Había terminado todas las tareas y los ejercicios programados. Todavía tenía algo de tiempo para ver las noticias antes de comer. Puso Canal Sur un momento, sólo para ver alguna imagen actual, porque le gustaba sentirse como en casa, pero en cuanto empezó a escuchar a los presentadores hablar en castellano en lugar de en andaluz, apagó la tele. Después accedió al Diario de Sevilla, para terminar su tiempo de relax. Leyó de refilón y sin entrar en detalles, un artículo con un estilo más bien ominoso sobre los rusos y los chinos. Estaban estableciendo no una, sino multitud de bases permanentes en la Luna... Se enojó, y girando bruscamente el sillón pegó un salto hacia la puerta. No le importó dejar el ordenador encendido y la puerta de par en par. Quizás le perturbó recordar cómo estaba la situación internacional, y no quiso retener esa idea en su mente. Las ganas que tenía de pasar un ratillo en compañía le propulsó a salir despedido como un cohete.
Su amigo Gerben Droost lo seguía a todas partes. Se
conocieron al inicio de su travesía formativa y ahora eran inseparables. Ambos
se encontraron en el vestíbulo a la hora convenida. Al abrir la puerta de la
cantina les llegó un aroma de una sustancia volátil, quizás de origen láctico.
Los dos arrugaron la nariz al mismo tiempo. Pusieron una cara de sorpresa falsa
y entraron en el comedor oval como si fuesen dos pistoleros, murmurando; -otra
vez lasaña…-.
Durante el almuerzo, Gerben lo notó raro. -¿Qué te pasa
amigo español?- Efren le miró de soslayo, como si no fuera con él, quizás
haciéndose el bobo. Pero en el fondo se sintió descubierto mientras jugaba con
su tenedor a remover la lasaña. A parte la escabechina que estaba haciendo con el
plato principal, el entrañable holandés también se había dado cuenta de que un
leve titubeo al contestar indicaba que su amigo andaba algo desnortado. Sin
embargo, Efren no quiso darle pista alguna.
–No tío, no me pasa nada, de verdad- le contestó con su voz
de barítono desafinado. El rubio de Gerben era bastante extrovertido y le
respondió con una broma; -no será que estás enamorado de Camille, ¿ehh? ¡Jajajaja!-
. –¡Qué cabrón eres Droost! ¿Quién no está enamorado de Camille Haigneré?-, le
susurró con sorna Efren, mientras imaginaba la nada atractiva cara de la mujer,
que por cierto, podía aparecer por allí en cualquier instante.
Le siguió la corriente con energía y también agradecido de
que Gerben le hubiera sacado de su estupor. Al fin y al cabo, era algo que todos
necesitaban. Tenían que bromear y compartir sus sentimientos entre tanta
actividad, y tanto trabajo serio, pero algunos de esos sentimientos que notaba
en su fuero interno, no eran nada buenos. Cuando llegó Camille se enzarzaron
animadamente en opinar sobre las últimas noticias sobre los rusos, los
americanos, los indios y todo lo que está pasando allá en la Luna. Los sabios
siempre habían tenido bajo vigilancia al enigmático satélite por muchos
motivos, pero ahora, ahora era por una necesidad imperiosa. Todo el mundo quería
colonizarla, todo el mundo se estaba dando prisa por situarse y por tomar
posesión de un puñado de polvo lunar. Efren y sus amigos iban encaminados a
responder a esa tendencia imparable en la misma dirección que los demás. Al
principio fue una necesidad, y luego una obsesión. Efren se había entregado en
cuerpo y alma a dicha tarea, sin dudarlo, aunque sin darse cuenta, algunas
partes de él, especialmente de su mundo inconsciente, no estaban del todo de
acuerdo. De vez en cuando, Efren se perdía en sus pensamientos distraído por
algún recuerdo, como la súbita aparición de un olor evocador de una vida ahora
inalcanzable. Suspiraba y trabajosamente volvía de nuevo al “aquí y ahora”.
Antes de volver al ordenador se echó un rato en la cama. De
pronto sintió que quizás, su fase de cresta de la ola había pasado, su época
solar, de máxima felicidad. Puede que esa fase durase poco. Luego de recibir la
buena noticia de ser un “elegido”, hubo una gradual contracción de sentimientos.
Tuvo que poner mucho esfuerzo en adaptarse junto con sus compañeros a un nuevo capítulo
existencial, donde viviría la vida que había imaginado como ideal. En ese caso,
a lo mejor la canícula iba a dar lugar a un otoño de duro trabajo y entrega, en
lugar de un estado de permanente gozo como hubiera sido lógico pensar.
Intentaba normalizar su experiencia subjetiva con las herramientas que le
habían dado. Su capacidad de reflexión estaba facilitada por el continuo
contacto con los psicólogos que monitorizaban el progreso de los componentes de
la misión. De hecho, a estas alturas, esa era una de las actividades más
importantes que asumir; dejarse estudiar y dejarse guiar. Manejaba sus cada vez
más frecuentes recuerdos involuntarios sin que se llegaran a convertir en
obsesión o en experiencias disociativas, pero poco a poco empezaron a tener un
impacto inesperado.
Sostuvo el ratón con dos dedos e hizo un mínimo gesto para
retirar el protector de pantalla. El ordenador seguía mostrando la misma página
con la noticia de las bases lunares. Ésta vez sintió lástima de la situación
política. De hecho, tenía una gran simpatía por los rusos y cierta desconfianza
por el Tío Sam…no podía aceptar la propaganda de nadie, y menos de los gringos.
Esas actitudes también eran difíciles de comunicar en un ambiente donde había
personal procedente de gobiernos excomunistas y de regiones europeas muy
alineadas con los yanquis. Tales tribulaciones eran una parte colateral de su
angustia general, aunque tenían una conexión creciente. De hecho, ahora que se
acercaba el momento crucial, en lugar de recuperar la ilusión y la benevolencia
que experimenta todo triunfador, se desató una irritante tormenta de dudas y
extrañas sensaciones desagradables que hacían que Efren no pudiera sentirse
conectado con su alrededor. Los habitantes de la colonia experimental eran una
mezcla de héroes de acción con ínclitos laureados. ¿Cómo no iba él poder
disfrutar de pertenecer a tan selecta casta de personas?
Pasaba el tiempo observando a los demás, tratando de hacer
lo que todo el mundo hace. Comportándose como cabía esperar. Haciendo lo que
creía que tenía que hacer. Esforzándose y dejándose llevar por un enorme equipo
de insignes científicos que estaban emprendiendo un proyecto sin precedentes. Sin
embargo, en su interior se había extinguido la espontaneidad. Algo había sido
sustraído que le dejaba descreído e incapaz de congeniar con aquello que tenía
entre manos. Es como si en realidad quisiera estar en otro sitio, o incluso
bajo la piel de otro. Al atardecer comenzó a notar una quemazón en su estómago
que le anunciaba una noche de pesadillas y un terror indescriptible. No se sintió capaz de indicárselo a su oficial
médico, por temor a consecuencias indeseadas, de modo que dejó que su
sufrimiento se convirtiera en una corriente subterránea indetectable para los
psicólogos del equipo. O al menos, eso es lo que se le antojó creer. Por la noche soñó que estaba en medio de un bosque de encinas. Caminando perdido entre los árboles pudo vislumbrar a alguien. Se acercó lo suficiente como para ver un Pan, con pezuñas incluidas, apuntarle con arco y flecha...
