domingo, enero 23, 2022

Coco

 Se despertó medio confundido sin saber si lo que veía era cierto o no. Se sentía muy agustito en la cama y no quería salir de ella. No sabía cómo pero tenía una postura increíblemente cómoda, en la que sentía que podría permanecer hasta el infinito sin cansarse. Ahora las pesadillas nocturnas parecían remotas, casi ridículas. Pero la sensación de irrealidad, había contaminado el día. Era viernes por la mañana, y había que ir al colegio. Pascual se decidió al fin, y dejó su nido caliente para lanzarse al mundo real. En cuanto salió de su burbuja protectora, empezó a sentirse mal. Se decía a sí mismo: -me he portado, mal, me he portado mal-. No sabía porqué, ni siquiera se acordaba, pero sabía que no era un buen niño.

Objetivamente, tenía siete años y ya sabía replicar a sus padres, entrometerse, decir palabrotas o hacer comentarios inapropiados. Para ser tan joven, ya había molestado a muchos mayores y de todas las clases. Curas, maestros, vecinos, familiares, amigos. Importunaba a todo el mundo con sus astutas y ácidas observaciones. Algunas veces eran simples reflexiones dichas en voz alta, que acababan avergonzando al adulto más incauto: -tita, ¿porqué el cristal es transparente?- La tita podría haberlo fulminado con su mirada. Nadie parecía responder con ternura o amabilidad: -abuelo, ¿tu mataste a alguien en la guerra civil?- Era imposible hacerlo callar. Pero Pascual poco a poco fue tomando nota de que algo no iba bien. De hecho, a esas alturas ya sabía que él era una mala persona. Cualquier comentario inocente acababa arrollando a un adulto completamente desprevenido: -Pablo, si el vino blanco, no es blanco, sino amarillento, porqué lo llaman blanco?

El hermano mayor de Pascual, Marco, ya le había intentado aleccionar un poco, con cuentos y metáforas: -Pascual, si sigues hablándole así a la gente, una noche va a venir alguien a llevarte…- Pero Pascual no se daba por aludido. No creía en esas cosas, era muy mayor. O eso creía él. Por ejemplo, había decidido de manera abrupta dejar de creer en Dios, después de hacer una serie de pruebas experimentales. Al fin y al cabo, tampoco había estado creyendo en Dios por tanto tiempo, como para poderlo asimilar del todo. Pero Marco insistía, todavía con alguna esperanza de que su hermanito dejara de ser un bocazas: -El Coco va a venir si sigues portándote mal con la gente- Pascual no sabía que podía significar tal frase. Paradójicamente, tenía algunos problemas de comprensión, probablemente asociados a su nivel madurativo.

Pascual tuvo un viernes relativamente normal. Solamente molestó a la profesora, la cual estaba haciendo una breve y rápida mención a la constitución atómica de la materia, sin entrar en detalles. Pascual se sintió molesto por la superficialidad y rapidez con la que su maestra había tratado un área tan importante de la física, de modo que interrumpió la clase para comentar sobre los quarks y otras partículas subatómicas, como los bosones o los gravitones. La maestra se quedó muda durante un lapso, tras lo cual no pudo controlarse. Tuvo que expulsar por su boca la pregunta: -¿qué qué qué es un quark?- El estruendo de risas de los pequeños y perversos alumnos destruyó su ya debilitada autoimagen, lo cual supuso que Pascual recibiera una reprimenda. A parte de ese incidente, el resto del día fue bien.

Esa noche ya en la cama, sintió que no quería dormirse. Intuyó que no volvería a despertar. Creyó anticipar el fin de sus días. Casi no había cenado de lo nervioso que estaba. Pascual sabía que por las noches, los temores se acrecentaban. Lo que parecía lógico y lo que parecía una bobada, acababan mezclados como un gazpacho en la oscuridad de la noche, y más aún, quedaban indistinguibles entre las tenebrosas cavernas de su todavía joven aparato psíquico.

A pesar de su angustia acabó dormido, y tras entrar en su estado onírico, se vio menguar dentro de su cama, hasta adoptar el tamaño de un ratoncito o incluso algo más pequeño, como una musaraña. Poco después, alguien destapó la ahora gigantesca manta que ante sus ojos se elevaba tan rápido como su pequeño cuerpo se helaba de frío y miedo. Una ruda y peluda mano que emanó de la más profunda negrura, lo recogió como si fuera una bolsa de basura. Lenta y pesadamente lo llevó colgado del cuello de su pijama, pellizcado con el pulgar e índice del monstruo hasta que lo dejó caer en lo que debía ser un saco. Pascual era ahora tan pequeño, que el saco tenía las dimensiones de un estadio de baloncesto. Sintió que su cuerpo chocaba contra la ruda tela del saco, mientras, otros niños que también estaban allí, se movieron de un lado a otro intentando en vano no colisionar. El gigante lanzó el enorme saco detrás de su hombro, tras lo cual todos los niños chocaron entre sí formando una bola en el fondo del zurrón que se estampó contra los lomos del gigante. El Coco debía de estar andando deprisa, porque los niños caían unos sobre otros, una y otra vez, con el zamarreo incesante. Pascual sucumbió al terror entre gemidos, suciedad, olores indescriptibles y una terrible oscuridad que lo envolvía todo.

