viernes, agosto 06, 2021

Soñar para Despertar

 


Vives en una ciudad ruidosa, tapizada de asfalto y donde sólo crecen hacia arriba columnas de cemento y acero. La calle está viciada de humos y en cada esquina hay un enorme cubo de basura maloliente, siempre lleno hasta arriba de inmundicia. Si quieres sobrevivir tienes que vender tu tiempo y sobre todo alquilar tu actividad mental. Así tu psique podrá entrar a formar parte de una red de mecanismos que puedan ayudar a la gran fábrica de la sociedad funcionar veinticuatro horas al día. Después de trabajar, se necesita tiempo para desconectar la mente de la vida laboral, pero casi que no hay ocasión, porque son las tantas labores por terminar, que sólo quedan los momentos de letargo para escapar. Es cierto que hemos construido un mundo sin predadores, donde poder vivir arropados por la presencia de una colmena gigantesca de obreros altamente especializados. Vivimos confiando en las máquinas, en los desconocidos, y dejando que alguien ajeno a nuestra familia nos arregle una avería o nos traiga la compra a casa. Todo va bien, y al mismo tiempo no va bien. Es posible adquirir fruta fresca y carne bajando por el ascensor de nuestro bloque de pisos y entrar en la tienda del barrio, que está al lado y rebosa de productos de todo tipo. Podemos instantáneamente saber qué sucede al otro lado del planeta y también acceder a una vasta biblioteca sin salir de nuestro minúsculo apartamento. Pero al mismo tiempo hay algo que echamos de menos. Hay algo que hemos hecho mal.

Los muertos ya no huelen, y los enfermos contagiosos tampoco. De hecho, están confinados en lugares que nadie pueda ver. La muerte se ha convertido en una mera inconveniencia, al igual que la enfermedad. Los poderosos se han hecho filántropos y muchas empresas pagan para hacer sus factorías cada vez menos contaminantes. En el camino hemos perdido algo. ¿Qué será?

A veces vas al campo y te encuentras rodeado de vegetación, de sonidos y olores que te hacen sentirte en armonía total. Pero sabes que debes de marchar, siempre hay que marchar de allí. Sabes que todos los bosques son sólo ya grandes parques temáticos, donde sucumbir a la ilusión de que eso, es la naturaleza. Pero la naturaleza era algo más que eso. Ni siquiera el mar está libre ahora de nuestra codicia. La basuraleza ahoga la ecología de cualquier lugar marino que visitemos. Te sientes atrapado.

Tu novia quiere tener hijos, tus padres quieren que los veas más a menudo, y tus amigos dicen que no sales lo suficiente. Hacienda quiere tu dinero, y las luces de neón absorben las pocas energías que quedan en tu interior, para que las gastes en restaurantes, casinos, o en cualquier otra cosa mejor que se ofrezca en la vida nocturna de la ciudad. Ves la lógica del tejido social donde te insertas. Es una lógica aplastante, y te sientes asfixiado. Quieres escapar.

Tienes una buena lista de pasatiempos que te ayudan a soñar despierto. Te gusta la lectura, el vino, las buenas películas y también dibujas. Te encanta copiar o hacer esbozos de los personajes de tus autores favoritos. Pero lo más conmovedor es soñar sin control; Sabiendo que no sabes lo que va a pasar. El protagonista de su historia vive las emociones en primera persona, y si quiere, después podrá contarlas.

