jueves, marzo 03, 2022

Locura en la Niebla

 Estaba todavía oscuro cuando ya se encontraba bajo la ducha pensando en cómo iría el resto del día. Se preguntó si encontraría muchos pacientes difíciles. Al fin y al cabo, acababa de empezar en el equipo de salud mental de Algeciras. No sabía nada de la fauna local. Fue una breve reflexión que no le inquietó. No se lavó la cabeza para evitar llegar al trabajo con los pelos como un erizo. -Son las desventajas de ir en moto- se dijo así mismo para justificarse. Tras la cuidadosa secuencia de actividades y autocuidados matinales, se enfundó el mono y se marchó sin más, despidiéndose de los niños con besos en sus limpias frentes. Al poco de salir de la casa, y percibir la frescura de mañana, la densidad de la atmósfera y lo turbio de la visión con niebla captó toda su atención. En el pueblo se veía perfectamente, pero al entrar en la autovía, el viaje se convirtió más en el vuelo bajo de un avión, que en la conducción de una motocicleta. Prosiguió con gran precaución y enseguida notó la significativa torpeza de los otros conductores, que frenaban de golpe ante la confusión creada por la niebla, y de este modo generaban situaciones innecesarias de peligro. Agudizó los sentidos, y se agarró con más fuerza a su moto. Tras pasar Sotogrande descendió por la vaguada del Guadalquitón. Allí la niebla se espesó tantísimo que tuvo que reducir la velocidad drásticamente. Aún así, era imposible intuir la dirección que tomaba la carretera.  

Prosiguió con sumo cuidado, y aunque iba extremadamente despacio dejó de sentir el paso de raudos vehículos y tampoco alcanzó a ningún camión. Esto le extrañó mucho, puesto que la carretera a esas horas estaba plagada de vehículos. El lugar le pareció progresivamente extraño. Sintió un escalofrío por todo el cuerpo y quiso parar, pero luchó contra su miedo instintivo hasta dominarlo y proseguir la lenta marcha hacia su puesto de trabajo. Decidió levantar el visor dado el alto grado de condensación y humedad, que le cegaba casi por completo. 

La niebla no dejó de estar presente, después de haber avanzado bastante. Según su mapa cognitivo, debería de haber pasado ya San Roque, aunque no tuvo la más remota pista geográfica de por dónde podía estar. Ante la creciente angustia no tuvo más remedio que buscar un lugar para parar y definitivamente recuperar el aliento y quizás tratar de algún modo de averiguar dónde se encontraba. 

El caballo de acero obedeció a su jinete y tomó asiento en algún lugar desconocido. Se bajó lentamente de su máquina y se quitó el casco. Nada. No veía absolutamente nada. Casi no alcanzaba a ver sus botas. Se dejó llevar por lo absurdo de la situación y trató de andar hacia algún lugar alejado de la carretera, sin poder atisbar la más mínima marca o edificio que pudiera serle de referencia. Se abrió la chaqueta y acudió como último recurso a su móvil, pero no tenía cobertura. Su perplejidad le hizo andar casi a tientas, desesperado y confuso. Conocía la A7 perfectamente. Lo que estaba pasando no tenía sentido alguno. Un resquicio de esperanza le iluminó el alma al comprobar su reloj; el sol debía de asomarse ya por el Este. Esperó unos minutos convencido de que el astro rey acabaría con autoridad con esta pérdida de tiempo. Pero la pesadilla continuó, y el astro no dio señales de ejercer ninguna influencia a la espesura de la ahora asfixiante niebla que silenciaba y ahogaba toda señal de vida. El mundo parecía haberse desvanecido. Se sintió tan impotente que buscó algo parecido a una roca para poder sentarse. Casi no podía respirar ahora. Pero su racionalidad le trajo a su consciencia la capacidad de reírse incluso del infortunio. Pensó que quizás esto no era más que un sueño. Seguramente, no era nada de lo que preocuparse. Si era un sueño despertaría y si no lo era, la niebla se esfumaría tarde o temprano.  

Comprobó el reloj y no dio crédito a sus ojos. El tiempo había volado. Puede que fuera una locura, pero la niebla no tenía visos de irse. Dado su estado de estupor no había notado el paso de varias horas, sin embargo, eso era lo que el reloj sugería. Se adentró en la espesura de la niebla, casi a tientas. Estaba totalmente equipado con botas, guantes y traje motero, con lo cual no tuvo miedo de tropezarse o caer. De modo que siguió andando en busca de algo que le proporcionara un punto de referencia. 

El silencio y la soledad se fueron irguiendo cada vez más poderosos. Como dioses sedientos de poder, asediaron al hombre sin cesar, para humillarlo y hacerlo sentir cada vez más pequeño y débil. Cayó al suelo varias veces y tras largo rato andando se dio cuenta de que había perdido por completo la noción de dirección. La niebla continuó haciéndose cada vez más espesa. Absurdamente espesa. Ahora debía de colocarse el reloj justo delante de su nariz para poder atisbar siquiera la tenue forma de las agujas. El móvil quedó perdido en algún lugar, tras soltarlo en una de sus caídas. Enfurecido, buscó rocas o cualquier objeto para arrojar y quizás así golpear algún objeto o edificio al que aproximarse. Todo en vano.

Volvió a caer una vez más y en esta ocasión se hizo bastante daño. Se golpeó la cabeza. Perdió el conocimiento. Cuando despertó no supo cuánto tiempo habría estado inconsciente porque ya casi no podía ver el reloj, y no tenía referencias claras del paso del tiempo a parte de sentir hambre y sed. Sintió náuseas y por primera vez se dio cuenta que su vida estaba en serio peligro. Estaba muy debilitado. Quizás tenía una hemorragia en la cabeza, pero no podía ver la sangre, sólo podía sentirla al tocarse la herida. Los colores habían dejado de existir. Mareado y con un dolor cegador, trató de andar un poco más, esta vez gritando y pidiendo ayuda. Había decidido saltarse las reglas de la compostura y abandonó por completo la idea de que estaba cerca de casa. Decidió renunciar a su ahora antigua convicción de que la carretera y zonas aledañas estaban vigiladas por la guardia civil o de que debía de haber gente por doquier. Gritó y gritó. Suplicó y se quedó ronco. Tras una larga marcha entre llantos y sollozos cayó agotado. Su garganta estaba rota y sus músculos carecían de glucosa. La niebla se volvió oscura y le envolvió la más profunda negrura. No era posible saber el significado de adelante, atrás, izquierda o derecha. No pudo escuchar animal nocturno alguno. En el silencio más absoluto pudo escuchar con claridad los latidos de su corazón. El pulso rítmico de la aorta en su cuello era ya la única cosa cierta en su estrecho mundo. Jamás pudo detectar el más leve sonido del más humilde de los insectos, que pudieran susurrarle al menos que no estaba solo. Poco a poco perdió la esperanza y en los últimos instantes de su vida, esgrimió con orgullo su última arma. Una mueca de risa cínica esperando que su propio inconsciente le estuviera jugando una mala pasada. 


No hay comentarios: