miércoles, marzo 30, 2022

El Retoño Solitario

Los  árboles  pueden comunicarse. Los estudiosos de los árboles saben que los bosques son como grandes  organismos que  mantienen  un delicado  equilibrio  natural, esencial  para muchas  formas de vida. Pero pocos saben, que los árboles también son grandes conversadores. Son gente tranquila, sin prisas. A veces  empiezan   una  tertulia, y  no  la  acaban  en  varios  siglos. En  realidad, no es necesario  hablar demasiado.  Es  más   importante   escuchar. Y  ellos  se  dedican  a  escuchar  casi  todo  el  tiempo. Escuchan  los vientos, sienten a las nubes, y ponen todos sus sentidos para auscultar el estado de la madre Tierra, de la que proceden, mientras dejan que el Dios Sol, les insemine con su profunda sabiduría.

Existe una región donde los bosques forman una inmensa algaba que tapiza todo el extremo sur de la península ibérica. Son por tanto algabas andalusíes, y se encuentran mirando hacia Africa. Los humanos le llaman Los Alcornocales, aunque hay muchos tipos de árboles en esa algaba. Normalmente los alcornoques buscan la umbría, la humedad, y la paz. Les encanta crecer en lugares remotos y no les suele gustar el llano, ni el campo abierto.  Pero Los Alcornocales son algabas muy especiales. Tienen tal extensión que alcanzan al mediterráneo y al atlántico, y sus alcornoques pueden llegar hasta las playas, sin miedo a ese medio salino tan peculiar.  

Un día, un alcornoque brotó muy muy cerca de la playa. Quizás demasiado cerca. Estaba toda su familia establecida por la zona del río Guadiaro, y como tiene que ser, a veces, la suerte decide enviar una bellota fértil a un territorio hostil. Y allí creció el arbolito, frente al mar de levante, con sus vientos bruscos que provocan frecuentes marejadas. Estaba en terreno arenoso…era muy difícil que dicho árbol pudiera prosperar. Y la algaba empezó a hablar sobre el tema, muy pausadamente. Poco a poco el arbolito fue echando raíces, y se fue plegando al viento. Se le rompían las ramas con frecuencia, y algunas de sus raíces acababan asomando, debido a que tenía que soportar inclemencias con frecuencia. No era un terreno fácil para crecer. Pero el árbol fue creciendo. Todo el alcornocal se fue enterando de la historia, incluso los viejos alcornoques que están en los parajes más recónditos de las algabas montañesas. Había preocupación, porque era poco probable que sobreviviera. Pero como siempre, hubo que esperar pacientemente. Y las algabas de alcornoques son muy pacientes. Pasaba el tiempo, y poco a poco llegaban oleadas y sensaciones de las familias de Guadiaro, hasta todos los parajes de la región. El arbolito seguía vivo. Seguía creciendo.

Cuando alcanzó su juventud, ya estaba casi echado por completo en el suelo, pudiendo sentir de un extremo a otro, la sal del mar, y el constante ir y venir de los granos de arena, que golpeaban sus hojas continuamente. Se estaba convirtiendo en una parte integrante del sotobosque de la zona, y de lejos podría no distinguirse fácilmente de los lentiscos u otros arbustos leñosos. Pero estaba lejos de los otros alcornoques e incluso de otras plantas, de modo que su figura acostada y alargada era una presencia algo sorprendente en medio del mar arenoso que precede a la costa.

La ambición del hombre quiso que algunos traficantes quisieran quemar el sotobosque para despistar a las autoridades. Su ambición y locura no tiene límites. Viven rápido, impulsivamente y no escuchan ni atienden a nada. Por eso decidieron quemar algunos arbustos secos y salir corriendo para poder llevar su mercancía hacia el interior, por el río, sin que los alguaciles pudieran advertirlo.

El fuego descontrolado en una tarde de verano arrasó a las familias de alcornoques que estaban unidas unas a otras, a través de raíces, y ramas cercanas. Cayeron calcinadas unas tras otras. Murieron antes de que alguien pudiera salvarlas.

Pero nuestro alcornoque quedó libre de peligro. Estaba demasiado lejos del fuego, demasiado inundado de arenas y humedad. Se quedó allí, muy triste. Sintiendo la pena y el vacío que deja la muerte al pasar. Las algabas lo supieron. La pérdida atemorizó a muchos árboles. Fue una época horrible. Pero el alcornoque de la playa quiso seguir viviendo. Quiso seguir creciendo tumbado, azotado y golpeado por el furioso viento. Sus bellotas comenzaron a esparcirse y rodar por la arena, alcanzando diferentes cotas, rodando por las dunas. Algunas de ellas germinaron. La familia perdida también pudo recuperar algunos miembros escaldados que no fueron destruidos del todo. Poco a poco, muy despacio, la rivera del Guadiaro empezó a reverdecer con el característico color de las hojas del alcornoque. Su lento crecer, su peculiar corteza, y los líquenes que pueblan por ella, les hacen inconfundibles. Ahora todos celebran la vuelta de las familias de alcornoques por la playa de Guadiaro. Es un tema que ha dado que hablar durante muchos años en las algabas. Las conversaciones van y vienen sin premura. Todos rezan y agradecen la presencia de aquél pequeño retoño que creció solo, sin ayuda. Porque sin él, la algaba hubiera perdido la esperanza ante la amenaza constante de los humanos. Los árboles quieren seguir viviendo, y seguirán adelante con o sin el hombre.

