viernes, mayo 06, 2022

María y el Mar

 Había una vez, una mujer todavía lozana y hermosa, por dentro y por fuera, que vivía cerca del mar. En realidad, ella venía del interior, de los anchos valles y montes cubiertos de bosque denso y oscuro. Pero siempre había soñado con la idea de poder sentarse a diario frente al océano, y sentir la inmensidad del espacio abierto, como un portal desde donde vislumbrar la obra de Dios. Procedía de Jayyán. Así es cómo ella llamaba a su ciudad natal. 

Lo dejó todo para poder cumplir su sueño. Tras años de ahorro y una constante búsqueda para poder encontrar aquél lugar perfecto donde materializar su adolescente fantasía, se dio cuenta de que en realidad, había encontrado muchos lugares preciosos donde establecerse, compartir y experimentar la belleza de vivir con almas semejantes. En sus apasionadas idas y venidas por su país, conoció a mucha gente y espléndidos parajes, que no estaban necesariamente cerca del mar o que quizás estando en la costa, no eran como ella deseaba. 

Ahora que ya llevaba un tiempo disfrutando del logro de haber hallado su anhelado paraíso, y de la fortuna de haber hecho realidad aquello que un día, ahora remoto, solo fuera la semilla de un proyecto, se le vinieron a la mente algunas dudas y pensamientos. Sintió perplejidad al hallar entre sus ideas el que quizás hubiera podido realizar su vida haciendo mucho menos esfuerzo, sacrificándose menos, y por supuesto, sin tener que abandonar a algunas personas que conoció, al ir siempre tras su dorado sueño azul. Ella tan a gusto cerca del mar, se fue viendo atraída por una corriente fluvial inesperada, de misteriosa naturaleza. Aquellas reflexiones siguieron creciendo, y la empezaron a llevar primero por una marisma y luego por una serie de meandros irreales al principio, que iban a contracorriente de su propia lógica, pero que poco a poco ascendían y la adentraban no precisamente mar adentro, sino más bien al contrario, tierra adentro... 

-¿Porqué no paro de pensar en esto?- Se decía angustiada, tras comprobar que dichas elucubraciones duraban ya semanas. Su mente estaba anegada de sensaciones y recuerdos sobre los amores, las visiones y la inquietud de vislumbrar ahora otras posibilidades que había sencillamente descartado sin pensar por un momento, en el valor intrínseco de aquellas joyas y gemas que había hallado sin ni siquiera haberlas buscado.

El desasosiego le inundó su propio mundo interior, al sentirse abrumada por las imágenes y recuerdos de un hombre en particular, que conoció en Córdoba, ciudad tan alejada del mar, que allí el océano fuera sólo una tímida promesa en las orillas del Guadalquivir. Se atusaba su larga y densa cabellera al cavilar sobre ese hombre moreno, de mirada noble y triste, que decidió dejar atrás, buscando el mar abierto. Ahora reconocía que quizás no se dio a sí misma una oportunidad para pensar más despacio, o para sentir con más profundidad lo que aquél hombre alto y gentil, le susurró una vez entre las silenciosas callejuelas del barrio judío. Su memoria recorrió una vez más sus pasos. No le detuvieron los besos, ni los abrazos, ni los sábados entre sábanas: la mujer fuerte y fiel a su instinto, siguió impertérrita el camino del río, que le llevó a Sevilla y de ahí a Sanlúcar de Barrameda, para nunca volver atrás.

De pronto algo la alteró. Dejó en paz su pelo, soltando todo el volumen del cabello de golpe, mientras miraba al mar por su ventana. Su cara quedó envuelta en la salvaje melena oscilante. Ahora su expresión parecía aún más enigmática y perdida en el infinito horizonte plano de las aguas saladas de su sagrado mar. Sintió una punzada profunda en el pecho, tras lo cual tuvo que retirar la vista de aquello que siempre le proporcionaba sosiego. La soledad le estaba haciendo mella y ahora empezó a debatirse entre dudas sobre si podría tener el coraje para buscar a ese hombre. Y de si él acudiría a su llamada. ¿Sería demasiado tarde? ¿Sería inapropiado, o egoísta? -¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer?- 

Esperó a que llegara la primavera, y para el Festival de los Patios de Cordobeses se plantó en aquella ciudad, que es la puerta de la Sierra Morena, con el corazón en un puño, esperando encontrar lo que nunca buscó.   

 

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