Es difícil pasar tiempo con personas a las que no conoces y con las que es preciso mostrar diplomacia y cordialidad. Las conversaciones pueden tomar un camino impredecible, aunque si se mantiene la mesura, pueden tener un final sino feliz, al menos satisfactorio. A veces es lo contrario. En otras ocasiones, el diálogo se convierte en monólogo, o en un combate en el que uno de los contendientes sale apaleado. Por último, se puede intentar hacer sufrir a los demás un poquito de manera diplomática, casi subliminal, para castigar algunos vicios modernos, o mermar el efecto de la devoción por la vanidad y la postración ante lo palmario, sin que se note. Como pudiera ser en este último caso, el narrador de esta historia decidió acudir a su cita con un barbero al cual ya conocía de previos encuentros, aunque por vez primera pudo dirigirse directamente al sillón reclinable sin esperar o hacer reserva. Hacía tiempo que no venía, y el pelo estaba tan desatado como la barba. Era necesario acudir a la terapia cabelluda, pero costaba trabajo volver, porque eso de reservar una cita no es más que una fuente de estrés para un hombre actual. Sin embargo, asomarse por la barbería sin esperar nada, y encontrársela vacía fue una agradable sorpresa, porque últimamente, sino reservas no hay manera. Esto suavizó el creciente resquemor por la inminente sensación de ir a sentarse frente a un torturador psicológico, y no menos buen barbero, por su puesto. No pensó en ello hasta que no llegó a sentarse en el sillón, y el barbero le colocó la capa de peinado negra alrededor de su cuello. Entonces recordó repentinamente lo que iba a suceder. El narrador temía encontrarse con una perorata insufrible que lo aplastara como a un insecto, y como de costumbre acabar con el pelo segado y el cerebro seco. Eso le hizo sentirse indefenso, porque no quería responder al cortador de pelo, con un corte dialéctico. Esto le llevó a mostrarse exteriormente algo ñoño y torpe, pero consciente de que si resultaba atenazado por el irrefrenable torrente verbal del barbero, podía intentar alguna llave extrema de Judo mental, si se diera la oportunidad, y no hubiera más remedio. Esto podría darle una pequeña lección al gran maestre de la facundia y la charlatanería que tenía por barbero.
El barbero, al que llamaremos Honorio, comenzó su trabajo sin notar nada de los temores de su cliente, y con la espontaneidad que le caracteriza fue directamente al grano, tras acordar que iba a darle al narrador un corte de pelo veraniego y a la barba también la iba a dejar como el green que rodea a un hoyo de golf; -¿te has vacunado ya?- dijo Honorio. Fácil modo de empezar la charla. ¡Parece increíble con qué facilidad salta al ruedo con un tema de conversación! Tras ponernos al día sobre las ansiedades pandémicas, y dejarme medio atontado con su diatriba, me comenta Honorio que ha conocido a una señora muy culta e interesante, de familia híbrida, como es de esperar en el Campo de Gibraltar. La señora, que también debía de ser parlanchina, casi tanto como mi Fígaro, le contó varias anécdotas culturales, mientras Honorio le daba un repaso al cuero cabelludo de su hijito. Dado que yo no estaba dispuesto a imponer mi discurso narrativo, mi función era doblemente pasiva; decidí dejarme llevar por la historia de dicha señora, que Honorio adornó con la etimología de algunas palabras de uso común en el solar andaluz, mientras dejaba a Honorio darme tijeretazos, a diestra y siniestra. De vez en cuando se detenía, como un pianista, durante una fracción de segundo, para dar más dramatismo a la historia y al corte de pelo, por supuesto, para retornar con más brío a su perverso quehacer. Yo en cambio, quieto, y como si estuviese bajo los efectos de una hipnosis inducida por pentobarbital, decía que sí a todo. Aquello parecía una escena extraída de un interrogatorio en Guantánamo.
