domingo, abril 25, 2021

Espacios Ocultos

 

Su señora llegaba ahora mismo del hospital, había terminado su turno. Pudo escuchar el sonido del bombín accionado que abría el cerrojo de la puerta, en el piso de abajo. Él quiso mantenerse en la cama, aunque ya podía escuchar los pasos de la mujer golpeando la escalera metálica que le llevaba a la segunda planta. Ella al llegar al dormitorio, se enfundó el pijama y ni corta ni perezosa se metió audazmente dentro de la cama, como si fuera una coquina; cerrándose a cal y canto. No dijo ni buenos días. Al segundo estaba dormida profundamente. Él se acababa de despertar y estaba todavía en una ensoñación, pero decidió acicalarse la cara, y prepararse una infusión para dejarla descansar. Así que dejó el dormitorio sigilosamente, y que seguía a oscuras, pero primero decidió entrar en el baño con el teléfono en la mano. No era particularmente temprano, pero como era domingo; se lo tomó con tranquilidad. El cuarto de baño estaba prístino, y se sintió muy a gusto en ese espacio donde la estética e higiene de los azulejos y el acero inoxidable le hacen a uno sentirse seguro. 

Los niños se estaban vistiendo en sus cuartos, cuando se asomó a verlos. Se acordó entonces, que se iban a una actividad dentro de poco. Las habitaciones estaban atestadas de cables, monitores y demás tecnología, pero era un desorden ordenado. No hizo ningún comentario al respecto, más bien decidió dar un beso de buenos días a cada uno. Al poco rato llamaron a la puerta; era su hermano. Bajó al primer piso para dejarlo entrar y mientras hablaba con él, preparó unos emparedados y fruta para los hijos. De pie, en la cocina de moderno diseño, se contaron algunas cosas de la familia, mientras terminaba de colocar el pequeño piscolabis para los peques en un par de mochilas. Unos minutos después, los chicos estaban listos y el hombre se despidió de ellos desde la puerta. Su hermano venía a recogerlos para llevarlos a un partido de baloncesto.  

Ahora tenía tiempo para escribir un rato, pero antes se prepararía una taza de menta poleo. No supo dónde había dejado el móvil, pero pensó que daba igual. Se fue al estudio para sentarse y concentrarse. Sostuvo la taza humeante delante de sí, como si portara una antorcha ardiente y cuando se dio cuenta, había atravesado la pared por una ranura que, aunque le resultaba familiar, era bastante inusual…se supone que no debía de estar allí. Asomó la cabeza para mirar al otro lado del muro, y encontró un pasillo largo, con las paredes rotas y los suelos llenos de escombros y suciedad. No tenía sentido alguno, pero extrañamente aquél lugar que debía corresponder con la casa del vecino, no le resultó completamente ajeno. Así que dejó atrás la apertura secreta que por casualidad había abierto, y siguió portando su taza de menta poleo, como si ésta fuera una especie de brújula, hasta que llegó a un espacio bastante amplio, con ventanas altas y oscurecidas por larguísimas cortinas. El suelo era de madera, pero estaba muy envejecida. El suave crujir al ritmo de sus pisadas, era agradable, casi seductor. En pijama, y con sus zapatillas, el hombre se adentró tímidamente en una especie de enorme estudio de ominoso aspecto. Ahora que estaba en el centro de la habitación, pudo contemplarla en toda su amplitud. El lugar estaba blindado al mundo exterior con enormes vitrinas que contenían miles de libros antiguos ordenados en cientos de estanterías de roble. El techo tenía rajas y quebraduras, igual que las cortinas, pero no podía oler a húmedo o sentir algo que le produjera rechazo o incomodidad al olfato. En el fondo de la extensa habitación, había un escritorio, también de roble, lleno de papeles y de libros. A su paso, había varias pilas de enormes tochos, que, como torres de una ciudad abandonada, parecían haber creado un verdadero laberinto literario, que el hombre decidió cruzar como si de un reto se tratara. Se paró en medio de la ciudad de papel y volvió a contemplarlo todo, girándose ciento ochenta grados. –Sí, esto es real- se dijo así mismo. Era un lugar tan acogedor, y oscuro, que se sintió cobijado. Se percató de que todos los objetos que había en aquél lugar, eran antiguos, pero percibió el esmero con que cada uno de ellos debió hacerse. -El tiempo que debían de llevar allí, sería enorme-, pensó. El respeto y la dignidad que dicho espacio le producía, fue invadiendo su corazón, que como un fogón recién encendido, empezó a crepitar de emoción. Había un  aparatoso candelabro negro de hierro forjado a la entrada. No lo vio al principio. Ahora, le pareció ver su función, junto a una bella estatua de una desnuda Afrodita de tamaño natural, que, al posar sus ojos sobre la cara de la figura, le hizo por un instante sentirse observado. Tras esto, se volvió a girar lentamente, mientras lo volvía a escanear todo, una vez más. Ahora podía ver más detalles. Había objetos antiguos; pequeñas esculturas y utensilios, posiblemente de culturas antiguas, repartidos por doquier. Se aproximó a la robusta mesa, y no pudo evitar tener que sentarse en el cómodo sillón de cuero color castaño oscuro que le invitaba a despachar los papeles que allí había. Sin dudarlo, dejó su taza en un hueco que había en la ancha mesa atestada de libros, y se dispuso a examinar las notas que había allí, sobre el tapete. Reconoció su propia letra. También pudo leer el contenido de las hojas, para darse cuenta de que estaban narrando lo que ocurría en su mente. La lógica de la situación, le obligó a examinar con detalle lo que allí estaba diciéndose sobre él, y no pudo apartar ojo de la lectura, porque para su asombro, los sueños de la noche se habían de alguna manera materializado en palabras. No daba crédito a lo que tenía entre sus manos. Todo su mundo interior estaba allí, documentado con gran exactitud. Pudo casi revivir todo lo que sintió durante sus sueños otra vez. Quizás estuvo allí sentado horas, minutos o segundos. Su permanencia en el lugar se hizo firme, y el silencio y la quietud del estudio no hizo más que reforzar sus sensación de pertenencia, como si en realidad aquél espacio fuese suyo...quizás lo hubiese sido en otra época. Conforme penetraba en la lectura, la atmósfera del lugar se hizo densa pero perfectamente respirable todavía. Sintió que estaba bajo un mar tranquilo que era respirable. Un hombre en pijama con una taza en la mano izquierda entró en la habitación. Parecía perdido y perplejo. Se quedó allí curioseando el lugar, muy despacio. Quizás fuera él mismo, sin embargo, podía verlo sin ser visto. Su consciencia le permitía sentir al hombre desde todos los ángulos que quisiera. Dejó que inspeccionara lo que ahora parecía su estudio privado, e incluso dejó que se sentara en el sillón para leer. Esto no pareció requerir que su sensación corpórea tuviera que cambiar. De alguna manera él seguía allí, viendo la escena sin perder detalle. Al cabo de un lapso, el otro hombre se marchó con su taza. Tuvo el impulso de marcharse con él, pero también sintió miedo de no poder volver a esta habitación nunca más, si atravesaba el umbral del estudio.  Quizás, si se atrevía a marcharse, podría perder el privilegio de poder estar allí para siempre. Esto le hizo suponer que quizás también podría perder algo de sí mismo, al mismo tiempo. Por eso, él decidió quedarse allí. O al menos una parte de él.


jueves, abril 22, 2021

La Procesión va por Dentro


 

A pesar de la profusa alocución del barbero que se prolongó durante todo el corte de pelo, le había dejado un perfil inefable, que él mismo no pudo apreciar, tan absorbido estaba en sus cavilaciones. Se despidió cordialmente, y de todos recibió un saludo, tras lo cual se abrió paso con elegancia entre la muchedumbre de la calle sevillana. Exteriormente conservaba ese encanto irresistible que venía de su sonrisa de niño, lo cual le servía de sello infranqueable, que impedía leer sus interiores. De este modo parecía un hombre feliz y profundamente encantador. Por dentro vivía aturdido y bajo una borrasca permanente. De hecho, en su fuero interno se veía como un ser odioso. Pretendía pasar desapercibido, pero era imposible ser invisible siendo un Adonis incluso en la tierra de la Virgen Santísima.