domingo, marzo 20, 2022

La Ilusión de los Espejos

No conseguía recordar el nombre de su paciente. Cada vez que acudía a su consulta, le volvía a preguntar. Escudriñaba sus notas, afanándose en encontrar el dichoso nombre. Lo volvía a anotar. Pero cada vez con menos confianza en que lo volviera a recordar la próxima vez. Lo veía cada semana. Era alguien extraño, demasiado oleoso. Su piel parecía estar embadurnada en mantequilla, y su pelo también era brillante, peinado hacia atrás, como recién salido de la placenta. De ojos enormes y boca algo carnosa, hablaba despacio, mirándolo fijamente. Eso era algo molesto. Su edad era indeterminada. Ni joven, ni demasiado veterano en la vida como para tener canas. Quizás pareciera algo taciturno, pero vagamente. En fín, era un personaje huidizo, como un animal de escamas.

Tampoco podía esclarecer el motivo de la consulta. Hablaban con interés de todo un poco, pero no podía identificar un problema de categoría clínica. Ni siquiera un conflicto psicológico, aunque fuera propio de la etapa del ciclo vital donde se encontrase. Todo fluía casi como una conversación intrascendente. Por eso quizás no recordaba nada de él, se decía a sí mismo para apaciguar su creciente angustia al pensar en dicho individuo de vez en cuando. 

Empezó a sentir cierto recelo y enfado contra ese hombre. No entendía el motivo de su interés en acudir a su gabinete para hablar de infinidad de cosas, y de ninguna en particular. De hecho, se lo había comentado alguna vez, pero el paciente enseguida respondía con alguna evasiva, y astutamente acababa buscando una excusa para poder explorar mil y un temas de naturaleza variada, de modo que siempre acababa volviendo a la semana siguiente, a la misma hora. 

Llegó un momento en que se sintió inclinado a concluir su intervención. Estaba completamente harto de su presencia. Sentía alivio cuando se marchaba y agobio días antes de que apareciese por la consulta. Esas sensaciones se intensificaron hasta tal punto que se dio cuenta que su mente estaba ocupada con el dichoso señor, durante una gran parte de la semana. Al fín, llegó el día señalado y decisivo. A partir de ahí, quedaría liberado. 

El paciente se presentó sereno al llegar, como preparado para dicha propuesta, actitud que hizo que se sintiese aún más preocupado e incómodo justo cuando iba a tocar tan delicado asunto. Tras los discretos y protocolarios gestos propios del inicio de una sesión, le comunicó su decisión de terminar hoy con la terapia, con algún tartamudeo incluido, y descansó cuando le dejó al paciente tomar la palabra. El hombre, en lugar de hablar, empezó a resituarse mejor en su sillón, y después decidió, con la velocidad de un koala, colocar las palmas de sus manos boca abajo, sobre cada rodilla. Primero la una, y luego la otra. Después, y muy despacio, empezó a narrar un sueño. Sus labios se movían lentamente, y pronunciaba las sílabas con tal flema que su boca se abría como la de un mero, mientras que sus ojos de batracio no pestañeaban, y no se despegaban de él ni por un instante. La narración en un tono impostado, lo sumió en un profundo sopor, del cual no pudo escapar. La habitación se volvió cada vez más oscura, quedando sólo un haz de luz proyectado sobre la oscura cabeza del paciente, que seguía hablando sin parar. Su voz se volvió sorda, como si hablara tras una pantalla transparente. Ahora parecía un ser acuático, quizás un anélido, flotando en un tanque de agua, tratando de succionarlo con su boca, que ahora se antojaba ser una ventosa, pegada a un cristal invisible.

Tratando de recomponerse, quiso recuperar el principio de la narración del sueño, para intentar esclarecer dónde se encontraba, y qué se supone que debía de hacer. Respiró hondo y tras unos segundos, logró reconstruir unas frases; -Doctor, he tenido un sueño muy extraño, creo que debe saber lo que me ocurrió en dicho sueño, porque que es de gran relevancia para mí. Sé que es un experto en estos temas, y no podría dejar pasar ésta oportunidad para compartirlo con usted. Por favor, déjeme que empiece a contarle lo que me sucedió anoche...-

-Yo soy usted, y le he usurpado su lugar. Me acuesto en su cama, almuerzo con su esposa, llevo a sus niños al colegio y conduzco su coche. Visito a su madre y salgo con sus amigos. Le he suplantado y me siento muy bien. No siento culpa y además, no deseo volver a ser quién fui. Conozco cada detalle de su vida y creo que puedo hacer todo lo que usted hace, con mayor naturalidad y dominio. Se lo puedo demostrar. Si quiere puede hacerme cualquier pregunta y verá que puedo responderla igual o mejor que usted. Todo esto sucede, mientras usted se va desvaneciendo y yo me hago más real y más fuerte. Es como si su vida hubiese sido preparada para mi llegada, para que yo al fin pudiera ser alguien, y usted se sacrifique y desaparezca, realizando un último acto supremo de entrega hacia mí-

No sabía si había entendido bien, pero parecía estar al menos sintiéndolo en su interior. Una gran tensión y deseos de expulsar a ese hombre de su clínica lo invadieron, pero intentó actuar con serenidad y sensatez. Le dijo; -señor, perdón (no se acordaba de su nombre y pidió disculpas, como si el paciente lo fuese a tener en cuenta), creo que su sueño indica que usted sin duda se ha recuperado, y ya no me necesita. Creo que a partir de ahora, cuando tenga algún problema, debe de recordarme y preguntarse, ¿cómo actuaría mi psicólogo en esta situación? El sueño le ayudará a tener confianza en sí mismo y podrá así recordar muchas de las cosas que hemos hablado durante la terapia. Espero que esto le haya servido como un mensaje de despedida. Estoy encantado de haber trabajado con usted. Le he escuchado con atención y creo que ésta es la mejor manera de interpretar su sueño. Le deseo todo lo mejor y no dude en volver si algún día me necesita.