Has descubierto que el Viernes es el mejor día para soñar si tienes suerte. Porque dormir no es lo mismo que soñar. El viernes por la tarde todavía hay tiempo para dejarse llevar por la nada. Descansar y volver a reparar alguna tubería atascada. Descansar y a continuación hacer algunas llamadas de teléfono al corredor de seguros o a tu madre. Descansar un poco y en seguida leer el BOE para ver cómo van las oposiciones a funcionario. Descansar un rato y…luego ir al dormitorio y caer rendido sabiendo que has hecho todo lo que debías hacer. A veces despiertas el sábado por la mañana, para seguir solucionando cosas tan importantes como tu salud, y desayunar algo con etiqueta “bio”, para después ir a correr al parque y demás tareas infinitas de ciudadano comprometido con los autocuidados y la vida sana. De hecho,  anoche que era viernes, soñaste algo. Has percibido un atisbo que has podido recordar, un fragmento quizás. Has visto algo especial y quieres volver allí. Esperas que el próximo viernes o cualquier otro día sea el día para volver a ver aquello que viste, porque sientes que debes de estar allí otra vez. Quieres entender en qué consiste ese lugar. Debes tener paciencia.

Ha llegado el verano y los días son más largos. Las colas de coches en la autovía, también. Ahora, el sudor nos hace tímidos y reacios a movernos. De hecho, no queremos movernos si no es necesario. Tenemos que aguantar lo más posible para reducir la sudoración. Es algo embarazoso. Una carga más. Pero lo sobrellevas. También puedes salir más de paseo. Todo el mundo parece más contento. Hay más gente en la calle, especialmente después de un año de pandemia y propaganda para que la gente sana se quede en casa, y de esta manera los enfermos puedan salir a la calle y contagien a todo el mundo que no sea precavido. Te das cuenta que has perdido un año, aunque por otra parte la naturaleza ha recuperado mucho de su esplendor. El próximo fin de semana decides ir a la rivera de un río cercano y compruebas cuánto han crecido los retoños de árboles donde venía la gente antes de la pandemia. Al no haber pisotadas, ni coches, ni ferias, ni celebraciones de vírgenes o santos durante muchos meses, los árboles han recuperado algo de su espacio natural. Te sientes muy complacido, porque hoy te ha dado tiempo hasta para salir al campo. Vuelves a casa contento de saber que la naturaleza se recupera muy rápido sin la presencia humana. Como era viernes, te vas a dormir muy relajado, especialmente después de probar un magnífico fino de Jerez, del Pago Marchanudo que te ha regalado un buen amigo esa misma tarde. Ya en la cama, y con los ojos entornados recuerdas con claridad los estupendos retoños de alisos que has visto hoy, mientras todavía evocas la sal y almendra de la palomino fino. En tu mente, y al abrigo de la oscuridad, te preguntas que habría más allá del bosquecillo de la rivera. Sigues andando río arriba y te adentras en el monte. Tu imaginación hace el resto.

Sin darte cuenta, penetraste en un profundo bosque que estaba muy lejos del río. Los  árboles debían ser de una altura tal que la luz alumbraba tenuemente los helechos que sembraban el suelo de fresco verdor. Anduviste con ansia, con ganas de ver más y más. Más tarde al parar para descansar te diste cuenta que no sabías porqué, ni cómo llegaste allí. Pero vislumbraste algo tan hermoso y delicado, que acarició alguna cuerda en tu interior, que nunca pensaste que existía. A la mañana siguiente te despiertas embriagado. Te cuesta abrir los ojos. No estás seguro de si de veras soñaste algo así, de modo que lo olvidas. No tiene nada que ver con tu vida ordinaria y rápidamente vuelves a tu rutina sin acordarte de ello. Pero algunos viernes más tarde, vuelves a acceder a ese recóndito lugar donde el silencio es música para los oídos y la paz rezuma por cada rincón a donde miras. Te sientes intrigado. ¿Habré vuelto allí? ¿Pero cómo? La siguiente noche, es todavía sábado. Te escondes bajo las sábanas algo más cómodo de lo normal, contento con tu propia compañía. Casi no te das cuenta que tienes tu novia al lado. Pero te sientes agradecido de su presencia. Cierras los ojos y te dejas llevar por las corrientes turbulentas de tus pensamientos. En realidad, esa noche quizás no soñaste con el misterioso bosque, pero descansaste mucho. El domingo fue un día más fácil de llevar.  Pasaron de nuevo los días, y esperaste con más ganas el encuentro con el bosque encantado. Te acordaste más veces durante las siguientes semanas, hasta que un día viste una foto en tu ordenador que te recordó a algo que viste en el bosque de tus sueños. Reconociste algo en dicha imagen. Era como un dibujo de una casa construida en el hueco de un enorme árbol. De pronto sentiste la humedad de los musgos y líquenes cubriendo las enormes raíces de los árboles y por un momento te transportaste a un lugar donde la pureza del aire te llenaba de esperanza. Cerraste los ojos, pero no pudiste ir más allá.