Al día siguiente por la mañana tenían una reunión de grupo con los
psicólogos. Como simulaban una comunidad lunar, sólo tenían a un psicólogo en
el interior de la base. Los otros trabajaban por videoconferencia. Efren
trabajaba bien con ellos, le gustaba ser cuidado por un equipo de entusiastas
de la mente y sus laberintos. Los cincuenta colonizadores estarían todos juntos
en el comedor frente al enorme televisor, para hacer una última preparación grupal
antes de la partida. Todo iría bien, pensó Efren. Pero se olvidaba que sus
presentimientos lo llevarían por otro derrotero. La presencia de todos los
colonizadores en aquél espacio ex profeso para hacerles sentir que ya estaban
en la Luna, le hizo sentir un calor sofocante, y el agobiante calor le llevó a
acceder al recuerdo infantil de comer moras en entre las ramas de una morera.
Los lejanos olores del verano andaluz se infiltraron en su alma como un rapto
de amor imposible.
Efren se había especializado en astrofísica en la
Universidad de Granada. Después de su grado en física, era lo propio si quería
cumplir sus sueños. No sin sorpresa, encontró una oportunidad única de unirse a
la Agencia Espacial Europea (ESA) debido a la gran demanda de expertos que
ahora Europa tenía que reclutar sino quería quedarse atrás en la carrera
espacial. En ese ambiente selecto obtuvo la más alta cualificación académica
con todos los honores.
Al igual que sus colegas, Efren había pasado muchas pruebas
y estaba ya cansado de ir de un lugar a otro por el continente para seguir
continuando su formación como astronauta. Echaba de menos su tierra natal, pero
al menos se sacrificaba por una buena razón. Y estaba muy cerca de poder
conseguir su objetivo. Pero ahora, residiendo en Colonia, Alemania, y
dedicándose a pleno rendimiento en el Centro Europeo de Astronautas (CEA), le
asediaba un temor inesperado. Tenía treinta y seis años y hasta ahora había
creído que se conocía a sí mismo.
En el CEA, al igual que en entidades de la ESA, el ambiente
parecía supermoderno, de ciencia ficción. Aunque en realidad, Europa se había
quedado atrás, muy atrás, y nadie se atrevía a reconocerlo. Europa había
necesitado cincuenta años para terminar de construir la base Asteria, mientras
que los otros países habían decidido montar bases mucho más exiguas, pero mucho
más numerosas y con menos complejidad técnica. A principios del siglo XXII,
como antes ocurrió en España a finales del siglo XX, había que ponerse a correr
a toda velocidad sabiendo que de todos modos íbamos a quedar los últimos. Efren
sabía eso de sobra, incluso mejor que los norte-europeos, porque, al fin y al cabo,
los mediterráneos ya habíamos pasado por todas las glorias y desastres posibles,
muchas veces. Y sabiendo que no íbamos a ser caballo ganador, tampoco era
propio el agobiarse por ello. De hecho, Efren se agobiaba últimamente por otras
cosas.
En éstos días, estaba a punto de completar su entrenamiento
en el CEA. Había pasado seis semanas viviendo en el interior de una
reproducción exacta de la que sería la primera base lunar europea. Efren y sus
compañeros tenían que vivir sumergidos en una especie de gigantesco invernadero
para humanos, sin contacto con el exterior. Si existían las noches, los días, las
estaciones, el frío o el calor, solo lo sabía por sus recuerdos. De hecho,
hacía uso de ese almanaque mental a diario, sin desearlo. Un almanaque interior
que le indicaba que el Sol estaba dejando de darle calor y del cual no se
atrevía a arrancar otra hoja, temiendo ver lo que se le avecinaba. Solo
quedaban unos días para que llegara el lanzamiento del cohete que lo llevaría
literalmente a la Luna...pero Efren se había distanciado de ello, hasta el
punto de ni siquiera desear que llegara el día de partida ¿Porqué? Mientras se
hacía esa pregunta, visualizó sus manos abriendo un dulce higo, de un morado
oscuro por fuera y de un chillón encarnado en su pulpa interior, y que desprendía una fragancia extraordinaria.
Efren y probablemente todo el resto de los científicos que
estaban encerrados en la colonia de entrenamiento tenían que encontrarse con
impulsos y deseos completamente aceptables en el medio natural. Pero allí era
difícil reprimir lo erótico, amagar una borrachera, hacer el idiota…y se vivía
con temor al error y a consecuencias irreparables. Al menos tenían a sus
psicólogos para poder encauzar todas esas tendencias más que razonables,
especialmente con esas edades donde la belleza y la brillantez ciegan hasta al
más erudito o al más ermitaño de los convivientes. De hecho, el proceso de
selección del personal de la colonia había tenido en cuenta descartar a gente
con un perfil esquizoide, precisamente para que el grupo no zozobrase ante las
crisis que, inevitablemente surgen en toda dinámica humana. De modo que
gustosamente, los compañeros de Efren no dudaban en exponer todas sus
interioridades a los psicólogos y hacían lo correcto. Sin embargo, Efren creyó
durante semanas que sus dudas eran demasiado complejas, y demasiado embebidas
en su “soma”, como para poder exponerlas en campo abierto frente a un clínico. Era
sin duda, un ingenuo.
Al fín llegó el día. Los cincuenta astronautas concluyeron
su periodo de prueba en la colonia artificial. Era el momento de partir.
Sintieron miedo y mareos al salir a la calle tras tantos días encerrados en una
prisión voluntaria. Una extraña sensación de ser extremadamente vulnerables
invadió a todos. Se les había entrenado para responder emocionalmente al
choque. Todo era difícil. El calor veraniego, el ruido, el mismo aire
atmosférico, la gente andando con libertad por espacios abiertos, los miles de
detalles de la vida cotidiana que ahora eran imposibles de ignorar y agotaban
las mentes de aquellos jóvenes genios…todo ello los dejaba boquiabiertos. En
unos días todo pasaría. Para Efren era otra vuelta de tuerca hacia un estado de
confusión y amargura. Allí en Colonia hacía mucho calor en esos días. Bebieron
cerveza en abundancia, antes de partir a la Guayana Francesa. Echaba de menos
poder beber cuarenta Cruzcampos seguidas, aunque nunca hubiera podido beber más
de diez o doce.
La despedida en Colonia fue especial, muy privada. El
director del proyecto se dirigió a todos en un ágape emocionante. Les auguró
una experiencia inolvidable y les deseó suerte en el camino de partida desde
Guayana, allí donde se encuentra la plataforma de lanzamiento de la ESA. Desde
esa noche, los compañeros empezaron a mostrar caras raras. Se leían unos a
otros sin tener que decir palabra alguna. Eran años de convivencia codo con
codo. Se conocían y las estrecheces de la vida los había hecho buenos
compañeros. Les invadió la sensación de que aquello iba de verdad. Se acabaron
las simulaciones, las pruebas, los entrenamientos…notar esos sentimientos calmó
un poco a Efren, pero inmediatamente después quiso creer que los demás lo
llevaban mejor. Que no se comerían el coco como él. Sintió vergüenza y se vio
igual que cuando sacó alguna mala nota de niño cuando estaba en primaria o
secundaria. Quiso hundir su cabeza y cuerpo en algún lugar oscuro y no volver a
aparecer. Esa noche fue particularmente sensible a los olores punzantes y al mal
aliento de algunos de los comensales.
