Un mes más y puntualmente, El Monte me había enviado su
correspondencia con comics, coleccionables y también con efemérides culturales.
Había estado esperando el correo con ansiedad, y al encontrar mi paquete en el
buzón, estallé de júbilo. No pude evitar romper el envoltorio allí mismo, sin
importarme que los vecinos al pasar me vieran en tal estado de excitación. Hice
una lectura rápida de los contenidos in situ. Una de las actividades del
almanaque cultural me entusiasmó al extremo. Se trataba de un taller de
astronomía con el profesor José Luis Comellas en el salón de eventos del Monte
de Piedad y Caja de Ahorros de Sevilla. En aquella época la caja de ahorros se
encontraba en el pico de su actividad filantrópica y había organizado un evento
invitando al ínclito Don José Luís Comellas, que, aunque era profesor de
historia en la Hispalense, era un gran aficionado a la astronomía y un personaje
entrañable de la ciudad. Con gran ilusión me desplacé yo solo hacia el centro.
Quizás era el único de mi barrio en acudir a dicha llamada. Desde el
extrarradio, la experiencia constituía una verdadera excursión. Gracias a que
mi madre me proporcionó un nomenclátor, pude estudiar el recorrido más idóneo. Había
que coger el autobús hasta la estación términus, cosa que no me detuvo. Yo
debería de tener unos catorce años o algo más. Por aquella época el billete de autobús
debía de costar unas 19 o 20 pesetas con la compañía Damián Millán, la única
que se adentraba al Parque Alcosa y que obviamente no era municipal, sino
privada.
La aventura de salir del barrio y andar solo por la ciudad, ocurrió
un sábado por la mañana. Uno de esos sábados fresquitos en los que sólo hacen
uso del autobús unos cuantos viajeros y se puede prestar atención a todos los
lugares por los que vas pasando. Nuestro barrio más próximo en dirección Sevilla
era Santa Clara, y después está el Polígono de San Pablo, o er Políngano, como
se le conoce por estos lares. Después, alcanzábamos el Greco y tras eso la
ciudad se abría como una flor, dejándonos atónitos al ver el hotel Los
Lebreros. El Corte Inglés debería ser sólo un proyecto, o si acaso estaría en
obras. Al fondo a la izquierda, una especie de palangana de cemento gigantesca,
rodeada de un feo erial…no pegaba nada con el lugar. Después pasaría por la
avenida de San Francisco Javier con sus edificios de oficinas, para después
torcer a la derecha hacia la Enramadilla, y admirar el edificio Sevilla 1, y tras ello, disfrutar de la vista ante la flamante
facultad de Económicas. El resto del camino era recto hacia el Prado, subiendo
por un puente que hoy ya no existe y dejaba pasar la vía del tren a la Estación
de San Bernardo, también desaparecida. Desde el Prado, iría rodeando el Palacio
de Justicia, con su enorme escudo imperial, para cruzar la avenida de Menéndez Pelayo y adentrarme
por los Jardines de Murillo casi acariciando la romántica muralla de los
Alcázares. Allí me sumergiría en una pequeña versión de selva amazónica, para
después atravesar el barrio Judío por la calle Agua y salir al Patio de los
Naranjos. En aquellos lugares uno podía transportarse a cualquier momento de la
historia; Edad Media, Renacimiento, Época Islámica, Romana…lo que uno quisiera
en realidad. Pasear por la Catedral y ver el inmenso faro urbano de la Giralda,
y sentirse empequeñecido por la inmensa y dilatada historia de la ciudad, iba a
ser un buen anticipo de un taller sobre astronomía, el cual en sí, ya implica
una actitud de aceptación sobre la insignificancia de uno mismo. La ciudad
parecía adormilada y pude contemplar toda su arquitectura y fisonomía sin
distracciones. Dejé atrás la Plaza de San Francisco y Sierpes, y al llegar a la
Campana empecé a notar cómo el corazón se aceleró sin control. El nomenclátor
me había guiado bien. Estaba ya en la calle Laraña. El relativo silencio de la
ciudad todavía a medio despertar, hizo el camino una experiencia más personal,
más interior y privada. La ciudad se había entregado a mi curiosidad, a mi sed
de belleza. A los pies del regio palacio del Marqués de la Motilla me situé
para ver bien el moderno edificio donde se emplazaba el salón de actos. Desde
allí crucé la calle muy nervioso.
