jueves, agosto 23, 2007



El Estado de Cosas

Creo que vivimos un momento histórico lleno de paradojas. Nunca antes se han sabido más cosas sobre cómo funciona el Universo. Y cuando digo Universo, me refiero a todo lo que está contenido en él. Sin embargo, parece que en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana la vida no haya cambiado nada. Soledad, aislamiento, injusticia, miedo, alienación, angustia. Esto plantea un gran dilema a aquellos que se interesan por la mejora de la vida humana basada en el conocimiento.

Si realmente conocemos más y sabemos más, ¿porqué entonces no cambiamos? Da la impresión de que realmente el conocimiento es algo que quizás está sobrevalorado. Quizás el saber más cosas no sirva de nada. ¿De qué sirven los coches? En realidad no nos llevan a ninguna parte. Nos convierten en seres paralíticos. ¿De qué sirve la televisión? Sólo para desear lo que no podemos tener. ¿De qué sirvieron tantos años de escuela? Para aprender a obedecer a la autoridad. ¿De qué sirven las cárceles? Para hacer a la gente que están en ellas odiar más a la sociedad. ¿De qué sirven los gobiernos? Para que los ricos se hagan más ricos y los pobres más dependientes de ellos.

Sabemos por muchas vías, que todos somos iguales. Todos tenemos ADN, todos somos humanos, todos deberíamos tener los mismos derechos. Si estamos todos hechos de la misma materia, ¿Porqué hay gente que por nacimiento ya están aventajados? Sólamente por ser hijo de Don Juan Carlos uno ya no tiene que trabajar? ¿O por ser Don Juan Carlos uno no está sujeto a ley alguna? No sé de qué nos sirve tanta ciencia, si después no la aplicamos a la vida normal.

El tema de la monarquía es sólo un botón de muestra de las desigualdades y contradicciones en las que vivimos las personas del siglo XXI. Curiosamente, otros pueblos antiguos como la India, también tienden a aceptar el estado de cosas. En ese sentido parece que Andalucía, como pueblo viejo, es difícil de mover hacia un cambio estructural, como lo pueda ser China o India. En efecto, aunque estos países parecen cambiar como lo hace también Andalucía a su modo, por otro lado también dan la impresión de que los cambios son de tipo burocrático o formal. Los aspectos más internos y básicos siguen igual. Los que mandan mandan, y los demás tienen que obedecer. Es algo paradójico.

¿Tiene ésto que ver con nuestra naturaleza? Puede ser que sea. Pero también puede haber otras razones. Desde aquí deberíamos de imaginar cómo se podrían hacer las cosas de otra manera. A mí siempre me parece que la educación de los niños es el principio del cambio. Si a los niños se les enseñara lo que realmente importa, el mundo cambiaría más deprisa. A los niños habría que enseñarles más sobre cómo funciona su ayuntamiento, cómo funciona sus mentes, quiénes están en el poder, qué lugar ocupamos en la sociedad, cómo organizar sus vidas, cómo amar y qué desear en esta vida. En general, un enfoque hacia la vida real, y no hacia ese "conocimiento" que todos sabemos que no sirve para nada. No hay nada más que ver a esos catedráticos y académicos enquistados en sus departamentos, más preocupados por su propio ego que por compartir lo que saben con los demás. Eso es lo en lo que se ha convertido el conocimiento. En un cortijo de poder. Una nueva religión prohibida para los no iniciados. Yo propongo que se promueva una forma de conocimiento basada en el "no título". Que se capacite a la gente a hacer las cosas, más que en hacerles pagar por un título que les permita hacer las cosas. Así acabaríamos con una injusticia creada por la propia clase trabajadora. Esto es, la diferenciación social dentro de nuestra clase, basada en la especialización del trabajo. Si todos más o menos supiéramos hacer lo básico en la sociedad, nadie se sentiría menos que nadie y nadie tendría más poder que nadie.

El estado de cosas del mundo no ha cambiado en su más profunda esencia. Las paradojas viven entre nosotros, pululando y haciendo nuestras vidas difíciles de entender y de gestionar. Debemos intentar ser conscientes de que están ahí, por todos lados, haciéndonos volver una y otra vez a un estado de cosas abusivo y cruel, cada vez que nos dejamos llevar por la rutina o la molicie. Y debemos estudiarlas y comprenderlas. Debemos discutirlas y no dejar que nos opriman puesto que si no lo hacemos, ellas convertirán nuestras vidas en un eterno ciclo de retorno a lo más mezquino de la naturaleza humana. Es decir a un mundo salvaje, sin reglas que protejan al prójimo y por tanto a todo lo que queremos en este mundo.

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