Durante el transcurso del vuelo transatlántico a la Guayana
francesa, se dio cuenta que no podía marcharse sin aclarar la situación. No
podía permitirse el vivir en un medio extraterrestre con tal estado anímico sin
que nadie supiera qué estaba pasando en una parte de su mente. Se sintió
atrapado dentro de sí mismo. Como salida desesperada trató una vía honesta a la
encerrona en la que se encontraba. Tras recordar que su hermano Victor era
psicólogo, quiso establecer una videoconferencia expresamente con él, apropósito
de su angustia. Aunque no le apetecía para nada hablar con Victor de esos
temas, decidió liarse la manta a la cabeza. Efren era el mayor de cuatro
hermanos, y eso de pedir favores a los otros, no era lo acostumbrado. Tenía la
excusa perfecta de despedirse junto con el resto de la familia antes del día
del lanzamiento. Nada más llegar a la base de la ESA en Guayana, llamó al
hermano. Trató de no darle detalles, y Victor aceptó lo escueto de la consulta.
En cualquier caso, trató de quitarle importancia al asunto, y le recomendó que
se pusiera en contacto con Jaime Peñarrubia,
un compañero, para consultar con mayor libertad y poder hablar sin tapujos.
Una vez que se le dio alojamiento en la base, tuvo ocasión de encontrar en su
cubículo total privacidad para establecer contacto con el psicólogo. Cuando
terminó su segunda sesión con Jaime, Efren se sintió más tranquilo. Ahora solo
quedaban unas horas antes de su viaje al espacio. El doctor Peñarrubia,
aprovechando las circunstancias utilizó una metáfora con la que le insinuó que
debía de enfrentarse a un invierno de los sentimientos, a una época lunar…Efren
se percató de que estaba aflorando un miedo atroz al vacío, a la muerte. Se dio
cuenta que iba a someter a su cuerpo a esfuerzos y exigencias inauditas. ¿Cómo
es que no reparó en ello antes? Pero, ¡si había realizado numerosos ejercicios
de simulación! Ahora se notaba frágil y percibía que todo era un juego al que
los humanos se habían embarcado sin estar realmente preparados. Ser propulsado
por motores gigantescos cargados de combustible sin pensar que un pequeño error
podía hacer su cuerpo añicos, fue una imprudencia que su inconsciente trataba
ahora de hacerle ver. Y no digamos de vivir en un entorno exógeno, hostil,
carente de referencias culturales, aislado, claustrofóbico…Eso no era lo que su
imaginación e ilusiones le habían hecho creer. Previo a sus actuales
circunstancias, había creído ser un valiente, un loco afortunado que iba a
poder finalmente hacer realidad sus sueños de adolescente. Ahora que creía
haber pasado los retos más difíciles, las complejas pruebas de selección,
aprendidos los procedimientos e infinidad de tareas que un astronauta tiene que
saber manejar. Ahora, justo ahora, le invadió el pánico. Se dio cuenta que
ahora despreciaba el nostos, es decir, no quería marchar a la aventura, y si
tenía que irse, descartaba totalmente la posibilidad de un retorno. Ya no sería
un héroe, sino simplemente un necio del que con el tiempo solo quedarían
algunas fotos polvorientas en un viejo mueblebar.
Jaime le dio varias recomendaciones útiles, pero
desafortunadamente no podía acompañarle en el viaje por el vacío. Al menos,
tras el contacto con Jaime, Efren se llevaba consigo menos incertidumbre y una
expectativa de que la nube que llevaba sobre su cabeza, debía ser pasajera. El
doctor le comentó que quizás estaba atiborrado, saturado de experiencias que no
le había dado tiempo a procesar. –Tu mente está deseando encontrar un remanso
de paz para poder entender dónde te has metido Efren…-.
Llegó el día fatídico. Todos estaban temblando y ninguno
pudo dormir la noche anterior. En los momentos en los que con sus compañeros
fue impulsado hacia el espacio exterior, tuvo la desgarradora intuición de que
algo iba a salir horriblemente mal. Se preguntó cómo podía sentirse tan débil
después de haber pasado tantas pruebas y haberse preparado tanto. –Me habré
debilitado con tantas exigencias- Pensó. Todos estaban muy excitados, fue una despedida
muy emocionante por parte del equipo local, antes de entrar en la lanzadera,
pero Efren estaba como ido mucho antes, nada más despertar. El calor sofocante
del caribe no alcanzó a agobiarlo, porque sólo fueron unos minutos de caminata
desde el ascensor hasta el acceso a la gigantesca cápsula superior del cohete.
Ni siquiera dio cuenta de la intensa luz solar, y de la falta de sombras debido
a la altura cenital del astro rey a esa hora del día. En lugar de eso, su
maquinaria consciente se esforzaba por trabajar a marchas forzadas con algo más
urgente. Ignoró la espectacular perspectiva que se ofrecía a sus pies, y que
dominaba una vasta región de las verdes selvas y la larguísima línea de costa de
bellos colores. Agachándose levemente entró en el interior de la nave que lo
llevaría a otro mundo. Siguió automáticamente los pasos previamente ensayados
al igual que los cuarenta y nueve compañeros, hasta el último detalle.
Respiraba por la nariz despacio, para desarbolar las oleadas de miedo que le
golpeaban cada órgano de su cuerpo.
Ahora ya estaba completamente preparado y listo para dejarse
propulsar al espacio. En ese momento, comprendió una vez más lo que sucedía con
su lógica, con sus trabajados esfuerzos por aceptar rápidamente lo que su lado
emocional exigía digerir con la máxima lentitud posible. Todo se disolvía por
momentos, y su raciocinio se convertía en una especie de epifenómeno
anecdótico; en una especie de adorno estético de la verdadera fuerza que
motivaba su existencia. Cuando los motores empezaron a calentar y notó el
temblor del fuselaje, confirmó completamente que todo aquello era una situación
demencial y un absurdo. El olor a combustible quemado se infiltró por el traje espacial, llegando hasta lo
más profundo de sus fosas nasales. Sintió como si sus pulmones se carbonizaran.
Embutido en mil capas de materiales sintéticos, rodeado de un sinfín de aparatos y de tecnología
punta, Efren se sintió solo, muy solo. Sintió que se derretiría de un momento a
otro, y dejaría de existir al fin. Agobiado por tantísimas ataduras físicas y
mentales, quiso escapar, romper su traje y correr sin parar. Añoró a su perro
Flaco, lloró lágrimas secretas por no poder estar junto al fuego con su abuelo
Honorio y se maldijo por no haber elegido otra carrera. Ahora podía estar trabajando
de lunes a viernes y nada más, si hubiera elegido otra profesión. Envidió a Victor,
con su vida convencional como padre y marido, y a todos los malditos que
estaban tan tranquilos tomando birras en un chiringuito de Almuñecar. Era
verano en su tierra, en estos momentos toda Andalucía estaba vibrando en
centenares de certámenes de flamenco y de ferias por donde se pasean las
mujeres más bellas del mundo. –Y yo estoy aquí, intubado por todos los
orificios de mi cuerpo, envuelto en mil trapos y enclaustrado como una momia
egipcia, esperando ser propulsado al otro mundo…¿A quién le importa todo esto?-
Efren se percató de que había comprado un billete de ida nada más. Había
cometido un error fundamental. Su cabeza podía estallar en cualquier momento.
