sábado, septiembre 10, 2022

Palo Cortao

Aunque hacía bastante calor afuera en la calle, a varios kilómetros se estaban produciendo truenos. Pero eran apenas apreciables. Su leve crujido pudo sentirse más como una tímida queja de la madre Tierra que como un mero fenómeno atmosférico. De hecho, el planeta ahora transicionaba hacia el perihelio.  Una música sin compás envolvía el ambiente de manera juguetona, infiltrándose en los oídos dulcemente, sin pretensiones de decir realmente nada, quizás sólo actuando como un colchón protector que le aislara del mundo entero. Había columnas de libros por doquier, que en su disposición se asemejaban a rascacielos de una ciudad imaginaria. Algunas de esas torres habían sido tumbadas de manera que formaban pilas semiderruidas. Pareciera que habían sido usadas ex-profeso para crear un efecto dominó de desorden. El suelo estaba tapizado de papeles y objetos varios propios de un escritor. De las paredes  que no tenían estanterías de libros, colgaban infinidad de dibujos y fotografías formando un collage absurdo, casi más que la ciudad de papel que se extendía por todo el parqué del salón. El dueño de todo aquello estaba allí mismo tirado en medio de la escena. Parecía un Gulliver atrapado en un laberíntico espacio del cual no deseaba salir. Desde algún lugar de la habitación el serpenteante humo del incienso iba lentamente haciendo la atmósfera más densa y pesadamente perfumada, dándole a la escena un toque chinesco, narcotizante.

A veces la música tomada un ritmo alegre. Tras esto, e imperceptiblemente, el hombre se animaba a cambiar de lectura. Dejaba un libro con un marcador de página y lo depositaba en algún sitio, sin importarle dónde, para lanzarse sobre otro y después otro. El dolor no era problema. Nada podía parar su voracidad lectora. Ni siquiera la noche, o el sueño. La habitación carecía de teléfonos y ventanas. Era un lugar tremendamente remoto e inaccesible. Aquel escondrijo era una maravillosa placenta amorosa, desde donde sentir el mundo sin tener que verlo u olerlo. Una recóndita pirámide azteca desde la que escrutar los rincones del firmamento sólo teniendo que alargar un brazo para alcanzar una estrella luminosa de conocimiento. 

Para aquél hombre, cada libro era de hecho un astro fulgurante, de irresistible encanto. Cada estantería una galaxia de sabiduría. Diferentes idiomas, diferentes épocas y autores eran descifrados sin piedad. Toda luz de inteligencia que pudiese brotar de aquellos tesoros caían bajo la atracción gravitatoria de aquella mente oscura. 

Las paredes de la habitación eran tan gruesas que ni el calor ni los truenos podían recordarle que el mundo seguía girando ahí afuera. Tras un maratón de días y semanas escondido en la biblioteca, el hombre decidió salir al mundo exterior. Para los demás, su presencia era grata. Su cuerpo reflejaba años de vida atlética, aunque ahora eso fuera sólo un recuerdo. De frente amplia y mentón marcado, se podría decir que era de rasgos aniñados, quizás femeninos. Nada que pudiera hacer sospechar a nadie, que tras esa figura de aspecto más bien indolente, se erigía una mente tenebrosa y llena de misterio, incluso para la propia consciencia de su dueño. Él sabía que el mundo necesitaba de su candor, de su arte y de su servicial actitud con sus iguales. Lo tenebroso quedaba para él y nada más que para él. Sacó varias cervezas del frigorífico y las trasladó al congelador.

Había mentido como siempre. Le dijo a sus amigos que había estado de vacaciones en el Algarve y que había vuelto hoy mismo. Remigio no tardó en llegar al enterarse de su vuelta a casa. Al abrirse la puerta notó el aire enrarecido característico de un hogar que ha estado descuidado varias semanas. No sospechó de fraude tras la típica actitud bohemia y carente de pragmatismo de su amigo.

Todavía bajo el enorme dintel de madera, ambos se miraron de arriba a abajo, como para comprobar que estaban ilesos y soberbios como siempre. Después de saludar efusivamente a su compadre, Remigio se dirigió al hombre con entusiasmo:

-¡Querido Domingo, me alegro mucho de tenerte otra vez cerca! ¿Qué te cuentas? ¿Te has relajado en el Algarve? Supongo que vendrás con muchas ideas para tu nueva novela...