A la mañana siguiente, ya era sábado. Pascual amaneció recordando la pesadilla, alegrándose de estar vivo y tras comprobar que había recuperado su tamaño natural. Esa misma mañana y todavía escudado en su cama, tomó una determinación. A partir de ahí, se sintió más maduro y cambiado. Dejó de airear sus comentarios y los guardó en una biblioteca que él mismo construyó en un lugar especial de su mente. A partir de ahora, se volvería un chico normal en apariencia. Desde fuera se convertiría en un niño más retraído y cauteloso. Pascual viviría ahora su segunda vida, dialogando clandestinamente con el “Bibliotecario”, el guardián de sus pensamientos, aquél que vive en el corazón de un bosque secreto, y protege todos sus pensamientos. A él también le dio la potestad de rezar por él, para que las noches fueran más tranquilas.

jueves, enero 13, 2022

Sana Locura

 La entomóloga Jorodowski fue invitada a acudir a una reunión, que en otros ámbitos se considera la típica comida de empresa que tiene lugar en las vísperas navideñas. Aunque tenía muchos años de experiencia profesional, llevaba pocos meses en la zona. Había estado pasando por una crisis matrimonial y profesional que le habían llevado a aterrizar en el sur del Sur, casi por casualidad. Un conservador del Museo Natural de Ushuaia, se había jubilado recientemente y se abrió una oportunidad única para la doctora. Volviendo a la fiesta de navidad, hay que decir que, reunir a los científicos de toda la región para un ágape, significaba que cientos de personas iban a acudir al almuerzo. Estaba nerviosa dado que iba a conocer a mucha gente de golpe, y también tendría que alternar con los nuevos compañeros con los que se codeaba sólo hacía unos meses, y tendría que mostrar algo de sí misma, algo más natural y menos distante. Eso era un riesgo a correr para alguien como ella, que se autodefinía como una criatura más bien hermética, pero habría que hacerlo. Iba a ser por tanto, un día estresante entre muchos más que habrían de venir. En cualquier caso, no le dio muchas vueltas y dejó que llegara la semana en la que, al fin, se congregaría con toda la fauna de biólogos y conservadores correspondiente a la región de la Patagonia Argentina. Al llegar la esperada semana, el director regional del Instituto Nacional de Investigaciones Biológicas  comunicó que habría que suspender el ágape debido a los típicos asuntos políticos derivados de la estúpida pandemia, que a esas alturas ya sólo provocaba resfriados, pero que seguía siendo un arma arrojadiza entre los politicuchos que gobiernan aquél país. Así que, tras la noticia, siguió con su trabajo, sin darle mayor importancia. Se concentró mucho en sus estudios sobre un tardígrado patagónico, que parece tener unos genes muy útiles para el ser humano.  Se sintió aliviada de no tener que ir a la comida, tenía mucho trabajo. Sin embargo, a mediados de semana se tropezó con varios compañeros que comentaron el asunto. Alejandro, un becario, sugirió frente a un conservador y un estudiante de doctorado, que podrían quedar en plan petit comité sin que nadie más lo supiera. A ella le pareció genial después de todo, y se apuntó a la clandestina experiencia. Este inesperado giro de eventos le produjo una grata sensación y le motivó durante el resto de la semana a trabajar con más ahínco. Soñó con tardígrados una y otra vez. En la vigilia, comprobó que todos los que iban a la cena, se guiñaban el ojo en los pasillos del enorme museo, disfrutando de su secreto. Felizmente llegó el viernes. El mismo miércoles habían hecho un grupo de wasap y la doctora notó que había varios hombres en dicho grupo que ella no conocía. Nadie le explicó nada, pero supuso que pertenecían a otro museo. En efecto, cuando llegaron al restaurante, los demás le explicaron que había otros compañeros que habían venido de Córdoba, que también quisieron unirse y nadie quiso rechazarlos. De modo que entre nervios y el barullo del restaurante cada uno buscó un sitio sin premeditación. Al lado de ella se sentó un especialista en cordados de los que había visto activo en el wasap, posiblemente de Córdoba. Era un hombre muy dicharachero, algo frescales y que rápidamente recibió varios comentarios negativos de sus compañeros. Le dijeron cosas como: -este es el biólogo más don juanesco de