Estaba tan nerviosa y excitada que no se podía acordar de nada. Su madre le había llamado por teléfono y acababa de colgar, tras lo cual ya estaba en otra cosa. Es como si todo fuese tan intenso que no podía retener en su mente aquello que acababa de terminar. Se sentía vacía y llena. Llena y vacía. ¿A dónde iba?
Estaba aterrizando en un nuevo trabajo, una nueva ciudad. Su belleza y planta dejaba a todos boquiabiertos. Pero ella no se daba cuenta. Simplemente estaba insatisfecha. Estaba de hecho, permanentemente insatisfecha. Y todo le parecía poco. No es que despreciara a la gente, ni al mundo. Es que tenía tantas ganas de vivir, que iba frenéticamente de un lado a otro como un trompo.
Por lo visto, alguien del trabajo le había mandado un wasap invitándole a una fiesta. Ya ni se acordaba de quién fue. Era viernes, buen momento para salir y hacer amigos. Se puso ropa interior nueva, y decidió ponerse poco maquillaje. De todos modos su cara brillaba como las estrellas. Mientras iba en el metro, se dio cuenta que no sabía dónde iba, ni quién se supone que iba a encontrar. Tenía una plétora de planes, pensamientos, quehaceres. Era como tener que cambiar de línea de metro constantemente en una ciudad sin límites y tener la sensación de no estar yendo a ninguna parte, aunque no parara de moverse. Eso la inquietaba.
Después de comprobar la ubicación que su compañero le había puesto en el wasap, se tranquilizó un poco. -Ah vale, es Evaristo. Ya me acuerdo. El chico rubio con ojos azules. Y voy a una fiesta que está en el centro de la ciudad, si. Sé dónde es- Levantó la cabeza y de pronto tuvo consciencia de los viajeros de alrededor. Vio a gente bien arreglada, de todos los tamaños y edades. Era extraño, porque hubiera jurado que hablaban, pero cuando ella alzó la vista y los recorrió uno a uno, todos estaban mudos, como estatuas. Volvió a su móvil, sus notas y sus pensamientos, casi sin darle importancia.
Al fin llegó la parada que le tocaba y de un salto, se plantó en el andén con sus maravillosas y larguísimas piernas. Llevaba su atuendo con tal elegancia que podría estar dando un pase de modelos, aunque en realidad estaba imbuida en sus miles de pensamientos y cuestiones, y nada de eso se le cruzaba por la mente. Cualquier mujer se hubiera tropezado irremediablemente llevando esos imposibles tacones de aguja con los que aguijoneaba el corazón de los hombres. Subió por las escaleras mecánicas y notó cómo dejaba atrás el olor metálico de las vías del tren suburbano. A pesar de la distancia, podía escuchar la música procedente del ático y se dejó guiar por ella. Ahora la luz del sol del atardecer coronó su cabeza con tonalidades doradas y dulces como la miel. Verla andar por la calle con aquél cuerpo, podía ser comparado con la contemplación de un avión flotar en el espacio, desafiando las leyes de la física, de la lógica. Se deslizaba a través de la multitud como una virgen llevada por una misteriosa procesión de ángeles invisibles.
Los edificios de estilo siglo XIX pintados en blanco y con metalizados en negro, le daban al lugar una atmósfera fascinante, mezclando lo regionalista con lo contemporáneo de forma única. La calle estaba silenciosa aunque había mucha gente. Sin embargo, los viandantes parecían estar todos quietos si posaba la vista en ellos. ¿Porqué? Volvió a lo suyo y encontró el portal abierto. El suelo era de mármol blanco y el ascensor diseñado con barras metálicas negras parecía sacado de una película de época. Sus tacones resonaron al chocar con el pulido suelo, como un clamor que exige sumisión incondicional. El ujier que estaba sentado detrás de un recibidor, quedó hipnotizado al verla. Ascendió lentamente hasta la última planta. Todo se fue calmando un poco, como si retrocediese y se encontrara justo antes de despertar, en ese estado en el que una no sabe si está dormida o despierta. Abrió la puerta del ascensor. Ahora la música inundó totalmente sus oídos. Era alucinante. La fiesta estaba dispuesta ante sus ojos. Los cuerpos estilizados y bellos de los invitados la llenó de ilusión, el mundo se rendía a sus pies. Peinados bellísimos, hombres jóvenes de mandíbulas relucientes y limpias. Dientes nacarados y perfectos. El ritmo del saxo le daba a la escena una pátina de reluciente ébano. Los movimientos parecían tan ralentizados que no podía leer las palabras en las bocas de la gente. Las veía abiertas, con sus lenguas y dientes brillantes, pero no acertaba a comprobar si realmente hablaban o ¿es que estaban todos quietos?
Estuvo dando vueltas por toda la fiesta con una copa en la mano, como guiada por una fuerza invisible. Se olvidó que al principio buscaba a Evaristo. Después ya no sabía lo que estaba buscando. Quizás levitaba, dejándose enamorar por el horizonte de la ciudad, con su infinitud de azoteas y edificios a cual más hermoso. El sol ya se despedía de todos, antes de hundirse tras la catedral. Algo le decía que no podía hablar con nadie. Que no podía acercarse a los desconocidos. -No los toques, por favor- Notó que era una voz muy clara dirigiéndose a ella. Su garganta se quedó seca. Un camarero apostado en el centro de la reunión, con su pelo azabache y su tez blanca como la leche, había estado allí como un policía todo el rato. Y ella en sus revoloteos por toda la extensión de la enorme azotea había vuelto una y otra vez a tomar otra copa de la bandeja del bello joven. Cuando los colores fueron perdiendo fuerza y nitidez, y dieron paso a las sombras ya había bebido lo suficiente para bañarse en vino.
Las miradas de cristal se volvieron difíciles de soportar. Su garganta cada vez más rasposa, pedía cada vez más vino fino. Es como si llevara patines de acero y se deslizara por el filo de la ciudad, dando vueltas, sorteando maniquíes de proporciones dionisiacas, brillantes, de rojos labios, de senos perfectos. Hombros anchos, cuellos erguidos, manos delicadas. Cuanto más observaba más distante se volvía todo. Quizás ahora ella ya no estaba moviéndose. El mundo empezó a dar vueltas. La voz le imploraba: -No los toques por favor- Ella obedeció.
2 comentarios:
Fascinante y me lo quedo. Pública ya, escribes como un ángel. Un ángel que sepa escribir, claro.
Gracias, tú me das fuerzas para continuar....besitos
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