domingo, diciembre 04, 2022

El Regreso

Hacía sólo unas semanas, Isabel había empezado a citarse con un médico que había conocido en una de sus guardias en el hospital. Era un guapo cirujano argentino que acababa de llegar a la comarca. Quizás fuese una casualidad que ambos adorasen el cine fantástico y de terror, el caso es que se habían encontrado una noche oscura trabajando en urgencias, y tras largas conversaciones sobre sus horripilantes preferencias cinéfilas, no pudieron sino seguir descubriendo más afinidades algo más clandestinas e impúdicas. Como buenos sanitarios, aprovechaban algún descanso o respiro para besarse o meterse mano. Coser tripas, reparar huesos fracturados y después tener sexo en un oscuro cuarto próximo al quirófano suponía un morbo codiciado para sendos médicos, dando pábulo a la envidia del más consumado filmaker del orbe.  De esa guisa ambos comenzaban la emocionante etapa en la que una mujer y un hombre se inician en el ritual de desearse incondicionalmente el uno al otro, conociendo e idolatrando cada poro de la piel, y cada pensamiento de su amante. 

Era ya otoño, y bajo la suave cortina de lluvia que refrescaba el caldeado ambiente, se lanzaron por la vertiginosa y silvestre carretera que les lleva de Algeciras a Tarifa. Tras dejar atrás los ominosos y gigantes generadores eólicos que giraban sus aspas diabólicamente frente al estrecho, la ciudad de Tarifa se dejó ver junto a la costa. Al descender suavemente hacia la hermosa franja litoral, sintieron mucho menos el azote del levante, especialmente conforme se adentraron en la zona urbana. 

Era excitante acudir al cine en el Teatro Municipal Alameda, tan cerca del mar. La ciudad de Tarifa es un lugar asociado a otros menesteres más estivales, pero así es como ha de avanzar una ciudad que quiere estar en el mundo. De hecho, como buena algecireña, Isabel se sentía muy orgullosa de ver cómo la comarca progresaba hacia la modernidad, desde lo más remoto de Andalucía.

El Festival había comenzado sus primeros pasos el año anterior, y en la presente edición, habría hasta una fiesta zombi por el pueblo. Dejaron la autocaravana por la playa de los Lances y se fueron andando desde allí hacia el centro. Así estirarían las piernas tranquilos, porque el cielo se había despejado por completo y no habría más amenaza de lluvia en los siguientes días. Por el camino intercambiaron impresiones y algún que otro furtivo achuchón. En su fuero interno, Isabel dejó aflorar un extraño sentimiento de familiaridad con su amigo. Era como si lo hubiera conocido hacía muchísimo tiempo. Justo antes de distraerse con otra cosa, percibió un leve cariz funesto en dicha sensación. Pero eso no tenía sentido. Se acababan de conocer, y él había estado toda su vida en la Tierra del Fuego, en Ushuaia. Lo curioso es que no tenía acento argentino ninguno. 

Al fin, gracias a la magia del cine, se adentraron en las penumbras de la selva amazónica, con la ilusión de estar viendo la ópera prima de Alejandro Ibáñez Nauta, hijo del ínclito Chicho. La película titulada "Urubú" supuso para Isabel, un re-encuentro de épocas anteriores, ya quizás pretéritas, donde nuestro querido Chicho Ibáñez Serrador, nos animaba cada lunes a perdernos por los corredores infinitos de la angustia y la irracionalidad que vive agazapada en cada rinconcito oscuro de nuestras mentes. En aquellos años de ingenuidad y curiosidad que ahora recordaba con ilusión, Isabel era una estudiante con gran entusiasmo por la vida. 

Ahora, en sus años de veteranía, con los hijos criados y el ex muy lejos de su vida, debía de reinventarse y comenzar un nuevo capítulo, tras años de vicisitudes y privaciones. Enamorándose de su nuevo amigo el cirujano, quiso tirar la casa por la ventana. Hacer locuras y dejarse llevar por su instinto de mujer se había convertido en lo más prioritario de su vida. 

