martes, diciembre 06, 2022

El Profesor

El profesor salió de su cueva para hacer unas compras y tomar aire fresco. Hacía semanas que no se le había ocurrido pensar en que afuera había algo parecido a un mundo "exterior", ajeno a él. Era normal, teniendo en cuenta que vivía en los bajos de una torre en el centro de la ciudad. Era un edificio construido en el siglo dieciocho, con muros gruesos, ideal para que el profesor pudiera continuar con su estilo de vida de ensimismamiento intelectual, con escasas distracciones. 

Al abrir la puerta sintió el saludo de la vieja ciudad, con sus distintivos sonidos, aromas y figuras estilizadas entrando y saliendo de las hermosas tiendas que deslumbraban con sus luces, colores y diseños, a todo bípedo del orbe. Al cruzar la puerta del mini-supermercado de la esquina, le salió al paso un joven bien parecido. Llevaba una bolsa en cada mano y se sintió algo incómodo en dicha situación, tal vulgar y mundana. Se vio a sí mismo como un cuadrúpedo cazado por sorpresa mientras abrevaba en su habitual estanque. 

-¡Profesor! ¡Qué alegría de verle! Le hacía en otro lugar, pero es un placer encontrarle en la ciudad. 

-Yo también me alegro de verte, Segismundo, -dijo el profesor con un tono algo taciturno-.  Pásate por casa hoy para cenar si no tienes otra cosa mejor que hacer. Tengo algo de prisa ahora. 

-¡Desde luego!, acepto la invitación, ¿a las nueve?

-Vente algo antes y cocinamos juntos, es mucho más divertido. 

-Perfecto, que así sea, allí estaré. ¡Hasta luego!

-¡Adiós Segismundo!

El profesor trató de acelerar un poco y así evitar algún otro encuentro similar. Repuso el frigorífico y la alacena, y tras ese gran esfuerzo más propio de las ardillas que de un bohemio, se dispuso a comer algo rápido para el almuerzo. Así podría aprovechar el resto de la tarde antes de que le visitara el joven Segismundo. 

Las horas pasaron como trenes de alta velocidad. Sonó el timbre en un mal momento. Estaba bastante concentrado. Pero se dio cuenta que siempre pasa igual. De hecho, se sintió agradecido de Segismundo, porque en virtud de su interés en verle, la tarde había sido bastante más provechosa sabiendo que alguien tendría que interrumpirle. Le dejó entrar en la casa, la cual se abría al visitante desde su entrada como una enorme guarida de piedra construida con bellísimos arcos y altos pilares que creaban una atmósfera enigmática y de gran tensión.

Segismundo había sido un buen alumno. De hecho, ahora era profesor asociado en la Facultad de Bellas Artes. En cambio el profesor era ya una pieza de museo. Ambos podrían representar la evolución natural de la vida; uno empezando a germinar y el otro esquivando la guadaña. El joven le preguntó sobre su último año y el viejo le contestó con vaguedad mientras se dirigieron a la cocina, la cual estaba abierta hacia el salón. El material artístico brotaba por doquier. Todo parecía estar dispuesto en una especie de orden caótico. Los cuadros poblaban las paredes. Los múltiples caballetes y poleas dispuestos por todo el espacio disponible, generaban una sensación de actividad intensa.

-Si, he estado recuperando material antiguo y escribiendo guiones para nuevos trabajos. Le enseñó los alimentos que iban a tomar y le asignó la tarea de preparar una ensalada.

-Profesor, me encanta su estilo. -Se detuvo un instante, para deleitarse en su pensamiento-. Es uno de los pocos que escribe guiones para pintar cuadros. -Prosiguió con su tarea de cortar zanahorias muy satisfecho de sí mismo, y con la vista periférica se dejó impregnar por las fuerzas magnéticas de los cuadros que reclamaban su atención. 

