jueves, mayo 12, 2022

Humor Vítreo

Rodríguez volvía de patrulla cuando decidió acercarse un momento por la zona de embarque. Los de Control de Acceso a Puerto le dieron el visto bueno con un parpadeo rápido, y le abrieron la primera compuerta de descompresión, donde tuvo que estar unos minutos hasta que la cámara se llenase de aire. Así le dio tiempo a comprobar sus mensajes y contestar a alguno de ellos. Al salir de la zona de seguridad, ahora con la cabina abierta y respirando aire-ambiente, dio la casualidad que vio a otro patrullero con código AND1970JUL, que identificaba a su compañero Maíllo. Hizo un rápido giro con el dron y avistó a Maíllo teniendo una conversación acalorada con un alienígena en el pantalán de espera. No lo dudó un instante. Hizo una toma agresiva y saltó del dron como un leopardo, dirigiéndose al alienígena. Al parecer no quería entregar documentación alguna. Maíllo le repetía que como policía portuario estaba obligado a hacer comprobaciones de la documentación de todos los transportistas que llegaban a Ganímedes, luna de Júpiter, y él, por ser alienígena del Planeta Islam351 no se iba a librar de ello. El individuo en cuestión estaba gesticulando y moviendo espasmódicamente sus palpos de un lado a otro. En uno de ellos parecía tener un objeto desconocido, y Maíllo dio un brinco del susto, tras lo que le zampó una patada a dicho palpo. El objeto saltó por los aires sin causar daños a nadie. Rodríguez se lanzó agarrando al alienígena, en caso de que quisiera agredir al compañero. Después de sujetarlo un instante, el alien empezó a dar como unos estertores y cayó al suelo con los tres ojos blancos. Tras esto, y ya en el suelo, ambos tuvieron que ser testigos de una especie de Baile de San Vito, al estilo  Islam351. Maíllo y Rodríguez estaban acostumbrados a las histerias y ataques de pánico fingidos por los aliens, con objeto de evitar chequeos y comprobaciones.

Ambos se quedaron ahí, mirando la payasada del alien, hasta que se calmó. Después se levantó, se aseguraron que estaba ileso y lo acompañaron hasta la nave y su carga. Después, entraron en ella, la registraron, comprobaron la documentación, y tras amonestarlo por algunas imprecisiones en el papeleo sobre el cargo que llevaba lo dejaron ir. El individuo no quiso hacer ninguna denuncia, ni puso mayores obstáculos. Parece que los del Planeta Islam351 se ponen muy nerviosos cuando vienen de transportistas. Es normal, somos muy parecidos en algunas cosas y en otras no lo somos.

Los compañeros y también amigos, se relajaron después, al final de la jornada en la cafetería El Embajador, comentando sobre la incidencia mientras bebían unas Cruzcampos Galácticas, de esas que se fabrican con tanto mimo, para los trabajadores espaciales. Degustando las Cruzcampos a toda velocidad (porque hay que beberlas muy rápido mientras están con punto azul), se aseguraron que el protocolo había sido correcto y que habían hecho bien su cometido. Después se volvieron cada uno a su cubículo en el barrio residencial. Rodríguez soñó con su pronto retorno a casa, que se llevaría a cabo en sólo en unas semanas, aunque posteriormente la singladura entre Júpiter y La Tierra durase varios meses. En Ganímedes no se podía residir mucho tiempo, debido a las fuertes mareas gravitatorias que alteraban la biología humana de forma letal. Todos los residentes debían de marchar como mínimo a Marte, cada cuatro meses, y permanecer en dicho planeta realizando labores alternativas durante al menos cuatro meses también, si querían retornar y poder exponerse de nuevo, a los excesos que supone vivir cerca de un gigante como Júpiter. Rodríguez ya había repetido dicho ejercicio varias veces, las suficientes como para haber acumulado un gran caudal de Soles (así se denominaba la moneda única que todo el mundo empezó a adoptar desde el siglo anterior). Eran Soles, por lo de su validez todo el Sistema Solar, y en Ganímedes se podían ganar muchísimos. Tenía ya suficiente para comprarse una finca con su casa de madera en Pelayo, un reducto humano rodeado de laurisilva y algabas, conocidos como el Bosque Niebla.

