El guardia civil interrogó una vez más a Juan Nadie, para encontrar la misma respuesta, o mejor dicho, la ausencia de ella. Salió de la habitación y se dirigió al despacho del comandante con un gesto de contrariedad.
-Jefe, creo que éste hombre es el principal sospechoso de un asesinato en masa. Está todo lleno de sangre. No quiere hablar...por algo será. -El comandante lo miró con cara de póker.-
-Esa sería una gran hipótesis, si no tenemos en cuenta que fue la única persona viva que encontramos en el local... -dijo el jefe mirando al suelo mientras dejaba salir de sus orificios nasales dos largas columnas de humo.
Una hora antes, los guardias habían encontrado a Juan, de pie en un escenario improvisado en el local más siniestro del pueblo. A pesar de que iban asustados y dando gritos, con las pistolas en mano, Juan siguió mirando a la nada. Todos estaban muertos. ¿Qué podía temer?
Había bebido más de cuarenta cervezas y el concierto acababa de empezar. Una imagen de ella brotó de la nada. Su pelo oscuro y su mirada de acero le advirtió del puro deseo tanático que engendraban cuando estaban juntos. Se preguntó sobre ello en vano, quiso ahondar en su mente una y otra vez, para encontrar un abismo oscuro en cada ocasión. Estaba presenciando un concierto de Los Ningunos, en La Alternativa. Ellos cantaban "todos vamos a morir" cuando agarró el teléfono y llamó impulsivamente a Inma.
Ella respondió rápido y con su característico genio y pronto, inquirió sorprendida por la inesperada cercanía del hombre. Tenía en una mano una copa de ron y en la otra el móvil y un cigarrillo. Ambos se sintieron seducidos por las voces del otro, y a su manera, intentaron resistirse a fracasar de nuevo, a matarse a besos para después desear ser propulsados directamente al infierno. Solo tuvo que dejarse caer como una canto rodado para toparse con ese hombre. No tardaron en encontrarse en medio de la oscuridad, cerca de la iglesia. No se sabe cómo consiguieron verse, por motivos etílicos, principalmente. Desnudaron sus almas una vez más. Para qué iban a perder el tiempo. Atrapados en la misma prisión, obedecieron al deseo voraz. Ángeles y demonios debatieron allí mismo, qué clase de lucha y qué victoria podría resultar de aquél extraño encuentro.
Juan Nadie, había sido magnánimo al despedirse del ebrio amigo que había decidido perseguir la luz cegadora de la mujer de ojos diabólicos y mente inescrutable. Balbuceó un agradecimiento y Juan le regaló un abrazo, para después proseguir con el concierto que seguiría destilando ironía en la negra noche del paraíso de los náufragos. Lo extraño es que el hombre volvió media hora más tarde, con la mujer. Ambos acuchillaron a toda la audiencia. No hubo heridos, sino más bien despedidas. Tampoco hubo resistencia, ni alaridos, porque la música, cada vez más sórdida, empapó las embriagadas mentes para que alcanzaran un dulce final al unísono. No se sabe si estaban hipnotizados, pero los forenses no encontraron signo alguno de lucha.
Cuando todo estuvo a punto de acabar, especialmente tras degollar a la violinista, los asesinos se situaron frente al cantante. El hombre y la mujer quisieron entregar un epílogo a Juan Nadie. Se despidieron de él, con un ensangrentado abrazo, asegurándole que su maravilloso concierto haría honor al más insondable vacío que se haya podido presenciar. Después se entregaron a un apuñalamiento mutuo hasta que desfallecieron y cayeron sobre el cadáver de Curro, el malogrado dueño del tugurio.
3 comentarios:
https://youtu.be/25zn9ZAu8Hc
Buena canción, es poesía
😊
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