miércoles, febrero 01, 2023

Momentos de Machirulos


Aprovecharon que Antxo venía hoy de Bilbao para estar juntos sin la presencia de hembras y recibir al anfitrión como debe ser. Era viernes y cogieron a las matriarcas descuidadas. Goyo sabía que durante el primer día lo mejor era agasajar al amigo del norte con la compañía de varios íncubos autóctonos para también planear las actividades del sábado. Los había reunido en casa con mucha ilusión. Estos encuentros eran cada vez menos frecuentes, y por tanto, generaban mayor delectación. La mujer de Goyo se había ido a un congreso a Madrid. Se coordinaron a la perfección para ignorarse el uno al otro durante un enjundioso fin de semana.


En el ambiente del piso de Sotogrande, dominaba el selvático verdor de las plantas decorativas que casaban maravillosamente con la paleta de colores de los papeles pintados, y los cuadros imitando a relieves renacentistas, naturalezas muertas y cornucopias. Tras actualizarse sobre las actividades laborales de cada uno de los presentes y de paso tomarse un vermut, pasaron a la terraza para almorzar. Era un piso bajo, dando el salón a una terraza sin muros, para poder disfrutar así de toda la belleza de un barrio atravesado por canales y poblado de embarcaciones deportivas. La música brotaba sutilmente de un diminuto altavoz. Eran los estudios Op. diez de Frederick Chopin, gestados en Varsovia a partir de 1892.


Fue un largo y pausado ágape para el grupo de varones en edad provecta.  La atmósfera estaba dominada por el aroma de los espárragos silvestres y los boletus aereus traidos por Anacleto directamente de los campos aledaños, frecuentada por el gustoso y largo contacto orofacial con una manzanilla en rama Solear de Barbadillo. Imperceptiblemente JJ y Goyo se fueron introduciendo en una discusión sobre asuntos de actualidad política, para acabar enzarzándose una vez más en esa clase de pelea dialéctica, la de las dos Españas, en la que se habla tanto que al final solo se escucha un barullo de voces broncas, y de la cual rebosa mucha testosterona. Al menos no hay víctimas, ni heridos, solo un leve tedio que se disipa conforme avanza el nivel etílíco en el cerebro. Estaban llegando al clímax de la lucha de clases cuando el viejo e incorruptible rojo de JJ derrochaba argumentos en pro del inocuo efecto de la masiva inmigración a Europa por parte de subsaharianos y otras huestes.


-...En Alemania, un país mucho más avanzado que el nuestro, hay quince millones de turcos, sí. ¡Quince millones de turcos! -Goyo estaba ya cansado de los interminables embites sociolistos, y ya pacientemente esperaba vencer al contrario por agotamiento. Solo escuchaba, manteniendo una cada vez más precaria facies hierática. Los otros dos que formaban parte del cuarteto, hastiados y con la mirada en el infinito se entregaron a un cada vez más enconado abuso del vino, como si fuese el fin del mundo. Hacía una tarde estupenda de Enero, y continuaron todavía en la terraza con copazos, bajo un tenue pero generoso sol invernal. No hacía ni gota de viento. Las fragancias del romero, la hierbabuena y la salvias que amenizaban el pequeño jardín de plantas aromáticas, mezcladas con el fondo salino, permanecían indefinidamente flotando en el ambiente, calmando así los ánimos y saneando las almas.


-No se puede comparar esa cantidad de inmigrantes con la que tenemos nosotros en nuestro país. Solo de sirios, en Alemania debe haber unos dos millones. Nosotros no tenemos más de veinticincomil sirios empadronados, aseveró JJ en su última y decisiva puntilla a la ya mortecina tertulia. -En un acto inconsciente de desesperación, o un lapsus linguae, el tercer amigo, Anacleto, sintió que un magma amorfo brotaba de su boca de forma incontrolada-.


-Kiyo, po en Sevilla hay muchos sirios en Semana Santa. -Hubo risas y después más ginebra, aunque se percibió que las gafas de Antxo se llenaron de vaho, revelando cierta confusión-


Gracias a la providencia, por fín se bajó el telón y se rindieron a los generosos abrazos de Morfeo allí mismo, sobre el mullido y limpio césped que daba al muelle privado. Las sombras de los mástiles eran ya muy alargadas cuando sus turbias consciencias salieron súbitamente a flote. Dios les devolvió el juicio con la ayuda de los ladridos de un chiuaua que acompañaba a una guiri ligera de ropa y que pasó por delante de los cuatro hombres escorados. Gracias a ello pudieron reanudar la marcha despacito, calentando los motores con un jamón setenta y cinco por ciento bellota y veinticinco mangalica. Para llevar a cabo dichos trabajos, fue propicio desplazarse a la cocina y poder catar también un El Veneno de Pepe Mendoza, inaugurando así la velada. Después darían cuenta de un Burdeos y de un Puglia porque todos estaban casados. Permítame que me explique. Goyo, el más avezado en el planeta de los vinos, asegura que visto que uno no puede ser promiscuo con las mujeres, al menos con el vino sí que se puede. No tiene sentido aceptar con resignación el tedio de beber siempre Rioja o Ribera del Duero, cuando hay tantas mujeres, perdón, vinos que probar. El muy granuja había encontrado su manera de doblegar las reglas o quizás jugar con otra baraja y así prolongar un poco más, la capacidad de sorprenderse, de estar vivo. No sabemos si tuvo que vender su alma al Maligno para poder continuar ad libitum su derrota en busca del néctar sagrado. El caso es que a sus cincuenta y dos años, parecía más vivaz que un crío chico.