El hombre, siguió mirándolo sin parpadear. Ahora había recuperado su aspecto humano, pero no era el mismo. Esta vez se manifestó con una especie de mueca rígida, una facies hipocrática que lo dejó helado. No dijo una palabra, se levantó y se marchó. Cuando el paciente desapareció por la puerta, el psicólogo se sintió aliviado pero exhausto. Estaba temblando y se sentía perplejo ante sus propias reacciones vegetativas de fatiga y ansiedad. Se quedó espatarrado en su sillón durante un tiempo ilimitado. En realidad era la última consulta del día. No sabía si volver a casa. Se quedó allí aterrado pensando qué ocurriría si saliera a la calle. ¿Se disolvería o se volvería transparente como un fantasma? ¿Y si esta noche se sintiera atrapado en un sueño justo inverso al que el paciente le había contado? ¿Qué significaba todo esto? Una sensación de estupor recorrió toda su espina dorsal dejándolo dolorido y congelado como un fiambre.  



 


 

sábado, marzo 19, 2022

¡Oh, Fortuna!

Jardineros en Sotogrande y flamencos en nuestros ratos libres. Somos de aquí, somos los de siempre. Hemos crecido juntos, corriendo de niños por la rivera del Guadiaro, cantando a la sombra de los algarrobos y asombrándonos de lo que el pasado esconde. Danzamos ingenuos, como polillas cegadas por los luminosos restos de Barbésula, batiendo nuestras alas sobre el aire de dos continentes.

Vemos a diario pasear a señores y señoras en lujosos vehículos por nuestras tierras, y pasamos el día cuidando de sus mansiones. Pensamos que la vida debe ser una especie de milagro. Vislumbramos el paraíso, lo vemos de cerca. Después, volvemos sudados a casa y cantamos a la vida. En el fondo, sabemos que no entendemos nada. Pero no importa. La fortuna nos sonreirá, porque somos pobres y honrados. Un día cambiará nuestra suerte y seremos felices para siempre.

El Cojo nos llamó ayer muy excitado. Dijo que un francés ha reunido a un gran grupo de amigos, para hacer una fiesta. Quiere que cantemos para ellos. Nos hemos puesto todos muy nerviosos. Nos apretujamos en el coche del Manué. El Moraito, la Yoana, el Grabié, yo y la guitarra hicimos virguerías para entrar en aquél vehículo. Ahora hemos llegado al restaurante, que estaba abarrotado. Nos han servido unas copas, y cuando nos pusimos a tono, nos hemos visto valientes para ir al patio donde estaban todos cenando. Judith ha cogido una flor roja de una trepadora y se la ha colocado en el pelo. Así es como ha empezado nuestro espectáculo. Nos arrancamos como por encanto, tras los movimientos sinuosos de nuestra bailaora y el público se ha quedado hipnotizado. Las voces alternantes de los flamencos han secuestrado las mentes de los allí presentes, acariciando las cuerdas de sus almas para que resonara la alegría en sus corazones. Estábamos como electrizados al sentir el roce de sus miradas foráneas, pero nadie se dio cuenta. Al final nos dieron una calurosa enhorabuena, muchos abrazos y nos marchamos con un montón de euros en el bolsillo. Triunfamos;  las mieles de los aplausos nos hicieron soñar que el verano traería más franceses y muchos euros. Estábamos tan contentos que, tras repartir el dinero, a mí se me tuvo que caer mi parte por algún lugar, porque nunca volví a ver los billetes después de salir de allí. Fue producto del momento. Fue épico.

martes, marzo 15, 2022

Tokamak

 Ramiro era uno de esos elegidos que por la gracia de Dios, pudo entrar a formar parte del equipo de investigación de fusión de átomos de hidrógeno en nuestro país. Puede que otros países hubieran encontrado el modo de hacerlo antes que nosotros, pero se trataba de sacarle partido al fenómeno, y a la emergente tecnología, y no sólo realizar una mera demostración de ciencia básica. Por tanto, nosotros también empezamos a dar nuestros primeros pasos con la prometedora fuente de energía eterna y carente de efectos indeseados. Ramiro se vio inmerso en dicho proyecto por una serie de eventos casuales, que como casi todo en el universo, acaba provocando asombro cuando se presta un poco de atención. Era un joven sensible e inteligente, que había completado su doctorado en el campo de la interacción nuclear fuerte. La fortuna le había sonreído y él se dejó llevar por una intuición inclinada al riesgo. Ahora pasaba la mayor parte de su tiempo en un bunker donde se acababan de realizar las últimas pruebas de un reactor nuclear de fusión, totalmente autóctono. A dicha máquina se la conoce como Tokamak. 

