A principios de los años 80, Richard Freeman debía de rondar
los 18 años de edad. Por aquella época se lo podría haber descrito como un
espabilado jovenzuelo de origen judío residente en Brooklyn, Nueva York. Muy
imaginativo y de inteligencia penetrante, leía con avidez y disfrutaba de las
películas y de todo cuanto pasaba a su alrededor, incluyendo por su puesto las
chicas. Al ir acercándose a esa edad en la que uno empieza a tomar decisiones,
Richard se sintió en un cruce de caminos cuando se encontró un día
reflexionando sobre su futuro profesional. Por un lado quería estudiar
matemáticas en la universidad. Por otro lado, tenía mucho interés en la vida
cultural, el cine y la literatura. En ese sentido, pensó si a lo mejor podría
intentarlo escribiendo guiones. Su amigo Samuel, que era menos aventurero pero
tan friki como él, le propuso que intentara
contactar con alguien famoso que pudiera en un momento dado aceptar uno de sus guiones. No
pudieron evitar pensar en Woody Allen, ese genio de Manhattan. Intentar dirigirse al maestro sería como un gesto imposible de llevar a cabo, de modo que decidió una táctica indirecta. Acto seguido,
empezó a revisar los créditos de las películas que había visto de Allen, y
encontraró los nombres de dos productores. Lo echó a suerte y se
encontró con Jack Grossberg. Richard encontró un par de nombres exactamente
iguales en las páginas amarillas. Ambos residían en la periferia de Central
Park. Richard se sorprendió al llamar al primer número. La secretaria de Mr
Grossberg estaba al otro lado del teléfono. Seguidamente, Richard no dudó en
contarle a Julie su plan profesional, a lo cual ella le sugirió que probara con
el segundo productor, que al parecer
estaría mucho más capacitado para orientar al joven guionista. Julie le pasó el
teléfono de Robert Greenhut. Un poco desanimado y pensando que todo quedaría en
una frustrante anécdota, Richard
contactó con Marie, la secretaria de Mr Greenhut. Marie dio una excusa similar,
pero esta vez, el teléfono que obtuvo fue el del mismísimo Mr Allen. Richard
quedó perplejo, y cuando se lo contó a Samuel, ambos quedaron suspendidos en el
limbo durante bastante tiempo pensando que esto sí que iba a ser un número falso.
Al cabo de unos días, Richard decidió llamar y
acto seguido se encontró escuchando la dulce voz de Danielle, la secretaria de
Woody Allen. Ella le concertó una cita con el famoso director y en menos de un
periquete se encontró sentado frente él, en su oficina de Manhattan. Richard se
sorprendió al ver al hombre respondiendo a sus preguntas con una actitud
profesional y sincera. Esto facilitó a Richard a desplegar todas sus dudas
existenciales, ante lo cual Woody le dijo que;
-en realidad el mundo del cine es bastante duro, no te recomiendo que te
dediques a escribir guiones, además, yo nunca uso guiones de otros- Richard
absorbió todo como una esponja. Woody le aconsejó finalmente; -…que pienses bien sobre el
asunto, yo por mi parte me inclinaría por estudiar matemáticas…estoy seguro que
tendrás más éxito profesional-
Después de recibir la más especial orientación educativa,
Richard se decidió por estudiar su licenciatura en matemáticas y tras años de
desarrollo profesional consiguió una plaza de profesor en la Universidad. Nunca
se atrevió a escribir un solo guión,
pero la vida de matemático tampoco le ha parecido nada fácil. De hecho,
ahora se dedica a trabajar para una empresa de apuestas online. A pesar de todo Richard sigue adorando las
películas de Woody Allen y como él, da consejo sincero a todos los jóvenes que
se encuentran en ese delicado momento de la vida.
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