El bello joven atravesó todo el centro de la ciudad, y al rozarse con la realidad circundante se permitió disfrutar del costumbrismo y la sensualidad de las gentes con las que se cruzaba. Todo el mundo estaba preparándose para acudir a alguna procesión, de modo que el nerviosismo estaba en el ambiente. Había nazarenos por doquier. La ciudad vivía en un presente permanente, aceptando su aislamiento y represión, igual que el joven; siempre poniendo su mejor cara. Ni la ciudad ni el joven se atrevían a pensar en su futuro. Sus dudas e inseguridades se mezclaron con la confusión de la ansiosa ciudad, ahora en penitencia.

A su paso por la calle Laraña, también se dejó acariciar por el suave perfume de los naranjos en flor que encontró por el camino. Entró después en la plaza de la Encarnación para dirigirse hacia la Alameda, el parque más antiguo de España, y otrora cauce del Río Grande. Aquél luengo jardín de frondosos árboles, es hogar de atávicos y olvidados dioses, aunque ahora estaban acompañados por ruidosas hetairas y pícaros proxenetas que se habían adueñado del lugar no hacía mucho. En el otro extremo de dicho parque estaba el cuartel de caballería de la Policía Armada. Por doquier, los patios de vecinos estaban atestados de macetas, que parecían como brochazos de selva fresca en una ya calurosa Sevilla primaveral. Los niños jugaban por la calle, entre hetairas, como bandadas de pájaros; sobrevolando el mismo espacio, pero sin chocar. Algunas lozanas lo llamaban y le decían alguna lisonja, y él, les presentaba su equívoca sonrisa, su escudo protector, mientras que por dentro sentía un miedo aterrador a aquellas mujeres, que se le acercaban con los brazos anclados en las caderas, para parecer aún más poderosas. Los dioses lo vieron caminar, y se fijaron calladamente en su negro corazón; su gallardía era un mero accidente.

Ya en el pórtico del cuartel de caballería le saludó el guardia que estaba en la puerta; -Hola Angel, ¡buenos días! -. Ángel saludó con familiaridad al policía de la puerta. Entró y continuó saludando a todos por igual, hasta acceder al fondo del mismo donde se encontraba su maravilloso caballo tordo. Los otros hombres le causaban rabia y una enorme tensión, que disimulaba a la perfección. El animal saludó al hombre, y el hombre al animal, tras lo cual le cambió la cama y le puso agua fresca. Las borrascas se alejaron de su mente, y se relajó mientras se dedicó a lavar y peinar a su caballo. Otros policías estaban haciendo lo mismo. Se preparaban para salir todos juntos en una procesión.

Una vez que todo estuvo preparado, se vistieron con uniforme de gala. Los policías calzados en sus trajes parecían haber nacido vestidos, de lo bien que les sentaban. El capitán organizó la salida y dejaron el cuartel veinte lanceros que irrumpieron por las calles de la Alameda con las herraduras de los caballos sonando como cientos de castañuelas. Las gentes se quedaban embobadas y paso a paso, los jinetes se iban adueñando de la ciudad que estaba engalanada para los acontecimientos religiosos. Ángel se dejó envolver en su papel de héroe rindiendo homenaje al espíritu de la ciudad, que ahora se unía en estación de penitencia. Al dejar atrás la Alameda, todos sus pobladores; niños, antiguos dioses y voluptuosas tusonas, se habían quedado como mudos testigos contemplando el espectáculo. Los centauros estaban tan enfrascados en gobernar a sus animales y en mantenerse en línea, que no se percataban de nada de lo que pasaba alrededor, y menos de la sensación que causaban.

Se dirigían a la calle Rioja, para acompañar a la procesión del Santo Angel. Al rato alcanzaron la iglesia donde les aguardaba la virgen y el cristo. El niño y la madre estaban esperando a Ángel. Estaban apiñados entre la expectante masa, impacientes ante la inminente llegada de la caballería que al alcanzar su meta provocó un torrente de emociones en el niño. En su excitación, empezó a llamar a su padre, aunque no podía ver la fila de lanceros todavía; su madre, con más horizonte, le contaba lo que veía. El crío era muy pequeño y apenas podía ver más allá de la miríada de cofrades y gentío que se habían congregado. De pronto, se hizo un enorme silencio y una banda empezó a tocar con gran dramatismo, tras lo cual los caballeros saludaron a la virgen y al cristo y se situaron a la cabeza de la procesión. El pequeño sintió el repentino retumbar de la música en su pecho y su sensación fue de un profundo golpe inesperado que lo hizo entrar en un estado de trance, entre el miedo y el arrobamiento. Ángel estaba enfrascado en su marcha triunfal, libre de torturas mentales. Ahora era el niño, el atormentado, que en vano llamaba a su padre, ahogado por la música. Consiguió al fin, ver a aquel gigante a caballo, impoluto y perfecto como una figura de cera. Pero pasó por su lado sin poder siquiera atraer su atención por un momento. Las lágrimas rodaron por la pequeña cara del niño, igual que las de la virgen…incesantes. El sufrimiento del chiquillo se confundió con el dolor y la pasión que vivía la ciudad en un extraño éxtasis infantil. Vio pasar a su triunfante padre que alzaba una pica hacia el cielo…¡sólo le faltaban alas!. Él en cambio quedó involuntariamente camuflado entre los incontables pies de los fieles y oculto entre las filas de los misteriosos nazarenos que cerraban el cortejo. La madre lo agarró al fin, y lo pudo abrazar con dificultad, para después poder alzarlo entre las cabezas de los allí presentes. Pero su pena era ya inconsolable. Papá no le había visto. Su garganta se cerró en un nudo gordiano.  

Y así quedó retratada la ciudad en la mente del pequeño. Aquella escena hizo fraguar su arquitectura mental, con el ángel acongojado a caballo pasando de largo, su anhelado padre, inalcanzable en su complejo mundo de adultos. El niño en su agonía y sensibilidad percibió a la ciudad como un microcosmos de temerosas almas que esperaban como en un eterno bucle, el juicio final. Una multitud de pobres diablos arremolinándose ante las iglesias, para suplicar perdón por sus almas pecadoras, sin poder reparar o concebir siquiera el futuro, que bajo sus pies pretendía abrazarlos en vano.

El niño, que ya se ha hecho adulto, soltó la foto en blanco y negro de un policía armada a caballo blandiendo una pica. Al contemplar la antigua imagen, había tenido una momentánea experiencia disociativa, que lo había transportado como por arte de magia a un momento de su temprana infancia. Tras un lapso volvió en sí, para darse cuenta de lo que había pasado. Retornó la foto a la caja de donde la había sacado y se quedó meditativo, como tratando de recuperar una vez más, parte de lo que había conseguido recordar.

Él, que se siente velado por los ancestrales dioses, ha perdonado a su padre, a la ciudad y a todos los que viven condenados por sus demonios. Ahora ya no vive en su anhelada Sevilla, pero al menos existe con un pasado, un presente y un futuro. Algún día volverá a pasear por la ciudad, y a lo mejor, cuando pase por la Alameda esperará anhelante dejarse atravesar por los espíritus que allí moran, quizás también el de su padre.

domingo, abril 18, 2021

La California de Europa

 

Laboratorio de Psicobiología, Departamento de Psicología Experimental, Universidad de Sevilla. Verano del año 1992. Los jóvenes estaban descansando tras realizar los ensayos experimentales. El alto de los pelos largos, estaba con mapas cognitivos, entrenando a las carpas para encontrar cebos en un laberinto especialmente construido para peces. El bajito y regordete (también de pelo largo) se dedicaba a lesionar los cerebros, haciendo estudios de localización de funciones psicológicas. Ellos se sentían en su plenitud, dentro de la burbuja protectora de mamá ‘facultad’. Afuera, el mundo era otra cosa. Habían librado una larga batalla para salir del barrio, de la clase obrera, y la tiranía de lo prosaico. Ahora, inconscientemente, creían haber promocionado a otra liga por méritos propios, aunque en realidad no estaban en ninguna liga superior, a pesar de los pesares.

