Vives en una ciudad ruidosa, tapizada de asfalto y donde
sólo crecen hacia arriba columnas de cemento y acero. La calle está viciada de
humos y en cada esquina hay un enorme cubo de basura maloliente, siempre lleno hasta
arriba de inmundicia. Si quieres sobrevivir tienes que vender tu tiempo y sobre
todo alquilar tu actividad mental. Así tu psique podrá entrar a formar parte de
una red de mecanismos que puedan ayudar a la gran fábrica de la sociedad
funcionar veinticuatro horas al día. Después de trabajar, se necesita tiempo
para desconectar la mente de la vida laboral, pero casi que no hay ocasión,
porque son las tantas labores por terminar, que sólo quedan los momentos de
letargo para escapar. Es cierto que hemos construido un mundo sin predadores,
donde poder vivir arropados por la presencia de una colmena gigantesca de
obreros altamente especializados. Vivimos confiando en las máquinas, en los
desconocidos, y dejando que alguien ajeno a nuestra familia nos arregle una
avería o nos traiga la compra a casa. Todo va bien, y al mismo tiempo no va
bien. Es posible adquirir fruta fresca y carne bajando por el ascensor de
nuestro bloque de pisos y entrar en la tienda del barrio, que está al lado y
rebosa de productos de todo tipo. Podemos instantáneamente saber qué sucede al
otro lado del planeta y también acceder a una vasta biblioteca sin salir de
nuestro minúsculo apartamento. Pero al mismo tiempo hay algo que echamos de
menos. Hay algo que hemos hecho mal.
Los muertos ya no huelen, y los enfermos contagiosos tampoco.
De hecho, están confinados en lugares que nadie pueda ver. La muerte se ha
convertido en una mera inconveniencia, al igual que la enfermedad. Los
poderosos se han hecho filántropos y muchas empresas pagan para hacer sus
factorías cada vez menos contaminantes. En el camino hemos perdido algo. ¿Qué
será?
A veces vas al campo y te encuentras rodeado de vegetación,
de sonidos y olores que te hacen sentirte en armonía total. Pero sabes que
debes de marchar, siempre hay que marchar de allí. Sabes que todos los bosques
son sólo ya grandes parques temáticos, donde sucumbir a la ilusión de que eso, es la naturaleza. Pero la naturaleza era
algo más que eso. Ni siquiera el mar
está libre ahora de nuestra codicia. La basuraleza ahoga la ecología de
cualquier lugar marino que visitemos. Te sientes atrapado.
Tu novia quiere tener hijos, tus padres quieren que los veas
más a menudo, y tus amigos dicen que no sales lo suficiente. Hacienda quiere tu
dinero, y las luces de neón absorben las pocas energías que quedan en tu
interior, para que las gastes en restaurantes, casinos, o en cualquier otra
cosa mejor que se ofrezca en la vida nocturna de la ciudad. Ves la lógica del
tejido social donde te insertas. Es una lógica aplastante, y te sientes
asfixiado. Quieres escapar.
Tienes una buena lista de pasatiempos que te ayudan a soñar
despierto. Te gusta la lectura, el vino, las buenas películas y también dibujas. Te
encanta copiar o hacer esbozos de los personajes de tus autores favoritos. Pero
lo más conmovedor es soñar sin control; Sabiendo que no sabes lo que va a
pasar. El protagonista de su historia vive las emociones en primera persona, y
si quiere, después podrá contarlas.