Parece que en un momento dado pudo recuperar el aliento y
algo de su cordura cuando dirigió su vista hacia Droost y Haigneré que no
estaban muy lejos de su asiento. Vislumbró sus caras enterradas en los cascos,
y le pareció que observaba a una colección de humanos conservados en una
especie de gel vítreo, casi como esos insectos embebidos en ámbar que todos
hemos visto alguna vez en un museo. Amagó una sonrisa falsa que se desdibujaba
por la vibración que experimentaba la nave y toda su carga, al atravesar la
atmósfera a una velocidad vertiginosa. Su intento de reírse a costa de sus
amigos le duró unos instantes, conforme la vibración pasó a fundirse con el
aplastante efecto de la aceleración, que marcó un máximo de 3,5G. Minutos
después la vibración fue remitiendo, conforme el cohete fue alcanzando el
espacio vacío, aquel donde no hay nada con lo que chocar, nada que resista su avance.
Ese espacio mudo y silencioso que oculta todos los secretos del universo. La
aceleración dejó de notarse y su cuello, hombros, pulmones y cabeza, trataron
lentamente de recordarle cómo era eso de no sentir dolor. Las vibraciones se
fueron atenuando, los ruidos se quedaban atrás. Estaba agotado por completo y
sin darse cuenta se quedó dormido.
Cuando ya habían circunnavegado el perímetro terrestre
suficiente para lanzarse enfilados a la Luna, pudieron desasirse de los
sistemas de seguridad, salir de los trajes espaciales y quedarse por fin,
libres, para deslizarse mínimamente dentro de la cabina y empezar a manejar los
dispositivos y controles que cada uno tenían asignado. Poco a poco se fueron
adaptando a ese breve episodio, pero intenso, en el que no estaban en ningún
sitio, pero con anhelos y ansias de volver a pisar un suelo de verdad. Era el
anticipo a una vida con escasa gravedad corporal, pero el peso de su
consciencia compensaría dicha levedad física. Cinco días después estarían aterrizando
en la deslumbrante base lunar Asteria.
Los astronautas estaban muy ocupados en sus tareas de control, pero mucho más
relajados que en las anteriores etapas de formación y preparación. Quizás, el
oficial de mayor rango, Veneziano, era el que más tenso se encontraba, dada su
responsabilidad. Veneziano convocó una reunión en el módulo central de la nave,
a los tres días de la partida desde la Guayana. Cuando todos acudieron a la
convocatoria y se colocaron en todas direcciones debido a la falta de gravedad,
Efren notó el fuerte aroma del sudor de sus compañeros. La presencia de cuerpos
humanos colocados sin ton ni son, burlando el sentido del arriba y el abajo era
particularmente desorientador. –Quisiera daros a todos la enhorabuena, ahora “en
privado”, ahora que estamos en tierra de nadie, y lejos de nuestra casa-. Efren
lo miraba intentando trabajosamente ignorar que si él estaba derecho y de pie,
entonces Veneziano estaba boca abajo, hablándole desde el techo… -Hemos
demostrado ser un buen equipo y hemos llegado hasta aquí juntos. Durante tres
años de duro trabajo y preparación nos hemos ido conociendo y acercándonos unos
a otros. Somos ciento cincuenta astronautas y científicos europeos que vamos a
dar un paso histórico para nuestros países de origen. En Asteria nos esperan
los primeros cien que han ido llegando en dos grupos. Nosotros somos el último
que completa la colonia lunar. Como sabéis, la mayoría de nosotros seremos
relevados dentro de tres años, aunque algunos tienen proyectos a más largo
plazo que ya revelaremos en su momento. Será la comunidad más sofisticada y
selecta de Europa. Es importante recordar que el tiempo pasa volando, y que tenemos
entre manos una aventura sin igual. Se nos recordará como los pioneros de la
vida extraterrestre y seremos el orgullo de nuestras familias. Espero que
podamos mantener la camaradería y la hermandad que hemos alcanzado durante toda
ésta travesía hacia el establecimiento de la colonia, durante el tiempo que
estaremos en la Luna. Somos un gran equipo, dividido en tres misiones
distintas. La minera y energética, la científica y la militar. Vamos a poner
los cimientos de una nueva vida humana con el sello europeo, igual que lo hemos
hecho en el pasado multitud de veces. El mundo requiere que Europa continúe
abriendo camino, aunque otras regiones avancen rápidamente…- Todos asentían con
expresiones de convicción, de profunda entrega, menos Efren.
Veneziano continuó con su alentador discurso, pasando lista
por los primeros objetivos del tercer grupo de europeos que iban a establecerse
en Asteria. Los astronautas escucharon y repasaron una vez más, los proyectos
que tenían asignados y recibieron el calor y la motivación que Veneziano les
prodigó ahora que estaban a punto de llegar a su destino. Él se había
convertido en un verdadero padre y guía de los jóvenes que formaban la última
cohorte.
El aterrizaje fue muy conmovedor. Llegar al oscuro satélite
no fue nada parecido a salir de casa. No había atmósfera, por tanto, el astro
permitía acercarse a la nave con suavidad. Casi todos empezaron a llorar al
verse a unos metros del alunizaje. La impresión de sentir la Luna como un lugar
donde vivir era simplemente indescriptible. Convertir a tu planeta, en un mero objeto
brillante en el cielo y verlo en la lejanía era algo a lo que ninguno había
dedicado suficiente tiempo para asimilar. A partir de ahora tendrían ocasión
para ello. Al entrar en la base Asteria y ser recibido por los cien europeos,
Efren se dejó llevar tanto por un agradable aumento de la sensación de
gravedad, como por el afecto y la alegría al reencontrar a varios compañeros
con los que había trabado amistad durante su formación. Ellos habían emprendido
el proceso algo antes, y lógicamente hacía algún tiempo que no los veía. El ser
recibidos por ellos aquí en la Luna, fue emocionante. Gracias a Dios, eso le
hizo darse cuenta de que tenía entretenimiento y cosas que le harían dejar a un
lado sus miedos oscuros.
Los primeros meses requirieron un gran esfuerzo de
adaptación. Todo era nuevo y en cierto modo todo era conocido al mismo tiempo. Tantos
cambios exigían mucho de los colonizadores y por tanto no podían realizar un
trabajo contínuo y sostenido a los recién llegados para permitir, que poco a
poco ganaran más fuerzas y se recuperaran de tanto estrés y fatiga. Extrañamente,
los diseñadores que crearon la copia terrestre de la colonia se olvidaron de
incluir los olores para ayudar a la habituación. En ese sentido, la totalidad
de Asteria era un lugar completamente nuevo y moderno, pero olía al rancio de
una despensa vieja. Era divertido poder dar saltos y llegar mucho más lejos de
lo normal. Hasta que aquello se volvió parte de la normalidad, claro. Pero el
rancio, era un rancio inaceptable, especialmente para Efren.
