jueves, mayo 08, 2008


Y ella era Andaluza




Volvía otra vez cansado después de unas vacaciones en Andalucía a este país siempre oscuro y nublado. Las vacaciones nunca me sirvieron para relajarme. La fricciones con la familia o el querer hacer demasiadas cosas en muy poco tiempo me impedían disfrutar de mi tierra natal.




En cualquier caso, aquí estaba yo otra vez de vuelta. Con mi maleta a rastras salí de mala gana del aeropuerto y bajé hasta el andén para coger un tren. Hacía frío y la sala de espera estaba casi vacía. Había una mujer de mediana edad sentada. Estaba tan absorta en sus pensamientos, que casi no estaba en aquél lugar. Su aspecto revelaba una personalidad estoica, autocontrolada. Capaz de resistir dolor y angustia. Y también su cara contaba una historia de penurias personales de las cuales era difícil saber si estaban superadas. Me senté próximo a ella y al rato de estar allí me dí cuenta que entre su equipaje había una bolsa con publicidad de una tienda de Sevilla. Me alegré de ver que ella también era una emigrante. No pude evitar hablar con ella.




Al rato ya hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida. Era una mujer taciturna, muy trabajadora. Se había ganado su vida a pulso. En realidad, cuanto más me iba contando de ella, más me admiraba de su coraje y pundonor. Haber tenido que abandonar tantas cosas y todavía tener que seguir resistiendo los duros golpes que da la soledad. Creo que me hizo entender de pronto el valor de todos aquellos que tuvieron que abandonar su tierra alguna vez. Reviví esas colas interminables de emigrantes montándose en trenes andaluces para dirigirse a algún lugar del norte de Europa. Al escuchar su voz y su historia, podía sentir el miedo y la incertidumbre de esas miles de almas que marcharon silenciosamente de nuestro país. Podía verlos en mi mente como imágenes borrosas en blanco y negro.





No me sorprendió nada que ella me dejara asomarme a sus ojos, a esos profundos ojos, que como pozos, guardaban algo puro y cristalino. Porque ella era andaluza. Dulce mujer, madre de todos los hombres. Ya no recuerdo su nombre.


Le dí mi tarjeta y esperé que un día nos volvieramos a ver. Que Alá te bendiga.

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