jueves, noviembre 02, 2023

La Respuesta

Para Hakim, el mundo era un lugar insuficientemente bello por decirlo de forma ladina. Quizás el orbe estaba demasiado recargado de eventos y de escenarios difíciles de tolerar para él. La gente hablaba demasiado o quizás demasiado alto. La luz era cegadora, los colores estridentes y los olores penetrantes. Era un joven abrumado por la vida, por sus propios sentimientos. No se sabe si es que era de los que miraba al sol de frente, o es que había nacido para vivir entre las sombras.

Por eso había pasado de estar jugando con los otros niños todo el día, a ir perdiendo el interés. Casi sin darse cuenta se fue dedicando más y más a leer o incluso a escribir. Con los años, que volaban raudos, su afición por lo estético y lo armonioso fue creciendo, y el tiempo dedicado a la contemplación fue ganando espacio en un estilo de vida cada vez más dominado por el distanciamiento de lo inmediato y lo fugaz.

A veces se le podía encontrar en la mezquita, rezando solo, bajo la protección de un profundo silencio y el enorme laberinto de columnas y arcos que lo defendían de un mundo exterior cruel y muchas veces incomprensible. Le gustaba ir vestido de un pulcro blanco, lo cual contrastaba a la perfección con su cabello azabache y sus brillantes ojos verdes. 

Un amigo de su padre le consiguió un trabajo en el zoco de la ciudad, donde podría ganar algo de dinero. Aunque el lugar era hermoso, lleno de color y emociones, Hakim sufría al tener que soportar el griterío y el caos propio de un hervidero de vida como ese. Escondía bajo las cajas y sacos de especias sus preciados escritos y libros de dibujo a los que dedicaba todo el tiempo que podía. En su fuero interno, estaba ilusionado con poder algún día dedicarse a dar clases en la gran biblioteca y conocer a los sabios que venían de todo el Islam, para poder aprender un lenguaje nuevo o acceder a libros secretos e importantes. 

Una mañana se disponía a desplegar su puesto de venta, cuando un señor mayor se aproximó a él. Era muy temprano, y no era normal tener un comprador antes de prepararlo todo. El hombre debía ser extranjero porque hablaba árabe en lugar de romance andalusí. Tenía una planta soberbia y una voz quebrada, le dijo que necesitaba varias bolsas de frutos secos, hierbas frescas y especias y las quería preparadas para más tarde. Hakim obedeció sin rechistar, perplejo ante su inaudito cliente. Le pareció una persona misteriosa y de modales exquisitos. Conforme los viandantes y compradores fueron inundando el zoco, y la mercadería estaba ya a la vista, se fue sintiendo más ansioso a la espera de la vuelta a del hombre. Los vendedores parlanchines y la mezcla de olores y sonidos le mareaban ese día más que nunca. Siempre anhelaba tener un poco de paz, pero curiosamente, mientras aguardaba al misterioso caballero, decidió rezar agradecido al recordar que todos los días ahorraba un poco de dinero y al mismo tiempo ayudaba a sus padres. 

Cuando el señor apareció, el pedido estaba convenientemente preparado. Ahora Hakim se percató de lo alto que era y del efecto tan elegante que sus largos brazos y piernas creaba en sus gestos y movimientos. Los dos mostraron un interés mutuo. El hombre se llamaba Jalid. Y al hablar pausadamente con el joven, le pareció un crío muy noble para ocuparse de un trabajo tan mundano. Se sintió turbado por esos pensamientos y quiso saber más sobre él. Jalid era originario del El Cairo y estaba en Al Andalus para estudiar todos los libros de botánica que se encontraban en la biblioteca de la ciudad. En su conversación advirtió el talento del muchacho y lo convenció para que le enseñara sus trabajos. Jalid quedó impresionado por los escritos y dibujos del joven. El magnetismo entre ambos creció desde ese momento y ambos emprendieron una buena amistad. 

Semanas después, Jalid presentó a Hakim al bibliotecario principal, el cual también gozó con la vista de las maravillosas e intrincadas imágenes que el niño hacía crecer por sus cuadernos. Estaban repletos de plantas de todas las formas posibles. Se le ofreció un puesto de escribano y dibujante de incunables andalusíes. Su tarea iba a ser el copiar y mejorar con la ayuda de sus dibujos, todos los papiros y documentos escritos de la antigüedad que estaban en posesión de la biblioteca. Desde entonces, Hakim dedicó toda su atención a la preciada tarea de cultivar iniciales, letras, palabras y frases adornándolas con maravillosos motivos florales y colores que podían revivir las ideas de los mejores y más remotos sabios que la Tierra había dado a luz. 