Ramiro había dejado todo por el proyecto. Su novia se había quedado perpleja ante su distanciamiento, su desinterés y el escaso tiempo que le había estado dedicando durante el último año, de modo que ella decidió desaparecer de su vida, de manera diplomática y silenciosa, remedando a la propia actitud de Ramiro. Se sentía absorbido por el Tokamak en todo su ser, cosa que era algo novedosa en la mente del joven. Nunca había sentido algo así. Y no quiso retroceder. Todo se fue quedando en la cuneta, menos él, que seguía avanzando hacia lo más recóndito de la naturaleza; allí donde el vacío y la materia se encuentran, y de donde surge la verdad más radiante...aquél espacio que desafía toda lógica y que puede conducir al más aventajado estudioso por el camino de la locura. 

Como un moderno alquimista, Ramiro se sintió cerca de algo extremadamente poderoso y fundamental que exigía cada vez más de él, más tiempo, más esfuerzo y más atención. Y Ramiro se entregaba sin resistencia alguna, puesto que cada paso hacia el corazón de las cosas, por muy pequeño que fuese, le otorgaba una pieza más del rompecabezas que Dios había diseñado para hacer este mundo posible. 

Ahora casi no salía del Tokamak. Comía, dormía y trabajaba allí casi sin descanso. Sus compañeros tampoco se quedaban muy atrás, pero él era el más arriesgado y atrevido de todos. Había abandonado absolutamente lo que cualquier persona hubiera considerado prioritario, sin mirar atrás. Su concentración le estaba llevando no sólo a la excelencia en la física, sino también a la expansión de su mente y de las fronteras de la comprensión de sí mismo. En su implacable camino hacia la aprehensión de la Totalidad, tuvo el atrevimiento de poner en marcha el Tokamak sin supervisión, ni apoyo de los otros técnicos. Había realizado una serie de cálculos y hallazgos que no se atrevió a compartir, y se arropó en el miedo a exponer algo que quizás los compañeros no fueran a ser capaces de entender jamás. La noche decisiva en la que lo puso en marcha él solo, fue apoteósica. Estaba sudando de excitación, sus ojos se salían de las órbitas. Su corazón trabajaba a toda potencia, insuflado por un estado de entrega máxima, a la espera de encontrar ansiadas respuestas. Había calibrado la máquina para crear un breve estado que simulara el origen del universo, cambiando así la función para la cual había sido construida. Esperaba que nadie se diera cuenta de su experimento clandestino y había preparado todos los detalles para después de la laboriosa actividad, borrar todas las huellas de su investigación secreta. 

Una vez concluido el experimento, retornó sigilosamente a su cubículo extenuado, con un gran número de notas, discos duros, y papeles impresos con cálculos y fórmulas. A partir de entonces, Ramiro se mostró mucho menos interesado por el avance técnico del Tokamak. Los compañeros notaron el cambio, pero dada la frenética actividad que dominaba el bunker, nadie tenía tiempo de hacer demasiadas observaciones sobre los demás. De modo que su cambio, no fue objeto de discusión en ningún ámbito del proyecto. Poco a poco se fue desvinculando de la actividad y en unos meses emitió un comunicado formal, anunciando su marcha del centro de investigación con el pretexto de que le habían ofrecido otro puesto similar en un país extranjero.

Meses después se anunciaba que el Tokamak había dado lugar a más inversiones para construir aparatos que pudieran aprovechar la energía procedente de la fusión del hidrógeno y poder así, traspasarla de forma provechosa a los centros industriales y a los hogares. Se estaban dando pasos de gigante. Ramiro en cambio, se había retirado a un pequeño pueblo perdido en las montañas, para dar clase a niños rurales. Allí nadie sabía de su pasado, ni poseían el interés para intentar averiguarlo. 

Ramiro quiso guardarse su secreto para sí mismo. Quiso ahondar más y más. Estudiar las consecuencias de su experimento. Cada instante era una oportunidad para adentrarse en lo más recóndito de la mente y del universo, y no podía perder un momento, ni siquiera para poder intentar explicar lo que sabía. Sin embargo, también fue presa de una enorme inquietud. No estaba seguro de si todo se estaba desmoronando a su alrededor y se estaba separando de lo que antes era la realidad palpable y tangible. No sabía, si realmente sabía. El acercamiento a la totalidad, parecía estar anulando su conocimiento. Es como si su mente reclamara cancelar los opuestos al modo en que una partícula y una antipartícula se aniquilan al encontrarse demasiado próximas. La completitud le estaba absorbiendo. Exteriormente se volvió un hombre proclive a la ingenuidad y casi cómico en sus modos de andar y hablar a la gente del pueblo. Los miembros de la exígua comunidad de vecinos le cogieron cariño y le llamaban el "profesor bobo". Tenía mucha paciencia con los niños. Mientras tanto, en su interior se debatía la misma naturaleza del conocimiento y los límites soportables del saber. 