Lo que realmente hacía sentir que su mente era un auténtico
gazpacho, era su profundo miedo a existir, el cual fue otra vez emanando como
un ponzoñoso hedor que se colaba por todas partes. De este modo, la angustia
acabó adueñándose otra vez de su consciencia. Se extrañaba de lo nuevo y
desconfiaba de lo que ya conocía. Vivir allí era exactamente como lo había
experimentado a través de sus primeras pesadillas en el CEA, que ahora
diagnosticó como premonitorias. Al cabo de varias semanas, se sentía
completamente desubicado, desnudo, como si en cualquier momento algo fuera a
desestabilizarlo a él y a todo lo que le rodeaba. Podría ser una enfermedad
letal desconocida, un accidente que provocara una brecha irreparable en los
edificios de la colonia, o un amotinamiento generado por la irracional
naturaleza de la mente humana. Daba igual lo que ocasionara la tragedia, porque
él ya sabía cuál sería su resultado; perecería lentamente experimentando un
dolor horrible, mientras sería obligado a presenciar la muerte de sus
compañeros que indefectiblemente sucumbirían ante un destino imposible de
corregir. Se sentía atrapado en sus miedos, en su vulnerabilidad. Su mente
recorría cada punto de la base lunar, sintiendo sus debilidades, sus
imperfecciones y todo lo que el error humano es capaz de engendrar. Tenía
especial pudor en situarse en las cercanías del centro de mandos, o en dialogar
con los directivos de cada equipo para no tener que darse cuenta de la torpeza
de sus decisiones o de lo apresurado de sus pensamientos acerca de cómo
prevenir riesgos o contingencias. Al menos él era un simple astrofísico,
responsable de la implantación de una red de radiotelescopios por toda la
superficie lunar; nada que ver con la seguridad o la defensa…eso era un alivio.
Dichas ideas y estados de ánimo se habían infiltrado otra vez, muy despacio.
Porque su angustia no tenía prisa alguna. Su angustia tenía todo a su favor
para apropiarse de su mente. Desde la lejana Tierra, la generosa pero tenue
mano de Jaime seguía disponible para darle toda la guía que fuera posible en la
oscuridad sideral en la que se había sumergido. –No me dejes- Se decía Efren
así mismo, de vez en cuando, como si pronunciara un mantra para calmarse.
Cuando el último transbordador hizo la descarga final de toda la maquinaria y el aparataje necesario, Efren dio luz verde al montaje de la red de radiotelescopios. Ya había visitado varios puntos cercanos a la colonia donde comenzaría la instalación de los mismos. Hoy en su rover, ha decidido desplazarse él solo, al punto and52 cerca del cráter Ibn Bajja, próximo al polo sur. Ya había realizado varias excursiones con compañeros y tras aprobar el curso práctico de conducción de rover, tenía permiso para dirigirse a tres kilómetros al sur de Asteria. Al salir al exterior y sentir la desnudez fúnebre del paisaje lunar, percibió nítidamente su irritación hacia los compañeros de la base. Quizás esto fue acentuado por un notorio olor a pólvora y carne quemada que percibió en el medio lunar exterior. El estar cerca del colectivo europeo activaba una especie de sistema inhibitorio, para hacerse así mismo más sociable. Pero al encontrarse consigo mismo en medio de aquél desierto mortal, no pudo evitar el confrontarse con las alargadas sombras de sus pensamientos más agudos. No quiso pararse, y decidió conducir el vehículo, el cual daba suaves saltitos sobre la superficie escabrosa. A pesar de la compleja conducción exigida por un terreno que carecía de un firme estable, continuó imbuido en sus pensamientos.
En su solipsismo cósmico prestó atención a las sensaciones de estar en medio de la nada con un traje espacial y reflexionó sobre ello. Aunque vivir y respirar dentro de un traje de cosmonauta era mucho más natural y cómodo que hacerlo al estilo de los buceadores, había similitudes en el sentido de lo incómodo y lo artificial. Escuchar el frotar de la ropa que va pegada al cuerpo contra el traje, oír tu propio pulso o notar un leve retumbar de tu voz al hablar. Si todo iba bien, siempre predominaría el sonido del ventilador que hace circular el aire por todo el traje, y cierto grado de sensación de amortiguación acústica. Los trajes extravehiculares había mejorado mucho con el tiempo, pero seguían siendo engorrosos de llevar.
Dichas restricciones físicas le incordiaron más aún cuando empezó a darse cuenta que estaba realmente lejos de la colonia. Ahora al poder
estar y pensar a su libre albedrío fuera, en el medio de la nada, se permitió
odiar a esa multiculturalidad hipócrita, esa macedonia amorfa de costumbres que
no era más que la antesala de una progresiva extinción de las culturas, de su cultura. No soportaba esa estúpida
idea de internacionalidad, llevada ideológicamente a nivel colegial. Le corroía
las sienes verse achantado por la hegemonía de otras nacionalidades supuestamente
aventajadas, que en realidad no eran sino servidores del Gran Hermano
estadounidense. Su rabia le hizo ir más deprisa y pegar saltos abruptos e incluso
coger curvas a una velocidad inusitada. A lo mejor tenía ganas de hacerse daño,
de asustarse. Y vaya si se asustó. Pero fue un susto pequeño. El rover dio una
voltereta al caer por un pequeño cráter de unos metros de diámetro, aunque más
profundo de lo que pensó. No hubo daños materiales ni personales. Dada la
rigidez del traje espacial que le impedía girar el cuello y poder ver algo,
hizo uso de los espejos que tenía situados en las muñecas para comprobar que
todo estaba en orden. El techo tubular del vehículo permitió que volcara sin
aplastarlo, y la escasa gravedad hizo rebotar al vehículo grácilmente para
terminar de nuevo sobre las cuatro ruedas. Se sorprendió de no sentirse
paralizado o bloqueado por el accidente. Es más, quedó allí pensativo, mirando
al horizonte desnudo, ahora ahumado por una enorme cantidad de polvo lunar en
suspensión. No quiso mirar su actividad psicofisiológica a través de los
paneles que podía ver con unas lentes que llevaba puestas. A pesar de todo intuyó que su tensión arterial
se fue a pique al sentir en un momento dado que su respiración se volvió escasa. Podía escuchar los latidos de su corazón. El mareo que sentía podría
haber hecho desmayar a cualquiera. Pero estaba bien entrenado. Esa clase de
psicología la manejaba bien. Sin embargo, los golpes y la emoción le hicieron
sentirse como un tonto, y se vio por un momento observado por su familia. Como
si hubiera vuelto a su infancia, visualizó allí mismo en el filo del cráter, las
siluetas de sus hermanos y padres, mirándolo con perplejidad desde lo alto,
como aquella vez que cayó en una fosa séptica abierta mientras miraba absorto las
estrellas. Se vio de nuevo en aquel angosto agujero, incapaz de llamar a nadie
por puro orgullo, hasta que lo echaron de menos y vinieron a buscarle. No supo
cuánto tiempo estuvo parado en la base del cráter, en ese trance. En un momento
dado, trató de recoger todo lo que se había caído del vehículo y tras
recomponerse puso otra vez rumbo hacia Ibn Bajja. En el cráter estaba todo muy
oscuro, y la luz de la Tierra parecía muy lejana. Se podía apreciar perfectamente la
naturaleza oscura de los materiales de la Luna, cosa sorprendente si se
considera cómo brilla su superficie vista desde la Tierra. En esa negrura se
sintió al refugio, y se vio camaleónicamente camuflado en su interior bajo la
espesa nube de partículas microscópicas. Notó más leve su terror y su pánico,
al verse casi inexistente, casi inerte. Cuando
lo consideró oportuno, puso en marcha el vehículo y lo puso al máximo de
potencia, saliendo de la oquedad a toda máquina y volando por unos instantes de
esa forma que sólo puede suceder en la Luna.
Desde lejos pudo identificar la base del radiotelescopio.