Entregado a su sagrado ritual de dibujante y amanuense, se convirtió en el hombre más feliz del mundo. Jalid encontró un fiel amigo y dedicado estudioso de las artes plásticas. Ambos iban a rezar a la mezquita, siempre de blanco. La gente llegó a pensar que eran padre e hijo.

Un día se anunció la llegada de Ibn Arabi a la ciudad. Fue una noticia muy especial, digna de celebración por parte de los amigos y varios allegados de la gran biblioteca. Desafortunadamente, esto no fue bien recibido por algunos, porque el místico y sabio era demasiado laxo para el gusto de la mayoría. A partir de ahí, comenzaron a haber tensiones y roces entre Hakim y los demás. Meses después del anuncio apareció el sabio por la ciudad. Al fin acudió a la biblioteca ante una gran expectación. Le acompañaban varios hombres santos, y pudo dar varias conferencias entre los miles de códices y entre cientos de espectadores, que quedaron igual que Hakim, prendados con su iluminadora visión del Cosmos y la posible misión de los humanos en dicho espacio. Después de tal trascendente aprendizaje, las ideas y palabras del maestro rebotaban en la imaginación del joven como un eco eterno. El amor lo empapó por completo, como una lluvia torrencial, implacable. Se sintió pleno, inseminado de un afecto supremo, celestial, algo nunca antes visto o sentido por su espíritu. Su corazón se sintió liberado, descubierto al fin. Sintió su alma desnuda, a la vista de todos. Sin embargo, tras ello se notó a si mismo algo resquebrajado y mustio, especialmente ante la inminente partida de Ibn Arabi. Anticipando una catástrofe, le suplicó acompañarlo junto a los otros hombres que hacían de cortejo. Curiosamente, en su continuo devenir, Ibn Arabi marcharía pronto a El Cairo. Para Jalid era una oportunidad para volver a casa supervisar el progreso de sus negocios, y al mismo tiempo llevar al muchacho con él, y ayudarle en el viaje y la estancia en una ciudad nueva. Al fin y al cabo, Hakim jamás había cruzado las murallas de Qurtuba. 

Recorrieron la costa africana en barco, y semanas después arribaron al fin en el destino. La experiencia fue agotadora, pero también un giro total a su forma de entender el mundo. Todo era diferente, pero reconocía que desde que Ibn Arabi llegó a su vida, se tornó más maduro y su personalidad más retraída y ascética. En la distancia empezó a captar un profundo dolor tras haber dejado atrás a su familia, a su ciudad, y todo lo que conocía. La ansiedad le podía, a pesar de gozar de la protección de Jalid y todo eran preocupaciones ¿Qué haría ahora sin su metódica entrega al dibujo y la escritura? ¿Cómo podría vivir sin el silencio y la quietud de la atmósfera de la biblioteca más grande del mundo? El vacío y la incertidumbre ocupaban un espacio emocional creciente, en constante lucha con su desarrollo espiritual. Pero el maestro le advertía con frecuencia, de la necesidad de superar las dualidades y él seguía férreamente sus indicaciones, su camino, dondequiera que hubiese que ir. 

Jalid no se sentía libre de abandonarlo en El Cairo y menos aún dejarlo marchar a donde el santo varón decidiera. La situación empeoró cuando semanas después de llegar a la ciudad del Nilo, les llegaron noticias de que la biblioteca de Qurtuba había sido destruida en medio de una espiral de violencia y caos político. Hakim nunca había prestado atención alguna a la compleja realidad social en la que vivía y aquella noticia le partió el alma en dos. Desde entonces su rostro se volvió pálido y sus ojos perdieron su característico brillo y vivacidad.  A pesar de que mantenía contacto epistolar con la familia y los amigos, cosa que le proporcionaba cierta tranquilidad, tuvo que soportar el saber de la muerte de algunos debido al tumulto y la violencia contra la biblioteca. Gracias a Dios, Ibn Arabi y Jalid estaban a su lado, y le daban fuerzas y orientación para no perder el control. Hakim estaba perdido. Su alma vagaba en pena, destruido por el horror incomprensible, y por más que buscaba sosiego espiritual o intelectual, su mente sufría de una melancolía y pérdida irreparables. En aquellas circunstancias, sintió terror y no supo si podría volver a Qurtuba o si quería continuar viajando con el sabio Ibn Arabi.