-El profesor estaba comprobando el estado de dos doradas a la sal que ya casi estarían listas. Después se fue a la bodega frigorífica para sacar un tinto de Arcos de la Frontera que le había gustado, y que deseaba compartir con el muchacho. Agarró un par de copas de la vitrina y se encaró con Segismundo, que ahora aderezaba la ensalada con vinagre de jerez y un aceite de oliva jienense de un verde mesmerizante. -Si, gracias, te lo agradezco. Eres alguien que realmente entiende mi trabajo. Me inspiro fundamentalmente a través de las relaciones con las personas. Me estuve psicoanalizando durante media vida para poder captar mi propio Yo y el de los demás. Ahora quiero pintar sobre el mal, y los peligros humanos que nos acechan. 

-¿Qué peligros nos acechan profesor? -Levantó la copa y tomó una impresión olfativa, la cual le brindó notas de ciruela negra y moras. Se quedó esperando a que el ínclito terminara de elaborar su reflexión.-

-Los ingleses son como la peste. Son un extraño conjunto de individuos, a los cuales no se sabe muy bien como clasificar. Serían como los virus, criaturas que no parecen vivas, pero que tampoco están muertas. No pertenecen al reino animal, yo diría que son como los hongos. Existen otros parecidos como los holandeses, alemanes y demás pseudo-humanos. En nuestro país, los psicópatas son las variantes más parecidas a ellos.  Y por cierto, hay que reconocer que los psicópatas no escasean por aquí...tenemos cierto parentesco a los ingleses, desgraciadamente. 

-Bueno, jeje, eso suena interesante, no sé si ellos pensarán lo mismo de nosotros. -Tomó un trago del Tesalia, dejándole un post-gusto a cacao.- A juzgar por la propaganda anglosajona que contamina todo el ámbito de la cultura y el circo mediático, usted ha tenido que sufrir a los ingleses de cerca para tenerles en esa consideración. 

-Peor que ser inglés, es querer ser  o parecer inglés. Eso le pasa a bastante gente. El mal gusto es necesario, pero hay que dejar dichas costumbres a los desviados y a los tontos, ellos no tienen remedio. Por otra parte, no hace falta alimentar lo feo, o lo grotesco. La maldad y la fealdad saben cuidarse de sí mismas. El mundo necesita tanta ética como belleza. Nunca es suficiente el bien existente. Hay que ir siempre profundizando en ello. Porque el mal se dedica a destruir lo bueno y como sabes, destruir es una acción mil veces más fácil que la acción constructiva. Lo siento mucho por mis buenos y escasos amiguetes ingleses. Vivir entre orcos debe ser tremendo. Yo puedo constatarlo en mi marcha por el desierto londinense en los años noventa. Nunca más volveré por aquella sórdida tierra. ¿Qué tal el vino? Tiene una mezcla de uvas curiosa; petit verdot, cabernet, tintilla de Rota... 

 -¡Está genial!, de verdad, muy completo. Entonces deduzco que tiene en el horno, a parte de un par de doradas, varios cuadros explorando el mal causado por los anglosajones. -El profesor le hizo la señal de que todo estaba preparado y se dirigieron a un espacio informalmente dispuesto para la pitanza. Todos los rincones del enorme estudio eran lugares apropiados para ponerse a dibujar, escribir o pintar. Segismundo disfrutaba como un crío de un lugar que estaba totalmente dedicado al arte, de arriba a abajo, de izquierda a derecha.

-Efectivamente hijo, el mal es un producto natural del mundo, no podemos rehuirlo. Hay que conocerlo y comprenderlo para poder superarlo. Pero siempre estará ahí acechando. Lo anglosajón es un mal cainita. Es la rabia ante la superioridad hispánica. La ambición de hurtar del imperio y de vivir a costa de él. Nosotros pagamos caro nuestra excesiva confianza. Dejamos que esas ratas pudrieran nuestro proyecto universal. El arte comprometido debería de reflejar la penetración del mal en nuestra sociedad. Y no precisamente de un mal sin sentido o un mal arbitrario. Sino del mal dirigido a destruir el corazón de la civilización occidental. Creo que voy a dedicarme a ello hasta que me lleve el diablo.

