Fran era un individuo avispado, más bien tímido y con una clara inclinación a la indolencia. Tenía un interés en varios fenómenos de la cultura, aunque siempre había tenido bastantes reservas en implicarse de forma activa en alguna forma de arte o disciplina. Con las chicas era aún si cabe, más reservado todavía. A nivel profesional, Fran prefirió formarse en el mundo de la abogacía, temática conocida en su ambiente familiar, para convertirse en un procurador y vivir de ello sabiendo que así no moriría de un contagio como los médicos, ni de un accidente laboral indeseable como los policías. Fran asumió que ser procurador le facilitaría una ocupación que simplemente le proporcionara una base real para estar en el mundo, conocer gente y sobre todo aparentar ser normal. Pero Fran tenía ese gusanillo que no le dejaba vivir, y de vez en cuando sentía la llamada de aquellas cosas fabulosas que asediaban su curiosa mente. Muy en el fondo de su corazón, Fran sentía que era diferente y le costaba admitirlo. Como ya alcanzó los treinta y todavía vivía soltero, sintió un gran apuro por dichas circunstancias, y en un arrebato decidió destapar su amor por la magia. Le costó mucho tomar esa determinación. Se puede decir que Fran estuvo gestando esta idea durante años, de una forma casi inconsciente. De hecho, no le contó el proyecto a nadie. Sabía que en Triana había un par de bares nocturnos donde había espectáculos de magia los fines de semana. Así que empezó a acudir a ellos de forma casi furtiva. Observaba fascinado a los ilusionistas cada viernes. Se compró manuales de magia, y grababa programas televisivos donde los magos nacionales e internacionales ejecutaban sus números. Fran comprobó que efectivamente estaba fascinado por los trucos de magia y su complejidad, no era sólo una fantasía que había albergado durante años. En efecto, fue notando una mejoría en su estado de ánimo, conforme los meses pasaban. Se sintió más suelto, menos miedoso de las relaciones personales. De hecho, se hizo alguna amistad femenina en sus incursiones a Triana, aunque no llegaran a cuajar en nada substantivo. Aprovechando su entusiasmo y creciente subida de moral, decidió enfocarse en dos o tres trucos de cartas y practicó durante días, semanas y meses. Se sorprendió a sí mismo comprobando que podía ser muy metódico y paciente. Con el tiempo logró dominar los trucos que había estudiado, pero aun así, continuó desarrollando su afición de manera clandestina. Practicó y practicó hasta la saciedad, y disfrutó cada momento de esfuerzo, de cada ensayo. Durante esa época había conocido a una mujer de la que sintió algo más que interés sexual. Se vio vulnerable al comprobar que soñaba con ella y que la deseaba con gran intensidad. Era una fiscal del distrito de San Bernardo. Fran se dio cuenta que se estaba estrellando contra un muro, e hizo lo posible para poder extirpar a esa mujer de su mente. Un sábado en el que se encontraba concentrado una vez más barajando sus naipes, sintió un repentino sentimiento de desapego por la prestidigitación. Seguidamente se sintió dolido e impresionado por su reacción, la cual no comprendía. Poco a poco dejó de practicar ilusionismo y también fue dejando de acudir a los bares para ver a los magos. Seguía sin entenderlo. Era como si la magia se hubiera esfumado de los trucos que ejecutaba. También sintió que los trucos que aún no dominaba (que eran una cantidad casi infinita) perdían fuerza y sorpresa al contemplarlos. Fran sintió que entendía la estructura y los procesos subyacentes a la magia tan profundamente, que se habían convertido en fenómenos demasiado corrientes y vulgares para él. Esto le provocó un malestar difícil de describir y de manejar. Tras pasar varios meses de profunda angustia, decidió realizar una huida hacia delante. A esas alturas ya ni se acordaba de la fiscal, gracias a Dios. Por fortuna, la chica había decidido cambiar de ciudad y nunca más supo de ella.
A Fran también le gustaba mucho el mundo de la imagen. No
supo muy bien porqué, pero al ir olvidando el trauma de la magia, empezó a
sentir la llamada de los kioscos y tiendas de cómics del centro de la ciudad
que veía de reojo mientras pasaba una y otra vez haciendo su labor de
procurador. Un día decidió adentrarse en una esas tiendas, y de nuevo se vio
una vez más, presa de otra vieja fantasía a la que nunca le había prestado
suficiente atención. Testificó otra vez cómo una nueva oleada de placer y
excitación le invadía a lo largo de la semana, deleitándose de la belleza e
ingenio de las imágenes que los ilustradores y dibujantes conseguían encajar en
espacios tan reducidos. Al principio empezó a copiar los dibujos más sencillos
a lápiz y con bolígrafos. Con el tiempo, fue cogiendo confianza, lo cual le
permitió empezar a emplear también color haciendo uso de acuarelas. Fran se
sintió muy afortunado de nuevo y mirando atrás, vio que tenía sentido el
haberse dado una oportunidad con la magia. A pesar de los baches emocionales
que había sufrido, ahora había recuperado la capacidad de sentir un formidable
gusto por algo que colmaba su vida. Al igual que con los trucos de magia, Fran
mantuvo en total secreto su amor por los cómics y la ilustración. Pasaron los
meses, e incluso algunos años. Fran continuó su trayectoria de aficionado secreto
y se hizo acopio de una gran cantidad de material gráfico con enorme fruición. Su
esmero e interés le procuró una factura más que decente en sus trabajos a tinta
y también a la acuarela, aunque casi siempre fueran copias fieles de las obras
de sus ídolos.
Fran casi rozaba los 35 y continuaba feliz en su soledad,
enfrascado con sus dibujos y fantasías de otros mundos. Nadie sabía quién era
Fran en realidad. Tras la insistencia de algunos conocidos de su trabajo,
acudió a una cena de navidad en la que tuvo ocasión de conocer a varias mujeres
solteras. Fran sufrió una especie de convulsión al conocer a Marta, una mujer
de pelo castaño y tremendamente simpática. Era tan simpática que incluso fue
capaz de arrancar sonrisas y relajación a Fran, el solterón inconquistable de
los juzgados de Sevilla, con el que casualmente tuvo que compartir la cena. Cayeron
el uno al lado del otro por casualidad. Marta había cortado recientemente con
su novio, y nadie pensó conscientemente en dónde debían sentarse ambos, lo cual
hizo que Fran no se sintiera inicialmente amenazado por la presencia de alguien
con tal poder de atracción. Pero su mayor sorpresa fue cuando a altas horas de
la noche y tras muchas copas, todavía no se había marchado de la fiesta. Fue
extraño, pero bebió mucho y puede que en ese estado llegara a besar a Marta,
aunque no tenía recuerdo de ello. El caso es que unos días después, más concretamente, el viernes de Nochebuena,
Marta le mandó un wasap…Fran se sintió confuso. No estaba capacitado para
tolerar dicha experiencia. Se preguntó obsesivamente cómo Marta había podido
hacerse con su teléfono, distrayéndose así del hecho fundamental de tener que decidir
si afrontar o no una aventura con una mujer que le gustaba. El año estaba a
punto de acabar. El año siguiente alcanzaría las 35 primaveras... Probablemente Fran había
fantaseado con una situación parecida un millón de veces. Pero no estaba en sus
esquemas el cómo actuar fuera de una simulación mental. Pocas semanas después
se volvió a devanar los sesos y a castigarse por haber perdido el interés en
los cómics y en el dibujo. ¿Qué creéis que tuvo que pasar con Fran y Marta?
No hay comentarios:
Publicar un comentario