-¡Remigioooo, cómo me conoces! Me he relajado muchísimo. Yo también tenía ganas de verte. ¿Qué  tal te ha ido durante el verano? Espero que hayas recargado las baterías antes de volver a la comandancia.

-La verdad es que en ésta ocasión he desconectado muchísimo, pero me hubiera gustado compartir alguna barbacoa o alguna velada contigo, Domingo. Pero bueno, siempre hay ocasión si la dicha es buena.

-Así es, Remigio. Perdona por cambiar de tema, pero al estar muchos días fuera, no puedo evitar preguntarte. Entiendo que la vicepresidenta ha sufrido un atentado. Tú que conoces con profundidad los entresijos del poder, sabrás algo...no tienes porqué contestarme.

-No, no, no te preocupes. Es complicado. No se hallaron huellas en la pistola, no sé, es todo sospechoso. Ella tenía un juicio por corrupción en unas semanas. Resulta tan absurdo...

-Entiendo, la verdad es que vivimos momentos de paradojas. Acontecimientos complejos y otros tan burdos. En cualquier caso, pasa por favor. Llevamos ya un rato aquí en medio del zaguán.

-No me importa Domingo, huele a hierba buena, me quedaría aquí todo el tiempo del mundo. 

-¡Jaja! Vamos a la cocina y te preparo una infusión de menta poleo. 

Los hombres se sentaron en una sillas altas, mirando al frondoso jardín de hierbas aromáticas. Por la enorme ventana se insinuaban los aromas del orégano, el romero y la alhucema. La luz, que con trabajo iluminaba el paisaje, dejaba por doquier hermosos haces entre las oscuras nubes. Remigio disfrutó de ese panorama de paz y ozono. Atmósfera que precede a una tormenta de septiembre. Mientras tanto, Domingo aprovechó el silencio para dedicar un momento de reflexión a las humeantes tazas. Se perdió en la bruma de partículas de vapor, y quiso explicar el extraño comportamiento de las gotas de agua que no podían ascender y perderse por el amplio vacío de la cocina. Se preguntó si la carga eléctrica era la responsable de ese fenómeno. Después volvió sobre sí mismo.  Se alegraba de tener en casa a Remigio. Tuvo que hacer un esfuerzo para establecer un guión y preguntarle por su familia y repasar todos esos asuntos necesarios para poder despejarlos rápidamente y dedicarse luego a tratar asuntos más importantes para él. Remigio no percibió la alfombra comunicativa que su amigo le estaba preparando. Le daba exactamente igual todo. Quería un poco de esa magia y encanto que su espléndido amigo le iba a entregar en breve. 

Cuando se terminaron los brebajes, se miraron el uno al otro con complicidad. Habían sido compañeros en tiempos de universidad. Lo habían compartido todo. Sin necesidad de hablar salieron a fuera a recoger la ropa tendida. Era sábado y la señora de la limpieza no iba a rescatar la limpia colada de la amenazante tromba que iba a desatarse en unos momentos. De hecho, Domingo le había dado vacaciones y no aparecía por allí desde hacía semanas. Recogieron las prendas con parsimonia, disfrutando del entorno silenciado por los truenos. La gente parece desaparecer en días de lluvia, cosa que hace a la ciudad algo más serena lo acostumbrado. Incluso los bulliciosos insectívoros que visitaban el bello vergel se habían quedado mudos. Sólo vencejos y aviones planeaban insensibles a la incipiente tormenta. Como Domingo se hizo cargo de la cesta de la ropa, Remigio aprovechó para picar de aquí y allá algunas uvas y zarzamoras que colgaban en setos y también de las pérgolas mientras retornaban al interior del hogar.