Has descubierto que el Viernes es el mejor día para soñar si
tienes suerte. Porque dormir no es lo mismo que soñar. El viernes por la tarde
todavía hay tiempo para dejarse llevar por la nada. Descansar y volver a
reparar alguna tubería atascada. Descansar y a continuación hacer algunas
llamadas de teléfono al corredor de seguros o a tu madre. Descansar un poco y en
seguida leer el BOE para ver cómo van las oposiciones a funcionario. Descansar
un rato y…luego ir al dormitorio y caer rendido sabiendo que has hecho todo lo
que debías hacer. A veces despiertas el sábado por la mañana, para seguir
solucionando cosas tan importantes como tu salud, y desayunar algo con etiqueta
“bio”, para después ir a correr al parque y demás tareas infinitas de ciudadano
comprometido con los autocuidados y la vida sana. De hecho, anoche que era viernes, soñaste algo. Has
percibido un atisbo que has podido recordar, un fragmento quizás. Has visto
algo especial y quieres volver allí. Esperas que el próximo viernes o cualquier
otro día sea el día para volver a ver aquello que viste, porque sientes que
debes de estar allí otra vez. Quieres entender en qué consiste ese lugar. Debes
tener paciencia.
Ha llegado el verano y los días son más largos. Las colas de
coches en la autovía, también. Ahora, el sudor nos hace tímidos y reacios a
movernos. De hecho, no queremos movernos si no es necesario. Tenemos que
aguantar lo más posible para reducir la sudoración. Es algo embarazoso. Una
carga más. Pero lo sobrellevas. También puedes salir más de paseo. Todo el
mundo parece más contento. Hay más gente en la calle, especialmente después de
un año de pandemia y propaganda para que la gente sana se quede en casa, y de esta
manera los enfermos puedan salir a la calle y contagien a todo el mundo que no
sea precavido. Te das cuenta que has perdido un año, aunque por otra parte la
naturaleza ha recuperado mucho de su esplendor. El próximo fin de semana
decides ir a la rivera de un río cercano y compruebas cuánto han crecido los
retoños de árboles donde venía la gente antes de la pandemia. Al no haber pisotadas,
ni coches, ni ferias, ni celebraciones de vírgenes o santos durante muchos
meses, los árboles han recuperado algo de su espacio natural. Te sientes muy
complacido, porque hoy te ha dado tiempo hasta para salir al campo. Vuelves a
casa contento de saber que la naturaleza se recupera muy rápido sin la
presencia humana. Como era viernes, te vas a dormir muy relajado, especialmente después de probar un magnífico fino de Jerez, del Pago Marchanudo que te ha regalado un buen amigo esa misma tarde. Ya en la
cama, y con los ojos entornados recuerdas con claridad los estupendos retoños
de alisos que has visto hoy, mientras todavía evocas la sal y almendra de la palomino fino. En tu mente, y al abrigo de la oscuridad, te
preguntas que habría más allá del bosquecillo de la rivera. Sigues andando río
arriba y te adentras en el monte. Tu imaginación hace el resto.
Sin darte cuenta, penetraste en un profundo bosque que
estaba muy lejos del río. Los árboles debían
ser de una altura tal que la luz alumbraba tenuemente los helechos que sembraban
el suelo de fresco verdor. Anduviste con ansia, con ganas de ver más y más. Más
tarde al parar para descansar te diste cuenta que no sabías porqué, ni cómo
llegaste allí. Pero vislumbraste algo tan hermoso y delicado, que acarició
alguna cuerda en tu interior, que nunca pensaste que existía. A la mañana
siguiente te despiertas embriagado. Te cuesta abrir los ojos. No estás seguro
de si de veras soñaste algo así, de modo que lo olvidas. No tiene nada que ver
con tu vida ordinaria y rápidamente vuelves a tu rutina sin acordarte de ello.
Pero algunos viernes más tarde, vuelves a acceder a ese recóndito lugar donde
el silencio es música para los oídos y la paz rezuma por cada rincón a donde
miras. Te sientes intrigado. ¿Habré vuelto allí? ¿Pero cómo? La siguiente
noche, es todavía sábado. Te escondes bajo las sábanas algo más cómodo de lo
normal, contento con tu propia compañía. Casi no te das cuenta que tienes tu
novia al lado. Pero te sientes agradecido de su presencia. Cierras los ojos y
te dejas llevar por las corrientes turbulentas de tus pensamientos. En
realidad, esa noche quizás no soñaste con el misterioso bosque, pero
descansaste mucho. El domingo fue un día más fácil de llevar. Pasaron de nuevo los días, y esperaste con
más ganas el encuentro con el bosque encantado. Te acordaste más veces durante
las siguientes semanas, hasta que un día viste una foto en tu ordenador que te
recordó a algo que viste en el bosque de tus sueños. Reconociste algo en dicha
imagen. Era como un dibujo de una casa construida en el hueco de un enorme
árbol. De pronto sentiste la humedad de los musgos y líquenes cubriendo las
enormes raíces de los árboles y por un momento te transportaste a un lugar
donde la pureza del aire te llenaba de esperanza. Cerraste los ojos, pero no
pudiste ir más allá.