Salieron de la película muy satisfechos y más si cabe al poder escuchar al mismísimo director explicar los pormenores de la aventura de filmar en el corazón salvaje de Brasil. Tras la agradable cita, volvieron a la autocaravana, se vistieron con los trajes de zombis y se maquillaron a tal efecto. Al salir ya preparados y con aspecto de auténticos muertos vivientes telefonearon a sus colegas y quedaron con ellos en el centro del pueblo, por la iglesia de San Mateo Apóstol, desde donde partiría la escenificación de una invasión de no-muertos. La sensación de familiaridad con su amigo era cada vez más fuerte. Eso le hizo sentirse casi eufórica. 

Fue una noche apoteósica, pudiéndose gozar de la alegría de niños y mayores haciéndose pasar por criaturas putrefactas. La calle estaba empetada y todos disfrutaron como enanos del espectáculo colectivo. Cuando terminó el pasacalle, se sentaron en un pequeño bulevar próximo al bar "el Picnic", por la calle Guzmán el Bueno. Miraba a su hombre con ternura, pero también con una pizquita de asombro, de perplejidad. ¿Porqué se sentiría tan cautivada por esa "familiaridad"?

Los amiguetes eran todos sanitarios y allí, entre luces y sombras, desparramados a todo lo largo y ancho de la calle se dedicaron como el resto de los comensales a alimentarse de flamenquines cordobeses en lugar de cerebros. Tras las risas y los animados comentarios, comenzó una charla no menos interesante, ya más propia de una tertulia. Aún así, era muy atmosférico estar entre gente ensangrentada y llena de cicatrices bebiendo Mahou. Carmen y Fageles era íntimas y cercanas a Isabel. Se sentaron juntas en la cena. Quizás sería por lo siniestro del encuentro, por su proximidad a las postrimerías de la vida o porque simplemente esa noche fue un re-encuentro. El caso es que rememoraron una extraña experiencia que tuvieron en sus años de estudiantes. Fue algo que ocurrió cuando en los albores de la democracia, Ibáñez Serrador estimulaba sin escrúpulos nuestras peores pesadillas. Isabel quiso aprovechar el momento agónico de la noche para aterrorizar a todo el mundo con su historia, pero lo hizo incitando a Carmen susurrándole algo al oído. Su amigo el argentino se dio cuenta de que algo excitante iba a suceder. Se divertía muchísimo con el ingenio y la rabiosa espontaneidad de Isabel. De pronto, él notó una extraña familiaridad hacia Isabel, y empezó a recordar.

Carmen fue la que de pronto sacó el tema abiertamente frente a todos. Todos sabían que ella era muy devota de la Virgen del Carmen, por tanto, esperaban una historia relacionada con su especial vínculo. Dejándose mesmerizar por Isabel, su psique dejó sacar a flote una experiencia remota con una monja llamada Sor Paz. En aquellos momentos las tres amigas trabajaban en geriatría y lógicamente, la muerte era una compañera fiel en esos pabellones y plantas hospitalarias donde nuestros mayores se preparan para viajar al más allá. Carmen relató un inquietante hecho que las otras dos corroboraron como cierto. 

-Lo que os voy a contar es totalmente verídico. Os lo prometo. Me lo ha recordado Isabel ahora mismo. Os juro que ya lo tenía casi olvidado, pero me ha venido como un rayo de luz ahora mismo. -Los más de veinte amigos que charlaban de mil y un asuntos se callaron de golpe y giraron sus cabezas hacia Carmen. Algunos no sintieron un gran interés, esperando una de las típicas historias de Carmen, pero le entregaron una atención plena-. 