En esa parte de la ciudad, las cosas estaban tranquilas, de hecho, era sábado por la tarde y hacía mucho calor en la desierta calle. En esos momentos, Sevilla se encontraba celebrando su Expo al otro lado de la ciudad, mostrando al mundo su promesa de convertir a Andalucía en la California de Europa. Los investigadores todavía no habían terminado la carrera, pero querían correr lo más posible; estaban hambrientos de ciencia y de muchas otras cosas. En su tregua antes de acabar las tareas del día, los dos hablaban en ese momento sobre el efecto de las drogas en el comportamiento humano. Al fin y al cabo, las lecciones de psicopatología de adultos, siempre eran alucinantes y era imposible no hablar de los contenidos de vez en cuando, aunque allí en el laboratorio, predominaban en las tertulias los temas de psicología animal, como es de suponer.

Al poco rato, y sin que los muchachos se dieran cuenta, apareció uno de los doctores del departamento, que también había finalizado sus tareas. El hombre se quedó escuchando la animada discusión de los jóvenes sin decir palabra. Cuando advirtieron su presencia, le saludaron y le incluyeron en la charla. El profesor, que no les dirigía los trabajos porque pertenecía a otro grupo de investigación, se interesó cortésmente por el estado de sus finanzas y de su progreso académico. Este hombre era un psicofarmacólogo, es decir, un experto en el estudio de las relaciones entre drogas y conducta. Ante el interés del ínclito profesor, el bajito le contestó que no habían recibido noticia de las becas solicitadas y que continuaban como colaboradores honorarios otro año más sin cobrar un duro, a pesar de todo. El hombre, alguien mucho más maduro y curtido, se guardó una opinión pesimista sobre el asunto. Se quitó las gafas e hizo como que necesitaban una breve limpieza. Por dentro se apiadó de los futuros psicólogos, a los cuales les aguardaba un futuro algo dudoso.  

En su ingenuidad y frescura, los chavales prosiguieron con las elucubraciones, lo cual hizo al profesor sentir algo de alivio, ayudándole a procrastinar el comentar los asuntos espinosos del paro crónico y la falta de salidas profesionales para estos fuera de serie. Tras el receso se despidieron y volvieron a laborar de nuevo con entusiasmo, como siempre.

Curiosamente, al día siguiente los dos amigos de pelo largo, decidieron ir a dar un paseo por la Expo. Tuvieron suerte y ligaron con dos chicas de Madrid, o al menos eso creyeron. Las jóvenes se burlaron bastante de los dos jipiosos, haciendo uso de los ya clásicos estereotipos con que nos visten los castellanos; lo vagos que somos los andaluces y lo mal que hablamos. Como quiera que los investigadores andaluces no estaban acostumbrados a recibir tales lisonjas norteñas, y que tampoco podían entender a qué venían dichos comentarios vejatorios, especialmente dado su alto nivel intelectual, hicieron como si todo tuviera que formar parte de un molesto juego, necesario en el cortejo de mujeres forasteras. Justo en ese momento, apareció por allí el profesor de las gafas, con su pareja. Le saludaron con gran simpatía y como la reacción fue muy positiva, surgió una divertida conversación que enlazó lo que con tanta fruición habían tocado el día anterior en el descanso. El bajito, para hacerse el gracioso y ganarse un punto con las chicas, en su estado de nerviosismo se atrevió a preguntar algo al psicofarmacólogo que fuera algo provocativo y a la vez potencial generador de una broma; -¡profesor, díganos si existe una droga que nos pudiera recomendar, una que no haga daño alguno y sirva para pasarlo bien!-. El profesor se quedó mirando al bajito, que expectante, puso una mueca algo rígida. –Emilio- dijo el doctor muy tranquilo; -¿tú crees que si existiera una droga perfecta, iba yo a estar partiéndome la espalda investigando y dando clases?- Los dos peludos se partieron de risa al escuchar la sabia reflexión del maestro en psicología y le imploraron que hiciera algún otro comentario del mismo nivel. Tras disfrutar de alguna que otra aguda reflexión más de su profesor preferido, lo dejaron ir. Para entonces las chicas se habían marchado y habían dejado tirados a los dos andaluces catetos, que no sabían hablar. Cuando se percataron, los muchachos prosiguieron algo más tristes el paseo por la Expo, aunque rápidamente buscaron dónde estimular sus curiosos cerebros. La Isla de La Cartuja estaba llena de oportunidades para enriquecer sus mentes...

sábado, abril 17, 2021

Fragancias Nocturnas

 

La noche todavía era joven. Hicieron un receso y abrieron la puerta para refrescar un poco. El aroma del azahar entró tímidamente en la habitación, casi de puntillas. El ambiente estaba cargado de humo y sólo él notó la caricia perfumada de las flores blancas. Embriagado por el  olor floral, cerró los ojos y la vio mirarlo a la cara, pero no lo pudo soportar y se levantó un momento, mientras el gentío se recomponía un poco.

En la baranda, el hombre sintió el frío de la noche, pero dejó que la helada le hiriera un poco. Quería sentir algo de dolor no infringido por sus pensamientos. A su mente volvió la muchacha, que vestía de negro. Pensó que era absurdo, ¿porqué le iba a estar dando carrete? En efecto; él era un hombre de piel como la leche, y ella…ella tenía la piel canela. Ese breve pensamiento le turbó aún más, y se agarró al frío metal de la baranda, para castigarse un poco más, antes de volver al sarao. Adherido al metal y absorbiendo el frío de la lívida brisa, quedó absorto ante las enigmáticas estrellas que poblaban el firmamento. En realidad, conocía la mayoría de las constelaciones, y los nombres de muchos de los astros que coronaban el cielo esa noche. En efecto,  en esas latitudes el cielo lo presidían las osas y a estas horas se podía contemplar al glorioso Orión, dando muerte a Taurus. Absorbido en sus cavilaciones, estaba advirtiendo la fulgurante brillantez azulada de las Pléyades, cuando ella vino con una bandeja en la mano derecha. Él se giró y la contempló en toda su gloria; una amazona de ojos castaños y pelo de ébano. Ahora la fragancia de azahar envolvía a la mujer como ese manto resplandeciente que llevan las vírgenes. Quedáronse ambos mirándose el uno al otro por un tiempo, hasta que ella dijo: -¿no te gusta el flamenco?- Su voz aterciopelada, ligeramente carraspeaba, quizás por el frío. –El flamenco me encanta…ojalá supiera cantar-. –Anda, tómate una copa- Le dijo ella, cosa que dio pie a que en el gesto de ofrecer el vino, se tocaran levemente y casi entrelazaran sus dedos en simulada torpeza. Todo el frío que sentía después de estar al relente tanto rato, se evaporó al momento. Las palabras de la mujer, fueron como un abrazo, un gesto de entrega al que no estaba acostumbrado. A pesar de su desconcierto, se atrevió a catar el vino, en un intento de huida hacia delante de su propia vergüenza y atisbó en nariz, el olor especiado del vino, mientras se clavaban la mirada el uno al otro.