Tras la relajante actividad se dirigieron a un salón con chimenea. El lugar tenía preciosos sillones de cuero oscuro, con una mesa que era al mismo tiempo un tablero de ajedrez, construido al estilo granadino. De las paredes colgaban un par de cuadros expresionistas ejecutados por otro viejo amigo, Virgilio. Se sentaron el uno frente al otro con visible satisfacción. Remigio intuyó la suave voz de la música en otra habitación, ésa en la que Domingo pasa mucho tiempo. No dijo nada. Simplemente registró cómo se estaba colando a través de las paredes, mientras se ajustaba la pistolera de una pequeña Star modelo Fire de 9 milímetros, que llevaba escondida en la pantorrilla derecha. Al agachar la cabeza hacia adelante, pudo leer los lomos de varios de los libros que estaban sobre la mesa-tablero. Había trabajos de Benedicto Espinosa, Stefan Zweig y otro de Douglas Murray. Su gesto hizo a Domingo notarse naturalmente seguro, percibió el significado de estar vinculado a un amigo militarizado. -Son los hombres de armas los que construyen la paz. -Se dijo a sí mismo. El difunto padre de Domingo había sido policía, lo cual daba a Remigio una aureola de poder y autoridad muy patriarcal y reconfortante. Tras los gestos y movimientos de orientación, aquél acogedor lugar detonó en ambos el deseo de jugar una partida de ajedrez. Mientras colocaban las piezas, sonó el teléfono. Era Virgilio, avisando de que estaba en camino. Domingo comentó con placer; -nos da tiempo a acabar la partida antes de que llegue. El otro asintió con exagerada tensión de los risorios y orbiculares, prácticamente llegando a cerrar los ojos. 

Virgilio llegó mojado y partiéndose de risa. Se reía de sí mismo, viéndose ridículo ante el poder del aguacero. Abrazó a sus amigos, acabando el recibimiento con un empapamiento y contagio general de su cachonda actitud. Los tres se dirigieron a la cocina para sustraer del congelador las cervezas y algunas viandas livianas para animar la charla. Volvieron al salón de nuevo, donde cada uno ocupó su lugar en el sillón que le correspondía. Los tres se pusieron al día de manera animada. Virgilio les contó que venía de la India con muchas ideas para nuevos trabajos pictóricos y esperaba entregar también a Domingo muchas anécdotas y experiencias que pudieran excitar su ya creativa imaginación. Rieron a carcajadas y dejándose llevar por el grandullón de Virgilio, tan dado a lo espontáneo y lo erótico, cosa que contrastaba mucho con los otros dos, que eran algo más reservados y reflexivos. Formaban un buen conjunto en realidad. Tras animarse con las primeras cervezas se fueron al rincón de la música y cada uno cogió su instrumento. Después de afinar y ajustar los altavoces empezaron a tocar algunas canciones que habían compuesto para así calentar. Se notaron algo descoordinados, pero era normal. No se habían visto desde hacía más de un mes. Virgilio era el cantante y guitarrista, mientras que Remigio era el batería y Domingo el bajista. Se inspiraban en Triana, Medina Azahara, sin despreciar a Derbi Motoreta´s y otros referentes más contemporáneos. Cuando ya estaban en su momento álgido, decidieron parar para preparar algo más contundente que unas meras aceitunas. Ya era hora del almuerzo. Volvieron a la cocina y automáticamente dividieron el trabajo. Uno sacaba latas de melva canutera y otro cortaba boniatos para ponerlos después al horno. El tercero hacía una ensalada y un sofrito. No hablaron mucho mientras preparaban todo, porque estaban cavilando sobre la sesión y cómo la habían encajado. Almorzaron allí mismo, continuando con unos finos y manzanillas la ya iniciada trayectoria alcohólica. Cuando estaban a las alturas de saborear un palo cortao, alguien llamó al timbre. Se podía notar el repiqueteo más suave de la lluvia, tras horas de mayor intensidad. Los tres se quedaron algo perplejos. No esperaban a nadie.

Domingo se dirigió a la entrada. Unos truenos lejanos se dejaron oír justo antes de abrir la puerta. Para su sorpresa había dos hombres, uno con bigote y otro con perilla frente a él. Llevaban sombreros de bombín y paraguas. Vestían de negro. Lo miraban con una expresión mezcla entre lo sombrío y lo hierático, es decir; eran en ese momento inescrutables. El de la perilla llevaba un monóculo en su ojo izquierdo. El hombre de la izquierda, que llevaba bigote, dijo que si podían pasar, hablando en alemán con acento austríaco. Sin saber porqué, Domingo no pudo evitar que entraran en la casa. Dejaron las chaquetas en el perchero como si conocieran el lugar y se fueron tranquilamente hacia la cocina. Domingo los siguió como hipnotizado. El silencio que precedió a la llegada de los dos extraños a la cocina, alertó a Virgilio y a Remigio. Éste último tuvo un suave ademán para colocar su mano izquierda cerca de la Star. Ambos estaban tras una mesa que ocupaba el centro de la cocina y no era posible ver el movimiento de Remigio.

Cuando Domingo se situó dándole la espalda a la ventana y reposando sobre el fregadero, el hombre del monóculo empezó a hablar. No hubo presentaciones, ni más preámbulos. 