Al día siguiente, ambos fueron llamados por el Comisario del Puerto, a su despacho personal. Don Amalio, les echó una bronca enorme. Por lo visto, los de Control de Acceso a Puerto se habían estado divirtiendo con las peripecias del día anterior de los dos policías y luego habían compartido los vídeos grabados del incidente, los cuales habían acabado en manos de Don Amalio, por la mañana. -¿Qué clase de intervención hicisteis ayer, vamos a ver?- Dijo Don Amalio con un tono de desprecio bastante significativo. Los compañeros se miraron estupefactos. En primer lugar, el alien no denunció. En segundo lugar, los vídeos son confidenciales y nadie puede mirarlos sin que se haya abierto un proceso judicial. ¡No tenía sentido! Don Amalio siguió con su diatriba y concluyó su discurso altisonante, con una suspensión de empleo y sueldo para ambos hasta que se marcharan de Ganímedes. Se quedaron más helados que una luna de Saturno. Cabizbajos y pensativos se retiraron a sus aposentos. Pero Rodríguez decidió no quedarse ahí comiéndose el coco solamente. Volvió a salir con su nave y se dirigió ésta vez al hospital, a urgencias, para ser valorado por un oficial médico de inmediato. Para ello, antes tuvo que sobrevolar varios barrios residenciales de obreros, zonas industriales y mineras. El cielo oscuro y la inmensa bola de Júpiter, presenciaron silenciosos el sobrevolar minúsculo de su dron, que a falta de aire se propulsaba en las zonas exteriores con hidrógeno líquido. Cogió una baja y al día siguiente se las arregló para ver a una abogado. Fina había sido fiscal en La Tierra, pero aquí ganaba diez veces más Soles, así que está claro el motivo de su estancia en Ganímedes (igual que los demás). Rodríguez la conocía del colegio, de pequeños. Cuando hablaron del asunto, se dio cuenta que Don Amalio podía mover los hilos invisibles de las relaciones humanas, y hacer que cualquier ciudadano de Ganímedes, se comportarse como un mero lacayo, o mejor, un triste títere . Fina no se presentó tan amable como siempre, y se lo puso muy negro. Rodríguez quería volver a Andalucía tranquilo, conservando su puesto fijo de Policía Portuario de Primera Clase. No quería una mancha en su currículum. Se dio cuenta de la jugada y se marchó de nuevo con los hombros encogidos, ésta vez pensando en el Sindicato. Obtuvo al final un resultado parecido.

Los días se iban velozmente, no avanzaba nada, y Rodríguez no había nacido para estar cruzado de brazos esperando, ni menos todavía para estar de baja. Fue descendiendo por una inclinada pendiente hacia la angustia, para su propia sorpresa y sonrojo. Y sobre todo al ir averiguando cómo la densa red de influencias de Don Amalio en Ganímedes, estaba infiltrada por todos los colectivos que poblaban la luna. Ese hombre era vilipendiado y adorado al mismo tiempo. Lo fue comprobando al ir haciendo averiguaciones. Su Ego no tenía límites, y su forma de compensar ese desequilibrio psíquico era el dedicarse ocasionalmente a brindar una clase de dispensario con mucha demanda; el de regalar caviar para pobres. En otras palabras, podía dar prebendas para trabajar en Ganímedes a quién quisiera, y esa clase de favores era muy apreciada en la lejana Andalucía, madre de todas las corrupciones del mundo. Sin embargo, todo eso estaba muy bien. No era nada nuevo. Rodríguez era andaluz, sabía lo suficiente sobre la decadente sociedad tartésica para no gastar más esfuerzos en imaginar un mundo mejor, que nunca existió, ni existirá jamás. Aquí la cuestión era la siguiente; ¿Porqué Don Amalio había suspendido a dos mindunguis unos días antes de su vuelta a La Tierra? ¿Porqué se iba a arriesgar a realizar semejante acción saltándose todos los protocolos y reglas? No lo entendía. Faltaba una pieza clave. Tenía que encontrarla. Hora tras hora iba encontrándose peor. No podía dormir, sudaba constantemente. No paraba de mandar mensajes a su novia, que tendría que estar sufriendo allá en La Sierra Norte de Sevilla, siendo jefa de la primera Central Nuclear Subterránea de Europa. –La pobre- Se decía Rodríguez. –Estará pasando la mayoría del tiempo bajo cientos de metros de cemento armado, para soportar su vida sin mí, y yo aquí flotando en el medio del espacio, azotado por mareas de gravedad y encima acusado de abusos a un ciudadano extranjero-.  Cayó en la trampa de la ansiedad. Las píldoras que le prescribió el oficial médico lo dejaron noqueado, pero su mente empezó a desdoblarse. Había un Rodríguez nervioso y sedado, pero también había otro, uno más adusto y opaco, que seguía rumbo hacia el abismo de las preocupaciones y la sospecha.

Al fín, tuvo que ir a ver al psicólogo clínico. Ese hombre era perro viejo. Quizás, como un acto defensivo, antes de dirigirle la palabra, decidió por un momento permitirse el lujo de sentir su presencia, sin mirarlo de frente. Captó la sensación de que el tipo era más bien una sombra de psicólogo, o incluso un esperpento psicológico. Tenía un ojo mirando a Utrera, el cual era de un color grisáceoazulado,  a todo lo largo de la órbita visible de su oftalmo. Rodríguez se preguntó cómo el ojo del doctor tuvo que haber sido alterado. Carecía de esclerótica, y su humor vítreo estaba a la vista, con lo que creaba tal efecto que el ojo pareciera venir de un transplante de insecto a humano. También tenía una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda,  y que había dado al traste con su músculo masetero. Su tez y pelo oscuros, más las otras muescas biográficas, hacían de él un individuo ominoso, nada de empático. 