Volvieron a la juerga juntos, esta vez mirándose sin reservas. Cuando entraron, los flamencos estaban locos por bulerías. El cantaor destiló un verso más; -¡no te sueltes el pelo, ni te pintes los labios, porque me muero de celos!- Tras lo cual se caldeó aún más el ambiente. El cómo los sonidos entrelazados se convertían en algo más que poesía, hicieron temblar al hombre, que se preguntaba cómo era posible crear una música tan bella. Podía sentir las matemáticas de las voces y las guitarras generar curvas, espirales y ondas de infinito valor, pero pensó que ni siquiera era justo pensar en esos términos. La magia de los flamencos se había apoderado de su corazón, tanto como el embrujo de la gitana.

Cuando se acabó la fiesta se encontraron de nuevo, bajo la luz de las vigilantes estrellas que titilaban, tan nerviosas como aquellos dos corazones. Él, le dijo que era casado y ella, herida, le dijo que no podía estar con un hombre que no era libre. Se abrazaron, no se sabe porqué. El hombre le susurró que ella tampoco era libre. Ella no pareció comprenderlo, pero ya era demasiado tarde para pensar. Ahora, en la agonía de la noche, la quietud y la humedad dejaban avanzar otros aromas; fragancias frutales, y de carnes rojas. Orión el cazador, ya se había marchado a otras geografías, en su eterna lucha con Taurus. Los amantes se acariciaron al ritmo del flamenco más puro; de forma impredecible y pasional.  

miércoles, abril 14, 2021

El Fin del Principio

 

Miles de soldados se adentraron por las laderas del oscuro monte que los aguardaba paciente. Su fuerza y presteza eran tan coordinadas y rítmicas que se movían como si fueran un solo cuerpo. Tal era así, que su ágil movimiento era decidido como el picado de un halcón en busca de su presa. La luna arrancaba algún destello metálico de sus armas y el sonido frenético de sus botas al aplastar la hierba, creaba un sonido grave y vibrante a través de la interminable columna, que avanzaba inexorablemente hacia su objetivo.

Mientras tanto, en el fuerte se respiraba la lívida brisa de barlovento. De pronto, hubo una calma extraña y los vigías sin saberlo, miraron en todas direcciones como buscando una amenaza. Sus torsos se arquearon como felinos antes de defenderse, pero sólo fue un instante.

Columnas negras como tentáculos, rodearon las blanquecinas paredes y torres defensivas, y apresaron la ciudadela sin dilación, tiñendo las pulidas piedras de un color más allá del rojo. La muerte llegó a media noche, mientras la cadavérica luna contemplaba impertérrita la escena desde la altura. Durante el fragor de la lucha, el astro se fue moviendo grácilmente como una diosa, bendiciendo el destino de los vencedores y vencidos.

El coraje de los hombres, su entrega y bravura se fue apagando a lo largo de las horas. Los gritos, golpes y estrépito de armas fueron dando paso a estertores, aullidos y quejidos. Antes del alba, los nuevos dueños de la ciudadela retiraron los banderines de los defensores y colocaron sus estandartes consumando su conquista. En ese instante, el lugar quedó como por encanto, transmutado, sintiendo el paso de una era a otra. El caudillo triunfador se postró trabajosamente ante los símbolos de su pueblo, y posando su mano derecha sobre el frontal del casco, agachó la cabeza con un gesto de contrición. Los hombres que hacían corro, se estremecieron ante su extraña reacción. No comprendían que su tremenda victoria iba a traer una guerra interminable. -¡Qué inocentes!- Creían que la guerra era un enfrentamiento limpio, con un principio y una conclusión nítida. ¡Pero si esto era sólo el comienzo de un sacrificio infinito!. El fin del principio. 

El caudillo, tras llevar a término la sangrienta misión, sintió que la repentina comprensión del futuro había caído sobre él como una enorme espada, cercenando su alma en pedazos. Se sintió condenado por la ciudadela que ahora percibió como inexpugnable y vengativa. Entonces, se agachó aún más, cerró los ojos con todas sus fuerzas y apretó los puños como intentando apresar sus pensamientos inútilmente. 

-Es demasiado tarde, -murmuró. Había despertado a un dragón infernal. -Viviré para verlo, -se maldecía.  -¿Estaremos preparados para una beligerancia interminable?

De Niño a Poeta (Homenaje a Hölderlin y otros niños)

 

Este niño era tierno como la yema de un espárrago y exaltado como el nacimiento de un río. Su mirada era tan limpia como el horizonte marino. Pero como todos los niños, vivía en un mundo de adultos, y de necesidades terrenales; sujeto a las fuerzas incontrolables de la sociedad. ¡Y qué sociedad! ¡Qué momentos! Tantas turbulencias y cambios que nos atraviesan como una tormenta africana. Pero así es la vida…y al mismo tiempo vivir el microcosmos de la propia familia, de la escuela y sus valentones.

Ante la sordidez de la vida cotidiana, el niño buscó refugio y escape en las lecturas que poco a poco le hicieron soñador y distante del estridente mundo. Descubrió que su sensibilidad podría germinar y brotar a borbotones entre las letras, y se entregó a ello con una pasión desenfrenada. Una muralla de papel y tinta, fue rodeándolo, hasta crear un verdadero universo blindado de las vilezas y mezquindades, de la inmediatez y lo banal.

Protegido en su casa como una planta de invernadero, fue creciendo como digo, bajo el manto protector de toda lectura que podía caer en sus manos. Cada libro que llegaba a su alcance era una bendita lluvia de verano. Así es como dejó de ser niño para convertirse en poeta, porque no podía ser de otra manera. Fue una metamorfosis que pude observar maravillado. La crisálida infantil no devino en hombre, porque no tuvo deseos de hombre. Nunca llegó a ser un adulto, porque la adultez le apabullaba. El niño que se convirtió en poeta, se enamoraba y enamoraba. Pensaba en un mundo mejor, quizás un mundo levitante, sin necesidades viscerales, ni raíces desde donde envilecerse con las pasiones y urgencias de los hombres. El poeta imaginó una Tierra fraterna y libre, sin matones o déspotas. Se convirtió en un visionario, anticipando una peregrinación de la humanidad hacia el precipicio o a un renacimiento.

Sus palabras cautivaban, como dardos lanzados por un héroe irresistible. Su mensaje ha calado y ha encontrado un lugar en nuestros corazones; ese espacio donde los bosques tienen las hojas perennes, y siempre es primavera. Allí donde vive el niño, nuestro niño, el que repudia madurar, rebelde y cautivo de la libertad, siervo de los valores. El huérfano que salvará a un mundo sin dioses.

domingo, abril 11, 2021

Muerte en el Pico del Aljibe



-¡Mi Sargento!- dijo el guardia, con voz de ultratumba –Aquí hay unos papeles, no sé si los quiere usted- El Sargento se giró con cara de infinito cansancio y dijo: -de acuerdo, sí, los necesito, guárdelos y nos los llevaremos al cuartel-. Obedeciendo las órdenes, el guardia se agachó para quitarle los papeles a un cuerpo sin vida, que los tenía agarrados en un puño. En aquél laberinto boscoso y oscuro, los guardias con capas cetrinas parecían espíritus levitantes. La batalla contra los últimos republicanos andaluces había terminado. Todos estaban destruidos, incapaces de pensar, de comprender. La algaba silenciosa, tras los últimos disparos, fue una vez más testigo mudo de las peripecias humanas. Allí, cerca del Pico del Aljibe se habían escondido unos maestros y un cura rebelde hasta el fin de sus días. Se defendieron con pistolas y con sus dientes, pero no sirvió más que para hacerlo todo mucho peor. La guardia civil había torturado a muchos paisanos en Jimena, había muerto demasiada gente. Para nada.

Las últimas notas del maestro Don Evaristo Romero, fueron llevadas al cuartelillo. Casi nadie hubiera podido entenderlas, porque allí, ya nadie sabía percibir la agudeza de las metáforas o valorar la delicadeza de los símbolos. Ni siquiera podían permitirse valorar un sentimiento. Ya no había más emociones que el horror, la dureza, la privación. Quizás esas notas acabaron en la hoguera. Como siempre, en este país todo lo bueno acaba en la hoguera.