Volviendo a la historia de la señora culta y su discurso intelectual sobre el palabrario andaluz. Según me dijo Honorio, la señora optó por seleccionar de nuestro infinito diccionario andaluz, el vocablo "chumino", el cual según ella, tiene que ver con los encuentros entre hetairas de la bahía de Algeciras y marineros de la pérfida Albión. De acuerdo a la señora, "show me now!" es el origen de dicha palabra, puesto que las muchachas se levantaban las faldas frente a la cubierta de los barcos, enseñando sus lindezas a los febriles marineros para así poderse ganar el pan con la golosa moneda de ultramar. A esas alturas, Honorio me estaba depilando los orificios de las orejas con una cera caliente, y supongo que mis oídos sufrieron un sobrecalentamiento por vía doble. Me resultó tan dificultoso aceptar que dicha frase tuviese relación alguna con "chumino" como el intentar visualizar dicha conversación en una barbería, entre una señora y un barbero que está cortándole el pelo a su hijo. Por lo tanto, no pude resistir hacer una leve observación erótica, para poder darle una salida honrosa y creíble a semejante diálogo surrealista: -¿la señora estaba de buen ver...? creo que a lo mejor la mujer estaba intentando insinuarte algo-. Honorio, muy seguro de si mismo, remarcó que él "ya no lleva calada la balloneta". Tras el gracioso comentario, y medio ignorando ya, mi interpretación de los deseos inconscientes de la señora, Honorio quiso hacer corolario de la importancia de la palabra e indicó que -el chumino no es ninguna chuminada-, con lo cual estuve totalmente de acuerdo, ¿cómo no iba a estarlo, frente a un hombre que hace pasar su navaja sobre mi garganta como unos esquíes sobre la nieve? Tras la demostración de ingenio y doble sentido, quedé medio enajenado, cosa que no le impidió a Honorio proseguir con el desvarío. A pesar de todo, pude sacar fuerzas para hacer algunas observaciones culturales y médicas para reafirmar nuestro acuerdo, mientras me hacía un gesto indicando que ahora debía desplazarme de escenario peluqueril, para lavarme la cabeza. Le confirmé a Honorio, mientras masajeaba mi cuero cabelludo con jabón, que el chumino es algo que tiene tal importancia que genera todo tipo de emociones. Me costó gran esfuerzo poner todo ese concepto en palabras, debido a los efectos hedónicos del masaje cerebral, aunque sin duda fue una compensación relajante después de la gran embestida verbosa de Honorio.
Honorio tuvo que quedar en silencio durante mi mini-presentación académica; -...de hecho, muchos hombres tienen pesadillas con el chumino, y lo imaginan dentado...tal es el miedo que muchos tienen a dicha parte de la anatomía femenina-. -En efecto-, proseguí con un tono cada vez más teatral y atmosférico; -...a más de un desdichado le ha causado el torcer los renglones de su biografía hasta límites aberrantes...-. Las manos de Honorio se quedaron congeladas en la parte temporoparietal de mi cráneo, pero seguí yo avanzando para asestarle la palabra terrorífica justo en el medio de su sistema límbico; -...la vagina dentata, si señor-. Honorio se quedó perplejo y pensativo, para después hacer un ademán que me devolvería al sillón reclinable para así terminar la faena y reestructurar mi pelambre. Un pegajoso virus se había colado en el interior de la revoltosa mente de Honorio.
De pronto, mientras me secaba el pelo, se acordó de un chiste, que zanjaría el asunto, mostraría su ingenio y confirmaría nuestra tesis de que efectivamente el chumino es algo que causa todo tipo de emociones. Pero el aspecto simbólico y subyacente de su chascarrillo llevaría ya el signo patognomónico de una enfermedad incipiente. -Me acabo de acordar de un chiste, aunque yo en realidad no soy muy bueno contándolos, pero si no te importa, lo intento-, dijo Honorio. Yo le animé a que lo intentara. El gran alquimista de las historias, se sacó su chiste de la manga, y ¡tachán! Aquí lo presento: -pues resulta que un señor quería hacer el amor con su novia pero tenía miedo de que pudiera encontrarse con una vagina dentada por las partes bajas de su chica, y tras el acto quedarse entonces como un eunuco. Tras mucho discutir, la novia lo convenció de que su chumino no tenía dientes y al final decidieron ambos materializar la jodienda. La novia, muy relajada y satisfecha tras la íntima experiencia, le dijo a su pareja; ¿lo ves? ¿a que no tenía dientes? El novio le respondió, tienes razón, dientes no tenía, pero si que tenia las encías muy hinchadas....-. Sonreí tras el chiste, que más que chiste era un cuento escrito por los hermanos Grimm desde su cripta. Me interesé por ver su reacción emocional, ante la historia que acababa de contar...el veneno se había esparcido por las venas cavernosas de su mente.
Gracias a la providencia, la historia de la señora culta y el talante creativo de Honorio, dieron lugar a un final feliz, de esos que me gustan a mí. Al principio esto se iba a convertir en una lucha desigual; un David peludo contra un Goliat con una enorme tijera y una boca aún más amenazante. Un Fígaro díscolo y perverso que me ahogaría en palabras vacías. El Demonio tuvo que hacer acto de presencia y susurrarle a Honorio ese maldito chiste, para así brindarme un final oscuro y tenebroso. Uno de esos que probablemente hará que Honorio tenga pesadillas durante algún tiempo. Quizás la próxima visita a mi Fígaro me resulte menos tediosa, o sino acabará tomando algo más que tila por las noches.
Como colofón a esta pequeña aventura, puedo decir que entré en la barbería con muchas dudas, pero salí con mi perfil renovado, y un chiste que me llevé de regalo, que prueba con contundencia que los miedos más terroríficos, no sólo están en la consciencia de todos, sino peor aún, en el inconsciente colectivo. Ese lugar que todos tememos.
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