A Ricardo, como a todos los buenos artistas, le apasionaba todo en relación al cine. Al ser dicha disciplina producto de muchas otras artes y ciencias, en realidad Ricardo se convirtió hace tiempo en un factótum moderno. Ricardo no portaba un viático académico significativo (como casi todos los artistas), pero sí había sido muy hábil y precoz (me da vergüenza repetirme, pero…como casi todos los artistas) al poder publicar sus primeros trabajos gráficos en fanzines y también en periódicos. Tras ello, fue incorporándose al mundo de la farándula, participando en obras de teatro, o escribiendo chistes para cómicos profesionales, hasta que poco a poco, se fue introduciendo en el mundo del cine de pleno, que era su máxima aspiración. Ahora es un guionista y director reconocido mundialmente. Ricardo siempre ha vivido en la cuerda floja, pero se las apañó para mantenerse en equilibrio, muchas veces precario. La ayuda de su psicoanalista fue vital, pero él supo tener siempre dicho naipe en la manga, de modo que nadie supiera quién estaba detrás de la fortitud que los demás atribuían a él, y nada más que a él. En ello destilaba algo de narcisismo, como es natural. Peccata minuta.
Ahora Ricardo acaba de publicar una autobiografía en la que recoge sus memorias tras una larga experiencia y trayectoria profesional, tanto nacional como internacional. La publicación ha sido un enorme éxito, que ha ayudado a cerrar su trayectoria profesional en una explosión estelar de sensaciones que la masa y los fans han acogido con gran fruición. En la ovacionada obra, Ricardo aprovecha para realizar un bosquejo de una teoría psicológica sobre lo que constituye ser un buen actor y lo que llega o puede llegar a ser una buena película. Secretamente, su psicoanalista ha comprado el libro y se ha entretenido bastante leyendo las peripecias de Ricardo. Sin embargo, se ha sentido algo desilusionado con las burdas descripciones del artista en cuanto a lo que constituye ser un buen actor. En cierto modo, no se ha sorprendido, porque al fin y al cabo, ¿qué sabe un artista de psicología? Según los pensamientos del psicoanalista, Ricardo cree que básicamente un buen actor es alguien que él (Ricardo) considera buen actor. Más específicamente, aquellos actores buenos son los que tiene la suerte de ser fotogénicos y como diría Tarantino, son gente “cinemática”, es decir, quedan bien, y salen bien en la pantalla porque hacen muecas agradables y expresivas. ¿En esto consiste ser un buen actor? ¿De verdad? ¡Con razón hay tantos que no han ido en su vida a una escuela de interpretación! Recordemos que hasta los niños ganan Oscars.
El psicoanalista aprovechó las reflexiones de Ricardo para
hacer lo propio consigo mismo y ver que al usar la metáfora de interpretar, o
como diría él “impersonar” un carácter, todos al fin al cabo somos actores. Y
él, como psicólogo es sin duda alguien que tiene que representar un papel muy
difícil a diario. Se ríe al darse cuenta de que esas pobres marionetas de los
directores de cine y teatro, se creen actores, cuando en general no hacen más que exagerar
sus propios caracteres. De hecho, la inmensa mayoría de los actores tienen un
registro expresivo muy estrecho, lo cual confirma dicha hipótesis. Para colmo,
esto implica que no son para nada conocedores del alma humana, sino simplemente
intérpretes de sí mismos. Tras estas divagaciones, el psicoanalista se da
cuenta de su inmenso poder como persona, es decir, siguiendo la etimología, el
que porta una máscara social. La palabra persona procede del latín per sonare,
es decir, que suena a través de. Personificar, es ser uno mismo, haciéndose oír
y ver tras una cubierta arbitraria, es decir un papel, que nos toca o que
elegimos. La persona del psicoanalista, aquél que ha de interpretar las
personas y la suya propia, es el papel actoral más importante de la sociedad. Es
el que verdaderamente entiende y comprende a los otros, y también es capaz de
entenderse así mismo. Él ha sido un gran actor, adaptándose a sus pacientes, no
dejando entrever lo que no es necesario y alzando lo más conveniente para
facilitar el bienestar de su clientela. Eso sí que es actuar. Pero como
siempre, en esta vida, los héroes deben de permanecer ocultos, y bien ocultos. Así,
los hombres de a pie pueden seguir viviendo, sintiéndose protagonistas de sus
vidas, sin que ningún semi-dios les proyecte una sombra ominosa que oscurezca
su destino hacia la libertad y la gloria.
Meses después, Ricardo apareció por la consulta del psicoanalista. Quiso citarse por última vez con él, aprovechar para darle las gracias por su trabajo y dejar atrás otro aspecto de su longeva vida. El psicoanalista se sintió emocionado y muy orgulloso de haber estado detrás de los bastidores de la vida de Ricardo, sosteniendo los hilos de la frágil vida del ínclito. Nadie nunca sabrá que él fue el gran actor, el gran director que hizo posible que una vida al borde del colapso pareciera a ojos de la nación, un gran virtuoso, un genio, un icono. De esta manera, este ciego mundo proseguirá impertérrito, creyendo que lo bueno es bueno, porque es bueno, sin nunca poder captar sutileza alguna sobre la psicología humana. Y es que dicha ciencia, está solo al alcance de los que su propia locura les inclina a ser invisibles y permanecer entre las sombras. Y el arte continuará siendo confundido con artesanía.
Por cierto, el psicoanalista se jubiló el mismo día, cerrando su gabinete, igual que el primer día. En un humilde silencio nocturno.
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