-El diablo no tiene cojones de entrar aquí, profesor. -Trató de evaluar el impacto de sus palabras, deteniéndose y mirando alrededor. Mientras tanto se introdujo un pedazo de la maravillosa dorada a la sal, en la boca. Los aromas volátiles de los óleos y otros productos químicos que cargaban el ambiente, se mezclaron con los de los alimentos creando una sensación singular. Tomó otro sorbo de Tesalia, tras lo cual el profesor le escanció todo el vino restante de la botella.-

-Es verdad, yo nunca invitaría al diablo a entrar en mi vida. Al menos conscientemente. Bueno, veo que te ha gustado la dorada. Acabemos con la ensalada que también está muy rica, te ha salido muy bien. ¿Qué te parece mi propuesta de trabajo entonces?

-Me parece genial, de verdad, creo que nos hemos dejado arrastrar por un falso progreso que ha tenido un liderazgo norte-europeo no cuestionado, y que realmente no conduce más que a un sinsentido. Esa gente ya no sabe por donde tirar, no sabe qué hacer. Tienen que innovar porque sí. No saben que hay que vivir. Y que la vida es lo que manda, lo que genera criterio. Se lo llevan cargando todo desde hace tanto tiempo que no sé si es un poco tarde para rebelarse. Hay que volver a lo mediterráneo y emanciparse de la barbarie. 

-Cuando uno ha tenido que vivir en sus carnes la clase de vida que esa gente lleva, te das cuenta de que realmente pertenecemos a mundos irreconciliables. Son profundamente autistas e incapaces de ver la ternura del ser, especialmente de la comunión con el Otro. Muchos de ellos luchan, saben que hay algo que no está bien. Viven en un mundo carente de amor. Lamentablemente, al crecer en ese ambiente, después es complicado adaptarse a un mundo más amable. No lo entienden, les resulta difícil ser amados y amar plenamente. 

-Supongo que su esposa, perdón, ex-mujer, hizo grandes esfuerzos por adaptarse. -tras la frase tomó un gran sorbo de vino, como para compensar una posible represalia.- 

-Ejem, si, es verdad. Ella al igual que yo, tratamos de acercarnos y querernos sin límites, pero la aventura nos ha hecho pedazos. Supongo que a mí sobre todo. Como londinense, y mujer moderna, quiso ligarme basándose en lo que le decía su bajo vientre o como ella dice; below the belt sort of feeling. Pero eso no es el matrimonio. Como te digo, son gente que reduce el amor al sexo, y la vida a la mera supervivencia. 

-¿Dónde vive ella ahora? 

-Justo encima de este apartamento. -dijo el profesor, señalando con el dedo índice hacia arriba, y con voz baja, como si ella fuera ahora a escuchar sus palabras. -Es que no la soporto, pero tampoco puedo vivir sin ella, honestamente. 

-Aaaah, entiendo. -Se sintió confundido, pero como tenía donde mirar y con qué estimular su mente, se dejó llevar por el espectáculo visual de los cuadros del apartamento, y así poder olvidar momentáneamente, el impasse de la situación-. 

Para cuando estaban más allá del bien y del mal, dándole sorbos a un amontillado llamado La Inglesa, alguien llamó desde una puerta interior. El profesor hizo un gesto de leve desazón, tras lo cual dijo; -¡Pasa! -Una bella mujer de unos cincuenta años apareció por una disimulada puerta que estaba en una esquina de la cocina. Llevaba una bata y un camisón de seda que le hacían tremendamente seductora. El joven se sintió traicionado por su reacción emocional e inmediatamente se sintió indispuesto e inquieto, pero trató de disimular.

-Perdona cielo pero no sabía que estabas acompañado, disculpadme, me marcho ya. -Dijo la mujer con un falso gesto de desprecio y una voz algo ronca pero tremendamente sensual.-

-No, no te preocupes, es un antiguo alumno, Alison, te presento a Segismundo. -El profesor hizo exactamente el mismo gesto facial, pero en versión masculina.-