Don Evaristo tuvo unos últimos momentos de epifanía en el bosque encantado. Rodeado de enormes quejigos y alcornoques, que como espíritus atávicos le susurraban las verdades gota a gota, el maestro se dio cuenta de sus errores. Las notas destilaban esa pena y dolor, llevado al extremo. Harto de comer bellotas y de estar enfermo. Cansado de esperar que algún valiente del pueblo arriesgara su vida para acercarle algo de pan duro. Hizo acopio de sus últimas fuerzas para pelear contra un ejército de guardias civiles, también hastiados y rotos, por el sinsentido del conflicto. Pero aún, el estoicismo y la obstinación todavía eran patrimonio de todos.

Sus últimas líneas fueron: -Y aquí acabo mis días, ahora, confuso de saber que hice bien y mal. Hice lo que tenía que hacer, o quizás no. Cerca de aquí, hay tumbas de gentes ancestrales. De los antiguos dueños de este lugar. Siento su presencia, su gravedad. Inscripciones y dibujos mágicos decoran las rocas de estos montes, guardando los secretos de generaciones de humanos. Ahora entiendo todo. Yo también tengo que dormir aquí el sueño eterno, pero tendré que hacerlo luchando, a pesar de estar hambriento como un perro, y tan enfermo que ni el bálsamo de Fierabrás me podría devolver las fuerzas. El dolor me ciega y me espanta a la vez. Quisiera que nada de esto hubiera ocurrido. Llevo a mis espaldas la muerte de gente inocente, que ha tratado de ayudarme. Quizás debería de haberme marchado, quizás todo hubiese sido más fácil. Ojalá que los que sobrevivan a esta locura, puedan empezar de nuevo, sin rencor y sin odio, porque yo estoy hecho pedazos. Ya no podría continuar, ni aunque pudiera; la ponzoña de la guerra me ha convertido en un animal. Nuestra tierra necesita hombres, no bestias. Siento que me voy para siempre. Tengo miedo. Quiero que mi sangre sirva al menos para enjugar la savia de estos árboles y mi carne, alegre el color de los brezos. Aquí yazco, herido de bala, esperando la muerte. Un sol de ocho rayos viene a recogerme al fin… 

viernes, abril 09, 2021

Miedo a No Crecer

 

El bebé J tenía unos dieciocho meses, pero ya era una criatura inteligente. Sus penetrantes ojos lo curioseaban todo. No podía más que balbucear alguna palabra, pero entendía muchas de las cosas que sus padres le decían. Últimamente, había empezado a sostenerse sobre sus piernas y agarrándose a cualquier mueble, podía ir avanzando por doquier, mientras hubiese otro mueble próximo al que aferrarse.

Un día, estaba haciendo de las suyas en la cocina. Se dio cuenta de que los muebles a los que se agarraba eran en realidad puertas que abrían pequeños mundos llenos de cosas; latas, botes y miles de utensilios desconocidos. En una de dichas aventuras su padre le reprendió. Tras llorar un poco, el bebé J pensó que, debido a su mal comportamiento, nunca podría crecer. Al rato se calmó y se olvidó del asunto.

Al día siguiente, los padres decidieron ir a la playa. Había muchos niños y adultos por doquier jugando y dando gritos. Todos parecían muy fuertes y hábiles a ojos de J. Sus padres observaban acongojados la desesperación de J. Quería correr y jugar. Quería ir allí y allá, y coger la pelota de aquellos niños, pero no podía. En silencio y mirada cómplice, los padres se sintieron tiernamente apenados por la frustración del bebé. En su fuero interno sabían que tarde o temprano crecería, hasta ser un hombre fuerte. Pero J no lo sabía.

Por la noche, J tuvo un sueño. A mamá le creció la barriga y tras ello, tuvo un bebé. Era una niña que crecía muy rápido. Tan rápido que logró en poco tiempo adelantarlo a él. De hecho, la hermana seguía creciendo y creciendo mientras J permanecía exactamente igual. Al final del sueño, la hermana ya era una mujer, como su madre, mientras J continuaba siendo un bebé. Su hermana decidió cogerlo en brazos y es entonces cuando se despertó del sueño. Estaba agarrado a su mamá.

jueves, abril 08, 2021

El Guardián de Gupta

 

Los blobs son criaturas que flotan en la superficie de un planeta llamado Gupta, que está casi completamente sumergido en agua. Se dejan llevar por las corrientes marinas y se alimentan de la flora que también, como ellos flota,  y viven a merced del líquido elemento. En los polos existe agua congelada, la cual aumenta o disminuye en extensión según las estaciones. En ese hielo viven criaturas que capturan a los blobs desde la orilla helada. Solo tienen que asomarse un poco y cogerlos, porque los blobs están por todas partes. Es una vida fácil la que tienen los seres del planeta Gupta. Todo el mundo se alimenta sin esfuerzo. Hasta hay una especie de criaturas llamadas Thopil, que viven permanentemente planeando y que cuando tienen hambre solo tienen que pasar muy cerca de la superficie del océano y coger blobs del agua o atrapar algún incauto Sukh, que son las criaturas que viven en el hielo. También hay criaturas intermedias y criaturas de las profundidades. Todas tienen su lugar en Gupta.

Todo ha sido así durante mucho tiempo. Gupta y su sol, Bhavna, están muy retirados de otros astros. De hecho, se encuentran en un extremo de la galaxia. La paz reina en ese mundo maravilloso.

Todos los seres de Gupta creen en la existencia de un ser único que vive no muy lejos de ellos. Dicho ser parece vivir en el fondo marino. Nadie lo ha visto, pero se cree que es un ser antiguo que reposa allí, inmutable. Es como un guardián de Gupta. El guardián se asegura de que todo siga igual. Sus poderes son difíciles de describir. Es posible que el guardián tenga algo que ver con la lejanía de Bhavna, lo remoto de su situación en la galaxia. Puede que el guardián sepa cosas que podrían alterar la vida de Gupta, pero por eso es el guardián. Él cuida de todos, él lo sabe todo.

Los blobs son los que están más convencidos de que Bhavna no siempre estuvo tan apartado del centro galáctico y especulan sobre la influencia del guardián en este tema. En cambio, para los Sukhs, lo importante es  el hecho de que Gupta no es hijo natural de Bhavna. Están convencidos de que el guardián decidió llevarse a Gupta cuando su padre, Carese, se volvió inestable y estuvo a punto de devorarlo. El guardián encontró a Bhavna, que lo acogió y le dio amparo. Los Thopil están de acuerdo en que decididamente el guardián es como un gran pájaro que puede respirar bajo el agua y ha tomado el planeta como su nido, para dormir un sueño eterno y ellos, los Thopil son el sueño del guardián.

Gupta es un mundo azul, girando alrededor de Bhavna, que es una poderosa estrella dorada. Su baile astral es hermoso. Allí viven muchas criaturas, en un océano de suaves corrientes. Nadie me ha hablado de él, pero sé que está ahí, el guardián me ha dejado verlo en mis sueños.       

miércoles, abril 07, 2021

Hablando con los Difuntos

 


Gor estaba rezando y también suplicando a su difunto padre, exjefe de la tribu local. Pedía al gran Agamora, que le diera suerte en la caza y fecundidad. Ahora Gor debía de hacerse cargo de todo. Gor era un hombre robusto, pero a pesar de todo se movía con agilidad. De hecho, cuando al fin hubo de salir de la tumba sagrada, pudo hacerlo sin necesidad de antorcha y no sé tropezó con nada. Conocía el recorrido como la palma de su mano. El dólmen había sido construido poco a poco, ensanchado y mejorado, generación tras generación. Ahora suponía todo un orgullo para su pueblo. Aquella flamante estructura construida con bloques colosales, era un verdadera gloria. Gor venía a rezar de vez en cuando, especialmente durante los cambios estacionales, que señalaban las transiciones del sol y sus importantes consecuencias para la vida de humanos y animales. 