Un día, se quedó clavado en la cama, presa de una certeza entre tanta duda. Y supo qué iba a pasar a partir de entonces. Su siguiente experimento iba a recaer en los niños del pueblo. Quiso asegurarse de que la mente humana pudiera soportar la Verdad, y empezó a utilizar a los chiquillos del lugar, como acólitos de su magna obra. Entre tanto, el mundo proseguía su mismo ritmo y dirección hacia la provisión de energía ilimitada para todos.  



jueves, marzo 10, 2022

La Esfera

 Se fue a la cama con la ropa puesta, quizás poniendo el piloto automático, y dándose permiso para entregarse a los brazos de Morfeo tras un día agotador. Su perro la despidió con algún amable lamido en los pies. Ella no se dio ni cuenta. Aunque estaba extenuada al final de un exigente día de trabajo en el hospital, había encendido una velita en un rincón, que era como una pequeña llama amorosa que le daba la sensación de protección. Estaba insertada en una especie de veleta metálica dispuesta horizontalmente, de modo que en cuanto la mecha entraba en ignición, se ponía en movimiento como por arte de magia. Su amante le había dicho una vez, que se fijara en qué dirección giraba y ambos descubrieron que siempre tendía a girar en el mismo sentido. Ellos no vivían juntos pero compartían buenos momentos de vez en cuando. En realidad, eran como dos bichitos extraños que se encontraron una vez en medio de la jungla y no dejaban de sentirse asombrados de seguir encontrándose una y otra vez como agujas en un pajar. Quizás había una especie de magnetismo animal entre ellos, algo insondable pero tenaz como una brújula, que los llevaba a retornar a unos encuentros que siempre estaban dominados por lo impredecible, lo espontáneo, el cortejo, el amor ingenuo y la desnudez. Todo lo contrario a sus vidas cotidianas, que exigían un guión estricto de compostura y buen hacer, de gestos estudiados minuciosamente, y de estoicismo impertérrito, todo muy propio de las profesiones médicas. 

El caso es que la mujer quedó allí en su estupenda cama, tal y como se dejó caer. Su postura era como la que se ve en las películas cuando a alguien le han dado un disparo mortal; con las piernas casi torcidas y los brazos colocados en una posición incómoda. Pero su cara era de paz. Tenía un pelo precioso, y su piel era color miel claro. Si alguien la hubiera estado contemplando en esa escena, hubiera notado que sus labios se movían, como si estuviera hablando a alguien. Eso es, que ya estaba inmersa en un sueño. 

Cuando abandonó el mundo real, se apagó todo durante un lapso, hasta que poco a poco, el fondo se fue iluminando con colores marinos y celestes, regalándole la noche, un sueño marino. Un lugar conocido, con rocas que sobresalían del mar, cerca de la playa se estaba dibujando en su mente inconsciente. Era su lugar preferido. Estaba descalza, quizás desnuda. Quiso dirigirse al agua. Cuando estuvo en ella divisó una bola azul nacarado, flotando cerca de la orilla. Parecía una canica gigante, que se mecía al son de las olas. Era una mujer valiente, y aunque la bola era enorme y completamente ajena a aquél lugar, no dudó en acercarse a ella y tocarla. Era suave al tacto, quizás un poco pegajosa. Quiso abrazarla y sintió instantáneamente una sensación de paz que le inundó todo su ser al hacerlo. Al poco, acabó siendo rodeada por la materia pegajosa que formaba la bola, y progresivamente se dejó comer por la esfera. Desapareció dentro de ella. Ahora su piel se había vuelto de color nácar, igual que la bola. Notó el vaivén de las olas, moviendo la esfera flotante y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el equilibrio, hasta que decidió simplemente estar tumbada, como si aquello fuese una gran cama de agua. Desde dentro, la bola era translúcida y pudo ver que poco a poco, el mar la desplazaba hacia algún lugar desconocido. Ahora parecía como una especie de bajel que navegaba sin gobierno alguno. En un momento dado, la bola empezó a hundirse, pero ella siguió respirando y se dedicó a ser una mera observadora de lo que veía a su alrededor. Aunque al final cayó hasta el fondo marino, podía seguir viendo hasta una distancia considerable. El suelo estaba alfombrado por corales y las leves dunas creadas en la arena blanca debido a las corrientes marinas, brillaban de tal modo que parecían haber sido pulidas por un dios de los océanos. Por allí la vida poblaba el lugar por doquier, y las criaturas que se cruzaban por todos los ángulos y direcciones no parecían preocupados por la presencia de la esfera. La esfera podía rodar a gusto de la mujer. Se percató que podía levantarse y andar dentro de ella, de modo que le servía como una especie de traje de buzo, que le permitiera andar por donde quisiera. La esfera giraba reaccionando a sus pasos y la llevaban de un lugar a otro, descubriendo así parajes hermosos, llenos de una colorida vida animal. Tras un largo paseo, vislumbró otra bola azul que también iba de paseo por aquél recóndito mundo submarino. Ambas se acercaron la una a la otra. Viéronse los habitantes de cada esfera el uno al otro y se reconocieron como humanos. El otro era un hombre de color azul nacarado, desnudo como ella. Se acercaron tanto que pudieron tocarse con las manos y tratar de decirse algo, pero no podían escuchar las palabras que ambos trataban de transmitir. Se vieron el uno al otro como seres hermosos y sintieron vergüenza al darse cuenta de su desnudez y su impotencia, dada la situación de invitados en un mundo en el que por alguna razón desconocida, solo se les permitía experimentar desde el interior de una especie de placenta azul, que les dejara estar en su interior para no asfixiarse. El hombre era maravilloso. Su expresión era de candor y ternura. Tuvo deseos de hacer el amor con él. Quizás ambos quisieron la misma cosa. Aunque no podían escuchar las palabras, los sentimientos sí atravesaron las esferas y se sintieron complacidos al comprobar el grato placer de verse deseados. Mientras se miraban y observaban como hipnotizados el uno con el otro, una red se había estado acercando sigilosamente por la arena. De pura casualidad, la red atrapó la esfera del hombre y la mujer sintió miedo. Giró su cabeza hacia arriba y vio a contraluz, el dibujo afilado de un barco en la superficie del mar. La esfera del hombre fue ascendiendo hacia la obra viva del navío mientras ella no pudo hacer nada por evitarlo. Muy cansada por la excitación y la incertidumbre, acabó quedándose dormida en su esfera, otra vez sola, quizás con la esperanza de despertar de nuevo en la playa.  

