Todo el mundo cree que sus sentimientos son la cosa más importante del mundo, aunque en realidad no signifiquen gran cosa para los demás. En efecto, vivimos en una especie de burbuja que nos protege de darnos cuenta de lo irrelevantes que somos. La gente consume su existencia al abrigo permanente de dicha manta protectora, como si de una placenta se tratara. En mi caso, mi burbuja reventó de manera muy precoz y explosiva a la edad de ocho años, cuando me enamoré por vez primera. Al reventar, en lugar de líquido amniótico, lloré muchas lágrimas. Como no me atrevía a hablar a Lola, una compañera de clase de piel melocotón, creí que lo mío debía ser la poesía, tras lo cual me dediqué a escribirle estrofas inspiradas en mis inclinaciones románticas. Obviamente, no sólo era un zoquete y nada parecido a un poeta, sino que debía ser un junta letras que solo acertaba a crear versos sin rima alguna. He aquí un ejemplo de lo que por aquéllas épocas pasaba por mi mente al sentir el flechazo de Cupido: “…en el juego del amor, tú y yo somos como dos galaxias colisionando, que intercambian estrellas como si fueran naipes…” La reacción de Lola al leer el poema fue como la de una neanderthal contemplando la piedra Rosetta; se arrascó la cabeza y me miró a la cara como si estuviera contemplando el vacío… Gracias a Lola aprendí rápidamente a no expresar mis sentimientos. Me dí cuenta de lo importante que es mantener el estado mental completamente inaccesible a la mujer de la que me enamoraba. A partir de entonces podía por ejemplo, seguir a la chica al salir de clase, y cuando tuviera ocasión de esconderme, gritaría el nombre de la amada a una distancia considerable y me agazaparía tras un vehículo hiperventilando y a punto de colapsar. De esta manera no tendría que ver su cara de sorpresa o decepción. Así me ahorré muchas depresiones, hasta que llegó la mayoría de edad y decidí cambiar de estrategia. Posteriormente, mi psicoanalista me ayudó a entender que había pasado los primeros veinte años de mi adultez evitando a las mujeres que amaba, para poder esquivar la terrible sensación de rechazo y de insignificancia frente al poder absoluto de lo femenino. En lugar de eso me dediqué al estudio del comportamiento animal, en un laboratorio de psicología experimental. Las ratas nunca escapan de los laberintos, y así sí que se puede entender el porqué de las cosas. Ocasionalmente alguna estudiante caía en mis redes de forma breve, redes de las cuales se liberaban tan pronto como habían oído un par de pensamientos de los míos. En cualquier caso, no fueron pérdidas dolorosas ya que la mayoría de ellas parecían haber salido de una película de zombies; profundas ojeras, pelo revuelto y demasiada ropa y andares hippie. Y como las ratas de laboratorio, las estudiantes de psicología eran criaturas con un comportamiento predecible. Esto me permitió aprender mucho y seguir ocultando mis sentimientos.
Tras varios años de psicoanálisis y muchas idas y venidas
por bulevares conocí a una chica maravillosa llamada Ana. Era una mujer
inteligente, sensible y una gran conversadora. Para mi sorpresa, Ana no escapó
después de escuchar no sólo varios de los pensamientos que como enormes
pájaros, se adocenaban en la pequeña jaula de mi mente. Tampoco se marchó después
de escucharme hablar durante horas sobre el destino del universo, o de la
complejidad del funcionamiento del hipocampo. Me pregunto qué es lo que hizo
que Ana no me abandonase. Mi psicoanalista cree que yo adopté un papel femenino
y más bien pasivo en la relación. Nunca me negué a sus demandas, incluso las de
la alcoba, las cuales eran su especialidad. El problema es que acabé exhausto y
fui yo el que abandonó la relación. Ana arruinó mi ilusión de vivir en un mundo
donde hay que perseguir a las mujeres para tratar de llevarlas a la cama. Esa
fue la segunda vez que experimenté un rotura de burbuja. El amor se desvanece
cuando no hay retos, y Ana simplemente sació mi interés por el sexo y por
compartir mis pensamientos. Desde entonces espero la tercera y última rotura de
burbuja. Creo que esta va a ser la más espectacular de todas.
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