Gor avanzaba lentamente por el túnel del gran dólmen, disfrutando de su magnificencia y paz, tanto como de su frescura y de su solidez. Su padre y muchos otros parientes yacían allí. Aquello era realmente un lugar especial. Tras llegar a la entrada donde le esperaban varios guerreros, se hicieron una señal como acordando que era el momento para salir al Torcal. Subirían al monte a cazar. Estaba todo preparado. Era temprano y los otros hombres le esperaban a la salida del fuerte. Justo bajo el dosel de la entrada miró hacia su izquierda, cerca de donde sale el sol y comprobó que allí yacía un promontorio con el perfil de un gigante narigudo. Todo estaba en su lugar, y Gor se sintió vigorizado. 

Todos los hombres iban equipados perfectamente, para pasar el día, arriba en el Torcal, donde encontrarían manadas de herbívoros. Accedieron al monte aledaño a través de un camino señalizado con una estrella de ocho puntas. Como el sol ya había avanzado bastante para cuando llegaron arriba, los grandes mamíferos estaban movilizados, pero Gor dividió a los hombres en varios grupos y los distribuyó de forma que crearan un enorme semicírculo que poco a poco dejara en su centro algunas piezas importantes. Llevaban perros, y éstos ayudaron a que la caza fuera más excitante y dinámica. No tardaron demasiado en matar varios machos jóvenes de cabra montesa. En silencio y con gran cuidado y respeto, los hombres procedieron a descuartizar las piezas y organizar los macutos. Había que llevárselo todo. Los perros mordisqueaban los cuellos de las presas, mientras los humanos concentrados en despedazarlas, les daban pequeños trozos y sobras para calmar sus ánimos. Cuando terminaron ya estaba demasiado oscuro y se quedaron arriba al raso, resguardados entre las altas paredes del Torcal, que parecía una extraña ciudad abandonada. No dejaron huella de los cadáveres. Todo material biológico era importante y necesario para la vida. 

Gor no quería problemas con otras tribus, de modo que se aseguró que hombres y perros estuvieran en relativa calma. Las vasijas que trajeron con cerveza hecha de trigo fermentado, se repartieron entre todos y su amargo líquido sirvió para relajar al grupo y dejarles entrar en el reino de los sueños, allí donde podrían hablar con sus muertos y antepasados. Los más jóvenes dibujaron cabras y ciervos a la luz de las antorchas hasta el agotamiento. De ese modo cubrieron de tonos ocres, las grises paredes del Torcal, reflejando sus deseos de avistar muchos animales y compitiendo en la destreza de sus habilidades figurativas.

Gor se despertó muy contento. Agamora le había dicho en sueños que su mujer estaba preñada. Gor comprendió que era el tiempo adecuado, porque las hembras de los animales también estaban empezando a preñarse. Con una mueca risueña fue pateando a todos los hombres para que se levantaran, mientras imaginaba la barriga de su esposa creciendo y creciendo. Ahora, la vuelta a casa no sería muy pesada, aunque todos iban cargados con la carne. Al fin y al cabo, volvían cuesta abajo, así que descender hacia el pueblo compensaría las dificultades de la caminata. Al salir por el sendero señalizado ya abajo en el valle, Gor y los hombres dejaron marcas de sangre en la estrella de ocho puntas. 

Cuando llegaron a la pequeña ciudad, todo el mundo los recibió con alegría, y se dispusieron a preparar las carnes, huesos y pieles sin dilación. Arinna esperaba a Gor en su cobacha porque tenía algo muy importante que darle y quería hacerlo en secreto. Al entrar, Gor reconoció el agradable olor del hogar familiar, lleno de pieles y de enseres. Arinna había estado muy afanosa últimamente. Había descubierto que al calentar unas pepitas de color dorado, se fundían y se podían hacer puntas de flecha más fuertes que las de hueso. Ambos se dieron los regalos que tenían preparados y la sorpresa mutua los llenó de regocijo. Gor lloró de alegría al ver la maravillosa forma que Arinna había creado con el nuevo material. Se sintió bendecido, y mirando al cielo hizo un saludo al glorioso padre que refulgía de calor. Gor y Arinna durmieron esa noche abrazados, esperando con ansia hablar con sus difuntos y contarles cuántas cosas buenas habían pasado ese día.  

martes, abril 06, 2021

Polvo Cósmico

 


Soy Bobby, teniente del ejército. Acabo de volver de una misión. Eso significa que he sobrevivido. Mi compañero, el teniente Erik ha sido una gran fuente de inspiración. Ahora que estoy en casa, puedo ver cuánto me ha ayudado a seguir en este mundo. Pero tengo serias dudas sobre mí mismo en estos momentos. Necesito aclarar esto.

Antes de ir a Afganistán, tuve la suerte de conocer a Erik durante nuestra fase de preparación. Erik me mostró cómo hacer que mi mente tolerase lo que iba a ocurrir después. Erik me dijo que lo mejor era simplemente aceptar que iba a morir. Quizás debía de asesinar mi propio Yo. Me aseguró que esto me podría permitir pasar los días y semanas que debía de permanecer estacionado en Afganistán, sin sucumbir. Erik ayudó a mucha gente.

Durante los meses que estuvimos movilizados, dejé de pensar y sentir como antes lo había hecho. Las operaciones diarias suponían tanto riesgo que me dejaban completamente a merced de un enemigo implacable e invisible. Era imposible ignorar tales hechos. No había donde esconderse. De hecho, fui testigo de la desaparición de muchas personas, y gracias a Erik, conseguí resistir el impulso hacia la propia autodestrucción. Al mismo tiempo, algo fue cambiando. En efecto dejé de ser Bobby, para ser un muerto viviente. La tensión contínua transformaba la manera en la que me relacionaba con el mundo exterior, el cual era simplemente un infierno polvoriento. Estaba pero no estaba. Quizás era un fantasmagórico espectador de una realidad paralela, profundamente incomprensible.

La mayoría de los compañeros con los que comencé mi experiencia en Afganistán, murieron tras ser volados en un campo de minas. Un helicóptero acudió al rescate tras mi llamada de socorro, pero las hélices se acercaron tanto al suelo que provocaron que más minas explosionaran y mataran a algunos de los soldados que aunque mutilados, todavía estaban con vida. Resultó muy difícil salir mentalmente ileso de aquello. Me sentí responsable de aquellos soldados, que acabaron hecho pedazos. Quizás debería de haber pedido un rescate por tierra. Gracias a Erik, yo ya estaba muerto; eso me alivió con la angustia de verlos morir. De modo que mi alma estaba a salvo o tan condenada que daba igual. 

En medio de todo aquél sinsentido, recuerdo una ocasión en la que tuvimos que ir al encuentro de un puesto de la policía nacional afgana, del cual habíamos perdido el contacto por radio. Era sobre la una de la madrugada. Todo estaba en silencio. Sentado en la torreta del vehículo blindado noté las estrellas muy cerca, mientras nos dirigíamos por el solitario carril hacia la negrura de las montañas. Al mismo tiempo sentí la compleja conexión con el universo, del cual no soy más que una mota de polvo. Polvo cósmico. Nada importaba, yo ya estaba muerto. Me pregunto si esa experiencia significa algo.

Erik también me dijo que al salir de allí con vida, ´había que revivir al muerto´. Había que resucitar a la persona que había asesinado el primer día, para poder subsistir. Por eso tengo dudas ahora. No he podido hacerlo. No sé cómo salir del estrecho ataúd donde me encuentro. Un tremendo vacío se apoderó de mí, y sigo presa de él. Erik saltó por los aires en un vehículo blindado, poco antes de terminar nuestra misión. Ya no sé quién soy.

lunes, abril 05, 2021

Tarde o temprano uno acaba pagando...

