martes, marzo 15, 2022

Tokamak

 Ramiro era uno de esos elegidos que por la gracia de Dios, pudo entrar a formar parte del equipo de investigación de fusión de átomos de hidrógeno en nuestro país. Puede que otros países hubieran encontrado el modo de hacerlo antes que nosotros, pero se trataba de sacarle partido al fenómeno, y a la emergente tecnología, y no sólo realizar una mera demostración de ciencia básica. Por tanto, nosotros también empezamos a dar nuestros primeros pasos con la prometedora fuente de energía eterna y carente de efectos indeseados. Ramiro se vio inmerso en dicho proyecto por una serie de eventos casuales, que como casi todo en el universo, acaba provocando asombro cuando se presta un poco de atención. Era un joven sensible e inteligente, que había completado su doctorado en el campo de la interacción nuclear fuerte. La fortuna le había sonreído y él se dejó llevar por una intuición inclinada al riesgo. Ahora pasaba la mayor parte de su tiempo en un bunker donde se acababan de realizar las últimas pruebas de un reactor nuclear de fusión, totalmente autóctono. A dicha máquina se la conoce como Tokamak. 

Ramiro había dejado todo por el proyecto. Su novia se había quedado perpleja ante su distanciamiento, su desinterés y el escaso tiempo que le había estado dedicando durante el último año, de modo que ella decidió desaparecer de su vida, de manera diplomática y silenciosa, remedando a la propia actitud de Ramiro. Se sentía absorbido por el Tokamak en todo su ser, cosa que era algo novedosa en la mente del joven. Nunca había sentido algo así. Y no quiso retroceder. Todo se fue quedando en la cuneta, menos él, que seguía avanzando hacia lo más recóndito de la naturaleza; allí donde el vacío y la materia se encuentran, y de donde surge la verdad más radiante...aquél espacio que desafía toda lógica y que puede conducir al más aventajado estudioso por el camino de la locura. 

Como un moderno alquimista, Ramiro se sintió cerca de algo extremadamente poderoso y fundamental que exigía cada vez más de él, más tiempo, más esfuerzo y más atención. Y Ramiro se entregaba sin resistencia alguna, puesto que cada paso hacia el corazón de las cosas, por muy pequeño que fuese, le otorgaba una pieza más del rompecabezas que Dios había diseñado para hacer este mundo posible. 

Ahora casi no salía del Tokamak. Comía, dormía y trabajaba allí casi sin descanso. Sus compañeros tampoco se quedaban muy atrás, pero él era el más arriesgado y atrevido de todos. Había abandonado absolutamente lo que cualquier persona hubiera considerado prioritario, sin mirar atrás. Su concentración le estaba llevando no sólo a la excelencia en la física, sino también a la expansión de su mente y de las fronteras de la comprensión de sí mismo. En su implacable camino hacia la aprehensión de la Totalidad, tuvo el atrevimiento de poner en marcha el Tokamak sin supervisión, ni apoyo de los otros técnicos. Había realizado una serie de cálculos y hallazgos que no se atrevió a compartir, y se arropó en el miedo a exponer algo que quizás los compañeros no fueran a ser capaces de entender jamás. La noche decisiva en la que lo puso en marcha él solo, fue apoteósica. Estaba sudando de excitación, sus ojos se salían de las órbitas. Su corazón trabajaba a toda potencia, insuflado por un estado de entrega máxima, a la espera de encontrar ansiadas respuestas. Había calibrado la máquina para crear un breve estado que simulara el origen del universo, cambiando así la función para la cual había sido construida. Esperaba que nadie se diera cuenta de su experimento clandestino y había preparado todos los detalles para después de la laboriosa actividad, borrar todas las huellas de su investigación secreta. 

Una vez concluido el experimento, retornó sigilosamente a su cubículo extenuado, con un gran número de notas, discos duros, y papeles impresos con cálculos y fórmulas. A partir de entonces, Ramiro se mostró mucho menos interesado por el avance técnico del Tokamak. Los compañeros notaron el cambio, pero dada la frenética actividad que dominaba el bunker, nadie tenía tiempo de hacer demasiadas observaciones sobre los demás. De modo que su cambio, no fue objeto de discusión en ningún ámbito del proyecto. Poco a poco se fue desvinculando de la actividad y en unos meses emitió un comunicado formal, anunciando su marcha del centro de investigación con el pretexto de que le habían ofrecido otro puesto similar en un país extranjero.

Meses después se anunciaba que el Tokamak había dado lugar a más inversiones para construir aparatos que pudieran aprovechar la energía procedente de la fusión del hidrógeno y poder así, traspasarla de forma provechosa a los centros industriales y a los hogares. Se estaban dando pasos de gigante. Ramiro en cambio, se había retirado a un pequeño pueblo perdido en las montañas, para dar clase a niños rurales. Allí nadie sabía de su pasado, ni poseían el interés para intentar averiguarlo. 

Ramiro quiso guardarse su secreto para sí mismo. Quiso ahondar más y más. Estudiar las consecuencias de su experimento. Cada instante era una oportunidad para adentrarse en lo más recóndito de la mente y del universo, y no podía perder un momento, ni siquiera para poder intentar explicar lo que sabía. Sin embargo, también fue presa de una enorme inquietud. No estaba seguro de si todo se estaba desmoronando a su alrededor y se estaba separando de lo que antes era la realidad palpable y tangible. No sabía, si realmente sabía. El acercamiento a la totalidad, parecía estar anulando su conocimiento. Es como si su mente reclamara cancelar los opuestos al modo en que una partícula y una antipartícula se aniquilan al encontrarse demasiado próximas. La completitud le estaba absorbiendo. Exteriormente se volvió un hombre proclive a la ingenuidad y casi cómico en sus modos de andar y hablar a la gente del pueblo. Los miembros de la exígua comunidad de vecinos le cogieron cariño y le llamaban el "profesor bobo". Tenía mucha paciencia con los niños. Mientras tanto, en su interior se debatía la misma naturaleza del conocimiento y los límites soportables del saber. 

Un día, se quedó clavado en la cama, presa de una certeza entre tanta duda. Y supo qué iba a pasar a partir de entonces. Su siguiente experimento iba a recaer en los niños del pueblo. Quiso asegurarse de que la mente humana pudiera soportar la Verdad, y empezó a utilizar a los chiquillos del lugar, como acólitos de su magna obra. Entre tanto, el mundo proseguía su mismo ritmo y dirección hacia la provisión de energía ilimitada para todos.  



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