miércoles, marzo 30, 2022

El Retoño Solitario

Los  árboles  pueden comunicarse. Los estudiosos de los árboles saben que los bosques son como grandes  organismos que  mantienen  un delicado  equilibrio  natural, esencial  para muchas  formas de vida. Pero pocos saben, que los árboles también son grandes conversadores. Son gente tranquila, sin prisas. A veces  empiezan   una  tertulia, y  no  la  acaban  en  varios  siglos. En  realidad, no es necesario  hablar demasiado.  Es  más   importante   escuchar. Y  ellos  se  dedican  a  escuchar  casi  todo  el  tiempo. Escuchan  los vientos, sienten a las nubes, y ponen todos sus sentidos para auscultar el estado de la madre Tierra, de la que proceden, mientras dejan que el Dios Sol, les insemine con su profunda sabiduría.

Existe una región donde los bosques forman una inmensa algaba que tapiza todo el extremo sur de la península ibérica. Son por tanto algabas andalusíes, y se encuentran mirando hacia Africa. Los humanos le llaman Los Alcornocales, aunque hay muchos tipos de árboles en esa algaba. Normalmente los alcornoques buscan la umbría, la humedad, y la paz. Les encanta crecer en lugares remotos y no les suele gustar el llano, ni el campo abierto.  Pero Los Alcornocales son algabas muy especiales. Tienen tal extensión que alcanzan al mediterráneo y al atlántico, y sus alcornoques pueden llegar hasta las playas, sin miedo a ese medio salino tan peculiar.  

Un día, un alcornoque brotó muy muy cerca de la playa. Quizás demasiado cerca. Estaba toda su familia establecida por la zona del río Guadiaro, y como tiene que ser, a veces, la suerte decide enviar una bellota fértil a un territorio hostil. Y allí creció el arbolito, frente al mar de levante, con sus vientos bruscos que provocan frecuentes marejadas. Estaba en terreno arenoso…era muy difícil que dicho árbol pudiera prosperar. Y la algaba empezó a hablar sobre el tema, muy pausadamente. Poco a poco el arbolito fue echando raíces, y se fue plegando al viento. Se le rompían las ramas con frecuencia, y algunas de sus raíces acababan asomando, debido a que tenía que soportar inclemencias con frecuencia. No era un terreno fácil para crecer. Pero el árbol fue creciendo. Todo el alcornocal se fue enterando de la historia, incluso los viejos alcornoques que están en los parajes más recónditos de las algabas montañesas. Había preocupación, porque era poco probable que sobreviviera. Pero como siempre, hubo que esperar pacientemente. Y las algabas de alcornoques son muy pacientes. Pasaba el tiempo, y poco a poco llegaban oleadas y sensaciones de las familias de Guadiaro, hasta todos los parajes de la región. El arbolito seguía vivo. Seguía creciendo.

Cuando alcanzó su juventud, ya estaba casi echado por completo en el suelo, pudiendo sentir de un extremo a otro, la sal del mar, y el constante ir y venir de los granos de arena, que golpeaban sus hojas continuamente. Se estaba convirtiendo en una parte integrante del sotobosque de la zona, y de lejos podría no distinguirse fácilmente de los lentiscos u otros arbustos leñosos. Pero estaba lejos de los otros alcornoques e incluso de otras plantas, de modo que su figura acostada y alargada era una presencia algo sorprendente en medio del mar arenoso que precede a la costa.

La ambición del hombre quiso que algunos traficantes quisieran quemar el sotobosque para despistar a las autoridades. Su ambición y locura no tiene límites. Viven rápido, impulsivamente y no escuchan ni atienden a nada. Por eso decidieron quemar algunos arbustos secos y salir corriendo para poder llevar su mercancía hacia el interior, por el río, sin que los alguaciles pudieran advertirlo.

El fuego descontrolado en una tarde de verano arrasó a las familias de alcornoques que estaban unidas unas a otras, a través de raíces, y ramas cercanas. Cayeron calcinadas unas tras otras. Murieron antes de que alguien pudiera salvarlas.

Pero nuestro alcornoque quedó libre de peligro. Estaba demasiado lejos del fuego, demasiado inundado de arenas y humedad. Se quedó allí, muy triste. Sintiendo la pena y el vacío que deja la muerte al pasar. Las algabas lo supieron. La pérdida atemorizó a muchos árboles. Fue una época horrible. Pero el alcornoque de la playa quiso seguir viviendo. Quiso seguir creciendo tumbado, azotado y golpeado por el furioso viento. Sus bellotas comenzaron a esparcirse y rodar por la arena, alcanzando diferentes cotas, rodando por las dunas. Algunas de ellas germinaron. La familia perdida también pudo recuperar algunos miembros escaldados que no fueron destruidos del todo. Poco a poco, muy despacio, la rivera del Guadiaro empezó a reverdecer con el característico color de las hojas del alcornoque. Su lento crecer, su peculiar corteza, y los líquenes que pueblan por ella, les hacen inconfundibles. Ahora todos celebran la vuelta de las familias de alcornoques por la playa de Guadiaro. Es un tema que ha dado que hablar durante muchos años en las algabas. Las conversaciones van y vienen sin premura. Todos rezan y agradecen la presencia de aquél pequeño retoño que creció solo, sin ayuda. Porque sin él, la algaba hubiera perdido la esperanza ante la amenaza constante de los humanos. Los árboles quieren seguir viviendo, y seguirán adelante con o sin el hombre.

4 comentarios:

Paul Winterwind dijo...

Maravilloso. Fractal.
Siempre he querido ser un árbol.
Enorme, legendario. El ser vivo que a nadie agrede, depreda o le hace la guerra. Con la tranquila seguridad de que si llega alguien y lo tala o lo quema o lo arranca de la Tierra, el árbol, tan fractal como los bronquios, y todos sus hermanos árboles, SONREIRÁN:

Idiotas, os habéis quedado sin oxígeno, el que os regalamos.

Y entonces el árbol seguirá vivo en mi armario de madera. En mi mesa de roble, en la mesa bulbo de la terrraza, continuando esa otra vida expuesta al sol, a la sal, modificando sus tonalidades con los años, en su nueva encarnación en mesa, paralelo a los crepúsculos.

Paul Winterwind dijo...

https://youtu.be/Ujvy-DEA-UM

Andalu dijo...

Gracias Paul, eres un cielo, y lo sabes...

Unknown dijo...

‼️Honor eterno al retoño alcornoque‼️