. ¡Que Alá sea misericordioso contigo! Soy uno de tus acompañantes. Somos de los que llevan una vida errante. Viajamos sobre todo a lo largo de las costas para aislarnos de los hombres. Hoy soy digno de tí. El Altísimo me ha permitido venir a visitarte.

-Shaykh, el honor es mío. Ahora lo he reconocido. Siento haberle faltado al respeto. 

El escritor no sabía si en realidad sus palabras salían de su boca o directamente de dentro. Se sintió cercano al sabio, el cual se mostró extremadamente humilde y magnánimo con sus gestos y presencia. 

-Shaykh, tu visita me llena de calma y serenidad. El que estés aquí en este momento es un regalo que no merezco. No te preguntaré porqué he sido elegido, bastante suerte he tenido hoy. 

Después de esas palabras, solo hubo silencio. Estuvieron bastante rato juntos, sentados uno frente al otro. El escritor le ofreció una copa de vino, pero no pronunció palabra para comunicarlo. Bebieron sin abrir botella alguna e Ibn Arabi le leyó algunos pasajes de sus libros sin tener que abrirlos. El sabio se fue diluyendo entre la misma materia que lo rodeaba, como una nube que se disipara poco a poco. Cuando parecía haberse disuelto por toda la habitación, el escritor se dio cuenta que se sentía algo más anclado en su propio organismo, aunque al mismo tiempo, percibía una mayor indiferencia por lo que acontecía. 

Se acordó que mañana tendría que pedir un préstamo, y que su rutina volvería a manifestarse como reina de su experiencia cotidiana. Sonrió desde dentro, sintiendo refugio en su carne. Ahora se dio cuenta que su cuerpo podía no ser más que un mero abrigo. Que su cara y brazos no eran otra cosa que un sofisticado títere que respondiera a los invisibles hilos de su pensamiento. 

Agradeció a la divinidad la experiencia y guardó en secreto su íntimo deseo de encontrarse de nuevo con Ibn Arabi y con otros sabios del pasado. Se preguntó si sería pecado el desear hablar con sabios del futuro.  

jueves, octubre 06, 2022

Entre líneas

El ser humano puede luchar contra el diablo, pero el diablo sólo lucha contra Dios.

Miradas y Libros

Entre los dos solo cabía una débil y humeante columna de vapor del cuscús. A veces se miraban descaradamente y a veces de refilón, avergonzados. El fondo del restaurante era una maraña columnas de humo que sugería un extraño palacio fantasmagórico, salpicadas por cabezas parlantes. 

El le dijo; -No sé si es la frase adecuada pero ahora mismo te diría que cada vez me gusta más leer.

-¿Porqué no lo sabes?-dijo ella-.

-Porque no me acuerdo, o no sé si lo que me gusta ahora es exactamente lo que me gustaba.

-Pues me estoy liando.

-Creo que hace años un libro era un objeto que me permitía aprender algo, y eso me gustaba. Ahora los libros son un misterio, o mejor, son como una rendija desde donde puedo vislumbrar el gran misterio de vivir.

-Yo sabía que eras un voyeur.   

martes, octubre 04, 2022

La Charcutería

El amigo encontró al psicólogo haciendo unas compras y bueno, ya que la hora del ángelus había sido superada con creces, acabaron tomando una cerveza. Al fin y al cabo era sábado.

-Y bien querido amigo, cuéntame, ¿cómo te va en el nuevo trabajo?

-Me va bien, pero vamos esto parece una charcutería más que una clínica...-dijo el psicólogo-

-Vaya, eso suena algo raro, ¿y a qué se debe?

-Los pacientes vienen a la consulta como si fueran clientes, y te pueden abordar así por ejemplo; -¿me da un cuarto de rivotril, y cien gramos de terapia cognitiva?-

-jajaja, eso es broma.

-De broma nada, te lo digo en serio. 

-Pues como te he cogido así a bote pronto, ponme una bolsita de zopiclona que ando con insomnio.

-Vete al carajo.