Como se habían quedado algo tiesos en la terraza, se dispusieron ante el jamón de pie, como cuatro brujas alrededor de su caldero. Así podrían animarse mucho más y dejar atrás la rigidez muscular propia de la edad y de la siestecilla. Goyo cortaba y los convidados tenían que esforzarse en no desanimarlo, aligerando el plato constantemente. Al contemplar los restos mortales del gorrino de forma tan intensa, Goyo fue alcanzado por una epifanía.


-¡Qué sensación tan buena es cuando estás cortando el jamón con la pezuña hacia arriba! Parece que nunca se va a acabar. Sin embargo, todos los que estamos aquí, ya le hemos tenido que dar la vuelta. Y ahora cada vez que le metes mano, encuentras hueso a cada paso. Antxo, que era pescador profesional, se le quedó mirando perplejo sin decir palabra. No sabemos si entendió la alusión estilo Valdés Leal a la finitud del ciclo vital humano.


Estas disquisiciones existenciales sobre las postrimerías de la vida, dieron paso a reflexionar profundamente sobre las desgracias y torpezas de la juventud, momentos en los que hay jamón por doquier, pero no sabe uno por donde meter mano. Traducido al lenguaje académico, el maestro de ceremonias se entregó a la difícil tarea de exponer errores producto de la precocidad y de los absurdos juegos a los que nos somete la corteza límbica cuando más deberíamos de ir sosegados por la vida. Tal deriva filosófica tenía su explicación, puesto que tras toparse con la idea de la muerte, lo mejor es reírse de uno mismo.


-¡Qué tiempos aquellos! Mejor que no vuelvan nunca. A veces me vienen recuerdos que me dan náuseas. No lo entiendo. -Mientras tanto, los demás asentían con la cabeza, dando pábulo a que Goyo siguiera hablando y cortando más jamón- Me podía despertar en casa de alguien y no acordarme de absolutamente nada de lo que había pasado la noche anterior. En una ocasión me di cuenta que estaba acostado al lado de una mujer indescriptible. Un troll al lado de ella parecería una belleza parisina. Después de salir de allí lo más aprisa que pude con una resaca del quince, tardé lo más grande en encontrar el maldito coche. ¿Cómo podemos ser así? -todos se troncharon de risa, recordando en secreto los líos y demenciales entuertos en los que cada uno se había metido en sus años mozos-


-Pues, puestos a perderse, deja que te cuente lo que me pasó hace poco en un centro comercial -intervino Anacleto, desviando significativamente la temática tertuliana, mientras se calzaba un par de lonchas de jamón y un trago de vino- Me tuvo que llevar el guarda de seguridad con su moto por las distintas plantas del aparcamiento hasta finalmente dar con el vehículo. Pero claro, yo ya había dado por perdido el coche y había llamado en seguida a mi mujer para advertirle, de modo que cuando lo encontramos, tuve que soportar las risas de los guardas y más tarde la tortura de la máquina de regañar. Sí, la máquina de regañar se puso en marcha al llegar a casa. Que si le había dado un susto enorme, que si esto y lo otro...menudo día pasé.


-¡La máquina de regañar! ¡qué bueno, jajajaja! -JJ a estas alturas se retorcía de dolor y placer al mismo tiempo. Anacleto era un hombre tan escaso de estatura como de autoconfianza y por ambos motivos había declarado entrega sumisa a la femiviolencia de género al casarse, o eso creía JJ. Porque la femiviolencia de género es tan natural como la luz del día, y él tampoco estaba libre de la misma. Era un varón, es decir un incauto, de modo que la vida le había reservado a él la misma cantidad de abuso femenino que al otro, solo que JJ se divertía al contemplar la desgracia de Anacleto, el muy descastado.


Ya eran las diez y media, y la dueña de Anacleto lo llamó para reclamar su dominio total sobre su alma. El yugo hembrístico se dejó caer sobre los hombros de todos menos de Antxo, que estaba de visita. A JJ se le pusieron los vellos como escarpias, recordando que la suya estaría ahora mismo mirando el reloj y preguntándose por dónde andaría ese payaso de circo.


-Bueno, parece que es hora de irse -dijo nerviosamente Anacleto, a lo que Goyo contestó jocosamente-


-¡Jajaja!, la máquina de regañar se ha puesto en marcha


-Hijo puta eres, bueno me tengo que ir tíos -JJ aprovechó el momento y dijo que también se iba-


-Yo también me voy compañeros, que ya es hora -Antxo no comprendía la partida inminente de los autóctonos-


-¿JJ tú también te vas?


-Si Antxo, mi mujer tiene las manos bastante grandes. De hecho si junto mi palma contra la suya, me saca una falange, así que imagínate las hostias que puede dar -dijo JJ pensando que así le echaba un capote a Anacleto, revelando de esa manera su servidumbre al poder hembrístico.


-¡Jajajaja, hijo puta...bueno cabrones, iros ya que si no va a haber guantazos esta noche -Antxo zanjó la cuestión con un brindis de despedida alrededor de la pata de jamón, como Dios manda- ¡Mañana nos vemos aquí para salir a pescar y luego el arroz! ¡Venga venga Agur!

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