sábado, mayo 07, 2022

Dolores y Placeres

Era viernes y estaba anormalmente cansada. Porque los viernes al final de la jornada una persona no puede sentirse cansada, sino más bien, llena de energía...tiene todo el finde por delante. Cabizbaja y pensativa se dirigió hacia la parada de autobús. Aunque hacía calor, una suave brisa marina levantó su falda y le refrescó la entrepierna. Iba incómoda porque llevaba un paquete indeseado. Un paciente le había prestado un libro, y otra paciente le había pasado un DVD. En ambos casos, le habían implorado que leyese y que viese esas obras, porque era muy importante. Tenía la cabeza llena de historias, problemas y un pequeño hueco para pensar sobre lo que podría hacer con su tiempo libre. ¿Debería de llenarlo otra vez con los deseos de los demás? No hay nada como llevarse más trabajo a casa.

Al llegar a la otra ciudad, se bajó atolondrada del autobús. Mareada por los cotilleos de las señoras de la limpieza que como ella, volvían de su centro de trabajo, respiró hondo al poner el pie en tierra firme. Cogió la vereda que le llevaba al centro de fisioterapia con más ilusión que hasta entonces. En su mente se dibujó el semblante del fisio que normalmente le trataba. Al llegar, reconoció las caras de los otros pacientes y vio a alguno nuevo. Esperó su turno y con cierta ilusión fue recibida por Juan, el cual le indicó amablemente el lugar donde empezarían el trabajo de hoy. Se dirigió a su cubículo y esperó allí a su fisio favorito. Él vino con sus prisas y sus divertidos comentarios que rápidamente le daban una estimación de cómo había pasado el día. Le colocó un aparato que emitía unas ondas de calor en la cadera y la dejó descansar allí en la camilla, mirando al techo. Al fin podía no pensar en nada. Esto dio lugar a su segunda y agradable inspiración profunda del día.

Al poco escuchó la llegada de una señora que venía en silla de ruedas ayudada por otra señora también anciana. Era una paciente conocida y detestable. La oyó quejarse y decirle a Juan que la fisioterapia no le sentaba bien, que no quería venir más, y que le dolía todo el cuerpo. Juan respondió lo mejor que pudo e inmediatamente se puso manos a la obra con ella. Sus quejas y reproches no pararon, a lo que Juan abordó como pudo. Ella tenía los ojos cerrados, y no puso resistencia al tener que escuchar tal diálogo. Momentáneamente y al cabo de unos minutos, Juan apareció por el cubículo para cambiar de máquina y susurrar una palabrota dirigida a la bruja del cubículo de al lado. Aunque su paz sólo había durado unos momentos, al menos Juan le arrancó una sonrisa. Seguía tumbada, recibiendo ahora ultrasonidos y de regalo, también una letanía de gemidos y quejas de la maldita vieja. 

Juan con cara de enfado, apareció una vez más como un rayo, le retiró la máquina y seguidamente le dijo que pasara a la sala de terapia para trabajar con la muñeca y el antebrazo. Cuando estaban ya ambos sentados el uno frente al otro, se sintió muy cómoda dejándose masajear y sentir un tremendo dolor terapéutico, del cual no dio muestras de queja alguna. En la zona más cercana de terapia había llegado un joven torero que tenía el antebrazo derecho cruzado por una enorme cicatriz. Un astado, le había apuñalado con uno de los pitones, dejando una marca indeleble. Otro terapeuta se dispuso a masajear el brazo del muchacho. Ella disimuló el interés, pero se dejó seducir por la actitud de aquél joven, la cual era diametralmente opuesta a la de la anciana quejosa. No expresaba dolor, sólo interés. Observaba el trabajo del fisio cuidadosamente, con expresión hierática. A juzgar por el dolor propio, se imaginó que él debería de estar en una posición todavía más quebradiza, sin embargo, el nulo reflejo en la cara o en el lenguaje del cuerpo del matador, podría parecer que era producto de un mero masaje relajante. Juan se percató de la dinámica y con discreción comentó: -ésta gente está hecha de otra pasta- a lo cual ella asintió muda con cara de cómplice. La dulce juventud y la sana actitud del paciente le ayudó a relajarse y distanciarse de los latigazos que recibía cuando Juan, con sus poderosos movimientos, doblaba su mano en una dirección y en la opuesta, para curar los magullados musculitos que ansiaban librarse del dolor a toda costa.

Antes de terminar la sesión tuvo que darle a la bicicleta un rato. Lo peor ya había pasado y el dolor intenso de los masajes se extinguió rápidamente. Ahora simplemente estaba cansada, y nada más. Se despidió agradecida de Juan, y también saludó al torero y a los demás pacientes con cierto grado de camaradería. Era agradable sentirse paciente, y gozar de los cuidados de otro. Aunque no era de su paladar, y no le apetecía mucho indagar sobre ello, podía intuir el valor que tenía su propia presencia en la vida de sus pacientes gracias a la experiencia que le brindaba ser una especie de agente doble (terapeuta y paciente a la vez). En realidad, ningún médico puede dejar de serlo cuando le toca ser paciente, sólo puede intentarlo. 

Enfiló el rumbo hacia la casa de su novio, sintiéndose más ligera, más ingenua y despreocupada. Una vez en el ascensor se quitó las bragas y las guardó en el bolso. Cuando el hombre le abrió la puerta, lo trató como si se hubiera transmutado de pronto en una especie de pastel de trufa. Lo vio allí plantado en calzoncillos y no pudo hacer otra cosa que abrazarlo y frotar su pubis contra los blandos genitales de su amigo para que intuyera lo poco que los separaba ya de lo inevitable. Todavía en la puerta, vibró el teléfono y se dio cuenta que había dejado el libro y el DVD en la clínica, pero decidió ignorar la llamada y todo lo demás, lanzando el bolso muy lejos, como para que nadie fuera testigo de un acto impúdico. Él la besó con dulzura, y así ella supo que la dejaría hacer para así no lastimarla y permitir que su dolor no se entremetiera entre los dos instintos que acababan de despertarse.        



2 comentarios:

Paul Winterwind dijo...

Delicioso dolor. Para nada fibromiálgico.
Un dolor con gluten. Del que haría magdalenas al Marqués.


Andalu dijo...

Sin duda alguna hermana, quizás le supo mejor el polvo por eso mismo...