toda la Argentina…- El pobre científico resistió los duros y malvados dardos de los otros hombres con dignidad y entereza. Esto conmovió a la doctora, la cual quedó algo prendada por la espontaneidad y brillantez de su actitud hacia los demás. Como quiera que ambos acabaron engarzados en conversaciones de muy diverso tipo, las cuales incluyeron tanto organismos macroscópicos como aquellos de los cuales nadie más que un biólogo ha visto jamás, no pareció fuera de lugar el que él le invitara a salir afuera a fumar, aunque ella desde luego, detestaba el humo. Se marcharon los dos a un patio interior, la una a respirar aire fresco, y el otro a ensuciarlo. Mientras tanto, los demás cuchichearon sin control. Ella le contó que estaba casada y que no estaba feliz en su matrimonio. El era un jeta y le dijo que debería de vivir la vida según le vinieran las cosas y que no fuera tan rígida. El científico se atrevió a interpretar cosas muy personales de la vida de Jodorowski, pero ella se lo tomó como un gesto de interés y de verdadero cariño. Le recordó el valor que tiene el que otra persona analice nuestras vidas y la estudie con interés, mostrando un respeto incondicional, y una entrega al bienestar del otro. Se sintió envuelta en la magia de ese gesto desprendido. Fue como acudir a su psicólogo, pensó de pronto, sin quererlo. De hecho, le trajo memorias muy positivas de su análisis en Buenos Aires, y le gustó. Gracias a la terapia pudo superar su separación, por tanto experimentó una grata asociación de emociones. Prosiguió la marcha de dejarse llevar por aquél loco experto en cordados y en mujeres. La tarde continuó, y los dardos hacia el hombre no arreciaron. Algunos llegaron a bronquearlo verbalmente, por rondar a una mujer casada. Lo hicieron delante de la doctora, sin escrúpulo, creando un ambiente de extraña turbación. Pero como todo iba avanzando hacia más cócteles y copazos y más descontrol, ella se sintió cada vez más desinhibida y más interesada en entrar físicamente en contacto con un hombre que la había penetrado ya, en el terreno emocional. Cambiaron de escenario varias veces, hasta que los demás del grupo se fueron cada uno a su casa, mirando a los dos pipiolos con cierta envidia e indignación. Todo el mundo estaba bebido y los que quedaron solo pudieron usar su ebriedad para dar rienda suelta a sus sedientas líbidos. Encontraron con dificultad extrema el coche de él, y acabaron engarzados en un baile amoroso sin fin, como si no hubiera un mañana a pesar del frío. Lo que pasó después es otra historia, pero por una noche se engarzaron como dos seres microscópicos, sumergidos en la más recóndita intimidad de un laboratorio medio congelado, allá en la Patagonia. Pero la anécdota aleccionadora de este cuento radica en que la doctora pudo recuperar el valor de sentirse querida en un mundo que la estaba devorando. Un mundo que la vampirizaba y que le exigía todo a cambio de muy poco. Encontrarse con un desconocido dispuesto entregarse a ciegas, apasionadamente, al igual que ella lo hacía a diario en su trabajo, le resultó una justa contraprestación a veinte años de matrimonio vacío y de trabajo frenético sin reconocimiento alguno. Hemos de hacer constar que aquél hombre no era un total desconocido, porque a las mujeres, lo mejor que les entra por los ojos es alguien a quien crean que pueden entender. Y ella captó que el científico era de la misma especie profesional. Los trabajadores de la ciencia son unos desconocidos para el resto de las estirpes intelectuales. Son unos sufridores especiales, una familia unida y segregada de los demás. Una tribu excluida y estigmatizada por la endemoniada tarea que les está encomendada de aislarse en museos y pequeños laboratorios, publicar incesantemente para conseguir ayudas... constantes salidas a entornos extremos para capturar especies nuevas. Por eso se sintió inmediatamente identificada con él y con su simpatía. Una simpatía que brilla en un mundo donde se mueve uno tan rápido que no hay tiempo para pensar. Jodorowski no pudo ni debió rechazar tal oportunidad de abrazar el sexo a través del amor, y el amor a través del sexo. Y no se arrepintió lo más mínimo de no volver a casa aquella noche de sana locura. Que Dios la perdone, porque salvará a mucha gente estudiando a sus bichitos. 