En el salón de actos del Monte, no cabía un alfiler. Ya
estaba lleno cuando llegué. Todos los niños estaban expectantes y sinceramente
desde el minuto uno, Don José Luis tuvo enganchada a la audiencia. Sin duda era
un buen pedagogo y tenía muchas tablas hablando para el público universitario. Una
gran experiencia tuvo lugar allí, que posiblemente instigó una gran ilusión a
muchísimos niños sevillanos interesados en la astronomía, cosmología y
astrofísica. Sin embargo, conforme escuchaba su visión del cosmos, sentí algo
sobre Don José que no era congruente, pero no sabía lo que era. Ahora entiendo
que, paradójicamente, el taller no instigaba una sensación de humildad, sino
más bien lo contrario. Esta actitud es típica en nuestra cultura y es quizás
producto de la travesía por el desierto que hemos pasado tras transitar por
varios períodos de austeridad, pero también es connatural al ser humano mostrar
algo de narcicismo e incluso de competitividad. Y también de excesivo orgullo. A
mí eso no me ayudó, porque quizás yo mismo quise llegar más lejos de lo debido
aquél mismo día. Demasiado lejos. Cuando Don José Luís concluyó su extraordinario
paseo por el firmamento, y nos mostró las mil y una maravillas que silenciosas
son testigos de la vastedad de la creación, todos parecimos muy complacidos,
aunque puede que no todos.
Muchos niños hicieron preguntas y el diálogo con Don José
Luis fue muy fructífero. Yo me quedé el último, esperando poder hablar
directamente con él. Don José Luis me dejó preguntarle mil y una cosas sobre el
universo, en el estrado, con todo el salón de actos para nosotros. Un enorme
privilegio. Aquél formidable espacio vacío, con una bóveda oscura, me recordaba
la enormidad del firmamento y su soledad. Enfrentado a todas las cuestiones,
quedó una última. Don José Luis estuvo muy templado en todas sus explicaciones.
No puedo saber si esperaba una última pregunta. Quizás no debí hacerla. ¿Qué
había más allá del universo, de sus principios y quizás de su final? Don José
Luis me dijo que estaba Dios, a lo cual yo le pregunté si no habría una mejor
explicación. Sin turbarse lo más mínimo, Don José Luis se quedó pensativo
durante un lapso que me pareció tremendamente extenso. Sentí hundirme por
dentro en la espera. Tras cavilar me recomendó que me dirigiera a la Asociación
Astronómica Albireo, sita en la Plaza de San Francisco. –Allí la gente piensa
como tú…- El niño que era yo, se sintió avergonzado y me di cuenta que había
podido herir sus sentimientos. Dejé a Don José Luis allí arriba en el estrado,
solo, y yo me marché sin mirar atrás, con la cabeza hincada en el pecho.
Mientras me iba alejando, noté cómo dejaba atrás cada fila de asientos, a cada
paso sintiéndome más postrado y quizás perdido en mis sentimientos de extrañeza
ante todo. Había venido a por respuestas, a sentirme conectado con gente como
yo. Sin embargo, volvía a casa, en un autobús herrumbroso, lleno de dudas y
vergüenza, a uno de los barrios más humildes de la ciudad. Cuando alcancé el
lejano suburbio del Parque Alcosa, ya había decidido que un día volvería al
centro de la ciudad para unirme a la Asociación Astronómica Albireo, y quizás
también bautizarme como ateo. ¡Que desazón tan grande ser ateo en Sevilla! ¡Qué
insignificante era yo, siendo un niño que pensaba! Estaba completamente
aislado, era un auténtico sedicioso. Quizás mi corazón partió de la ciudad en
aquél momento para vagar por el universo vacío, como un alma en pena. A partir
de entonces, tendría que buscar a mis iguales. No los que yo creía. Eran
aquellos que como yo, habían sido señalados. Al menos y para consuelo de mi
estrecha visión del mundo, esos que debía conocer estaban organizados. Pero al
mismo tiempo llevaban el San Benito de insurgentes culturales. Una especie de
andalusíes resucitados. Quizás el espíritu de uno o varios herejes antepasados
habían secuestrado mi alma.
No mucho después, tras unirme a Albireo descubrí que don José Luis fue socio número uno y fundador…
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