martes, marzo 08, 2022

Memorias en el Día de la Mujer

 El joven se prestaba a marcharse con una mochila. En lugar de coger la pistola de su padre y cargárselo de un tiro en la cabeza mientras dormía, decidió tirarse a la calle. Era un sábado por la tarde. Un torrente de pensamientos inundaba su cabeza recordando y repasando porqué era necesario irse repentina y clandestinamente de un lugar que había dejado de ser su hogar hacía tiempo. ¿Cómo podía irse de la casa de un héroe del Grupo 10? ¿de un combatiente que luchaba contra la corrupción sevillana? Llamaría por teléfono a su madre una vez que estuviera bien lejos, quizás en Barcelona.

Hacía pocos meses su padre le había castigado a comer en un cuarto aislado de los demás. Le dijo; -¿porqué te ha puesto tu madre el plato de comida a tí primero? ¿qué te has creído? ¡castigado a comer solo a partir de ahora!- Pero unas cuantas semanas después, su padre ya no se acordaba de nada de eso. Le volvió a abordar; -¿qué haces comiendo solo? ¿qué te has creído? ¡castigado sin salir a la calle hasta nuevo aviso!- Los castigos se sucedían como trenes frenéticos, tratando de chocar contra la mente de un niño que el gran pro-hombre había decidido crear a su imagen y semejanza. Ahora, como un Saturno desbocado, trataba de devorar el alma de su retoño. ¿Pero porqué? 

Le hacía frente a su padre, no se acobardaba ante su furia, sus insultos, sus desprecios y su intimidación constante. El muchacho no quería retar a su padre. Quizás al ser ya tan grande como él, el padre lo sentía como un rival y no como una versión tierna de sí mismo. El hijo simplemente le hablaba con calma. Le disolvía sus pobres argumentos con respuestas sensatas. Su padre sentía una furia descomunal al ver que, la carne de su carne le desafiaba día tras día. Sentía que el niño no era obediente, sentía miedo de su creciente poder, sentía que no era nada al lado de alguien con tantas ganas de gastar energía, mientras él volvía a casa cada vez más abatido y sin fuerzas. El joven detestaba todo lo que hacía el padre. Pero su padre era incapaz de entender porqué. Era un hombre que se daba de bruces a diario con una sociedad putrefacta, y al volver a casa se encontraba con una familia desagradecida, que no le daba paz, ni consuelo. Por el contrario, el joven, su querido hijo, odiaba sus cacerías, el hedor de sus cigarrillos Winston, sus pistolas, su oscuro y ominoso bigote, los toros y su misoginia. Ambos eran incapaces de comprenderse el uno al otro. El padre había interiorizado la teoría de los derechos humanos, y la ejercía con prostitutas y desahuciados, pero era incapaz de aplicarla en su propio hogar. Un impasse insuperable se había apoderado de ellos.

El joven había decidido dejarse el pelo largo. Era el año 1989. Tenía amigos maricones cuando los maricones eran un verdadero estorbo social. Estudiaba física en la facultad, y estaba en contra de las nucleares. No ganaba ninguna partida en ningún terreno del juego de la vida. No entendía a las chicas. Quizás les tenía miedo. Había visto a su musculoso y bigotudo padre abofetear la cara de su madre suficientes veces, como para acabar sintiendo repugnancia de sí mismo. Acercarse a una mujer era peligroso. ¿Y si él también era un monstruo? Las atávicas costumbres y cultura masculina dominante habían acabado por emponzoñar el corazón del joven andaluz, que quería aportar algo, mejorar, pensar libremente. Sin embargo, eso era lo que su padre le había dicho que tenía que hacer. Habíamos superado la dictadura, creado una Andalucía nueva. Era momento de ser y actuar como ciudadanos libres. Pero en realidad no estábamos preparados del todo. Su padre no estaba preparado para abrazar la libertad. En realidad, nadie lo estaba.

El joven se sentía cercado por todas partes. Vivía en un mundo que había decidido ser libre, pero que carecía de la convicción de serlo. Los celos y la desconfianza se apoderaban de aquellos que nos custodiaban. No era posible que la gente pudiera hacer las cosas bien, sin ser vigilados, sin ser reprendidos. Vivíamos un síndrome post-dictadura sin saberlo. 

Su padre lo perseguía con el "Z", el patrullero, como un enajenado Batman de la noche. El uniformado se pasaba por la avenida de Reina Mercedes, como si no tuviera otra cosa mejor que hacer, para ver si "er niño" estaba en el campus. Por las noches espiaba la luz de la habitación en la distancia, a ver si estaba estudiando. Nada era suficiente para complacer al Jefe. Ésta última semana recibió otra bronca porque desde el Z había comprobado que efectivamente er niño estudiaba por las noches. ¡Castigado a no poder estudiar con luz! ¡Hay que estudiar de día para no gastar luz! le dijo el Otelo sevillano.