Actor en la Sombra

 A Ricardo, como a todos los buenos artistas, le apasionaba todo en relación al cine. Al ser dicha disciplina producto de muchas otras artes y ciencias, en realidad Ricardo se convirtió hace tiempo en un factótum moderno. Ricardo no portaba un viático académico significativo (como casi todos los artistas), pero sí había sido muy hábil y precoz (me da vergüenza repetirme, pero…como casi todos los artistas) al poder publicar sus primeros trabajos gráficos en fanzines y también en periódicos. Tras ello, fue incorporándose al mundo de la farándula, participando en obras de teatro, o escribiendo chistes para cómicos profesionales, hasta que poco a poco, se fue introduciendo en el mundo del cine de pleno, que era su máxima aspiración. Ahora es un guionista y director reconocido mundialmente. Ricardo siempre ha vivido en la cuerda floja, pero se las apañó para mantenerse en equilibrio, muchas veces precario. La ayuda de su psicoanalista fue vital, pero él supo tener siempre dicho naipe en la manga, de modo que nadie supiera quién estaba detrás de la fortitud que los demás atribuían a él, y nada más que a él. En ello destilaba algo de narcisismo, como es natural. Peccata minuta.

Ahora Ricardo acaba de publicar una autobiografía en la que recoge sus memorias tras una larga experiencia y trayectoria profesional, tanto nacional como internacional. La publicación ha sido un enorme éxito, que ha ayudado a cerrar su trayectoria profesional en una explosión estelar de sensaciones que la masa y los fans han acogido con gran fruición. En la ovacionada obra, Ricardo aprovecha para realizar un bosquejo de una teoría psicológica sobre lo que constituye ser un buen actor y lo que llega o puede llegar a ser una buena película. Secretamente, su psicoanalista ha comprado el libro y se ha entretenido bastante leyendo las peripecias de Ricardo. Sin embargo, se ha sentido algo desilusionado con las burdas descripciones del artista en cuanto a lo que constituye ser un buen actor. En cierto modo, no se ha sorprendido, porque al fin y al cabo, ¿qué sabe un artista de psicología? Según los pensamientos del psicoanalista, Ricardo cree que básicamente un buen actor es alguien que él (Ricardo) considera buen actor. Más específicamente, aquellos actores buenos son los que tiene la suerte de ser fotogénicos y como diría Tarantino, son gente “cinemática”, es decir, quedan bien, y salen bien en la pantalla porque hacen muecas agradables y expresivas. ¿En esto consiste ser un buen actor? ¿De verdad? ¡Con razón hay tantos que no han ido en su vida a una escuela de interpretación! Recordemos que hasta los niños ganan Oscars. 

El psicoanalista aprovechó las reflexiones de Ricardo para hacer lo propio consigo mismo y ver que al usar la metáfora de interpretar, o como diría él “impersonar” un carácter, todos al fin al cabo somos actores. Y él, como psicólogo es sin duda alguien que tiene que representar un papel muy difícil a diario. Se ríe al darse cuenta de que esas pobres marionetas de los directores de cine y teatro, se creen actores, cuando en general no hacen más que exagerar sus propios caracteres. De hecho, la inmensa mayoría de los actores tienen un registro expresivo muy estrecho, lo cual confirma dicha hipótesis. Para colmo, esto implica que no son para nada conocedores del alma humana, sino simplemente intérpretes de sí mismos. Tras estas divagaciones, el psicoanalista se da cuenta de su inmenso poder como persona, es decir, siguiendo la etimología, el que porta una máscara social. La palabra persona procede del latín per sonare, es decir, que suena a través de. Personificar, es ser uno mismo, haciéndose oír y ver tras una cubierta arbitraria, es decir un papel, que nos toca o que elegimos. La persona del psicoanalista, aquél que ha de interpretar las personas y la suya propia, es el papel actoral más importante de la sociedad. Es el que verdaderamente entiende y comprende a los otros, y también es capaz de entenderse así mismo. Él ha sido un gran actor, adaptándose a sus pacientes, no dejando entrever lo que no es necesario y alzando lo más conveniente para facilitar el bienestar de su clientela. Eso sí que es actuar. Pero como siempre, en esta vida, los héroes deben de permanecer ocultos, y bien ocultos. Así, los hombres de a pie pueden seguir viviendo, sintiéndose protagonistas de sus vidas, sin que ningún semi-dios les proyecte una sombra ominosa que oscurezca su destino hacia la libertad y la gloria.

Meses después, Ricardo apareció por la consulta del psicoanalista. Quiso citarse por última vez con él, aprovechar para darle las gracias por su trabajo y dejar atrás otro aspecto de su longeva vida. El psicoanalista se sintió emocionado y muy orgulloso de haber estado detrás de los bastidores de la vida de Ricardo, sosteniendo los hilos de la frágil vida del ínclito. Nadie nunca sabrá que él fue el gran actor, el gran director que hizo posible que una vida al borde del colapso pareciera a ojos de la nación, un gran virtuoso, un genio, un icono. De esta manera, este ciego mundo proseguirá impertérrito, creyendo que lo bueno es bueno, porque es bueno, sin nunca poder captar sutileza alguna sobre la psicología humana. Y es que dicha ciencia, está solo al alcance de los que su propia locura les inclina a ser invisibles y permanecer entre las sombras. Y el arte continuará siendo confundido con artesanía. 

Por cierto, el psicoanalista se jubiló el mismo día, cerrando su gabinete, igual que el primer día. En un humilde silencio nocturno. 