Los ingenieros ya habían empezado a instalar y ensamblar las distintas piezas y
componentes. De hecho, se encontraban allí, montando los soportes de la antena
y advirtió su presencia con los potentes destellos de luz de los cascos, que
los movimientos provocaban según se colocaran con respecto a los rayos de luz
procedentes de la Tierra, que ahora era una Tierra llena (y no Luna llena,
claro está). La falta de atmósfera convertía la luz del Sol en un peligro más,
en aquél lugar inhóspito, por eso debían de trabajar mientras el Sol estuviese
en las antípodas. Anunció su llegada por radio. Tuvo que volver a acelerar y
hacer verdaderas locuras para llegar a tiempo. El Sol iba a aparecer tarde o
temprano y había que completar la tarea antes de que eso sucediera. Al llegar
al encuentro de los trabajadores, saludó a todos los compañeros y comenzó la
instalación de los dispositivos que había traído. Los otros le preguntaron que
porqué había tardado tanto. Hizo un gesto con sus manos que hizo volar parte
del polvo que le cubría el traje espacial, revelando que quizás había tenido
una contrariedad que no quiso comentar. Los otros se miraron a través de sus
espesos cascos, exagerando el movimiento, para que Efren se diera cuenta de que
ellos se habían percatado. Hubo un estruendo de risas, que reverberó en sus
auriculares con un fastidioso ruido de cristales rompiéndose. Casi le dejan sordo. –¡Imbéciles!- pensó, mientras amagaba una sonrisa. Le daba la impresión
de que los demás siempre conseguían liberarse de sus malsanos pensamientos. ¿Cómo
diablos lo harían? Cuando estaban a punto de terminar la faena, los receptores
de radio captaron un cruce de comunicaciones nada amistoso. Poco después vieron
por el horizonte muchos rovers acorazados e incluso drones de gran tamaño
deslizarse a toda velocidad. Al parecer los rusos y los chinos se habían
acercado por Asteria para curiosear, y los militares se habían puesto a
perseguirlos. Los trabajadores quedaron en silencio por unos segundos sin saber
qué decir. No era agradable comprobar que hasta en la Luna los humanos continuaban
con sus guerras frías o tibias. Daba miedo.
Al volver a la base y quitarse el traje se volvió a sentir
liberado. Después de realizar todas las tareas de descontaminación, se dirigió
a reportar al oficial al mando. Se sintió cansado después de que él y el robot
médico limpiaran minuciosamente el traje espacial y todos los instrumentos que
trajo al interior de la colonia. Al parecer, el polvo lunar puede ser
extremadamente nocivo para la salud, y no se podía escatimar esfuerzos en
dejarlo todo superlimpio antes de salir de la zona de seguridad. Cuando salió
de la cámara de descompresión sintió una dulce bienvenida al percibir el olor a
ozono. Inmediatamente se tranquilizó y
su cansancio pareció evaporarse.
Una vez informado el oficial al mando en el puente de
entrada a Asteria, éste le indicó lo siguiente;
-Doctor Jalón, antes de descansar, por favor vaya al hospital
a informar a su psicóloga- Efrén se quedó algo sorprendido.
–Perdone señor, pero ayer mismo tuve mi sesión de
seguimiento con la doctora Bachofen…-.
–No importa- dijo el oficial bigotudo en un tono neutro. –La
jefe de los psicólogos quiere verle, por favor, diríjase a psicología
directamente, y no se preocupe-. Efren registró la orden con incredulidad, pero
exteriormente actuó con la misma expresión imparcial y profesional con que se
le había dado la indicación.
Mientras caminaba por el largo pasillo abovedado de suelo
vinílico, se dedicó a sentir cómo sonaban sus blandos zapatos sobre la
superficie de plástico. Así pudo suspender todo interrogante que lo alterase. También
se dejó impresionar por las luces LED que guiaban durante todo el recorrido al
viandante y que marcaban las lindes entre los caminos de los vehículos
eléctricos, los robots y los humanos. Realizó lentas respiraciones sólo por la
nariz, y se fue tranquilizando poco a poco. Para llegar a pie hasta el
departamento de psicología clínica evitando ascensores, debía de atravesar toda
la colonia y le llevaría algo así como una hora. No quiso llegar de prisa y
corriendo para alterarse innecesariamente. Asintió con la cabeza, como para
darse permiso y continuó andando parsimoniosamente a lo largo y ancho de
Asteria.
Cuando llegó al departamento, la psicóloga le abordó con
algo de brusquedad. Le miraba de pie, con los brazos sobre sus caderas,
pareciendo así más poderosa.
–Jalón, ¿qué es lo que te ocurre?-
-Buenas tardes doctora Bachofen, me ha llamado usted…-
-Si, te he llamado, claro. Me parece que tu comportamiento
es algo extraño. Me da la impresión de que no me has contado cosas que estás
sintiendo. Disculpa si parezco algo intrusiva, pero en realidad, no puedo dejar
que ésta situación se prolongue más tiempo. Llevas aquí en Asteria seis meses.
Te queda mucho tiempo para volver. Te suplico que me cuentes qué es lo que te
ocurre.
-Doctora Bachofen…lo siento. Estoy algo confuso. Le pido
perdón-. Hubo un largo silencio. Le miró los senos de refilón, como para
desviar sus sentimientos hacia otra clase de problemas algo más abordables.
Ella suspiró profundamente y lo miró con algo más que
benevolencia, tratando de buscar un modo para proseguir. -Efren, ¿qué ha pasado
hoy cuando saliste con el rover?-
Efren se sintió atrapado e incómodo con la pregunta. Hizo un
intento de tragar saliva, pero su garganta estaba seca. Sintió que sus pulmones
se contraían. Cambió de postura para ganar tiempo y ver si su mente podría
traer alguna idea apropiada. Bajó la cabeza e hizo un gesto de negación.
-Efren, lo que pasó no es nada, eso no me preocupa. Creo que
resolviste bien el accidente y después te pudiste dirigir al punto and52 y
trabajar sin ningún problema. Eso me parece que refleja tus habilidades y
fortaleza mental. Sin embargo, no reportaste el incidente. Deberías de haberlo
hecho. Tampoco es nada grave. Pero en general, tengo que decirte que llevo
siguiendo con extremo cuidado tu evolución desde antes de la partida. En estos
momentos me veo obligada a desvelar que he tenido noticia de tu relación con el
doctor Peñarrubia desde que hiciste tu primera consulta con él-.
Efren se quedó estupefacto, como congelado. Pero quiso
permanecer cautamente en silencio.
-Como recordarás, hace años, cuando iniciaste el proceso de
selección y formación de astronautas firmaste una cláusula de confidencialidad
en donde dabas permiso para que accediéramos a tus allegados, o que ellos nos
contactaran, en caso de que se detectase algún riesgo para ti o para la misión.
Es una lástima que no hayas consultado conmigo sobre tus dudas, pero entiendo
que ha tenido que ser muy difícil expresar esos sentimientos-.
-Lo siento muchísimo, doctora Bachofen-.
-En serio, no te preocupes, lo entiendo. Por eso he querido
dejar que continuaras trabajando con ese psicólogo. Al fin y al cabo, habías
establecido un vínculo significativo con él. También tienes la ventaja de
sentirlo próximo a tí, cultural y quizás espiritualmente. El doctor Peñarrubia
me ha indicado acerca de tu dinámica personal que la ve como muy positiva-.
-¿Positiva?- dijo con un tono algo elevado y avergonzándose
al mismo tiempo.
-Si, muy positiva-.