El verano está a punto de acabar. Ahora los días se notan un poquito más cortos. Por las noches el frescor es más palpable y las hojas empiezan a amarillear. Te reúnes con unos amigos que no ves desde antes de la pandemia y tomáis unos buenos vinos para celebrar el reencuentro. Era viernes, y acabasteis muy muy tarde. Fue una velada tremendamente agradable. Fuiste a una cena para maridar unos caldos de una bodega recóndita, muy poco conocida. Estaba todo buenísimo, pero los vinos te hicieron volar. Sobre todo, cuando te dijeron que el viñedo estaba rodeado de centenarios castaños, cerca de la Sierra de las Nieves. Te viste sobrevolando las blancas cumbres y después virar hacia el suroeste, en dirección a Júzcar, donde se encuentra la secreta bodega de La Vieja Fábrica de Hojalata. La uva moscatel morisco crece en la frescura de los montes de la serranía de Ronda, acariciada por los vientos de levante mediterráneos, que le dan un paladar marino en boca. Y después pasa su estado larvario en tinas de roble francés, para un día ser despertada por el beso del  afortunado que la escancie en su copa. Quedaste prendado de la imaginaria visión de pájaro que te permitió recorrer los laberínticos bosques que enredan el acceso a la bodega. ¿Estaría allí el viejo bosque milenario de tus sueños? Y te lo preguntas porque crees haber ingerido algo que te evocó su profundidad y encanto. Quizás un misterioso duende de Júzcar echó una pócima secreta en los vinos, para que supieras de dónde vienen tus sueños. ¡Vaya ocurrencia!

El año se está terminando y ya empieza a refrescar. Hay tardes con lánguida lluvia y ráfagas de viento que dan algunos acordes con gran resonancia para ti. Un viernes por la noche muy oscuro, sin luna, sentiste una llamada, una voz lejana y dulce te reclamaba. Desde el balcón no alcanzaste a ver las estrellas, porque hay mucha contaminación lumínica. Pero miraste al infinito y suspiraste pensando que durante el puente que comenzaba esta noche, tendrías ocasión de retornar al viejo bosque. Hiciste el amor con tu pareja como hacía tiempo, acaramelados por una botella de Néctar Pedro Ximenez. Y tu cuerpo quedó como flotando en un limbo espeso, un mar amniótico oscuro y cálido con un fondo aromático de feromonas femeninas. Y desde allí caíste a un abismo marino, muy despacio. Tu cuerpo blanquecino y desnudo fue cayendo como una hoja, meciéndose lentamente al descender por la estrecha oscuridad de un mar olvidado. Fuiste cayendo, cayendo, casi desafiando la gravedad, hasta alcanzar con la mayor delicadeza la tierra firme del lecho ancestral. 