Un día que decidió perderse por los limites de El Cairo, acabó llegando a las grandes pirámides y a la Esfinge. Se quedó allí absorto. La mudez de la Esfinge le ayudó a recobrar el aliento. Su figura inescrutable le proporcionó alguna respuesta. Quizás el tiempo acabaría con todo al fin, y podría haber perdón y redención. No era el momento adecuado para sentir odio y un instinto asesino contra sus enemigos, pero ¿cuándo es adecuado sentir un odio desatado? 

Jalid percibió la amargura y los sentimientos encontrados de Hakim. Jalid tendría que reemprender su trabajo de investigador y marcharía a Bagdad muy pronto. Gracias a su influyente posición, le ayudó a encontrar trabajo en la biblioteca de El Cairo. Pero Hakím no se entregó a ello de la misma forma que antes. Su trabajo se volvió errático y la calidad de sus trabajos se resintió. Incluso su carácter se fue volviendo irritable y arisco hacia todos y todo. Tal fue su rabia que Jalid e incluso Ibn Arabi se marcharon de la ciudad sin poder despedirse de él, por temor a algún acto agresivo o a herirle al transmitirle la noticia de sus partidas. Se quedó solo, pero no se sintió abandonado. Sabía que fue él mismo el que había creado ésta situación. 

Al cabo de los años, llegó a sus oídos que un mago estaba reuniendo miles de libros en una isla perdida, llamada Alborani. De hecho, algunos capitanes de barcos que llegaban a El Cairo informaban de haber sido abordados por piratas de libros, en una zona marítima comprendida entre Al Andalus y el Magreb. La extraña historia de Alborani revivió su alma malicienta. Invirtió cada vez más esfuerzo en viajar de aquí y allá, visitando el puerto y hablando con todos los marinos que podía para averiguar más y más sobre ese misterioso lugar. Cuando tuvo un plan, ya había ahorrado suficiente dinero para dirigirse a la ignota isla, la cual lo llamaba como un poderoso imán. Decidió llegar hasta Milila, la ciudad portuaria más cercana a la isla y permanecer allí acechando a todo barco que arribase para poder así negociar una posible visita a la ansiada isla. Su corazón, emponzoñado por oscuros sentimientos fue recobrando cierta vitalidad, a pesar de volver a cambiar de ciudad y de ambiente. De nuevo se veía perdido entre ruidos, gritos y gentes extrañas. Muy alejado de las sagradas estancias plagadas de océanos de letras, donde él navegaba con maestría, ahora se perdía en mares procelosos que le provocaban terribles pesadillas.

Al fin, un barco capitaneado por un turco, llegó a la ciudad. Hakim conocía a todos los que podían contarle quién y cuándo había  atracado, de modo que pacientemente esperó al capitán y los marineros por los cafés, hasta poder crear un falso encuentro casual. Su estratagema le ayudó a desvelar al fin, el secreto fundamental que perseguía. El capitán llevaba provisiones regularmente a la isla y la defendía de los curiosos. Hakim le imploró que le llevase a ella. Le daría lo que quisiera. Le dijo que sería muy útil debido a sus conocimientos. El hombre llamado Turgut, se mantuvo muy cauto y le dijo que le daría una respuesta meses después de informar al sabio de la isla. No venían a Milila con frecuencia como era lógico. Los meses pasaron muy lentos, pero Hakim se mantuvo firme en su convicción de que su petición sería escuchada. 

Cuando al fin llegó el día, el turco apareció con una expresión enigmática. Se sentaron en un café frente al mar. Y muy serenamente, el hombre le dijo lo siguiente.

-Hakim, tengo que darte una respuesta como te prometí. Pero en realidad, la respuesta la tienes tú. Han ocurrido cosas horribles en Qurtuba hace unos años. Tienes la ocasión de reparar el daño hecho a la ciudad, si vuelves y recuperas algunos de los códices que no han sido destruidos. Así tendrás ocasión de abrazar una vez más a tu familia y ver a tus amigos. Si vuelves a Milila con los libros y te llevamos a Alborani, ya nunca más volverás a Al Andalus. Tienes que elegir. Piénsalo. Partimos en una semana. Te esperaré aquí mismo a la misma hora en siete días con tu decisión, para poder transmitírsela a Gibarian. Si decides ir a Qurtuba, te recogeremos aquí en el plazo de un año. 

-De acuerdo, nos veremos aquí en una semana, que Dios te bendiga, Turgut.

Hakim también se mostró hierático y reflexivo sin poder revelar un anticipo de su decisión. Se marchó con la mirada perdida. Atravesó la ciudad hasta llegar a su aposento y allí quedó durante siete días, pensando en qué le diría al capitán.