martes, enero 11, 2022

Los Amantes de los Perros

 Los dos tenían perros. Ella perro y él, perra. Se conocieron por la playa de Getares una tranquila tarde de Octubre, cuando todavía hay mucha luz pero ya hay poca gente en la playa. Los perros eran tan mansos como los amos, por tanto, como no iban atados se acercaron el uno al otro, y al contrario que los humanos, hicieron lo que les apeteció, es decir, irse a meterse las narices en los traseros. Ambos dueños se sintieron exteriormente ruborizados por el comportamiento animalesco de sus mascotas, pero en el fondo, les dio un enorme regusto imaginar lo que ellos, seres civilizados, también podrían hacerse el uno al otro. En silencio, y tras enormes intentos de contener la risa, se hicieron un saludo con gestos y marcharon en direcciones diferentes, una vez que los perritos se aliviaron sus necesidades de cariño. Días o semanas después volvieron a coincidir, esta vez en el otro extremo de la playa, donde hay más rocas. En esta ocasión estaban más relajados y se atrevieron a dirigirse la palabra e intercambiaron pareceres sobre un número importante de asuntos, todos igualmente irrelevantes, pero que les dio ocasión a escrutarse mutuamente. No mucho después, cuando ya atardecía bien temprano, y en uno de esos extraños días de invierno en los que no hace nada de frío, se sorprendieron haciendo el amor allí mismo, exactamente en el mismo punto donde se conocieron. En esta ocasión, fueron ellos los que jadeaban, mientras que sus mascotas quedaron allí pasmados, como mudos testigos de un acto tan atávico como ineludible. Al comenzar del año siguiente, él tuvo que partir. Era militar y tenía que llevar un helicóptero de maniobras en una misión de la OTAN en Lituania. Pero antes, en las noches de invierno que compartieron abrazados, el hombre le quiso mostrar algunas gemas del firmamento a su amiga y amante de los perros. Le contó las leyendas e historias que nuestros antepasados forjaron para darle sentido a la maraña de estrellas que pueblan el cielo nocturno, y ambos proyectaron sus amores a través de los cuentos mitológicos. Ella memorizó a Orión y su espectacular cinturón del que cuelga esa insinuante nebulosa llamada M42. Orión, es una magnífica constelación, fácil de observar durante el invierno. Aconsejado por él, ella se bajó una aplicación que le podía ayudar a reconocer dicha formación astral y muchas otras. Solo tenía que dirigir el móvil donde quisiera y aparecía en la pantalla la correspondiente formación estelar que estaba justo detrás.

Una noche, después de que él partiera, la mujer activó la aplicación cuando estaba desnuda en su alcoba, preparándose para zambullirse en el sobre que la abrazara calurosamente antes de escuchar los susurros de Morfeo. Con la ayuda de la transparencia que creaba la aplicación del móvil, se sorprendió encontrar a Orión justo en la pared de enfrente de su dormitorio, alzándose vigilante y con su espada que cual verga excitada, estaba apuntando directamente a su sexo. De tal guisa la mujer sintió espontáneamente un calor difundirse rápidamente desde su pubis por todo el cuerpo, mientras mentalmente recorría la anatomía de su amigo, que ahora estaría sobrevolando los nevados bosques de un país escandinavo. Cerró los ojos y se acarició al ritmo de los tambores y danzas de los antiguos que forjaron los mitos y leyendas que nosotros repetimos en el ritual del eterno retorno al amor. Mientras tanto, su perro, se sentó cerca de la cama a contemplar con gesto de curiosidad los extraños gestos y gemidos que ella emitió sin poder jamás atisbar su significado.

domingo, enero 09, 2022

Fran y Marta

 Fran era un individuo avispado, más bien tímido y con una clara inclinación a la indolencia. Tenía un interés en varios fenómenos de la cultura, aunque siempre había tenido bastantes reservas en implicarse de forma activa en alguna forma de arte o disciplina. Con las chicas era aún si cabe, más reservado todavía. A nivel profesional, Fran prefirió formarse en el mundo de la abogacía, temática conocida en su ambiente familiar, para convertirse en un procurador y vivir de ello sabiendo que así no moriría de un contagio como los médicos, ni de un accidente laboral indeseable como los policías. Fran asumió que ser procurador le facilitaría una ocupación que simplemente le proporcionara una base real para estar en el mundo, conocer gente y sobre todo aparentar ser normal. Pero Fran tenía ese gusanillo que no le dejaba vivir, y de vez en cuando sentía la llamada de aquellas cosas fabulosas que asediaban su curiosa mente. Muy en el fondo de su corazón, Fran sentía que era diferente y le costaba admitirlo. Como ya alcanzó los treinta y todavía vivía soltero, sintió un gran apuro por dichas circunstancias, y en un arrebato decidió destapar su amor por la magia. Le costó mucho tomar esa determinación. Se puede decir que Fran estuvo gestando esta idea durante años, de una forma casi inconsciente. De hecho, no le contó el proyecto a nadie. Sabía que en Triana había un par de bares nocturnos donde había espectáculos de magia los fines de semana. Así que empezó a acudir a ellos de forma casi furtiva. Observaba fascinado a los ilusionistas cada viernes. Se compró manuales de magia, y grababa programas televisivos donde los magos nacionales e internacionales ejecutaban sus números. Fran comprobó que efectivamente estaba fascinado por los trucos de magia y su complejidad, no era sólo una fantasía que había albergado durante años. En efecto, fue notando una mejoría en su estado de ánimo, conforme los meses pasaban. Se sintió más suelto, menos miedoso de las relaciones personales. De hecho, se hizo alguna amistad femenina en sus incursiones a Triana, aunque no llegaran a cuajar en nada substantivo. Aprovechando su entusiasmo y creciente subida de moral, decidió enfocarse en dos o tres trucos de cartas y practicó durante días, semanas y meses. Se sorprendió a sí mismo comprobando que podía ser muy metódico y paciente. Con el tiempo logró dominar los trucos que había estudiado, pero aun así, continuó desarrollando su afición de manera clandestina. Practicó y practicó hasta la saciedad, y disfrutó cada momento de esfuerzo, de cada ensayo. Durante esa época había conocido a una mujer de la que sintió algo más que interés sexual. Se vio vulnerable al comprobar que soñaba con ella y que la deseaba con gran intensidad. Era una fiscal del distrito de San Bernardo. Fran se dio cuenta que se estaba estrellando contra un muro, e hizo lo posible para poder extirpar a esa mujer de su mente. Un sábado en el que se encontraba concentrado una vez más barajando sus naipes, sintió un repentino sentimiento de desapego por la prestidigitación. Seguidamente se sintió dolido e impresionado por su reacción, la cual no comprendía. Poco a poco dejó de practicar ilusionismo y también fue dejando de acudir a los bares para ver a los magos. Seguía sin entenderlo. Era como si la magia se hubiera esfumado de los trucos que ejecutaba. También sintió que los trucos que aún no dominaba (que eran una cantidad casi infinita) perdían fuerza y sorpresa al contemplarlos. Fran sintió que entendía la estructura y los procesos subyacentes a la magia tan profundamente, que se habían convertido en fenómenos demasiado corrientes y vulgares para él. Esto le provocó un malestar difícil de describir y de manejar. Tras pasar varios meses de profunda angustia, decidió realizar una huida hacia delante. A esas alturas ya ni se acordaba de la fiscal, gracias a Dios. Por fortuna, la chica había decidido cambiar de ciudad y nunca más supo de ella.