El verano está a punto de acabar. Ahora los días se notan un
poquito más cortos. Por las noches el frescor es más palpable y las hojas
empiezan a amarillear. Te reúnes con unos amigos que no ves desde antes de la
pandemia y tomáis unos buenos vinos para celebrar el reencuentro. Era viernes,
y acabasteis muy muy tarde. Fue una velada tremendamente agradable. Fuiste a
una cena para maridar unos caldos de una bodega recóndita, muy poco conocida.
Estaba todo buenísimo, pero los vinos te hicieron volar. Sobre todo, cuando te
dijeron que el viñedo estaba rodeado de centenarios castaños, cerca de la
Sierra de las Nieves. Te viste sobrevolando las blancas cumbres y después virar
hacia el suroeste, en dirección a Júzcar, donde se encuentra la secreta bodega
de La Vieja Fábrica de Hojalata. La uva moscatel morisco crece en la frescura
de los montes de la serranía de Ronda, acariciada por los vientos de levante
mediterráneos, que le dan un paladar marino en boca. Y después pasa su estado
larvario en tinas de roble francés, para un día ser despertada por el beso del afortunado que la escancie en su copa. Quedaste prendado de la imaginaria visión de pájaro
que te permitió recorrer los laberínticos bosques que enredan el acceso a la
bodega. ¿Estaría allí el viejo bosque milenario de tus sueños? Y te lo
preguntas porque crees haber ingerido algo que te evocó su profundidad y
encanto. Quizás un misterioso duende de Júzcar echó una pócima secreta en los
vinos, para que supieras de dónde vienen tus sueños. ¡Vaya ocurrencia!
El año se está terminando y ya empieza a refrescar. Hay tardes
con lánguida lluvia y ráfagas de viento que dan algunos acordes con gran
resonancia para ti. Un viernes por la noche muy oscuro, sin luna, sentiste una
llamada, una voz lejana y dulce te reclamaba. Desde el balcón no alcanzaste a
ver las estrellas, porque hay mucha contaminación lumínica. Pero miraste al
infinito y suspiraste pensando que durante el puente que comenzaba esta noche,
tendrías ocasión de retornar al viejo bosque. Hiciste el amor con tu pareja
como hacía tiempo, acaramelados por una botella de Néctar Pedro Ximenez. Y tu cuerpo quedó como flotando en un limbo espeso, un mar
amniótico oscuro y cálido con un fondo aromático de feromonas femeninas. Y
desde allí caíste a un abismo marino, muy despacio. Tu cuerpo blanquecino y
desnudo fue cayendo como una hoja, meciéndose lentamente al descender por la
estrecha oscuridad de un mar olvidado. Fuiste cayendo, cayendo, casi desafiando
la gravedad, hasta alcanzar con la mayor delicadeza la tierra firme del lecho
ancestral.
Abriste los ojos. Estabas de pie en lo alto de unas rocas.
