miércoles, mayo 16, 2012

Las Estrategias del Alma


Erase una vez un niño que obligado por la familia y las costumbres, debía de ir a confesarse de vez en cuando. El pobrecillo no tenía nada de qué confesarse, cosa que le llenaba de desconcierto. De hecho llevaba una vida bien recta y cumplidora. Se portaba bien y hacía todo lo que sus padres esperaban de él. Sin embargo, parte de su trabajo como niño, consistía en ser un católico y debía de acudir al párroco a realizar una confesión de manera periódica. Tras muchas angustias y perplejidad, un día llegó a la iglesia con una actitud diferente. 

El jovenzuelo se dirigió al párroco y le contó una serie de pecadillos que se inventó conforme hablaba con él. El sacerdote le inquirió si tenía que decir alguna cosa más, tras lo cual el niño añadió: -¡ah sí!, padre, también he mentido...-. De este modo el chiquillo comenzó a aprender los entresijos de la vida social y del alma, la cual gracias a esta salvaguarda se mantuvo perdonado para el resto de sus días.  

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