A Fran también le gustaba mucho el mundo de la imagen. No supo muy bien porqué, pero al ir olvidando el trauma de la magia, empezó a sentir la llamada de los kioscos y tiendas de cómics del centro de la ciudad que veía de reojo mientras pasaba una y otra vez haciendo su labor de procurador. Un día decidió adentrarse en una esas tiendas, y de nuevo se vio una vez más, presa de otra vieja fantasía a la que nunca le había prestado suficiente atención. Testificó otra vez cómo una nueva oleada de placer y excitación le invadía a lo largo de la semana, deleitándose de la belleza e ingenio de las imágenes que los ilustradores y dibujantes conseguían encajar en espacios tan reducidos. Al principio empezó a copiar los dibujos más sencillos a lápiz y con bolígrafos. Con el tiempo, fue cogiendo confianza, lo cual le permitió empezar a emplear también color haciendo uso de acuarelas. Fran se sintió muy afortunado de nuevo y mirando atrás, vio que tenía sentido el haberse dado una oportunidad con la magia. A pesar de los baches emocionales que había sufrido, ahora había recuperado la capacidad de sentir un formidable gusto por algo que colmaba su vida. Al igual que con los trucos de magia, Fran mantuvo en total secreto su amor por los cómics y la ilustración. Pasaron los meses, e incluso algunos años. Fran continuó su trayectoria de aficionado secreto y se hizo acopio de una gran cantidad de material gráfico con enorme fruición. Su esmero e interés le procuró una factura más que decente en sus trabajos a tinta y también a la acuarela, aunque casi siempre fueran copias fieles de las obras de sus ídolos.

Fran casi rozaba los 35 y continuaba feliz en su soledad, enfrascado con sus dibujos y fantasías de otros mundos. Nadie sabía quién era Fran en realidad. Tras la insistencia de algunos conocidos de su trabajo, acudió a una cena de navidad en la que tuvo ocasión de conocer a varias mujeres solteras. Fran sufrió una especie de convulsión al conocer a Marta, una mujer de pelo castaño y tremendamente simpática. Era tan simpática que incluso fue capaz de arrancar sonrisas y relajación a Fran, el solterón inconquistable de los juzgados de Sevilla, con el que casualmente tuvo que compartir la cena. Cayeron el uno al lado del otro por casualidad. Marta había cortado recientemente con su novio, y nadie pensó conscientemente en dónde debían sentarse ambos, lo cual hizo que Fran no se sintiera inicialmente amenazado por la presencia de alguien con tal poder de atracción. Pero su mayor sorpresa fue cuando a altas horas de la noche y tras muchas copas, todavía no se había marchado de la fiesta. Fue extraño, pero bebió mucho y puede que en ese estado llegara a besar a Marta, aunque no tenía recuerdo de ello. El caso es que unos días después, más concretamente, el viernes de Nochebuena, Marta le mandó un wasap…Fran se sintió confuso. No estaba capacitado para tolerar dicha experiencia. Se preguntó obsesivamente cómo Marta había podido hacerse con su teléfono, distrayéndose así del hecho fundamental de tener que decidir si afrontar o no una aventura con una mujer que le gustaba. El año estaba a punto de acabar. El año siguiente alcanzaría las 35 primaveras... Probablemente Fran había fantaseado con una situación parecida un millón de veces. Pero no estaba en sus esquemas el cómo actuar fuera de una simulación mental. Pocas semanas después se volvió a devanar los sesos y a castigarse por haber perdido el interés en los cómics y en el dibujo. ¿Qué creéis que tuvo que pasar con Fran y Marta?           

