sábado, enero 08, 2022

Una Paleta de Grises para Suspirar

 Albi conoció a Roberta en una cafetería. Era una chica deliciosa, y tenía pedigrí flamenco. Roberta sólo tenía que sonreír para dejar a Albi completamente hipnotizado. A parte ser una hechicera lunática, Roberta contaba con pocos recursos más,  a parte de su maravillosa piel canela, su cuerpo sensual y sus irresistibles movimientos de caderas. Albi trató de verla varias veces y se convenció a sí mismo de que Roberta era realmente una persona a la que entregarse por completo, olvidando todo lo demás, incluyendo su doctorado en neurobiología del aprendizaje. Jamás había disfrutado tanto escuchando los gemidos de una mujer en el clímax del orgasmo. El problema es que durante un taller de psicoterapia, Albi se sentó junto a Matilde, la cual era una mujer encantadora y tremendamente lúcida. Tras hacer el amor con Matilde en la casa palacio que sus padres tenían en la calle Relator, Albi tuvo la sensación de encontrarse con la chica de su vida. No sólo habían conectado al cien por cien durante unos ejercicios experienciales de Bioenergética, en los que debían de mirarse a los ojos sin pestañear hasta desmayar. Matilde se había formado en Nueva York, hablaba inglés perfectamente y su padre era un psiquiatra muy respetado en la ciudad. Era un partido ineludible, aunque estaba tan majara como Roberta. Pero era una majadería muy cultivada. Tan cultivada como los campos de tulipanes. Albi continuó con la formación en Bioenergética con Matilde y solo pudo quedar con Roberta muy de vez en cuando. Se sentía confundido viviendo entre el amor de dos mujeres tan diferentes como lo puedan ser Bárbara Streisand y la Pantoja. La cosa se complicó cuando más adelante apareció Ani, una empedernida fumadora de marihuana, licenciada en ingeniera mecánica. Albi encontró a Ani mientras relucía como la estrella vespertina, en una fiesta organizada por un escultor local. El estudio estaba atestado de piezas de madera alrededor de las cuales los invitados se movían como hormigas. Era la situación ideal para perderse de Matilde, y hablar con cualquier invitado de esa marabunta de intelectuales y artistas que plagaban tan mágico ambiente. Allí, en un rincón humeante y oscuro se encontraba Ani, una rubia belga rodeada de psicólogos y demás estirpes de parados sevillanos a los que estaba dejando tumbados como bolos. Los psicólogos, igual que los tunos, necesitan perder bastantes años de su vida hasta darse cuenta de que son unos fracasados. Al final cuelgan la bata y se dedican a poner copas en cualquier tugurio de la Alameda. Por cierto, aparte de ser un gafotas albino (por eso le llamaban Albi), Albi también era psicólogo, pero era uno de esos radicales que estando tan convencido de que llevaba la psicología hasta en el tuétano, seguiría en paro de manera indefinida hasta coronar su inutilidad en un voluntariado de una ONG de enfermos de lupus. Se libró de la mili, pero el voluntariado es algo aún más estúpido. Encima de estar trabajando por nada, eliminas la esperanza de remunerar una actividad sanitaria tan importante. Con lo cual el karma que Albi arrastraba era muy significativo, pero por entonces, no hacer la mili era lo más chic. Su profunda inutilidad sólo tenía parangón con las infinitas listas de parados de nuestra gloriosa ciudad mariana. El mismo Albi inventó en Sevilla, una forma más mística y especial de estar en paro y consolidarse por tanto como un cero a la izquierda de la izquierda, por la cual sería recordado y venerado por todos los perroflautas de siglos venideros. Pero eso es otra historia, así que no nos distraigamos con cuestiones políticas y volvamos a Ani. Ella era simplemente explosiva, y no solo por sus manifestaciones de ira o su capacidad de encantar instantáneamente a todos los tíos del orbe. En realidad, Ani era de un realismo cruel, o más bien hiperrealismo sádico. Desplegaba un carácter de Medusa que no tenía piedad por los hombres, porque sentirse atraído por ella, era como caer en un estupor imposible de superar. Además, no parecía existir ni un atisbo de locura en tan apabullante criatura de apariencia germánica. La mayoría de los que se atrevían con Ani acababan humillados por una inteligencia realmente afilada y un humor más negro de los cojones de un grillo. Pero Albi era cándido e inmune a las burlas y chistes feministas de Ani. A él, le cautivó ese acento guiri y esa racionalidad kantiana tan propia de los europeos norteños. Con lo cual, Ani no pudo sino acostarse con él, a ver si así podría destruir su masculinidad quizás burlándose de las dimensiones de su pene o de su falta de pericia en la cama. Gran error. Albi se aferró a la irresistible afrodita teutónica, como una garrapata. El factor masoquista de Albi explicaba la mayor parte de la varianza de su conducta de género, cosa de lo cual el muchacho era completamente inconsciente. Por otro lado, Ani sabía un montón sobre automatización industrial, pero nada de psicología. En cualquier caso, Albi tampoco demostró en su vida haber podido aprender nada útil de dicha ciencia, pero al menos se casó con Ani en el año 2000. Tras una fastuosa y envidiada unión civil celebrada en el Ayuntamiento, se trasladaron a Bélgica, dejando una moda y una avalancha de matrimonios civiles, pero más paro en Sevilla (en este caso en el campo del sacerdocio, debido a la drástica caída de matrimonios religiosos que ocurrió poco después de su marcha). Hartos de la decadente ciudad hispalense, la cual solo deja vivir a los patricios de rancio abolengo, y mata con herbicida a todas las semillas de cambio, probaron suerte allí donde la Unión Europea ha decidido que pasen las cosas importantes. La extraña pareja vive desde entonces en un moderno apartamento en Bruselas, ciudad donde Ani trabaja diseñando cajas de cambio para coches de lujo.  No tienen hijos, reciclan muchísimo y son vegetarianos. Albi está de pasante en un psiquiátrico, y deja correr los días suspirando frente a un paisaje gris plomizo. Por las noches ha empezado a escribir su primera novela. Es una obra autobiográfica cuya historia se desarrolla en su Sevilla natal. Se va a llamar “Roberta y Matilde”.

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