 


Después de años de sufrimiento viviendo en un país extranjero, Donato decidió al fin volver, pero no del todo. Dada la posibilidad de todavía utilizar su perfil profesional y segundo idioma, consiguió en un momento dado, un currelo que lo convertía en un trabajador fronterizo. Esto es algo muy típico en Europa, lugar plagado de interminables fronteras y pequeñas jurisdicciones. De modo que, se situó dentro de la demarcación nacional, pero realizando su labor vocacional de lunes a viernes, en el país vecino. Aunque no vivía en su ciudad natal, al menos le consolaba saber que la parte más importante del día la pasaba en su tierra.

Donato era un hombre corpulento, aunque interiormente frágil, y muy inclinado a la explosividad emocional, fácil de provocar e irritable.  Antes de su personal diáspora, había tenido un conflicto con su novia, a la cual planeó asesinar, debido a los celos y resentimientos que fue acumulando durante la relación. Tuvo suerte que ella bruscamente y sin aviso cambiara de ciudad, incluso de región tras cortar con él. Sino, tras la última pelea que tuvieron, decididamente hubiera ido a por ella, y la hubiera machacado con lo primero que se hubiera encontrado a mano. Se ve que ella barruntó la catástrofe. Tras semejante humillación y numerosas peleas con conocidos y desconocidos, que pagaron el pato por lo sucedido con la novia, decidió marcharse del país por no acabar cargándose a alguien y terminar sus días en el trullo. Con su maleta llena de vagas ilusiones de éxito y felicidad en otro mundo, marchó sin mirar atrás. Milagrosamente, había pasado desapercibido durante su larga estancia en el extranjero, haciendo extremos esfuerzos por controlarse. De hecho, se había relacionado muy poco para no meterse en líos. Donato encontró relativamente fácil mantenerse al margen, ya que encontraba a los lugareños gente hosca y fría. La dificultad con el idioma también actuó de atenuante, todo hay que decirlo. Al final, pasaron los años y aunque no tuvo grandes conflictos con la población local, tampoco hizo amigos, ni formó lazos afectivos con nadie. Donato tuvo que cambiar de nuevo de residencia y país, volver al terruño, porque no podía soportar la presión de la soledad, acumulada año tras año, en aquél país oscuro, de permanentes nubes grises, que como toallas mojadas, presionaban su cabeza causando frecuentes migrañas.

El caso es que, al cabo del tiempo de residir en su país, la Agencia Tributaria le mandó un par de tarjetas de navidad y Donato no pareció entender ni aceptar, de qué se trataba el asunto. Cuando habló con su gestoría por teléfono, y se enteró de que Hacienda le reclamaba un nosequé tributo de doble imposición, sintió que un infierno se abrió dentro de sí, y se desató una tormenta imposible de aplacar. Se sintió humillado y ridiculizado. ¿Cómo iba él a pagar dos veces el mismo impuesto? Hablaba consigo mismo repitiendo la misma cantinela; -me he marchado de este país tan falto de oportunidades, y ahora venís a robarme lo que gano con el sudor de mi frente….- Donato leyó y releyó las cartitas con mucho dolor, y memorizó a fuego, el nombre de la funcionaria que firmaba las malditas cartas. Solo fue cuestión de unos días. Una vez que encontró suficiente información en las redes sociales, no pudo ya esperar. Se fue en busca de la individua que le quería robar su dinero y la esperó a la salida del trabajo. La agarró del cuello y la lanzó contra la acera, golpeándola sin cesar hasta que los transeúntes intentaron (demasiado tarde) evitar lo peor. Tras golpear a todos y cada uno de los que se encontraban haciendo un círculo alrededor de la víctima, se introdujo en el edificio de Hacienda y le propinó una monumental paliza a todo funcionario que se puso al alcance, hasta que los agentes de seguridad primero, y después la policía, consiguieron reducirlo.

Desde su pequeña celda, Donato recuerda con cierto alivio y orgullo, el castigo propinado a los malvados funcionarios, que pagaron por todas y cada una de sus miserias y adversidades vividas. Se ve que Donato aprendió algo importante tras la experiencia. Eso no evitaba que los funcionarios de la cárcel y los otros presidiarios, lo tuvieran siempre a una buena distancia. Es lógico. Como dice Donato; -tarde o temprano, uno acaba pagando…-.

domingo, abril 04, 2021

La Isla de Darío




El piloto hizo una toma algo dura, debido al viento  cruzado que le afectó justo al  acercarse a la  exigua planicie sin árboles que había en la isla. Tuvo suerte de que el tren de aterrizaje rodara bien por el terreno, y no tropezara con rocas. Tampoco oyó choque alguno de la hélice con la hierba, puesto que la misma no sobresalía más que un palmo o dos del suelo. No tuvo  tiempo de retroceder para buscar un lugar donde dejar el avión resguardado, porque  de los bosques de palmeras aparecieron una miríada de seres minúsculos que lo dejaron patidifuso. Aquellas  criaturas llevaban lo que parecían ser lanzas con puntas de metal, que junto con sus collares y pulseras refulgían  bajo un sol de justicia. Como quiera que  tal visión estaba  fuera de lo que el  sentido común del  piloto hubiera  podido tolerar, se evadió durante unos  instantes de la situación, y  trató de recordar a  toda prisa, porqué había tenido que aterrizar allí. No consiguió aclarar su mente lo suficiente para encontrar una explicación, y se  contentó con  saber que  justo antes del aterrizaje  había notificado por radio su posición y la petición de rescate.

Una vez que su consciencia retornó a la realidad circundante, se volvió a encontrar con el mismo chocante espectáculo. Desde la seguridad y altura de su carlinga, el piloto tuvo tiempo de reflexionar sobre si debía de escapar o no, de aquella isla. De hecho, el motor de cuatro tiempos siguió rugiendo durante un rato, y la hélice continuó su frenético voltear hasta que, en un momento dado, el piloto decidió apagar el aparato y salir de la cabina. Los pequeños seres no se habían movido de la línea de palmeras, que, como una muralla de troncos, parecía la entrada a una ciudadela misteriosa, de la que los hombrecillos debían ser sus legítimos habitantes.

El piloto, conocido como Darío Cortón, decidió salir al exterior por el ala de babor, sintiendo un inquietante temblor por el cuerpo, y sin dejar de mirar al extraordinario ejército de seres. Desde allí, tuvo que parecer aún más grande y amenazador de lo que era. Se pudo escuchar un suspiro general de miedo, cuando Darío acabó de erguirse sobre sus piernas, y dejó ver su rostro descomunal que hacía de colofón al colosal cuerpo que contemplaron los aterrados habitantes de la isla. Sus gafas y casco de piloto lo hicieron parecer a ojos de los seres, como una criatura mágica, venida del cielo en una especie de dragón de acero que despedía un fétido hedor a aceite quemado. Darío, también estaba asustado desde luego, pero no tenía comida, ni gasolina, para proseguir su viaje por los confines de aquél océano. De modo que, de un salto, se colocó a ras de suelo, y se quedó allí, medio de rodillas, como intentando ajustarse a las dimensiones de los hombrecillos que lo observaban cada vez con más asombro. Quizás esperaban que el gigante hiciera algún truco de magia o les atacara con un trueno mortal. Darío pudo comprobar que los hombrecillos no eran más altos que la hierba que poblaba la pequeña pradera de la planicie, y que su tamaño era a todas luces para él, un potente escudo de defensa, pero a lo mejor también, un obstáculo insalvable para poder entablar algún tipo de relación pacífica con los habitantes de la isla.

