Se despertó medio confundido sin saber si lo que veía era cierto o no. Se sentía muy agustito en la cama y no quería salir de ella. No sabía cómo pero tenía una postura increíblemente cómoda, en la que sentía que podría permanecer hasta el infinito sin cansarse. Ahora las pesadillas nocturnas parecían remotas, casi ridículas. Pero la sensación de irrealidad, había contaminado el día. Era viernes por la mañana, y había que ir al colegio. Pascual se decidió al fin, y dejó su nido caliente para lanzarse al mundo real. En cuanto salió de su burbuja protectora, empezó a sentirse mal. Se decía a sí mismo: -me he portado, mal, me he portado mal-. No sabía porqué, ni siquiera se acordaba, pero sabía que no era un buen niño.
Objetivamente, tenía siete años y ya sabía replicar a sus
padres, entrometerse, decir palabrotas o hacer comentarios inapropiados. Para
ser tan joven, ya había molestado a muchos mayores y de todas las clases.
Curas, maestros, vecinos, familiares, amigos. Importunaba a todo el mundo con sus astutas y ácidas
observaciones. Algunas veces eran simples reflexiones dichas en voz alta, que
acababan avergonzando al adulto más incauto: -tita, ¿porqué el cristal es
transparente?- La tita podría haberlo fulminado con su mirada. Nadie parecía
responder con ternura o amabilidad: -abuelo, ¿tu mataste a alguien en la guerra
civil?- Era imposible hacerlo callar. Pero Pascual poco a poco fue tomando nota
de que algo no iba bien. De hecho, a esas alturas ya sabía que él era una mala
persona. Cualquier comentario inocente acababa arrollando a un adulto completamente desprevenido: -Pablo, si
el vino blanco, no es blanco, sino amarillento, porqué lo llaman blanco?
El hermano mayor de Pascual, Marco, ya le había intentado
aleccionar un poco, con cuentos y metáforas: -Pascual, si sigues hablándole así
a la gente, una noche va a venir alguien a llevarte…- Pero Pascual no se daba
por aludido. No creía en esas cosas, era muy mayor. O eso creía él. Por ejemplo, había decidido
de manera abrupta dejar de creer en Dios, después de hacer una serie de pruebas
experimentales. Al fin y al cabo, tampoco había estado creyendo en Dios por
tanto tiempo, como para poderlo asimilar del todo. Pero Marco insistía, todavía con alguna esperanza de que su hermanito dejara de ser un bocazas: -El
Coco va a venir si sigues portándote mal con la gente- Pascual no sabía que
podía significar tal frase. Paradójicamente, tenía algunos problemas de
comprensión, probablemente asociados a su nivel madurativo.
Pascual tuvo un viernes relativamente normal. Solamente molestó
a la profesora, la cual estaba haciendo una breve y rápida mención a la constitución atómica de la materia, sin entrar en detalles. Pascual se sintió molesto por la superficialidad y
rapidez con la que su maestra había tratado un área tan importante de la
física, de modo que interrumpió la clase para comentar sobre los quarks y otras
partículas subatómicas, como los bosones o los gravitones. La maestra se quedó muda durante un lapso, tras lo cual
no pudo controlarse. Tuvo que expulsar por su boca la pregunta: -¿qué qué qué es un quark?- El
estruendo de risas de los pequeños y perversos alumnos destruyó su ya
debilitada autoimagen, lo cual supuso que Pascual recibiera una reprimenda. A
parte de ese incidente, el resto del día fue bien.
Esa noche ya en la cama, sintió que no quería dormirse.
Intuyó que no volvería a despertar. Creyó anticipar el fin de sus días. Casi no había cenado de lo nervioso que estaba. Pascual sabía que por las
noches, los temores se acrecentaban. Lo que parecía lógico y lo que parecía una
bobada, acababan mezclados como un gazpacho en la oscuridad de la noche, y más aún, quedaban indistinguibles entre las tenebrosas
cavernas de su todavía joven aparato psíquico.
A pesar de su angustia acabó dormido, y tras entrar en su
estado onírico, se vio menguar dentro de su cama, hasta adoptar el tamaño de un
ratoncito o incluso algo más pequeño, como una musaraña. Poco después, alguien destapó la ahora gigantesca manta que ante sus ojos se elevaba tan rápido como su pequeño cuerpo se helaba de frío y miedo. Una ruda y
peluda mano que emanó de la más profunda negrura, lo recogió como si fuera una bolsa de basura. Lenta y pesadamente lo llevó colgado del cuello de su pijama, pellizcado con el
pulgar e índice del monstruo hasta que lo dejó caer en lo que debía ser un saco. Pascual era
ahora tan pequeño, que el saco tenía las dimensiones de un estadio de baloncesto. Sintió que su
cuerpo chocaba contra la ruda tela del saco, mientras, otros niños que
también estaban allí, se movieron de un lado a otro intentando en vano no colisionar. El gigante lanzó el enorme saco detrás de su hombro, tras lo
cual todos los niños chocaron entre sí formando una bola en el fondo
del zurrón que se estampó contra los lomos del gigante. El Coco debía de estar andando deprisa, porque los niños caían unos
sobre otros, una y otra vez, con el zamarreo incesante. Pascual sucumbió al
terror entre gemidos, suciedad, olores indescriptibles y una terrible oscuridad
que lo envolvía todo.
A la mañana siguiente, ya era sábado. Pascual amaneció
recordando la pesadilla, alegrándose de estar vivo y tras comprobar que había
recuperado su tamaño natural. Esa misma mañana y todavía escudado en su cama, tomó una determinación. A partir
de ahí, se sintió más maduro y cambiado. Dejó de airear sus comentarios y los
guardó en una biblioteca que él mismo construyó en un lugar especial de su
mente. A partir de ahora, se volvería un chico normal en apariencia. Desde
fuera se convertiría en un niño más retraído y cauteloso. Pascual viviría ahora
su segunda vida, dialogando clandestinamente con el “Bibliotecario”, el guardián de sus
pensamientos, aquél que vive en el corazón de un bosque secreto, y protege
todos sus pensamientos. A él también le dio la potestad de rezar por él, para
que las noches fueran más tranquilas.
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