-Isabel, Fageles y yo éramos unas jóvenes estudiantes a finales de los años setenta. Estábamos de prácticas en una residencia de mayores. Muchos de ellos morían agonizando, no pudiendo despedirse del mundo como Dios manda. Por su enfermedad o por lo que fuese, los veíamos perder su vidas de mala manera, y eso a nosotras nos acongojaba muchísimo, especialmente siendo nosotras tan jóvenes. Esto sucedió hasta que un día entró por la puerta Sor Paz, para tomar el mando del centro. Era una mujer anciana, pero con mucha autoridad y energía. Yo tenía mucha afinidad con ella, porque las dos éramos muy afines al culto a la Virgen del Carmen. De hecho, aunque yo era una jovencita ingenua y algo atrevida, Sor Paz me quería mucho. Una mañana, tras semanas sintiéndome muy agobiada de tener que cuidar a tantos moribundos, me dirigí al despacho de Sor Paz a suplicarle que me ayudara a sobrellevar dicha carga emocional. Ella se lo pensó mucho, y me confió un secreto. Me dijo que era capaz de hacer que las personas se marcharan de la vida sin sufrir. Eso me dejó perpleja. -Carmen guardó silencio, y dejó que pasara un rato para que la gente pudiera murmurar e intrigarse. 

-Lo que dice Carmen es totalmente cierto. -Dijo Fageles, y segundos después Isabel lo corroboró. -Isabel y yo también estuvimos de estudiantes junto con Carmen el mismo año, y en la misma residencia, y conocimos a Sor Paz. Lo que vivimos allí es difícil de describir....

Carmen retomó la narración con mayor gravedad y haciendo su voz algo más quebradiza. Los ojos de la audiencia brillaban como luceros. El silencio del grupo era formidable. Cualquiera que hubiera aparecido de golpe por General Moscardó y hubiera doblado la esquina se habría pensado que todos los allí sentados eran auténticos zombis esperando saltar sobre cualquier incauto, dadas las caras de excitación que mostraban los congregados. -Como os decía, estábamos muy agobiadas viendo cada noche cómo se iba un abuelito en un estado de angustia, pero Sor Paz nos tenía algo reservado para remediarlo. Ella me confesó que era igual que yo, una devota de la Virgen del Carmen. Me dijo que la Virgen tenía grandes poderes y que le había dado consuelo y explicación de cómo poder alcanzar el cielo en paz con éste mundo. Dicha comunicación se establecía a través de sus sueños. Le dijo que la gente que muere acostada en una cama, no puede tocar el suelo con los pies y eso les hace perder contacto con la madre tierra. Según me contó Sor Paz, la Virgen se lleva nuestra alma de inmediato, si nos ha llegado la hora, pero eso sólo sucede como os acabo de contar, si los pies tocan tierra o mar. La santidad de la Virgen hace que el moribundo alcance el más allá en directo ascenso hacia el cielo. Para mí fue un gran alivio oír sus palabras pero al principio me mostré incrédula. Se lo conté a Isabel y a Fageles, las cuales se sintieron exactamente igual que yo, hasta que una noche, conseguimos que Sor Paz acudiera con las tres a ayudarnos a despedir a una abuelita. Ella nos mostró cómo los ancianos se marchaban de inmediato si les poníamos un ladrillo en los pies. Nosotras nos sentimos aterradas al principio al ver cómo morían rapidísimo tras colocarles los ladrillos en las plantas de los pies desnudos. La evidencia continua nos mostró que se podía evitar una muerte dolorosa y mientras duró nuestra experiencia de prácticas con ella, pudimos comprobarlo una y otra vez. Creí haberlo olvidado, pero no. Acabo de acordarme de todo ello como si fuera ayer...Dios...

La gente comenzó a hablar de inmediato de manera explosiva, tras notar que Carmen había terminado su narración. Algunos aprovecharon para bromear sobre la historia, y otros continuaron embriagándose de la misma, interrogando a las tres mujeres sobre más y más detalles de la experiencia con Sor Paz y los moribundos abuelos de la residencia. La noche derivó en muchas historias, todas truculentas e interesantes. El cirujano estaba como en un trance. No dejaba de mirar Isabel, y de vez en cuando miraba a todos lados como un iluminado.

No había luna, y estaba todo muy oscuro al volver por la línea de costa. Isabel y su amigo iban de la mano, pensativos. Cuando llegaron a la altura del Café del Mar, el hombre se detuvo y se giró hacia Isabel. Se quedó quieto frente a ella con cara expectante. Ella se sintió algo confusa y le preguntó.

