Los árboles pueden comunicarse. Los estudiosos de los árboles saben que los bosques son como grandes organismos que mantienen un delicado equilibrio natural, esencial para muchas formas de vida. Pero pocos saben, que los árboles también son grandes conversadores. Son gente tranquila, sin prisas. A veces empiezan una tertulia, y no la acaban en varios siglos. En realidad, no es necesario hablar demasiado. Es más importante escuchar. Y ellos se dedican a escuchar casi todo el tiempo. Escuchan los vientos, sienten a las nubes, y ponen todos sus sentidos para auscultar el estado de la madre Tierra, de la que proceden, mientras dejan que el Dios Sol, les insemine con su profunda sabiduría.
Existe una región donde los bosques forman una inmensa
algaba que tapiza todo el extremo sur de la península ibérica. Son por tanto algabas
andalusíes, y se encuentran mirando hacia Africa. Los humanos le llaman Los Alcornocales,
aunque hay muchos tipos de árboles en esa algaba. Normalmente los alcornoques
buscan la umbría, la humedad, y la paz. Les encanta crecer en lugares remotos y
no les suele gustar el llano, ni el campo abierto. Pero Los Alcornocales son algabas muy
especiales. Tienen tal extensión que alcanzan al mediterráneo y al atlántico, y
sus alcornoques pueden llegar hasta las playas, sin miedo a ese medio salino
tan peculiar.
Un día, un alcornoque brotó muy muy cerca de la playa.
Quizás demasiado cerca. Estaba toda su familia establecida por la zona del río
Guadiaro, y como tiene que ser, a veces, la suerte decide enviar una bellota
fértil a un territorio hostil. Y allí creció el arbolito, frente al mar de
levante, con sus vientos bruscos que provocan frecuentes marejadas. Estaba en
terreno arenoso…era muy difícil que dicho árbol pudiera prosperar. Y la algaba
empezó a hablar sobre el tema, muy pausadamente. Poco a poco el arbolito fue
echando raíces, y se fue plegando al viento. Se le rompían las ramas con
frecuencia, y algunas de sus raíces acababan asomando, debido a que tenía que
soportar inclemencias con frecuencia. No era un terreno fácil para crecer. Pero
el árbol fue creciendo. Todo el alcornocal se fue enterando de la historia,
incluso los viejos alcornoques que están en los parajes más recónditos de las
algabas montañesas. Había preocupación, porque era poco probable que
sobreviviera. Pero como siempre, hubo que esperar pacientemente. Y las algabas
de alcornoques son muy pacientes. Pasaba el tiempo, y poco a poco llegaban
oleadas y sensaciones de las familias de Guadiaro, hasta todos los parajes de
la región. El arbolito seguía vivo. Seguía creciendo.
Cuando alcanzó su juventud, ya estaba casi echado por
completo en el suelo, pudiendo sentir de un extremo a otro, la sal del mar, y
el constante ir y venir de los granos de arena, que golpeaban sus hojas continuamente.
Se estaba convirtiendo en una parte integrante del sotobosque de la zona, y de
lejos podría no distinguirse fácilmente de los lentiscos u otros arbustos
leñosos. Pero estaba lejos de los otros alcornoques e incluso de otras plantas,
de modo que su figura acostada y alargada era una presencia algo sorprendente
en medio del mar arenoso que precede a la costa.
La ambición del hombre quiso que algunos traficantes
quisieran quemar el sotobosque para despistar a las autoridades. Su ambición y
locura no tiene límites. Viven rápido, impulsivamente y no escuchan ni atienden
a nada. Por eso decidieron quemar algunos arbustos secos y salir corriendo para
poder llevar su mercancía hacia el interior, por el río, sin que los alguaciles
pudieran advertirlo.
El fuego descontrolado en una tarde de verano arrasó a las
familias de alcornoques que estaban unidas unas a otras, a través de raíces, y
ramas cercanas. Cayeron calcinadas unas tras otras. Murieron antes de que
alguien pudiera salvarlas.
Pero nuestro alcornoque quedó libre de peligro. Estaba
demasiado lejos del fuego, demasiado inundado de arenas y humedad. Se quedó
allí, muy triste. Sintiendo la pena y el vacío que deja la muerte al pasar. Las
algabas lo supieron. La pérdida atemorizó a muchos árboles. Fue una época
horrible. Pero el alcornoque de la playa quiso seguir viviendo. Quiso seguir
creciendo tumbado, azotado y golpeado por el furioso viento. Sus bellotas
comenzaron a esparcirse y rodar por la arena, alcanzando diferentes cotas,
rodando por las dunas. Algunas de ellas germinaron. La familia perdida también
pudo recuperar algunos miembros escaldados que no fueron destruidos del todo.
Poco a poco, muy despacio, la rivera del Guadiaro empezó a reverdecer con el
característico color de las hojas del alcornoque. Su lento crecer, su peculiar
corteza, y los líquenes que pueblan por ella, les hacen inconfundibles. Ahora todos
celebran la vuelta de las familias de alcornoques por la playa de Guadiaro. Es
un tema que ha dado que hablar durante muchos años en las algabas. Las
conversaciones van y vienen sin premura. Todos rezan y agradecen la presencia
de aquél pequeño retoño que creció solo, sin ayuda. Porque sin él, la algaba
hubiera perdido la esperanza ante la amenaza constante de los humanos. Los árboles
quieren seguir viviendo, y seguirán adelante con o sin el hombre.
4 comentarios:
Maravilloso. Fractal.
Siempre he querido ser un árbol.
Enorme, legendario. El ser vivo que a nadie agrede, depreda o le hace la guerra. Con la tranquila seguridad de que si llega alguien y lo tala o lo quema o lo arranca de la Tierra, el árbol, tan fractal como los bronquios, y todos sus hermanos árboles, SONREIRÁN:
Idiotas, os habéis quedado sin oxígeno, el que os regalamos.
Y entonces el árbol seguirá vivo en mi armario de madera. En mi mesa de roble, en la mesa bulbo de la terrraza, continuando esa otra vida expuesta al sol, a la sal, modificando sus tonalidades con los años, en su nueva encarnación en mesa, paralelo a los crepúsculos.
https://youtu.be/Ujvy-DEA-UM
Gracias Paul, eres un cielo, y lo sabes...
‼️Honor eterno al retoño alcornoque‼️
Publicar un comentario