domingo, marzo 20, 2022

La Ilusión de los Espejos

No conseguía recordar el nombre de su paciente. Cada vez que acudía a su consulta, le volvía a preguntar. Escudriñaba sus notas, afanándose en encontrar el dichoso nombre. Lo volvía a anotar. Pero cada vez con menos confianza en que lo volviera a recordar la próxima vez. Lo veía cada semana. Era alguien extraño, demasiado oleoso. Su piel parecía estar embadurnada en mantequilla, y su pelo también era brillante, peinado hacia atrás, como recién salido de la placenta. De ojos enormes y boca algo carnosa, hablaba despacio, mirándolo fijamente. Eso era algo molesto. Su edad era indeterminada. Ni joven, ni demasiado veterano en la vida como para tener canas. Quizás pareciera algo taciturno, pero vagamente. En fín, era un personaje huidizo, como un animal de escamas.

Tampoco podía esclarecer el motivo de la consulta. Hablaban con interés de todo un poco, pero no podía identificar un problema de categoría clínica. Ni siquiera un conflicto psicológico, aunque fuera propio de la etapa del ciclo vital donde se encontrase. Todo fluía casi como una conversación intrascendente. Por eso quizás no recordaba nada de él, se decía a sí mismo para apaciguar su creciente angustia al pensar en dicho individuo de vez en cuando. 

Empezó a sentir cierto recelo y enfado contra ese hombre. No entendía el motivo de su interés en acudir a su gabinete para hablar de infinidad de cosas, y de ninguna en particular. De hecho, se lo había comentado alguna vez, pero el paciente enseguida respondía con alguna evasiva, y astutamente acababa buscando una excusa para poder explorar mil y un temas de naturaleza variada, de modo que siempre acababa volviendo a la semana siguiente, a la misma hora. 

Llegó un momento en que se sintió inclinado a concluir su intervención. Estaba completamente harto de su presencia. Sentía alivio cuando se marchaba y agobio días antes de que apareciese por la consulta. Esas sensaciones se intensificaron hasta tal punto que se dio cuenta que su mente estaba ocupada con el dichoso señor, durante una gran parte de la semana. Al fín, llegó el día señalado y decisivo. A partir de ahí, quedaría liberado. 

El paciente se presentó sereno al llegar, como preparado para dicha propuesta, actitud que hizo que se sintiese aún más preocupado e incómodo justo cuando iba a tocar tan delicado asunto. Tras los discretos y protocolarios gestos propios del inicio de una sesión, le comunicó su decisión de terminar hoy con la terapia, con algún tartamudeo incluido, y descansó cuando le dejó al paciente tomar la palabra. El hombre, en lugar de hablar, empezó a resituarse mejor en su sillón, y después decidió, con la velocidad de un koala, colocar las palmas de sus manos boca abajo, sobre cada rodilla. Primero la una, y luego la otra. Después, y muy despacio, empezó a narrar un sueño. Sus labios se movían lentamente, y pronunciaba las sílabas con tal flema que su boca se abría como la de un mero, mientras que sus ojos de batracio no pestañeaban, y no se despegaban de él ni por un instante. La narración en un tono impostado, lo sumió en un profundo sopor, del cual no pudo escapar. La habitación se volvió cada vez más oscura, quedando sólo un haz de luz proyectado sobre la oscura cabeza del paciente, que seguía hablando sin parar. Su voz se volvió sorda, como si hablara tras una pantalla transparente. Ahora parecía un ser acuático, quizás un anélido, flotando en un tanque de agua, tratando de succionarlo con su boca, que ahora se antojaba ser una ventosa, pegada a un cristal invisible.

Tratando de recomponerse, quiso recuperar el principio de la narración del sueño, para intentar esclarecer dónde se encontraba, y qué se supone que debía de hacer. Respiró hondo y tras unos segundos, logró reconstruir unas frases; -Doctor, he tenido un sueño muy extraño, creo que debe saber lo que me ocurrió en dicho sueño, porque que es de gran relevancia para mí. Sé que es un experto en estos temas, y no podría dejar pasar ésta oportunidad para compartirlo con usted. Por favor, déjeme que empiece a contarle lo que me sucedió anoche...-

-Yo soy usted, y le he usurpado su lugar. Me acuesto en su cama, almuerzo con su esposa, llevo a sus niños al colegio y conduzco su coche. Visito a su madre y salgo con sus amigos. Le he suplantado y me siento muy bien. No siento culpa y además, no deseo volver a ser quién fui. Conozco cada detalle de su vida y creo que puedo hacer todo lo que usted hace, con mayor naturalidad y dominio. Se lo puedo demostrar. Si quiere puede hacerme cualquier pregunta y verá que puedo responderla igual o mejor que usted. Todo esto sucede, mientras usted se va desvaneciendo y yo me hago más real y más fuerte. Es como si su vida hubiese sido preparada para mi llegada, para que yo al fin pudiera ser alguien, y usted se sacrifique y desaparezca, realizando un último acto supremo de entrega hacia mí-

No sabía si había entendido bien, pero parecía estar al menos sintiéndolo en su interior. Una gran tensión y deseos de expulsar a ese hombre de su clínica lo invadieron, pero intentó actuar con serenidad y sensatez. Le dijo; -señor, perdón (no se acordaba de su nombre y pidió disculpas, como si el paciente lo fuese a tener en cuenta), creo que su sueño indica que usted sin duda se ha recuperado, y ya no me necesita. Creo que a partir de ahora, cuando tenga algún problema, debe de recordarme y preguntarse, ¿cómo actuaría mi psicólogo en esta situación? El sueño le ayudará a tener confianza en sí mismo y podrá así recordar muchas de las cosas que hemos hablado durante la terapia. Espero que esto le haya servido como un mensaje de despedida. Estoy encantado de haber trabajado con usted. Le he escuchado con atención y creo que ésta es la mejor manera de interpretar su sueño. Le deseo todo lo mejor y no dude en volver si algún día me necesita.

El hombre, siguió mirándolo sin parpadear. Ahora había recuperado su aspecto humano, pero no era el mismo. Esta vez se manifestó con una especie de mueca rígida, una facies hipocrática que lo dejó helado. No dijo una palabra, se levantó y se marchó. Cuando el paciente desapareció por la puerta, el psicólogo se sintió aliviado pero exhausto. Estaba temblando y se sentía perplejo ante sus propias reacciones vegetativas de fatiga y ansiedad. Se quedó espatarrado en su sillón durante un tiempo ilimitado. En realidad era la última consulta del día. No sabía si volver a casa. Se quedó allí aterrado pensando qué ocurriría si saliera a la calle. ¿Se disolvería o se volvería transparente como un fantasma? ¿Y si esta noche se sintiera atrapado en un sueño justo inverso al que el paciente le había contado? ¿Qué significaba todo esto? Una sensación de estupor recorrió toda su espina dorsal dejándolo dolorido y congelado como un fiambre.  



 


 

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