-Ahá, ahá-. Trató de recapitular a toda velocidad algunas de
las últimas frases que Jaime había compartido con él. Encontró algo así como
una interpretación algo abstracta sobre su progreso. Se trataba algo así como
de que debía de dejar poco a poco su papel de “guerrero” para dar paso a otra
faceta, pero que tenía miedo a ello debido a la precoz desaparición de la figura
paterna de mi vida…mmm. Decidió no decir nada a Bachofen.
Mientras tanto, ella prosiguió con su línea argumental; -no
me he querido entrometer hasta ahora en esa relación porque la veía, como he dicho, muy
positiva y nos daba garantías de que proseguías dentro de los límites de la
misión. Sin embargo, creo que estamos en un momento muy difícil-.
-Doctora, ¿qué le preocupa?- Se quedó mudo mientras comprobó
que su instinto le estaba diciendo algo…tras un lapso, recuperó de nuevo el
habla sin darse cuenta; -Esto no va sólo sobre mí ¿verdad?-
-Cierto, doctor…
Estuvieron reunidos varias horas. Era tarde cuando
terminaron. Efren volvió a la zona residencial aún más despacio que cuando se
dirigió al hospital. Estaba agotado. Antes se pasó un rato por uno de los
hogares donde se reunía la gente para tomar alguna copa y picar algo. Seguro
que alguno de los quince españoles de la base estaría por allí tomándose algún
pelotazo. Bebió algo más de la cuenta con Elena, una chica de Murcia, aunque
procuraron llenar el estómago con unas galletas untadas con paté de aceitunas.
Al final de la noche se sintió mareado y perdido. Al menos al día siguiente
tenía descanso y podía dedicar el tiempo a pensar. Necesitaba pensar.
La noche transcurrió lenta, con sudores, vueltas y más
vueltas. Salió y entró de varias pesadillas. A la mañana siguiente se sintió
como si le hubieran dado una paliza y aparte, también le hubieran robado el
alma.
En el desayuno, apareció por la cantina como un sonámbulo.
Gerden y Camille lo miraron con el corazón encogido. A Gerden se le atragantó
un trozo de pan, y no consiguió articular palabra. Miró a Camille como suplicando
que ella interviniera…
-Efren, creo que no nos vas a decir nada, pero sepas que te
queremos-
Tuvo que amagar una ola de lágrimas. Se aguantó hasta un
límite. Probablemente se puso colorado. –Gracias, gracias, es complicado. A ver
si os lo puedo explicar. Pero necesito que me deis tiempo-. Por un momento sintió que Gerden y Camille estaban enrollados, pero quiso abandonar dicha sensación de manera instantánea.
-Todo lo que necesites- Le dijo el rubio, ésta vez más
animado.
Se marchó a la unidad de astronomía, para preparar la
siguiente salida. Había que montar otro telescopio, ésta vez, hacia la
dirección de Clavius. No iría solo. Las preparaciones le hicieron enfocarse en
el objetivo próximo. Saldría con un contingente grande, puesto que la distancia
era considerable y necesitaban aprovisionarse. Le dijeron que utilizarían un
dron enorme.
Gerden pensó que Jalón estaba muy angustiado desde que
entraron en la base artificial allá en Colonia, y tenía razón. –Estaba raro en
la Tierra, en las últimas semanas, no sé qué le pasa, pero no me lo ha querido
decir, te lo juro-. Haigneré le
respondió; -quizás es algo relacionado con su familia, quién sabe. Los
españoles son muy familieros y se preocupan todo el rato por lo que le pueda
pasar a sus seres queridos. A lo mejor alguien está enfermo-. –Tienes razón-,
asintió Gerden, sin ningún convencimiento.
Tras el encuentro con la doctora Bachofen y en los sucesivos
días, ella se mostró muy comprensiva con Efren. A partir de aquél día se sintió
mucho más cercano a ella, aunque no dejara de acudir a Peñarrubia. No todo era
horrible. A sus colegas sólo les pudo indicar que debía realizar una operación
de ensamblaje bastante lejos de Asteria y que tenía mucho miedo. Cada vez que
dejaba el departamento de psicología clínica para dirigirse al barrio residencial,
Efren sólo podía recordar un perfume levemente dulzón y algo punzante que le
recordaba a las noches de azahar sevillanas. Sin embargo, no le inquietaba nada el no poder elaborar mucho más allá.
Después de varias semanas de preparación, el equipo pudo
dirigirse hacia el sur del cráter Clavius. Comprobó que le acompañaban tres
drones militares. Durante el viaje tuvo que evitar hablar, porque le
castañeteaban los dientes y le temblaban las piernas.
La llegada fue un despliegue militar en toda regla. Allí, un
batallón de marines americanos había creado un perímetro de seguridad. Ellos
tenían una base al norte de Clavius y querían asegurar la zona con robots para
que no pasaran intrusos. Aquello era un claro indicador de que la
internacionalidad del espacio exterior se había desvanecido. En cualquier caso,
una vez que los europeos ocuparon el extremo sur, decidieron considerar ese
territorio como una zona compartida con nosotros, al menos de momento. Efren se
puso azul, quizás tirando al púrpura al ver todo aquél despliegue de maquinaria
y robótica armada. Sus manos estaban cianóticas, se olvidó de respirar
despacio, y por tanto, la tensión arterial se fue por las nubes. Los militares
europeos se enzarzaron en una acalorada discusión mientras decidían cómo seguir
llenando aquello de cañones y sistemas de vigilancia. En ese enclave, había
otra pequeña base. Era igual que Asteria pero diminuta en comparación. La misma
idea básica definía la arquitectura de todas las construcciones lunares.
Cavidades naturales aprovechadas para resistir los rayos cósmicos. En éste
caso, el espacio útil era mucho más parecido a las estrecheces propias de la
nave que los trajo a la Luna. Los espacios eran minimalistas y la atmosfera
fétida y claustrofóbica en el interior. No había un solo rincón donde no se
pudiera ver una bandera americana. Al tercer día, cuando finalizaron la
instalación del telescopio, el comandante de la misión le dio por fin, el
mensaje secreto.
-Doctor Jalón, le muestro la valija que leerá frente a mí, y
cuando termine me la devolverá-.
-Por supuesto, mi comandante-. Se maldijo a sí mismo. –Esto
me pasa por saber hablar ruso-. Se dijo de manera culpabilizadora en algún
lugar de su cabeza. Esa noche soñó que estaba de visita en Nueva York. Volvía a
cruzar a pie el largo y enorme puente de Brooklyn hacia Manhattan y se quedaba
justo a la mitad. Algo le dejaba allí suspendido o quizás en suspense.
Al día siguiente, un dron lo llevó a través de una zona
desmilitarizada hacia el este. Probablemente hicieron unos tres cientos
kilómetros en esa dirección hasta que llegaron a territorio enemigo. Iban cinco
soldados con él, armados hasta los dientes, junto con el comandante Lacan. A la
llegada los recibió un contingente mixto de chinos y rusos, que los esperan en
otra base subterránea. Fueron muy correctos y amables, en realidad, era un lujo
poder hablar en ruso y no en inglés.
-Doctor Jalón, comandante Lacan, bienvenidos a nuestra base,
soy el comandante Sechenov y éste es el general Suo. Han sido muy amables al
aceptar ésta invitación en total secreto.
-Encantado de conocerlos señores- dijo Efren con un
imperceptible temblor en la voz.