Estaba terminando de hacer la exigua mochila justo antes de partir, cuando oyó gritar a su madre. Fue al dormitorio y comprobó que su padre estaba dando estertores de muerte. Se estaba marchando al fín, él solo, de un ataque isquémico. El vástago no podía dar crédito a sus ojos. Lo que pasó después fue simplemente surreal. Sus sueños de venganza se habían materializado, pero su mano no había intervenido. Al día siguiente se presentó un ejército de familiares llorando por el héroe, como un coro griego. El hombre bueno que había sucumbido ante el estrés y la lucha por la justicia se rodeó de una muchedumbre al compás flamenco de un llanto desesperado. Pero el joven no podía creer que dicho Titán estuviese muerto; ¡pero si era invencible, indestructible! Quizás era solo otro truco del viejo policía, para probar y ver su reacción.  Entonces, el joven tuvo que hablar, y hablar en alto. Le dijo a todo el mundo que ese hombre acosaba y pegaba a su madre todos los días. Que maltrataba a sus hijos, que era un gentil hombre en la calle y un tirano en su propia casa. Todos quedaron estupefactos y lo miraron avergonzados e incrédulos. No era la clase de cosas que un hijo debería de decir en el velatorio de su padre. Las mujeres fueron las peores y las más ruines en sus respuestas. Tras semejante faena, abandonaron al muchacho y a su madre a su propia suerte. La negrura se apoderó de la familia. Fue un verdadero duelo. El duelo de una familia que ya estaba destruida por completo desde hacía tiempo.

Su amigo mariquita fue el único que se mostró comprensivo. Todos los demás fueron unos extraordinarios hipócritas. Esos que hoy día son pro-maricones, y pro-feminismo y votan a la "izquierda del colegueo" para crear chiringuitos y subvenciones para su propio beneficio.

Ahora el muchacho ya es un hombre. Ha llovido mucho desde entonces. Pero no es un hombre por nada, sino porque mantiene sus valores y cumple sus promesas. Tiene palabra y defiende al débil. Èl ya celebró el día de la mujer cuando tuvo que hacerlo. 

Ahora, una mueca de dolor y desencanto se dibujan su cara al ver las calles decoradas con globos morados y símbolos vacíos (No a la Violencia Machista...¿qué es eso?). Se dice a sí mismo, que ya pueden celebrar el día de la mujer todos los cobardes. Mientras tanto, todas las madres y esposas que tienen en casa a un monstruo por marido, siguen igual de solas. Los maridos-monstruos siguen aislados sin entender lo que les rodea, y nadie les ayuda a salir del armario para que puedan hablar de su fragilidad, su ignorancia y el miedo que sienten ante un mundo que cambia demasiado rápido. Pero las feministas celebrarán un día como hoy haciéndose fotos y celebrando ágapes a costa de nuestro bolsillo, quizás pensando que sus camisetas y pancartas van a detener el ritmo de la historia. No se dan cuenta que como madres, seguirán criando a niños egoístas y frágiles, incapaces de amar a las mujeres. Como esposas, siguen sintiéndose atraídas por hombres poderosos pero insensibles. Su falsa ideología es el nuevo fármaco para eliminar de la conciencia lo que de verdad importa. Solo ambicionan poder, como personas corruptas que son. Porque todos sucumbimos a las perversiones, no solo los hombres. Somos todos iguales.

El hombre que fue aquél niño destruido, cuida ahora de su hija y de su hijo. con amor. Todos merecen amor. Lo dijeron los sabios de la ilustración. Ahora se trata de aplicar la olvidada teoría y no de inventarse cosas que no aportan nada nuevo. El feminismo caerá igual que todas las modas. Los derechos humanos prevalecerán. Nuestros niños tienen la palabra. 

-Querido Papá, te recuerdo hoy. Ya no eres un monstruo. Sólo eras un hombre, un hombre destruido. Naciste en el momento y lugar equivocados. Yo te perdono...en el día de la Mujer- 


jueves, marzo 03, 2022

Locura en la Niebla

 Estaba todavía oscuro cuando ya se encontraba bajo la ducha pensando en cómo iría el resto del día. Se preguntó si encontraría muchos pacientes difíciles. Al fin y al cabo, acababa de empezar en el equipo de salud mental de Algeciras. No sabía nada de la fauna local. Fue una breve reflexión que no le inquietó. No se lavó la cabeza para evitar llegar al trabajo con los pelos como un erizo. -Son las desventajas de ir en moto- se dijo así mismo para justificarse. Tras la cuidadosa secuencia de actividades y autocuidados matinales, se enfundó el mono y se marchó sin más, despidiéndose de los niños con besos en sus limpias frentes. Al poco de salir de la casa, y percibir la frescura de mañana, la densidad de la atmósfera y lo turbio de la visión con niebla captó toda su atención. En el pueblo se veía perfectamente, pero al entrar en la autovía, el viaje se convirtió más en el vuelo bajo de un avión, que en la conducción de una motocicleta. Prosiguió con gran precaución y enseguida notó la significativa torpeza de los otros conductores, que frenaban de golpe ante la confusión creada por la niebla, y de este modo generaban situaciones innecesarias de peligro. Agudizó los sentidos, y se agarró con más fuerza a su moto. Tras pasar Sotogrande descendió por la vaguada del Guadalquitón. Allí la niebla se espesó tantísimo que tuvo que reducir la velocidad drásticamente. Aún así, era imposible intuir la dirección que tomaba la carretera.  