Abriste los ojos. Estabas de pie en lo alto de unas rocas. Por eso veías la algaba en todo su esplendor desde la magna distancia que te daba la altura. Al descender te diste cuenta de las extrañas proporciones de los objetos que te rodeaban. Al final de la rocalla te encontraste con un tronco caído. Saltaste al enorme tronco podrido y de ahí, al suelo vegetal. Aunque fue un gran salto, en realidad hiciste un aterrizaje muy suave. El piso estaba muy blando. Probablemente era producto de la lenta transformación de las fibras vegetales en tierra a lo largo de milenios. Tenía un aspecto muy oscuro, y olía bien, quizás a un prominente aroma a setas frescas. De hecho, te sorprendiste mucho al comprobar que justo al lado del tronco creían unas setas arborescentes. Su tamaño colosal te permitió ver las laminillas donde se encuentran las esporas. No tuviste ni que agacharte lo más mínimo. Tu cabeza estaría a la altura de los sombreros de las diversas setas que crecían al abrigo del árbol muerto. De hecho, ahora podías comprobar que realmente los mismísimos helechos eran verdaderos arbustos, y los árboles tenían gigantescos troncos, que parecían columnas de un magno templo selvático. El bosque permanecía en relativo silencio, aunque conforme te acostumbraste a su olor y color, también fuiste aguzando el oído. Notaste la actividad de algunos insectos, y el aleteo de algunas aves que cautelosas se mantenían muy a lo alto, en las ramas de los titánicos dueños de aquél enigmático mundo. Aunque las proporciones de los objetos eran completamente desconcertantes, te movías con mucha facilidad. Te sentías casi ingrávido y elástico. Los colores dominantes eran leñosos y profundos tonos de verde. Navegabas por el océano de vegetación siendo cautivado por la frivolidad de la naturaleza al esculpir las formas de la flora que brotaba por doquier. Sentiste algo de vacío en el estómago y de manera natural recogiste algunas semillas, bayas, e incluso cortaste un trozo grande champiñón para llevártelo. ¿Pero a dónde? No importaba. De alguna manera sabías que tenías que llegar a algún sitio. Guardaste todo en un zurrón de cuero que llevabas en la espalda, y seguiste hacia adelante sin dudar.