Por eso veías la algaba en todo su esplendor desde la magna distancia que te
daba la altura. Al descender te diste cuenta de las extrañas proporciones de
los objetos que te rodeaban. Al final de la rocalla te encontraste con un
tronco caído. Saltaste al enorme tronco podrido y de ahí, al suelo vegetal. Aunque
fue un gran salto, en realidad hiciste un aterrizaje muy suave. El piso estaba
muy blando. Probablemente era producto de la lenta transformación de las fibras
vegetales en tierra a lo largo de milenios. Tenía un aspecto muy oscuro, y olía
bien, quizás a un prominente aroma a setas frescas. De hecho, te sorprendiste
mucho al comprobar que justo al lado del tronco creían unas setas
arborescentes. Su tamaño colosal te permitió ver las laminillas donde se
encuentran las esporas. No tuviste ni que agacharte lo más mínimo. Tu cabeza
estaría a la altura de los sombreros de las diversas setas que crecían al
abrigo del árbol muerto. De hecho, ahora podías comprobar que realmente los
mismísimos helechos eran verdaderos arbustos, y los árboles tenían gigantescos
troncos, que parecían columnas de un magno templo selvático. El bosque
permanecía en relativo silencio, aunque conforme te acostumbraste a su olor y
color, también fuiste aguzando el oído. Notaste la actividad de algunos
insectos, y el aleteo de algunas aves que cautelosas se mantenían muy a lo
alto, en las ramas de los titánicos dueños de aquél enigmático mundo. Aunque las
proporciones de los objetos eran completamente desconcertantes, te movías con
mucha facilidad. Te sentías casi ingrávido y elástico. Los colores dominantes eran leñosos y profundos tonos de verde. Navegabas por el océano de vegetación
siendo cautivado por la frivolidad de la naturaleza al esculpir las formas de
la flora que brotaba por doquier. Sentiste algo de vacío en el estómago y de
manera natural recogiste algunas semillas, bayas, e incluso cortaste un trozo
grande champiñón para llevártelo. ¿Pero a dónde? No importaba. De alguna manera
sabías que tenías que llegar a algún sitio. Guardaste todo en un zurrón de
cuero que llevabas en la espalda, y seguiste hacia adelante sin dudar.
El leve y agudo canto femenino que atrajo tu atención, se
fue convirtiendo en un sonido más confuso al llegar a un claro. Era la llamada
de un arroyo fresco que corría a través de la galería de alisos que ahora
podías ver frente a ti. Ya en una orilla con algo de arena blanca, una suave
brisa hizo que los alisos te saludaran con sus abovedadas hojas. Te agachaste y
al girar a tu derecha reconociste un cuenco de madera que estaba colocado en el
hueco natural de un aliso cercano. Te embriagaste de frescura al probar el
líquido elemento. El agua se resbaló por tu cara y garganta, corriendo
libremente por la superficie de tu piel para recordarte con su fría presencia,
tu fuerza y vitalidad. Con más brío y energía seguiste tu camino adentrándote
en la negrura. Allí al fondo viste lo que parecía una llama colorada. ¿Era
quizás un fuego fatuo? De hecho, unos pocos metros más adelante había una
ciénaga. Rodeaste la cris vegetal que tapiaba la ciénaga, sin poder ver nada más. Pero al seguir avanzando en la
misma dirección, comprobaste que la luz procedía de un hogar, que quizás
iluminaba una habitación entera. Sólo podías ver que la casa estaba abierta, de
par en par. Al situarte unos cien metros de distancia pudiste estar seguro de
que aquella vivienda era una cueva en el interior de uno de los colosos
arbóreos del gran bosque oscuro. La puerta y el marco estaban forrados de
hojalata. Tenían un brillo cobrizo y estaba tallada con intrincados dibujos
florales. En su interior, había muchos objetos típicos del hogar, también todos
fabricados con hojalata. No pudiste evitar entrar, pero justo antes te paraste
bajo la entrada y miraste un momento hacia arriba; la casa estaba dispuesta en
el hueco de un tremendo árbol, tan alto y espeso, que no dejaba ver la luz del
sol. La visión de la interminable torre leñosa, te nubló la vista por un
instante. Te pusiste las manos en la cara, y cuando te sentiste algo mejor,
entraste en el misterioso refugio. El suelo era de un terrazo color almagro. El
techo y las paredes era el mismo árbol labrado, pintado y decorado con
candiles. Te quedaste allí de pie sin saber qué hacer. ¿Estarías invadiendo
propiedad ajena? Nada parecía alterar la calma de lugar, excepto el errático
crepitar de las escasas llamas del fogón. Así que dirigiste tu atención a la
chimenea que estaba en el lado izquierdo de la habitación. Atizaste un poco las brasas, porque su dueño
debió de ausentarse lo suficiente para que el fuego estuviera viniéndose abajo.