-Las cosas están cambiando. Están cambiando radicalmente. Cambian demasiado deprisa. El régimen de vida se está desvirtuando y el mundo ya no es lo que era. Los pilares de nuestra existencia se han desplomado y ahora hay que vivir entre escombros de lo que antes fue una civilización. Es cierto que la historia humana es más circular que rectilínea y ya hemos vivido periodos semejantes. Ahora contamos con algo nuevo. El hombre dejó que el del bigote continuara.

-La tecnología, la ciencia han cambiado el devenir de la historia humana. No sabemos en qué dirección vamos a continuar. Siempre hemos dado vueltas, como las damos alrededor del sol. Siempre ha sido así. Ahora estamos ante un gran interrogante. No sabemos si los ciborgs irrumpirán alterando la consciencia humana o si caeremos en un tórpido pero inevitable precipicio de vicios y comportamientos aberrantes. Es verdad que la guerra trae inventos y oportunidades. No sólo mata a millones de personas. Pero la guerra a la que nos vamos a enfrentar a partir de ahora, aniquilará a la gente sin matarla. Sin sustraerles de sus cuerpos. Sin arrebatarles sus mentes del todo. Ahora le tocó el turno al del monóculo.

-Exacto. A partir de ahora sufriremos millones de bajas sin realmente llevar nadie al cementerio. Se convertirán en inútiles maquiníes sin alma, marionetas dispuestas a entregar sus cuerpos y sus pensamientos al capricho de una moda dictada por la destructividad más agresiva. La gente alterará y modificará sus cuerpos como si alterasen la decoración de sus casas. Destruirán su actividad mental y sus costumbres con rituales y acciones suicidas, como abandonar la familia como unidad nuclear de la sociedad. Estamos al principio de ésta crisis. No hemos venido motivados por la nostalgia del mundo que se fue, sino para advertiros de la clase de mundo que va a venir. Los dos hombres dieron media vuelta mientras se volvían a colocar los sombreros y se marcharon bajo la lluvia sin decir adiós. 

Cuando la sangre volvió al brazo de Remigio, pudo percatarse de que efectivamente la Star no estaba cargada. No hubiera servido de mucho desenfundarla. Los tres se miraron con preocupación. Tímidamente Virgilio le preguntó a Domingo si podría traducir el discurso de los alienígenas. -Creo que sonaba a alemán dijo, para animar a Domingo a que intentara resumir lo que habían dicho. Tras realizar la tarea y dejar que los dos amigos procesaran la información, se percataron que había una persona en la entrada de la cocina. No salieron de su asombro cuando efectivamente, otra extraña criatura había aparecido, aunque ésta vez se materializó directamente desde la nada. Se miraron los tres con ojos como platos como para estar seguros de que aquello estaba sucediendo. 

Era como un hombre disfrazado con bastante mal gusto. Iba como si fuera una mujer, o algo incluso más horrendo. El travesti comenzó a hablar con su voz impostada. Cuando terminó su alocución se quitó la peluca y la lanzó hacia atrás furiosamente. Todo fue un espectáculo medio entendido, dado que el alien hablaba como un neoyorkino. Al final se dio media vuelta y se marchó. En ésta ocasión decidieron dejar la traducción a Virgilio, que acababa de venir de la India. Tras una discusión de varios minutos en voz baja con la asistencia del palo cortao, retornaron al salón para seguir tocando. Luces de relámpagos iluminaban de forma ominosa y repentina la habitación. Trabajaron muy concentrados y ensimismados. No hubo bromas ni cachondeo, como suele suceder en sus encuentros musicales. Cuando acabaron, era tarde y estaba oscuro. Dejaron los instrumentos muy despacio, sin hacer ningún ruido. Ahora que la burbuja de música se había roto, tenían miedo de que algo volviera a irrumpir en la casa. En esos minutos de silencio, la sinuosa llamada de la musiquilla de la habitación secreta se hizo notar. 

Por primera vez Domingo decidió invitar a sus amigos a ese espacio tan personal. Pero antes les instó a que se pertrecharan bien de bebidas y comida. Se metieron a toda prisa en aquél lugar esperando no ser perturbados. Querían aislarse para poder aclarar sus ideas y definitivamente sacudir de sus mentes todas las dudas que los estaban acechando por momentos. Afuera seguía tronando. La lluvia era tan fina que empezó a formar una bruma a la altura del suelo. No hacía nada de frío.



 

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