El leve y agudo canto femenino que atrajo tu atención, se fue convirtiendo en un sonido más confuso al llegar a un claro. Era la llamada de un arroyo fresco que corría a través de la galería de alisos que ahora podías ver frente a ti. Ya en una orilla con algo de arena blanca, una suave brisa hizo que los alisos te saludaran con sus abovedadas hojas. Te agachaste y al girar a tu derecha reconociste un cuenco de madera que estaba colocado en el hueco natural de un aliso cercano. Te embriagaste de frescura al probar el líquido elemento. El agua se resbaló por tu cara y garganta, corriendo libremente por la superficie de tu piel para recordarte con su fría presencia, tu fuerza y vitalidad. Con más brío y energía seguiste tu camino adentrándote en la negrura. Allí al fondo viste lo que parecía una llama colorada. ¿Era quizás un fuego fatuo? De hecho, unos pocos metros más adelante había una ciénaga. Rodeaste la cris vegetal que tapiaba la ciénaga, sin poder ver nada más. Pero al seguir avanzando en la misma dirección, comprobaste que la luz procedía de un hogar, que quizás iluminaba una habitación entera. Sólo podías ver que la casa estaba abierta, de par en par. Al situarte unos cien metros de distancia pudiste estar seguro de que aquella vivienda era una cueva en el interior de uno de los colosos arbóreos del gran bosque oscuro. La puerta y el marco estaban forrados de hojalata. Tenían un brillo cobrizo y estaba tallada con intrincados dibujos florales. En su interior, había muchos objetos típicos del hogar, también todos fabricados con hojalata. No pudiste evitar entrar, pero justo antes te paraste bajo la entrada y miraste un momento hacia arriba; la casa estaba dispuesta en el hueco de un tremendo árbol, tan alto y espeso, que no dejaba ver la luz del sol. La visión de la interminable torre leñosa, te nubló la vista por un instante. Te pusiste las manos en la cara, y cuando te sentiste algo mejor, entraste en el misterioso refugio. El suelo era de un terrazo color almagro. El techo y las paredes era el mismo árbol labrado, pintado y decorado con candiles. Te quedaste allí de pie sin saber qué hacer. ¿Estarías invadiendo propiedad ajena? Nada parecía alterar la calma de lugar, excepto el errático crepitar de las escasas llamas del fogón. Así que dirigiste tu atención a la chimenea que estaba en el lado izquierdo de la habitación.  Atizaste un poco las brasas, porque su dueño debió de ausentarse lo suficiente para que el fuego estuviera viniéndose abajo. Las animadas llamas y la repentina iluminación del habitáculo, te hicieron sentir como en tu casa. Como no venía nadie, decidiste sacar los frutos del bosque que habías recogido. Fuiste a la cocina y lo cortaste todo para hacer una ensalada y freír las setas. Cuando las setas estaban ya cocidas y la ensalada emplatada, te diste cuenta que había una preciosa escalera de madera esculpida desde dentro del árbol, formando una espiral ascendente. Subiste hacia arriba hipnotizado por su forma y conforme avanzabas por los escalones te sentiste más y más seducido por lo que te esperaba arriba. Cada escalón crujía de una manera diferente, a cuál más suave y relajante, y al ir adentrándote en el piso superior que estaba mucho más oscuro, un aroma femenino te iba inundando tus sentidos poco a poco. Cuando llegaste al piso de arriba, plenamente sólido y forrado de pieles, viste a una mujer completamente desnuda tumbada en una cama enorme. Justo al lado de la cama, había una botella de moscatel morisco de 2017 serigrafiada, junto a dos copas. Escanciaste el vino y te acercaste a la mujer hasta estar a punto de tocarla con una de las copas. Sus senos estaban apuntando al techo y los pezones estaban turgentes debido a la tibia atmósfera del lugar. Sentiste una erupción de calor en tus zonas erógenas tras lo cual, no pudiste sino beber el maravilloso líquido con ella y deshacerte de tu ropa. La estrechez del cuerpo a cuerpo hizo reaccionar a la mujer de oscuros cabellos, que las cortísimas distancias amorosas te permitieron reconocer como tu novia. Hicisteis el amor como nunca, lo cual fue como descubrir una verdad fundamental, una revelación. Con la botella y las copas en la mano, bajasteis a cenar lo que habías preparado y luego muy cansados por las intensas emociones caísteis rendidos como niños, después de retozar durante horas en la amplia cama tallada dentro del árbol. Al día siguiente, os despertasteis temprano y salisteis a cazar. Por el camino os encontrasteis con varios hombres y mujeres que también vivían en el bosque, algunos en casas a la altura del suelo y otros viviendo más arriba, en oquedades naturales de los gigantescos árboles. Ellos os reconocieron como amigos y forjasteis una confiada amistad. El tiempo pasó y tuvisteis dos hijos, que nacieron allí mismo, en el corazón de la floresta. La vida no perdía valor por ser natural y entregada a cuidar el bosque. De hecho, no tenías necesidad de salir de allí. Cada día era una fiesta, una experiencia y un encuentro con la sensación de que absolutamente todo era auténtico. Ni un segundo constituía un desperdicio. Los niños crecieron y te hiciste viejo y sabio. Cada vez te gustaba pasar más tiempo en casa con tu mujer, sin embargo, nunca te pusiste enfermo…excepto una noche donde tuviste una extraña pesadilla. No quisiste contársela a tu mujer y la dejaste pasar.  En las postrimerías de la vida, casi abrazando el final, le confesaste a tu anciana esposa tu extraña pesadilla, junto a una botella de La Vieja Fábrica de Hojalata. No habías podido olvidar aquél sueño a pesar de los años. Le dijiste susurrando que un día deliraste que vivías en un mundo de cemento y metal. El suelo era negro, y estaba lleno de vehículos metálicos con ruedas, que se movían de un lado a otro sin cesar, bramando y expeliendo fétidos humos. Después, te despertaste abruptamente confundido. No estabas seguro de si fue producto de un recuerdo o fue en realidad, un mal sueño. Pero no te importó, continuaste tu vida sin querer ahondar más en ello. Sin embargo, ahora que tu vida se extinguía, te preguntabas que significaría dicho sueño.

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