Atravesaron los perímetros de seguridad y cruzaron un par de
corredores para llegar al fin a una gran
sala de forma tubular donde había toda clase de objetos, maquinaria e incluso
una enorme cocina. Una vez que les ofrecieron bebidas y algo de comer, se
sentaron alrededor de una mesa redonda y muy pausados comenzaron a exponer la
situación. El estilo del lugar hizo pensar a Efren en el metro de Praga, con
esos diseños metalizados post-art decó, que tanto le gustaban. Se sintió en
casa.
-Queridos amigos, les hemos invitado a que mantengamos una
conversación racional y cordial sobre lo que está pasando aquí. Sin más
preámbulos y dado que todos tenemos mucho que hacer, quisiera ir al grano. Verán,
como saben, los americanos están expandiendo sus áreas de colonización a una
velocidad que no es razonable. Incluso, nos están intentando expulsar de
regiones donde nos hemos establecido hace tiempo y estamos teniendo cada vez
más encontronazos, con una escalada de tensión importante. Esto por supuesto no
es justo, ya que hemos sido nosotros los que hemos iniciado la colonización
lunar. Estamos un poco cansados de la intimidación. Todos éramos dueños de la
Luna, pero con el tiempo este territorio se ha convertido en un lugar más
hostil de lo que podemos soportar. Un disparo puede suponer la muerte
instantánea de varias personas, a parte del enorme costo material que cualquier
choque armado puede suponer. Queremos dejar claro que no queremos
enfrentamientos con Europa. Y necesitamos su confianza para proseguir nuestra
marcha pacífica aquí en la Luna. Le ofrecemos colaboración en un proyecto de
construcción de un reactor nuclear si ustedes lo desean. Como pueden suponer,
nosotros actuamos por órdenes de la Tierra, al igual que ustedes, pero siempre
existe un desfase entre lo que ocurre aquí y allí. En estos momentos
quisiéramos saber cuál es su posición aquí en la Luna. Cómo se encuentran y si
podemos ayudarles en algo-.
Esto, lógicamente no era lo que se vendía en la Tierra. Los
chinos y los rusos eran traicioneros. Los japoneses unos raros, pero dóciles,
mientras que nadie sabía de qué iban los indios. Había un creciente número de
países que más o menos alineados con los más adelantados, trataban de asomarse
al espacio exterior y a la Luna. Para Efren la situación era extremadamente
difícil, porque no era presa de una actitud partisana. En el mundo real nadie
es malo o bueno. Se trataba solamente de sobrevivir en paz. Solo veía a otros
seres humanos intentando hacer lo mismo que ellos. En cualquier caso, tradujo
todo, palabra por palabra al comandante Lacan.
-Doctor Jalón, ¿qué piensa usted?- le susurró Lacan en
castellano, encriptando así el diálogo entre ambos.
-Mmm, no sé
comandante. Creo que tenemos un problema. A los americanos no les va a gustar
que hagamos amistad con éstas personas. A mí me caen muy bien. Usted es el militar…-.
Salieron de allí, lo mismo que entraron, con gestos de
cordialidad y de cortesía, como cabía esperar entre orientales y los dos
europeos. Pero en realidad, solo se trataba de tomar alguna sensación de lo que
pensaban los otros. Al volver a Asteria, iba a ser interrogado por la doctora
Bachofen. Jalón decidió que iba a ser sincero y contestar de manera precisa a
todo.
Por el camino a la base americana se sintió muy perdido. Sin
embargo, se propuso manifestarse muy hablador con el comandante. Quería saber
cuáles eran sus impresiones sobre lo que había ocurrido. Desde luego que
debería de saber mucho más de lo que podía decirle, pero no se cortó. Salió de
su usual comedimiento y prudencia para asaltarlo con alguna pregunta atrevida,
mientras atravesaban a toda velocidad una infinidad de cráteres lunares. Por
supuesto se comunicaban por radio de UHF. Los auriculares eran de una calidad
extraordinaria, una pequeña compensación por las incomodidades de los trajes
espaciales. Mientras conversaban por el camino vieron movimientos de vehículos
militares terrestres y aéreos en el horizonte y pudieron acceder a rápidos
intercambios de mensajes entre diferentes patrullas. No había paz ni sosiego en la superficie lunar.
-Mi comandante, permítame la indiscreción de preguntarle ¿porqué
en lugar de invitarme a mí a esta tan interesante excursión, no se ha incluido
a algún letón, lituano o incluso algún polaco de Asteria?, creo que ellos
hablan el ruso con mayor soltura. Incluso tengo noticia de que más de un
compañero controla el chino bastante bien-. El comandante se mantuvo en
silencio unos segundos y después le respondió con unas risas y la sinceridad
socarrona de un militar. –Mi querido doctor Jalón, usted es bastante miedoso y
sus temores le hacen en general mostrarse bastante prudente en la arena
interpersonal, cosa que de cara a un encuentro como éste le hacen a usted un
compañero ideal-. Efren se quedó como atontado, aunque exteriormente también
intercambió unas risas amistosas. Sin duda aquello era para reírse…o llorar.
En Asteria, los militares escoltaron a Efren hasta el departamento
de psicología clínica y le hicieron firmar un documento de confidencialidad
frente a la doctora Bachofen. El astrónomo sintió que Lacan no le había dicho
algo importante, pero era aceptable dadas las circunstancias de máxima prudencia.
Bachofen recogió con todo lujo de detalles las impresiones del joven, así como
de otros procesos que comunicaba y de lo cual no era consciente. Previo acuerdo
con la central de Colonia, la psicóloga había obtenido permiso para mantener
relaciones íntimas con el efebo andaluz. Esa noche durmieron juntos. Efren deambulaba por sus interioridades como descoyuntado, todavía no dándose cuenta de en
qué clase de mundo había desembarcado. No tuvo sueños claros, como hubiera
esperado.
En las semanas siguientes, la relación con Bachofen lo había
convertido en una criatura más melosa y domesticada si se entiende que el amor
sensual actuaba sobre él como una especie de antídoto contra el estrés, el
cortisol y todos los productos ominosos que su mente le lanzaba para
aterrorizarlo. Sus pesadillas aparecían ahora con un menor realismo, sus miedos
más lejanos y algo menos despóticos.
Ahora que todos los radiotelescopios estaban todos
instalados, no eran necesarias las salidas al exterior, pero Lacan seguía
llevándolo a más reuniones. Tuvo que entrar en una fase de mentiras y medias
verdades hacia sus colegas, que le incomodaban, pero que salvaguardaban la
integridad de las misiones que llevaba a cabo con los militares. Si alguna vez
tuvo la oportunidad de contarles algo muy íntimo a Gerben y Camille , estaba
claro que esa actitud era ya era historia. Los contínuos contactos fueron revelando poco a
poco, el desarrollo predatorio de los diferentes grupos de colonos. Europa
accedió a colaborar con chinos y rusos a cambio de tener protegido el lado noreste
de su territorio contra los ataques y sustracciones de tecnología por parte de
naciones pequeñas, necesitadas de preciados recursos para proliferar. Por el
lado noroeste, ocurría otro tanto con
los americanos. Al final se trataba de coexistir. Todo seguía igual, le dijo
Bachofen; -los jugadores cambian, pero el juego…el juego siempre es el mismo-.
Nueve meses después de que Bachofen pronunciase dicha frase,
tuvo un bebé. Y el padre era lógicamente, Efren.
1 comentario:
El Invencible.
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