Había estado asediado por una serie de cuestiones importantes durante una buena parte de su vida. Eso era normal teniendo en cuenta que era un neurótico. Como también era un poco jartible, había intentado buscar solución y explicación a sus varias cuestiones existenciales. Dada su devoción por la verdad y su excelente capacidad reflexiva, había podido dar cuenta de algunos de dichos dilemas exitosamente, pero algún otro se le resistía año tras año.
Ahora había sobrepasado la cincuentena y por gracia divina, estaba todavía en pie, entero. -La vida más reposada del que ha luchado durante mucho tiempo y ahora empieza a disfrutar de los triunfos, puede traer algunos regalos inesperados, -pensó para sí mismo días antes de su momento fatídico- En ese instante no se dio cuenta de cuánta razón tenía. Ahora sobrevivía escondido tras los bastidores de un matrimonio frustrado desde un principio por la mojigatería femenina, y la viscosa presencia de unos suegros castrantes. No quería acabar con un proyecto de tal calado, y que al fin y al cabo le había proporcionado dos frutos maravillosos e inesperados. De hecho, por virtud de dichos frutos había resuelto el dilema de su relación matrimonial y acabó claudicando a la misma, aunque aún le quedasen algunas balas en la recámara del amor carnal. Podía disparar a diestra y siniestra y cazar la pieza que quisiera, pero en el amor uno es cazado. Y amor había en su vida. ¿Para qué quisiera tirar todo por la borda, bajo la influencia nefasta de cualquier sirena que se encontrase durante sus devaneos de fin de semana?
El viernes pasado, durante su trabajo en la notaría, notó que la secretaria se había enfadado mucho ante su actitud coqueta frente una clienta que intentaba cerrar una operación inmobiliaria. Fue una reacción de puro celo, al revelar incautamente algunas intenciones con la atractiva cuarentona de aires aristocráticos. Tuvo que admitir como ciertas las palabras que dicha empleada sacó de la manga justo antes de cerrar el kiosko. Con ellas le plasmó palmariamente que podía esgrimir cualquier desatinada alusión a la pecadora acción testosterónica, como una ominosa espada de Damocles feminista. Le dio la razón de inmediato, y le pidió disculpas por puro miedo. A lo mejor su reacción interna fue desproporcionada. Pero en su subconsciente bullía la visible inferioridad de condiciones del género mantis religiosa macho. En aquellos días una mujer podía acusar a una no-mujer de cualquier cosa, porque sí. Y la justicia, que por cierto es una mujer con los ojos vendados, abriría su cráneo sin contemplaciones, como una niña apaleando una piñata. Los días de Don Juan Tenorio acabaron en la generación anterior. Freud se retorcería en su tumba al saber que ahora el pene está colgando entre las piernas de las mujeres, sobre todo de las acomplejadas.
Al día siguiente y tras pensarlo mucho, tuvo que agradecer a la secretaria, que tras eones secuestrado por una perplejidad trascendental*, había llegado el momento de quemar el barco del erotismo. Se dio cuenta que las mujeres jóvenes eran unas imbéciles y que él era un viejo amargado, aunque también sabio espalda plateada. A partir de entonces, en su tiempo libre se dedicó a la virtuosa costumbre de escribir pequeños guiones para un programa de radio nocturna que llevaba un amigo suyo, que por cierto había quemado un barco de la misma eslora no hacía mucho tiempo. Al fin se liberó de todas sus ataduras hipotalámicas y también de las metafísicas, que en el fondo son igual de pesadas. Ahora volaría libre por las ondas hertzianas, mesmerizando almas, cautivando corazones, sin saber realmente si lo hacía como ángel o como demonio.
* Me veo obligado a eufemizar por temor a la mortificación feminazi.
2 comentarios:
Otro pececillo anónimo en Internet. O la puerta privada del alma de las personas reales.
Gracias sister you know me
Publicar un comentario