sábado, enero 08, 2022

Una Paleta de Grises para Suspirar

 Albi conoció a Roberta en una cafetería. Era una chica deliciosa, y tenía pedigrí flamenco. Roberta sólo tenía que sonreír para dejar a Albi completamente hipnotizado. A parte ser una hechicera lunática, Roberta contaba con pocos recursos más,  a parte de su maravillosa piel canela, su cuerpo sensual y sus irresistibles movimientos de caderas. Albi trató de verla varias veces y se convenció a sí mismo de que Roberta era realmente una persona a la que entregarse por completo, olvidando todo lo demás, incluyendo su doctorado en neurobiología del aprendizaje. Jamás había disfrutado tanto escuchando los gemidos de una mujer en el clímax del orgasmo. El problema es que durante un taller de psicoterapia, Albi se sentó junto a Matilde, la cual era una mujer encantadora y tremendamente lúcida. Tras hacer el amor con Matilde en la casa palacio que sus padres tenían en la calle Relator, Albi tuvo la sensación de encontrarse con la chica de su vida. No sólo habían conectado al cien por cien durante unos ejercicios experienciales de Bioenergética, en los que debían de mirarse a los ojos sin pestañear hasta desmayar. Matilde se había formado en Nueva York, hablaba inglés perfectamente y su padre era un psiquiatra muy respetado en la ciudad. Era un partido ineludible, aunque estaba tan majara como Roberta. Pero era una majadería muy cultivada. Tan cultivada como los campos de tulipanes. Albi continuó con la formación en Bioenergética con Matilde y solo pudo quedar con Roberta muy de vez en cuando. Se sentía confundido viviendo entre el amor de dos mujeres tan diferentes como lo puedan ser Bárbara Streisand y la Pantoja. La cosa se complicó cuando más adelante apareció Ani, una empedernida fumadora de marihuana, licenciada en ingeniera mecánica. Albi encontró a Ani mientras relucía como la estrella vespertina, en una fiesta organizada por un escultor local. El estudio estaba atestado de piezas de madera alrededor de las cuales los invitados se movían como hormigas. Era la situación ideal para perderse de Matilde, y hablar con cualquier invitado de esa marabunta de intelectuales y artistas que plagaban tan mágico ambiente. Allí, en un rincón humeante y oscuro se encontraba Ani, una rubia belga rodeada de psicólogos y demás estirpes de parados sevillanos a los que estaba dejando tumbados como bolos. Los psicólogos, igual que los tunos, necesitan perder bastantes años de su vida hasta darse cuenta de que son unos fracasados. Al final cuelgan la bata y se dedican a poner copas en cualquier tugurio de la Alameda. Por cierto, aparte de ser un gafotas albino (por eso le llamaban Albi), Albi también era psicólogo, pero era uno de esos radicales que estando tan convencido de que llevaba la psicología hasta en el tuétano, seguiría en paro de manera indefinida hasta coronar su inutilidad en un voluntariado de una ONG de enfermos de lupus. Se libró de la mili, pero el voluntariado es algo aún más estúpido. Encima de estar trabajando por nada, eliminas la esperanza de remunerar una actividad sanitaria tan importante. Con lo cual el karma que Albi arrastraba era muy significativo, pero por entonces, no hacer la mili era lo más chic. Su profunda inutilidad sólo tenía parangón con las infinitas listas de parados de nuestra gloriosa ciudad mariana. El mismo Albi inventó en Sevilla, una forma más mística y especial de estar en paro y consolidarse por tanto como un cero a la izquierda de la izquierda, por la cual sería recordado y venerado por todos los perroflautas de siglos venideros. Pero eso es otra historia, así que no nos distraigamos con cuestiones políticas y volvamos a Ani. Ella era simplemente explosiva, y no solo por sus manifestaciones de ira o su capacidad de encantar instantáneamente a todos los tíos del orbe. En realidad, Ani era de un realismo cruel, o más bien hiperrealismo sádico. Desplegaba un carácter de Medusa que no tenía piedad por los hombres, porque sentirse atraído por ella, era como caer en un estupor imposible de superar. Además, no parecía existir ni un atisbo de locura en tan apabullante criatura de apariencia germánica. La mayoría de los que se atrevían con Ani acababan humillados por una inteligencia realmente afilada y un humor más negro de los cojones de un grillo. Pero Albi era cándido e inmune a las burlas y chistes feministas de Ani. A él, le cautivó ese acento guiri y esa racionalidad kantiana tan propia de los europeos norteños. Con lo cual, Ani no pudo sino acostarse con él, a ver si así podría destruir su masculinidad quizás burlándose de las dimensiones de su pene o de su falta de pericia en la cama. Gran error. Albi se aferró a la irresistible afrodita teutónica, como una garrapata. El factor masoquista de Albi explicaba la mayor parte de la varianza de su conducta de género, cosa de lo cual el muchacho era completamente inconsciente. Por otro lado, Ani sabía un montón sobre automatización industrial, pero nada de psicología. En cualquier caso, Albi tampoco demostró en su vida haber podido aprender nada útil de dicha ciencia, pero al menos se casó con Ani en el año 2000. Tras una fastuosa y envidiada unión civil celebrada en el Ayuntamiento, se trasladaron a Bélgica, dejando una moda y una avalancha de matrimonios civiles, pero más paro en Sevilla (en este caso en el campo del sacerdocio, debido a la drástica caída de matrimonios religiosos que ocurrió poco después de su marcha). Hartos de la decadente ciudad hispalense, la cual solo deja vivir a los patricios de rancio abolengo, y mata con herbicida a todas las semillas de cambio, probaron suerte allí donde la Unión Europea ha decidido que pasen las cosas importantes. La extraña pareja vive desde entonces en un moderno apartamento en Bruselas, ciudad donde Ani trabaja diseñando cajas de cambio para coches de lujo.  No tienen hijos, reciclan muchísimo y son vegetarianos. Albi está de pasante en un psiquiátrico, y deja correr los días suspirando frente a un paisaje gris plomizo. Por las noches ha empezado a escribir su primera novela. Es una obra autobiográfica cuya historia se desarrolla en su Sevilla natal. Se va a llamar “Roberta y Matilde”.