Parece que todos los allí congregados, entendieron lo que implicaba su presencia, y al poco rato, los hombrecillos, como despertando de un terrible sueño, decidieron movilizarse al unísono y desaparecer lentamente, entre los enormes troncos de la selva de palmeras. Darío se quedó solo, y poco a poco pudo recuperar el aliento, e intentar entender qué es lo que estaba pasando. Tras contemplar el lugar una vez más, y todavía perplejo, dirigió su mirada al avión, como buscando consuelo en su máquina alada. Se acercó para coger todo el material útil que había en su interior y tras esto, se alejó del mismo trabajosamente, hacia el lado opuesto desde donde vio a los hombrecillos salir del bosque. Buscó un promontorio, libre de vegetación y con su brújula y mapa trató de establecer de nuevo su posición en el océano. –Esto no tiene sentido- dijo. Tras ello sacó de su petate una cantimplora y unos prismáticos. Su mirada minuciosa hizo un escrutinio del horizonte, los vientos, las nubes y la posición del sol. Pero siguió confuso y sin poder establecer dónde se encontraba. Hacia el Oeste parecía vislumbrarse una serie de islotes de perfil y tamaño parecido al que había decidido hacer un aterrizaje de emergencia. Con ayuda de los prismáticos logró identificar en el más próximo, algunas planicies. 

Tras el estudio de la geografía circundante, volvió a repasar su viaje. Supuestamente, Darío había establecido una ruta Norte-Sur, casi sin desvíos. La pléyade de islotes que asomaban por el Oeste no tenían correspondencia con las cartas de navegación, y por supuesto, a estas alturas tampoco estaba su destino a la vista, y al que sin duda hubiera llegado sin gastar más de medio depósito. Darío había invertido todos sus ahorros en su magnífico avión, para poder establecerse como piloto comercial en la ciudad, y retornaba hoy con su nuevo aparato para poder comenzar su ansiada empresa. Ahora, en medio de una mezcla de estupor y confusión, se daba cuenta que su mente se estaba haciendo pedazos, incapaz de recomponer cómo diablos había acabado en un lugar tan extraño como remoto.

Darío sintióse abandonado a su suerte, y en su desesperación, se preguntó si podría intentar realizar otro vuelo hasta la siguiente isla. Al menos si lo intentara, cabría la posibilidad de que las otras islas no albergasen gente alguna, de modo que así no tendría que temer un inesperado ataque de un ejército de diminutos salvajes. Dadas sus conclusiones, Darío decidió pasar la noche en la carlinga, al abrigo de su reluciente avión de color caqui y probar suerte al día siguiente. 

Muy temprano, justo antes del amanecer y con renovadas esperanzas, Darío situó el avión de modo que su despegue estaría favorecido por una leve pendiente. Esperó a tener viento de cara, para favorecer la sustentación del avión, y cuando llegó el momento, se precipitó raudo hacia el final de la pista improvisada, saliendo airosamente entre el denso bosque de palmeras que se estremeció a su paso. El avión, en su belleza aerodinámica y su color verdoso, pareciera un enorme pájaro exótico de extensas alas, que surgiera triunfante de aquél vergel remoto, besando con su pico el dosel arbóreo. Los tanques de la aeronave estaban casi vacíos y por tanto, el éxito de su próximo y decisivo aterrizaje dependía de la pericia de Darío, que decidió abandonar la ignota isla, en ciega búsqueda de otra quizás también inédita, pero menos intrigante. Tras la partida ensordecedora del gigante alado, los homúnculos volvieron a salir de sus recónditos escondrijos, tratando de atisbar la trayectoria de la nave que se hizo parabólica, y que suponía el último intento para ofrecer una base segura a su dueño. Hipnotizados por la derrota del avión surcando los cielos, permanecieron todos mirando al horizonte incluso mucho después de que la misteriosa máquina no fuese ya más que un punto en el infinito. Observados desde la distancia, los seres podrían haber parecido un hormiguero, paralizado por algún maligno poder. Sus ínfimos cuerpos, tan próximos a la tierra, quedaron igual que sus mentes, absortas, mientras en vano escudriñaban sus recuerdos buscando respuestas. A pesar de sus esfuerzos y agónicos gestos espoleados por la angustia, jamás encontrarían una explicación de tan extraordinaria visita.


sábado, abril 03, 2021

Pulpos



Era una mañana fresca de verano, y los cuatro amigos habían sido tan previsores ese día, que habían conseguido salir temprano a pescar, sin contratiempos. Hacía un leve viento de poniente que los fue alejando de la costa, casi sin darse cuenta. Ellos estaban tan entusiasmados con sus aparejos y sus charlas sobre lo mucho que sabían sobre mujeres y la vida, que el barco fue adentrándose más y más mar adentro. Como el fondo marino, el cual conocían muy bien, era poco profundo y rocoso, no prestaron gran atención al hecho de que se estaban alejando, ya que podían seguir pescando pulpos sin problema alguno. Para cuando estaban a varias millas de la costa, ya habían bebido bastante cerveza, y todo el frescor de la mañana se había disipado, hasta dar lugar a un estado de calma chicha con tanta humedad en el aire, que una bruma espesa fue desarrollándose lentamente, hasta engullir la embarcación casi por arte de magia. Los capitanes, bajo efecto del alcohol se habían vuelto ensimismados e indiferentes al entorno. De este modo, imbuidos en sus hilarantes observaciones filosóficas y sus festejos después de cada pulpo capturado, no se dieron cuenta de que tenían una invitada en el barco. En esos momentos hablaban sobre la inteligencia de los pulpos, su misteriosa mirada, y de su extraño aspecto, casi alienígena. El capitán barbudo se quedó petrificado al ver la figura dionisiaca de una mujer que los miraba desde la proa del barco. El capitán abuelo, al ver al barbudo en estado catatónico, giró su cabeza para encontrarse con la misma visión hipnótica que había dejado mudo a su amigo. En efecto, aquella mujer medio pulpo, medio humana, se encontraba ligeramente recostada en el extremo de la embarcación, rodeada de una bruma blanquecina, que le confundía sus contornos y la hacía aparecer más bien oscura y amenazante. La garganta del tercer capitán, que llevaba una gorra, pudo producir algún sonido de sorpresa, y confirmar que efectivamente, aquello no era una aparición, mientras se frotaba los ojos para estar seguro de que lo que veía era real. El último capitán, era el propietario del barco, y era muy alto. El capitán alto, se había encargado de repartir cerveza y comida, así como de asegurarse de que todos los pulpos iban a la nevera. Al notar el silencio espectral de sus compañeros, asomó su cabeza por la escotilla y girándose hacia proa encontró con pavor, la misma figura femenina que había dejado pasmados a sus compañeros. Con gestos y ademanes, convenció a los otros a entrar en la cabina de mando y cerró la escotilla. Temblando de miedo, el capitán alto, puso los motores en marcha y seguidamente orientó la embarcación hacia la costa con ayuda de la  brújula. La bruma se fue haciendo tan espesa que la figura de la criatura se redujo a una sombra. En las cabezas  de los cuatro capitanes pesaba la misma idea de si los pulpos y la mujer tendrían relación alguna, y de si la criatura tendría intención de hacerles daño. Sin decir palabra continuaron su vuelta al puerto, cegados por la bruma y una profunda angustia. Conforme se acercaron a la costa, la bruma se fue disipando levemente, para permitirles mínimamente vislumbrar el contorno del paisaje y comprobar que la temida presencia que les había acompañado durante parte de su extraña singladura, había abandonado la cubierta. Ninguno de los capitanes llegó a divulgar la experiencia a otras personas. Tras la aventura, fueron presa de una tremenda confusión, que arruinó sus noches, haciendo de los sueños, largos e interminables re-encuentros con la criatura. Las dudas se apoderaron de sus corazones, como tentáculos implacables. Sus pensamientos sintieron durante mucho tiempo, el peso de la misteriosa mirada silenciosa, que sin proferir sonido alguno, impedía descansar sus atormentadas conciencias.