sábado, febrero 04, 2023

El Sentido Sinsentido de los Sentimientos


La melancólica voz negra de Sarah Vaughan lo envolvía como una cortina de lluvia de otoño, protegiéndolo del más allá de su casa, y de la existencia del resto de los mortales. Desde pequeño se había dejado llevar por el embrujo de los diccionarios. Son libros que catapultan al lector curioso de palabra en palabra, de idea en idea, hacia conceptos y reflexiones indescriptibles y sobre todo inacabables. De ese modo había aprendido a navegar por la magia de las letras cuando el resto de su vida naufragaba bajo las inclemencias del caos familiar y el desarraigo propio de los arrabales de la ciudad. Las palabras tenían el poder bíblico de paralizar las fuerzas naturales que aplastan a los incautos y a los privados de alma, dejando pasar a nuestro protagonista a través de los fondos marinos del mar Rojo a la sombra de ominosas columnas de negras y amargas aguas. 

Su triunfo prometeico sobre su destino como mortal, le llevó alumbrado y valiente por doquier, sobre todo después de haberse liberado de sí mismo, cual lepidóptero abandonando su propia crisálida. Pero siempre sintió su anclaje imperecedero al solar donde brotó su vida, y por tanto acabó después de muchos años retornando a ese lugar, fiel a esa impronta a la que obedecen salmones y criaturas de todos los confines del orbe. 

Ahora en sus años provectos se detiene algunos sábados para retomar el viejo vicio y virtud de escrutar significados y palabras, ésta vez para engarzar un guión de un relato o para construir una imagen con sus plumas y lapiceros. Tiene alas para volar pero las guarda en el hangar del olvido, y conforme pasan los años, siente y resiente la esencia de su ser, que quedó lastrado en su estado larvario. Su indefensión se prolonga y proyecta hacia delante, por mil vueltas que la tierra le pueda dar al sol, así como él, fiel a su naturaleza de insecto nocturno, gire alrededor de un farol de ilusiones, a sabiendas que las postrimerías de su existencia le auguran un exitus infernal. 

Esta noche trataba de poner en pie una historia sobre un escritor maldito, siguiendo a la zaga de sus admirados artistas, cuyos trabajos adornaban todo el escritorio y poblaban su mente con sus geniales observaciones sobre la naturaleza humana. Sorbiendo de su taza de té verde, se vio a si mismo de pronto, como si pudiese contemplarse como un tercero; alguien ajeno y sujeto a su ojo omnisciente. Pudo advertir que su alma desnuda sentía una profunda vergüenza que ansiaba aplacar entregando cuanto antes una moneda a Caronte y saltando al fin hacia el inframundo. Esa necesidad siempre había estado presente, pero ahora se presentaba con sosiego y reclamando cada vez más convicción y dominio de la psique.

Envenenado por el desafecto de su padre, la locura de su madre y la ceguera emocional adquirida en el nido de sendas almas se pregunta ahora, qué papel interpreta hoy, pero encuentra que no desea ser ni actor ni audiencia, sino más bien ceniza o barro para alumbrar a otra alma que quiera existir. Examina el fondo de su inconsciente, y encuentra las sombras de sus progenitores, calcinadas por pretender emborracharse con el néctar del amor incondicional, ese brebaje mágico que pasa de forma impredecible de ser cura a tornarse tóxico. Y certifica con ello que anduvo todo el tiempo ciego y sordo y mudo, y que prosiguió atolondrado, cayendo, tropezando y volviendo a levantarse una y otra vez, hasta que encontró una mujer que lo amó. 

La mujer lo quiso tanto como a los padres de ella, y los padres de ella lo quisieron como un convidado de piedra. Ese no existir demandado por los suegros corrompió el amor a pesar de la tenacidad de ambos por quererse. Ahora no parece importar tanto, algunas heridas se curan y otras, se cierran a duras penas, pero se cierran de alguna manera. Eso es lo que todos le dicen para animarlo. Y de hecho, dado que de su nido matrimonial brotaron dos maravillosos ángeles de los que gozan padre y madre, -¿de qué puede uno quejarse? -se pregunta- pero después de pasar a un segundo plano viendo como sus angelicales almas han ido ascendiendo hacia la perfección y en su rectilíneo camino se aproximan ya a la juventud más virtuosa, él mismo se ve agonizando sin poder remediarlo. ¿Qué clase de corrosión acaba con el amor, la propia o la ajena? ¡Qué sinsentido!

-¿Qué significado puede tener la vida sino una oportunidad para seguir medrando? ¿Seré un desagradecido por no haber materializado mi sueño de amar con libertad, perdiendo de vista que en realidad he vivido? ¿Estaré repitiendo el desamor de mis padres y precipitándome a un inmerecido limbo moral? -Se preguntaba todo ello y más, mientras seguía diseccionando su propia alma, como si de un occiso se tratase. 

-Dale otra oportunidad  -dijo otro Yo, o quizás otra parte del Yo, algo remota y huidiza. Tras escuchar esa otra manifestación de sí mismo, abandonó su cuaderno y se dirigió hacia las hojas de grano medio, hechas con fibra de algodón, con las que normalmente construía previsibles mundos en blanco y negro. Con algunas dudas se dispuso a proyectar un paisaje imaginario donde dejar vagar su alma durante la noche hasta cuando el temple de su mano lo permitiese.    

1 comentario:

Paul Winterwind dijo...

https://open.spotify.com/track/43LHNl8pc86C2oK6P52RxW?si=A8poctXCQKO-JHe-yNoryg