domingo, abril 25, 2021

Espacios Ocultos

 

Su señora llegaba ahora mismo del hospital, había terminado su turno. Pudo escuchar el sonido del bombín accionado que abría el cerrojo de la puerta, en el piso de abajo. Él quiso mantenerse en la cama, aunque ya podía escuchar los pasos de la mujer golpeando la escalera metálica que le llevaba a la segunda planta. Ella al llegar al dormitorio, se enfundó el pijama y ni corta ni perezosa se metió audazmente dentro de la cama, como si fuera una coquina; cerrándose a cal y canto. No dijo ni buenos días. Al segundo estaba dormida profundamente. Él se acababa de despertar y estaba todavía en una ensoñación, pero decidió acicalarse la cara, y prepararse una infusión para dejarla descansar. Así que dejó el dormitorio sigilosamente, y que seguía a oscuras, pero primero decidió entrar en el baño con el teléfono en la mano. No era particularmente temprano, pero como era domingo; se lo tomó con tranquilidad. El cuarto de baño estaba prístino, y se sintió muy a gusto en ese espacio donde la estética e higiene de los azulejos y el acero inoxidable le hacen a uno sentirse seguro. 

Los niños se estaban vistiendo en sus cuartos, cuando se asomó a verlos. Se acordó entonces, que se iban a una actividad dentro de poco. Las habitaciones estaban atestadas de cables, monitores y demás tecnología, pero era un desorden ordenado. No hizo ningún comentario al respecto, más bien decidió dar un beso de buenos días a cada uno. Al poco rato llamaron a la puerta; era su hermano. Bajó al primer piso para dejarlo entrar y mientras hablaba con él, preparó unos emparedados y fruta para los hijos. De pie, en la cocina de moderno diseño, se contaron algunas cosas de la familia, mientras terminaba de colocar el pequeño piscolabis para los peques en un par de mochilas. Unos minutos después, los chicos estaban listos y el hombre se despidió de ellos desde la puerta. Su hermano venía a recogerlos para llevarlos a un partido de baloncesto.  

Ahora tenía tiempo para escribir un rato, pero antes se prepararía una taza de menta poleo. No supo dónde había dejado el móvil, pero pensó que daba igual. Se fue al estudio para sentarse y concentrarse. Sostuvo la taza humeante delante de sí, como si portara una antorcha ardiente y cuando se dio cuenta, había atravesado la pared por una ranura que, aunque le resultaba familiar, era bastante inusual…se supone que no debía de estar allí. Asomó la cabeza para mirar al otro lado del muro, y encontró un pasillo largo, con las paredes rotas y los suelos llenos de escombros y suciedad. No tenía sentido alguno, pero extrañamente aquél lugar que debía corresponder con la casa del vecino, no le resultó completamente ajeno. Así que dejó atrás la apertura secreta que por casualidad había abierto, y siguió portando su taza de menta poleo, como si ésta fuera una especie de brújula, hasta que llegó a un espacio bastante amplio, con ventanas altas y oscurecidas por larguísimas cortinas. El suelo era de madera, pero estaba muy envejecida. El suave crujir al ritmo de sus pisadas, era agradable, casi seductor. En pijama, y con sus zapatillas, el hombre se adentró tímidamente en una especie de enorme estudio de ominoso aspecto. Ahora que estaba en el centro de la habitación, pudo contemplarla en toda su amplitud. El lugar estaba blindado al mundo exterior con enormes vitrinas que contenían miles de libros antiguos ordenados en cientos de estanterías de roble. El techo tenía rajas y quebraduras, igual que las cortinas, pero no podía oler a húmedo o sentir algo que le produjera rechazo o incomodidad al olfato. En el fondo de la extensa habitación, había un escritorio, también de roble, lleno de papeles y de libros. A su paso, había varias pilas de enormes tochos, que, como torres de una ciudad abandonada, parecían haber creado un verdadero laberinto literario, que el hombre decidió cruzar como si de un reto se tratara. Se paró en medio de la ciudad de papel y volvió a contemplarlo todo, girándose ciento ochenta grados. –Sí, esto es real- se dijo así mismo. Era un lugar tan acogedor, y oscuro, que se sintió cobijado. Se percató de que todos los objetos que había en aquél lugar, eran antiguos, pero percibió el esmero con que cada uno de ellos debió hacerse. -El tiempo que debían de llevar allí, sería enorme-, pensó. El respeto y la dignidad que dicho espacio le producía, fue invadiendo su corazón, que como un fogón recién encendido, empezó a crepitar de emoción. Había un  aparatoso candelabro negro de hierro forjado a la entrada. No lo vio al principio. Ahora, le pareció ver su función, junto a una bella estatua de una desnuda Afrodita de tamaño natural, que, al posar sus ojos sobre la cara de la figura, le hizo por un instante sentirse observado. Tras esto, se volvió a girar lentamente, mientras lo volvía a escanear todo, una vez más. Ahora podía ver más detalles. Había objetos antiguos; pequeñas esculturas y utensilios, posiblemente de culturas antiguas, repartidos por doquier. Se aproximó a la robusta mesa, y no pudo evitar tener que sentarse en el cómodo sillón de cuero color castaño oscuro que le invitaba a despachar los papeles que allí había. Sin dudarlo, dejó su taza en un hueco que había en la ancha mesa atestada de libros, y se dispuso a examinar las notas que había allí, sobre el tapete. Reconoció su propia letra. También pudo leer el contenido de las hojas, para darse cuenta de que estaban narrando lo que ocurría en su mente. La lógica de la situación, le obligó a examinar con detalle lo que allí estaba diciéndose sobre él, y no pudo apartar ojo de la lectura, porque para su asombro, los sueños de la noche se habían de alguna manera materializado en palabras. No daba crédito a lo que tenía entre sus manos. Todo su mundo interior estaba allí, documentado con gran exactitud. Pudo casi revivir todo lo que sintió durante sus sueños otra vez. Quizás estuvo allí sentado horas, minutos o segundos. Su permanencia en el lugar se hizo firme, y el silencio y la quietud del estudio no hizo más que reforzar sus sensación de pertenencia, como si en realidad aquél espacio fuese suyo...quizás lo hubiese sido en otra época. Conforme penetraba en la lectura, la atmósfera del lugar se hizo densa pero perfectamente respirable todavía. Sintió que estaba bajo un mar tranquilo que era respirable. Un hombre en pijama con una taza en la mano izquierda entró en la habitación. Parecía perdido y perplejo. Se quedó allí curioseando el lugar, muy despacio. Quizás fuera él mismo, sin embargo, podía verlo sin ser visto. Su consciencia le permitía sentir al hombre desde todos los ángulos que quisiera. Dejó que inspeccionara lo que ahora parecía su estudio privado, e incluso dejó que se sentara en el sillón para leer. Esto no pareció requerir que su sensación corpórea tuviera que cambiar. De alguna manera él seguía allí, viendo la escena sin perder detalle. Al cabo de un lapso, el otro hombre se marchó con su taza. Tuvo el impulso de marcharse con él, pero también sintió miedo de no poder volver a esta habitación nunca más, si atravesaba el umbral del estudio.  Quizás, si se atrevía a marcharse, podría perder el privilegio de poder estar allí para siempre. Esto le hizo suponer que quizás también podría perder algo de sí mismo, al mismo tiempo. Por eso, él decidió quedarse allí. O al menos una parte de él.


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