Las animadas llamas y la repentina iluminación del habitáculo, te hicieron
sentir como en tu casa. Como no venía nadie, decidiste sacar los frutos del
bosque que habías recogido. Fuiste a la cocina y lo cortaste todo para hacer
una ensalada y freír las setas. Cuando las setas estaban ya cocidas y la
ensalada emplatada, te diste cuenta que había una preciosa escalera de madera
esculpida desde dentro del árbol, formando una espiral ascendente. Subiste
hacia arriba hipnotizado por su forma y conforme avanzabas por los escalones te
sentiste más y más seducido por lo que te esperaba arriba. Cada escalón crujía
de una manera diferente, a cuál más suave y relajante, y al ir adentrándote en
el piso superior que estaba mucho más oscuro, un aroma femenino te iba
inundando tus sentidos poco a poco. Cuando llegaste al piso de arriba, plenamente
sólido y forrado de pieles, viste a una mujer completamente desnuda tumbada en
una cama enorme. Justo al lado de la cama, había una botella de moscatel
morisco de 2017 serigrafiada, junto a dos copas. Escanciaste el vino y te
acercaste a la mujer hasta estar a punto de tocarla con una de las copas. Sus
senos estaban apuntando al techo y los pezones estaban turgentes debido a la
tibia atmósfera del lugar. Sentiste una erupción de calor en tus zonas erógenas
tras lo cual, no pudiste sino beber el maravilloso líquido con ella y
deshacerte de tu ropa. La estrechez del cuerpo a cuerpo hizo reaccionar a la
mujer de oscuros cabellos, que las cortísimas distancias amorosas te
permitieron reconocer como tu novia. Hicisteis el amor como nunca, lo cual fue
como descubrir una verdad fundamental, una revelación. Con la botella y las
copas en la mano, bajasteis a cenar lo que habías preparado y luego muy
cansados por las intensas emociones caísteis rendidos como niños, después de
retozar durante horas en la amplia cama tallada dentro del árbol. Al día
siguiente, os despertasteis temprano y salisteis a cazar. Por el camino os
encontrasteis con varios hombres y mujeres que también vivían en el bosque,
algunos en casas a la altura del suelo y otros viviendo más arriba, en
oquedades naturales de los gigantescos árboles. Ellos os reconocieron como
amigos y forjasteis una confiada amistad. El tiempo pasó y tuvisteis dos hijos,
que nacieron allí mismo, en el corazón de la floresta. La vida no perdía valor
por ser natural y entregada a cuidar el bosque. De hecho, no tenías necesidad
de salir de allí. Cada día era una fiesta, una experiencia y un encuentro con la
sensación de que absolutamente todo era auténtico. Ni un segundo constituía un
desperdicio. Los niños crecieron y te hiciste viejo y sabio. Cada vez te
gustaba pasar más tiempo en casa con tu mujer, sin embargo, nunca te pusiste
enfermo…excepto una noche donde tuviste una extraña pesadilla. No quisiste
contársela a tu mujer y la dejaste pasar. En las postrimerías de la vida, casi abrazando
el final, le confesaste a tu anciana esposa tu extraña pesadilla, junto a una
botella de La Vieja Fábrica de Hojalata. No habías podido olvidar aquél sueño a
pesar de los años. Le dijiste susurrando que un día deliraste que vivías en un
mundo de cemento y metal. El suelo era negro, y estaba lleno de vehículos
metálicos con ruedas, que se movían de un lado a otro sin cesar, bramando y
expeliendo fétidos humos. Después, te despertaste abruptamente confundido. No
estabas seguro de si fue producto de un recuerdo o fue en realidad, un mal
sueño. Pero no te importó, continuaste tu vida sin querer ahondar más en ello. Sin
embargo, ahora que tu vida se extinguía, te preguntabas que significaría dicho
sueño.
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