-¿Qué te pasa cariño?, ¿estás bien?-. -¡Estoy fenomenal!, ¡contentísimo! Me alegro de la bienvenida que me has dado hoy, frente a tus amigos-. -¿Bienvenida? ¿a qué te refieres? los conoces a todos-. -¡Por su puesto que sí cielo!, es que hoy has desvelado nuestro secreto y he sentido que ya podíamos hablar tú y yo de nuestro reencuentro-. -Perdona, pero no te entiendo-. -Vaya, quieres hacerlo algo más morboso...jeje-. -Se quedó en silencio. Estaba muy nervioso, pero quiso darle la impresión de falsa calma.

Isabel comenzó a sentir un leve tembleque en las piernas y una especie de sudor frío ascendió desde la columna lumbar hasta alcanzar la nuca. Notó que perdía el equilibrio y se dirigió impulsivamente hacia el malecón donde pudo sentarse e intentar recuperar en vano la sensación de normalidad. Se estaba mareando y la náusea le invadió desde lo más profundo de su aparato digestivo. El amargor del ácido le mordió la garganta. Pensó que de pronto había caído en un abismo de horror insondable. No podía pronunciar palabra. Trataba de no mirarlo a él. Desesperada, trató de huir y saltó el malecón, cayendo en la húmeda arena de la playa. Con las escasas fuerzas que le quedaban se fue arrastrando hacia el mar. Cuando llegó cerca de la orilla, se dio cuenta que el hombre estaba allí, esperándola.

-Amor, siento que te estoy asustando. -Su voz era temblorosa-. -No lo entiendo. ¡He esperado tanto éste encuentro!. ¡Cálmate por favor! ¡Soy yo, Ceferino! Nos conocimos en la residencia. Yo era un párroco amargado de la vida...en aquella época tenía ochenta años. Te conté una noche que tenía miedo a morir y que había hecho un pacto con el diablo. -Ceferino hablaba nervioso, desgarrando su garganta. -Tú accediste a ponerme una placa de plomo en las plantas de los pies justo antes de morir, tal y como el diablo me dijo, para así retornar algún día al mundo de los vivos. ¡Tú me ayudaste Isabel!, he tardado años en recuperar mi memoria, y saber a dónde volver, y recordar de dónde venía. ¡He vuelto para vivir contigo, una segunda oportunidad! He disfrutado de una nueva vida sin saberlo, y ahora me acabo de dar cuenta que he venido para reunirme contigo...¡Es increíble!

Isabel, estaba petrificada, destruida por el miedo. Recordó aquél episodio de su juventud, el cual interpretó como una forma de ayudar a un hombre atormentado por el celibato y las restricciones de la vida eclesiástica. Nunca más se acordó de Ceferino si no fue para sentir lástima del anciano. Ahora se re-encontraba con aquella alma retornada de los infiernos. Ambos se miraron como hipnotizados con sus caras de muertos vivientes, junto a las olas. Los dos, derritiendo sus caras pintadas con la cera de las lágrimas; Ceferino enamorado, Isabel gimiendo una ininteligible plegaria. La mirada ígnea quizás duró mil años, o quizás horas. Desde los abismos de la muerte y la angustia, Isabel fue alcanzada por la Virgen del Carmen, que acudió en auxilio de la mujer. -Recuerda el poder del Mar-, le dijo la dulce voz mariana. Tras una titánica lucha consigo misma, con su cuerpo, y contra todos los demonios, alzó su mano temblorosa hacia Ceferino, implorando que la levantara. Él, acudió con dulzura y la irguió. Ahora estaban a unos centímetros de las olas. Se abrazaron. Ella lo condujo hacia el océano y allí desaparecieron para siempre.  


  


3 comentarios:

Paul Winterwind dijo...

🙄🙄 Son Ventiladores. No molinos. Todos los saben en la aldea.

Andalu dijo...

es que hace mucho calor y hay que poner ventiladores en la calle, tiene sentido, xxx

Paul Winterwind dijo...

El relato es tierno y maravilloso. Con un montón de ingredientes de ese realismo mágico que tanto me fascina. Enhorabuena 🤗