Salió del cuartelillo hacia ninguna parte porque tenía el día libre. No conocía Zafarraya ni sus alrededores. Aunque era de Sevilla, había estado sirviendo en muchos pueblos a pesar de su corta edad. No quería echar raíces. Estaba como perdido. Quizás no sabía lo que quería. Tenía más preguntas que respuestas. Era un hombre joven y soltero, con dudas sobre su propio devenir.
Cuando se retiró lo bastante del pueblo, se sintió suficientemente
ensimismado como para olvidar todos los asuntos cotidianos. Poco a poco se dio
cuenta que dirigía su paso hacia la elevación montañosa más cercana. Quiso
fijar su vista en ello. Absorber los detalles y darse cuenta de los millones de
veces que la Tierra habría circundado el astro Rey para acabar tallando
semejante drama pétreo. Deseó que su carne se transformara en otra clase de
materia que pudiera sobrevivir la lenta pero inevitable falla de sus órganos y
células. Así, presenciando día tras día los ínfimos cambios que suceden en todo
momento, podría entender mejor cómo emergen los montes o porqué se hunden en el
mar. Fijándose en las fracturas y emergencias de las rocas sedimentarias, se
sintió él mismo, frágil y quebradizo. Percibió su existencia como el brillo
fugaz de un diminuto meteorito que a la par que se muestra digno de nuestra
atención, se desintegra mientras intenta abrazar el planeta. Su ansia, le hizo
buscar a alguien que lo calmara, que le afirmara al suelo, que lo clavara a la
tierra para que no se esfumara o desvaneciera sin dejar señal. Se apresuró por
el camino hacia el monte. Entre los árboles vio a un hombre alrededor de unas
ovejas. Llevaba boina y tenía un gran mostacho gris por bigote. Estaba apoyado
en un bastón de roble, con sus poderosas manos. Su mentón descansaba en el
dorso de las mismas. Estaba vigilando a sus animales. No se inquietó al ver al
joven aproximarse, como tampoco lo hizo el mastín que reposaba a su lado. Quiso
darle algo más que un saludo. Fijó su vista en los ojos del hombre moreno, pero
no encontró respuesta. Esperaba la revelación de un secreto, pero en lugar de
eso, encontró un alma transparente, quizás todavía sin consciencia de sí misma.
Las arrugas y cicatrices del hombre no eran las puertas, ni los quicios del
saber. Su noble frente y rotunda pose no destilarían más que algún silbido de
pastor, canciones y algún amor prohibido. El guardia civil se alejó con una
sonrisa de agradecimiento, sin haber intercambiado una sola palabra con él.
Luego agachó la cabeza y se sintió más solo aún, teniendo que soportar su
propia levedad y la del pastor.
Ahora el calor hostigaba a los vivos y a todo lo que asomara
bajo el sol. Un leve viento hizo que algunas retamas lo saludaran al llegar a
un rececho. Allí quedó, y se giró sobre sí mismo, para ahora examinar con cuidado
el trazado ordenado de Zafarraya desde lo alto. Pensó en los antepasados que
poblaron aquellos lugares. Trató de imaginar cómo cuidarían de su entorno, de
sus animales, de cómo adorarían al Sol y a la Luna. Esto le dio fuerzas para
continuar ascendiendo y adentrarse más por el monte escarpado. Siguió haciendo
un semicírculo suave con el que alcanzar la zona más alta de la sierra, para
después encontrar con gran sorpresa una cueva de gran belleza. La entrada
parecía una hendidura enorme realizada por un titán furioso. En su interior
tomó refugio y decidió quedarse dormido, tan cansado estaba por el calor y la
caminata. La caverna le proporcionó tal sensación de paz que sintióse en el
mismo vientre de la madre tierra. Allí pudo encontrar el refugio que
necesitaba, y su ansia se disipó entre la niebla de los sueños. En las
tinieblas de su mente alcanzó a observar a los primigenios señores de los
montes y valles. Cazó con ellos y pudo al fin atisbar su comprensión del origen
de nuestras costumbres, y el temor a la muerte. Los avatares, la historia y la
final desaparición de todos esos hombres había dejado una leve huella en el
interior de la montaña, con la que el joven pudo conectar. Se despertó muy
temprano al día siguiente, muy repuesto y con más ganas de vivir. Volvió al pueblo sin esfuerzo, como nuevo.
Había un nuevo horizonte para él.
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