-Encantada Segismundo. -Produjo una sonrisa incongruente, mezcla de desinterés a juzgar por la expresión de su boca, y de lascivia, si nos fijáramos sólo en sus ojos...  -y espero que el profesor no te esté indoctrinando con sus teorías conspiranoicas sobre los anglosajones...es difícil llevarle la corriente a un genio lunático. -Alison pronunció las frases lentamente, mirando al suelo, de modo que sus increíblemente largas y curvadas pestañas hipnotizaran al incauto de Segismundo. Para terminar, disfrutó lentamente de la palabra lunático, momento en el que clavó sus ojos en el desgraciado joven. Durante la fracción de segundo en que pronunció el fonema "lu" mostró su brillante y roja lengua. Segismundo se sintió atravesado por una atracción morbosa e inapropiada hacia la mujer o mejor dicho, ex-mujer del profesor.

-Encantado. Jeje, son ustedes algo especiales, creo que nunca he estado una una situación tan extraña. Mmm. No sé si tomaros en serio, ¡pero me lo estoy pasando genial! ¡Ja! -Produjo una sonrisa forzada y nada convincente.-  

-Eres muy diplomático Segismundo, me alegro que disfrutes de la velada. Cariño, ¿me pones una copa del vino que estáis tomando? Y....¿te importa que me una a vuestra conversación? Estaba un poco aburrida en el piso de arriba. Me he pasado el día entero sola. -Se sentó en un sillón frente a los dos hombres, mostrando unas piernas sensuales que brotaban del vestido encarnado como diabólicas y torneadas tentaciones.

-Te pondré una copa, no nos vamos a pelear por eso. Este hombre ya se iba, así que tomemos la última y después cada mochuelo a su olivo. -El vino tenía color caoba, como el pelo de la mujer. En nariz era punzante, con aromas de especias tostadas, recuerdos a madera y frutos secos. En boca, amplio, estructurado, y persistente. Ella cató el vino y lo saboreó despacio, aprovechando furtivamente cada ocasión, para captar vibraciones de Segismundo, mientras los dos hombres continuaban su perorata. 

Se supone que todo se iba a terminar en cuestión de unos minutos, pero no. Al final la mujer se acabó uniendo a la conversación. Los tres se enzarzaron en una disputa a tres bandas cada vez más abstracta y progresivamente más angosta. Segismundo tuvo la impresión de que ambos interlocutores lo intentaban atraer de alguna manera a su terreno, lanzaban preguntas o proponían un dilema para cazarlo, exponer sus debilidades o simplemente para gozar mientras él, se revolcaba panza arriba tratando de defenderse de las argucias de sus dos oponentes. ¿Quizás fue el amontillado, que lo hizo algo más desconfiado? Acabaron la botella y se bebieron otra de la misma bodega. Para cuando Segismundo intentó marcharse, estaba muy afectado por todo, incluyendo los caldos que había tomado. 

-Segismundooo, que buena charla hemos tenido. Te veo muy cansado, y es tarde, ¿porqué no te quedas a dormir? No creo que sea apropiado salir en tu estado al mundo real. Te traeré una manta. Ahora vuelvo.

-¡No se preocupe profesoorrr! bueno, da igual...¡Qué vergüenzaa! -dijo, mirando a Alison. Ella le devolvió una mirada lujuriosa. Al poco retornó el profesor con unas sábanas, mantas y almohada. 

-¡Ea, ahi tienes de todo! ponte cómodo. Yo me voy, mañana hablamos. No puedo tenerme en pie. !Au revoir!

Alison y Segismundo se quedaron solos tras la salida abrupta del profesor. Ella se levantó al momento, y se dirigió hacia el joven. Se aproximó tanto a él, que su pubis quedó a menos de un milímetro de su cara. En distancias tan cortas, la seda mostró toda su capacidad de hacer estragos en la voluntad. Y los aromas y las formas humanas más allá de lo soportable. Segismundo sintió que el mundo se le venía encima. Ella murmuró algo. Aunque pronunció palabras audibles, él creyó haberlas olido. Era un aroma a especias picantes, con un poco de vainilla. Un tiempo después, tras saborearse el uno al otro aquellas regiones en las que estás pensando, desaparecieron por la puerta secreta, sin saber en qué lio se acababan de meter. Pero así es la vida, mucho mejor que la ficción.  







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