Rodríguez se lanzó al vacío y se lo contó todo. Tras mirarse el uno al otro durante un momento que pareció una eternidad, el psicólogo disparó –Rodríguez, no le des más vueltas. Don Amalio se va a jubilar pronto. Es inmensamente rico. Tan rico que se compró un asteroide para él solito, de modo que así podría estar gobernando Ganímedes sin marcharse muy lejos. Ahora es tiempo de cerrar el kiosko y está en un tira y afloja con Don Agustín, ese otro gran torero de Ganímedes. Lo que está pasando, es que eres parte del último entretenimiento de Don Amalio, la última oportunidad para seguir jugando con las vidas de otros y ganarle el pulso a Don Agustín, otro viejo Titán que busca pelea. Tu compañero Maíllo, es un protegido de Don Agustín, y por eso, Don Amalio os ha escogido para zarandear al viejo, nada más. Es solo un juego entre dos cascarrabias, créeme-. Rodríguez quedó absorto. Escuchó con atención la dulce prosodia que aquella extraña persona iba desplegando, como una música profunda y siniestra. Ahora, el hombre ya no le parecía tan intimidante. Es como si se hubiera indo transformado, conforme iba hablando. Parpadeó un par de veces, se aclaró la voz y volvió a dedicarle otra mirada intensa. De tanto mirarle, acabó viendo otra imagen completamente diferente. Una imagen grisazulada que jamás podría olvidar. Antes de marcharse, el hombre del ojo gris le dio una pastilla, también gris, envuelta en una caja de madera de encina y le dijo susurrándole; -Rodríguez, ¡echa la carne al suelo!-

Cuando despertó al día siguiente, se sintió fresco y con energía. Dado que el psicólogo le renovó la baja hasta el fin de su estancia en la luna, fue a tesorería y pidió que le dieran el sueldo y el finiquito del tirón. Acto seguido, envió los Soles a su novia en una criptovalija. Después, visitó a Fina y le solicitó que hiciera un testamento con unas últimas voluntades. Por último, y ya muy cansado, se dirigió al barrio comercial para hablar personalmente con un androide, su agente de seguros, y revisar las cláusulas que había firmado años atrás, cuando vino por vez primera a Júpiter.    

Por la noche, y ya exhausto, cogió el patrullero y esperó a que Don Amalio saliera del trabajo hacia la zona residencial Premium, donde viven los residentes VIP. Simuló un choque accidental entre drones. Previamente había ingerido la pastilla gris, la cual no dejaría traza alguna de su lúgubre acción bioquímica. Rodríguez era un piloto extraordinario y supo virar tan rápido y de tal forma que los vídeos del incidente sólo podrían achacar el choque a la imprudencia de Don Amalio. Cuando el forense acudió al siniestro, no pudo más que certificar la muerte súbita de Rodríguez tras parada cardiorespiratoria. En esas épocas ya no era necesario abrir el cadáver para hacer un examen postmortem, puesto que la tecnología de diagnóstico por imagen estaba a un nivel muy avanzado. Las resonancias practicadas no dieron pista de un origen traumático o de fallo orgánico alguno del deceso. De modo que Rodríguez murió sin poderse identificar otra causa que no fuera el propio choque con la nave de Don Amalio. Su novia cobró una enorme suma de dinero y Don Amalio acabó sus últimos días en Ganimedes sufriendo una gran vergüenza y humillación. Aunque todavía acongojados por la triste pérdida de Rodríguez, Don Agustín y Maíllo celebraron su victoria semanas después con grandes fastos, en la colonia española de Marte.

El psicólogo, que también se marchaba huyendo de las oleadas incesantes de Júpiter, se hizo cargo de custodiar los restos mortales del pobre diablo de Rodríguez. El tampoco volvería nunca más a la luna más grande de Júpiter, y la más rica en minerales raros de todo el  Sistema Solar. Así que, durante el lento retorno hacia la Tierra, pudo inyectarle un antídoto y hacerlo volver a la vida. Cuando Rodriguez salió del túnel de la muerte, y volvió en sí, pudo mirar de frente otra vez a la jeta del viejo y malogrado psicólogo. Comprobó con satisfacción cómo su ojo grisáceo brillaba como nunca.

2 comentarios:

Paul Winterwind dijo...

🙄 Francamente etereosexual. Divino.

Andalu dijo...

Grazias preziosa, es que la testosterona me puede...jejeje