jueves, enero 06, 2022

Tres Burbujas

 

Todo el mundo cree que sus sentimientos son la cosa más importante del mundo, aunque en realidad no signifiquen gran cosa para los demás. En efecto, vivimos en una especie de burbuja que nos protege de darnos cuenta de lo irrelevantes que somos. La gente consume su existencia al abrigo permanente de dicha manta protectora, como si de una placenta se tratara. En mi caso, mi burbuja reventó de manera muy precoz y explosiva a la edad de ocho años, cuando me enamoré por vez primera. Al reventar, en lugar de líquido amniótico, lloré muchas lágrimas. Como no me atrevía a hablar a Lola, una compañera de clase de piel melocotón, creí que lo mío debía ser la poesía, tras lo cual me dediqué a escribirle estrofas inspiradas en mis inclinaciones románticas. Obviamente, no sólo era un zoquete y nada parecido a un poeta, sino que debía ser un junta letras que solo acertaba a crear versos sin rima alguna. He aquí un ejemplo de lo que por aquéllas épocas pasaba por mi mente al sentir el flechazo de Cupido: “…en el juego del amor, tú y yo somos como dos galaxias colisionando, que intercambian estrellas como si fueran naipes…” La reacción de Lola al leer el poema fue como la de una neanderthal contemplando la piedra Rosetta; se arrascó la cabeza y me miró a la cara como si estuviera contemplando el vacío… Gracias a Lola aprendí rápidamente a no expresar mis sentimientos. Me dí cuenta de lo importante que es mantener el estado mental completamente inaccesible a la mujer de la que me enamoraba. A partir de entonces podía por ejemplo, seguir a la chica al salir de clase, y cuando tuviera ocasión de esconderme, gritaría el nombre de la amada a una distancia considerable y me agazaparía tras un vehículo hiperventilando y a punto de colapsar.  De esta manera no tendría que ver su cara de sorpresa o decepción. Así me ahorré muchas depresiones, hasta que llegó la mayoría de edad y decidí cambiar de estrategia. Posteriormente, mi psicoanalista me ayudó a entender que había pasado los primeros veinte años de mi adultez evitando a las mujeres que amaba, para poder esquivar la terrible sensación de rechazo y de insignificancia frente al poder absoluto de lo femenino. En lugar de eso me dediqué al estudio del comportamiento animal, en un laboratorio de psicología experimental. Las ratas nunca escapan de los laberintos, y así sí que se puede entender el porqué de las cosas. Ocasionalmente alguna estudiante caía en mis redes de forma breve, redes de las cuales se liberaban tan pronto como habían oído un par de pensamientos de los míos. En cualquier caso, no fueron pérdidas dolorosas ya que la mayoría de ellas parecían haber salido de una película de zombies; profundas ojeras, pelo revuelto y demasiada ropa y andares hippie. Y como las ratas de laboratorio, las estudiantes de psicología eran criaturas con un comportamiento predecible. Esto me permitió aprender mucho y seguir ocultando mis sentimientos. 

Tras varios años de psicoanálisis y muchas idas y venidas por bulevares conocí a una chica maravillosa llamada Ana. Era una mujer inteligente, sensible y una gran conversadora. Para mi sorpresa, Ana no escapó después de escuchar no sólo varios de los pensamientos que como enormes pájaros, se adocenaban en la pequeña jaula de mi mente. Tampoco se marchó después de escucharme hablar durante horas sobre el destino del universo, o de la complejidad del funcionamiento del hipocampo. Me pregunto qué es lo que hizo que Ana no me abandonase. Mi psicoanalista cree que yo adopté un papel femenino y más bien pasivo en la relación. Nunca me negué a sus demandas, incluso las de la alcoba, las cuales eran su especialidad. El problema es que acabé exhausto y fui yo el que abandonó la relación. Ana arruinó mi ilusión de vivir en un mundo donde hay que perseguir a las mujeres para tratar de llevarlas a la cama. Esa fue la segunda vez que experimenté un rotura de burbuja. El amor se desvanece cuando no hay retos, y Ana simplemente sació mi interés por el sexo y por compartir mis pensamientos. Desde entonces espero la tercera y última rotura de burbuja. Creo que esta va a ser la más espectacular de todas.