Prosiguió con sumo cuidado, y aunque iba extremadamente despacio dejó de sentir el paso de raudos vehículos y tampoco alcanzó a ningún camión. Esto le extrañó mucho, puesto que la carretera a esas horas estaba plagada de vehículos. El lugar le pareció progresivamente extraño. Sintió un escalofrío por todo el cuerpo y quiso parar, pero luchó contra su miedo instintivo hasta dominarlo y proseguir la lenta marcha hacia su puesto de trabajo. Decidió levantar el visor dado el alto grado de condensación y humedad, que le cegaba casi por completo. 

La niebla no dejó de estar presente, después de haber avanzado bastante. Según su mapa cognitivo, debería de haber pasado ya San Roque, aunque no tuvo la más remota pista geográfica de por dónde podía estar. Ante la creciente angustia no tuvo más remedio que buscar un lugar para parar y definitivamente recuperar el aliento y quizás tratar de algún modo de averiguar dónde se encontraba. 

El caballo de acero obedeció a su jinete y tomó asiento en algún lugar desconocido. Se bajó lentamente de su máquina y se quitó el casco. Nada. No veía absolutamente nada. Casi no alcanzaba a ver sus botas. Se dejó llevar por lo absurdo de la situación y trató de andar hacia algún lugar alejado de la carretera, sin poder atisbar la más mínima marca o edificio que pudiera serle de referencia. Se abrió la chaqueta y acudió como último recurso a su móvil, pero no tenía cobertura. Su perplejidad le hizo andar casi a tientas, desesperado y confuso. Conocía la A7 perfectamente. Lo que estaba pasando no tenía sentido alguno. Un resquicio de esperanza le iluminó el alma al comprobar su reloj; el sol debía de asomarse ya por el Este. Esperó unos minutos convencido de que el astro rey acabaría con autoridad con esta pérdida de tiempo. Pero la pesadilla continuó, y el astro no dio señales de ejercer ninguna influencia a la espesura de la ahora asfixiante niebla que silenciaba y ahogaba toda señal de vida. El mundo parecía haberse desvanecido. Se sintió tan impotente que buscó algo parecido a una roca para poder sentarse. Casi no podía respirar ahora. Pero su racionalidad le trajo a su consciencia la capacidad de reírse incluso del infortunio. Pensó que quizás esto no era más que un sueño. Seguramente, no era nada de lo que preocuparse. Si era un sueño despertaría y si no lo era, la niebla se esfumaría tarde o temprano.  

Comprobó el reloj y no dio crédito a sus ojos. El tiempo había volado. Puede que fuera una locura, pero la niebla no tenía visos de irse. Dado su estado de estupor no había notado el paso de varias horas, sin embargo, eso era lo que el reloj sugería. Se adentró en la espesura de la niebla, casi a tientas. Estaba totalmente equipado con botas, guantes y traje motero, con lo cual no tuvo miedo de tropezarse o caer. De modo que siguió andando en busca de algo que le proporcionara un punto de referencia. 

El silencio y la soledad se fueron irguiendo cada vez más poderosos. Como dioses sedientos de poder, asediaron al hombre sin cesar, para humillarlo y hacerlo sentir cada vez más pequeño y débil. Cayó al suelo varias veces y tras largo rato andando se dio cuenta de que había perdido por completo la noción de dirección. La niebla continuó haciéndose cada vez más espesa. Absurdamente espesa. Ahora debía de colocarse el reloj justo delante de su nariz para poder atisbar siquiera la tenue forma de las agujas. El móvil quedó perdido en algún lugar, tras soltarlo en una de sus caídas. Enfurecido, buscó rocas o cualquier objeto para arrojar y quizás así golpear algún objeto o edificio al que aproximarse. Todo en vano.

Volvió a caer una vez más y en esta ocasión se hizo bastante daño. Se golpeó la cabeza. Perdió el conocimiento. Cuando despertó no supo cuánto tiempo habría estado inconsciente porque ya casi no podía ver el reloj, y no tenía referencias claras del paso del tiempo a parte de sentir hambre y sed. Sintió náuseas y por primera vez se dio cuenta que su vida estaba en serio peligro. Estaba muy debilitado. Quizás tenía una hemorragia en la cabeza, pero no podía ver la sangre, sólo podía sentirla al tocarse la herida. Los colores habían dejado de existir. Mareado y con un dolor cegador, trató de andar un poco más, esta vez gritando y pidiendo ayuda. Había decidido saltarse las reglas de la compostura y abandonó por completo la idea de que estaba cerca de casa. Decidió renunciar a su ahora antigua convicción de que la carretera y zonas aledañas estaban vigiladas por la guardia civil o de que debía de haber gente por doquier. Gritó y gritó. Suplicó y se quedó ronco. Tras una larga marcha entre llantos y sollozos cayó agotado. Su garganta estaba rota y sus músculos carecían de glucosa. La niebla se volvió oscura y le envolvió la más profunda negrura. No era posible saber el significado de adelante, atrás, izquierda o derecha. No pudo escuchar animal nocturno alguno. En el silencio más absoluto pudo escuchar con claridad los latidos de su corazón. El pulso rítmico de la aorta en su cuello era ya la única cosa cierta en su estrecho mundo. Jamás pudo detectar el más leve sonido del más humilde de los insectos, que pudieran susurrarle al menos que no estaba solo. Poco a poco perdió la esperanza y en los últimos instantes de su vida, esgrimió con orgullo su última arma. Una mueca de risa cínica esperando que su propio inconsciente le estuviera jugando una mala pasada.