viernes, julio 16, 2021

El Viejo y el Mar (Homenaje a Carl Gustav Jung)

 

Hubo una vez un hombre que vivió tanto tanto tanto, que toda la gente que conocía se acabó muriendo antes que él. En su tristeza, pudo comprobar que este fenómeno ocurría una y otra vez. Y él nunca se moría. Cuando joven, había sido muy temeroso de contraer enfermedades y era conocido por su timidez. Tales circunstancias le hicieron muy estudioso del cuerpo y la mente, y acabó convirtiéndose sin quererlo en el médico de la comarca. Paradójicamente, y a pesar de ganar confianza al aumentar su experiencia con las dolencias de otros, él nunca caía enfermo. Esto le hizo vivir con una perpetua actitud de perplejidad, que los demás interpretaron como un síntoma de excentricidad y propio de su carácter ascético. En un momento dado, y después de haber probado el celibato durante años, llegó a casarse, pero tras una vida entera de familia, se quedó viudo. Bastante después murieron sus hijos. Pero lo peor fue ver desaparecer a sus nietos. Años de desesperación parecían corroer su alma, pero siguió viviendo, hasta que en un momento dado, el viejo decidió marcharse a un lugar donde nadie lo conociera y así no tuviera que sentir el dolor de más duelos y la desazón que su extrema longevidad causaba a sus amigos, descendientes y vecinos. Un día, se despidió de todos y se marchó con aquello que pudo llevar en un carro. Se dirigió con su mula hacia el mar. No sabía a dónde iba, ni le importaba. Simplemente se puso de camino hacia donde creía que el mar se encontraba. En realidad, tenía todo el tiempo del mundo. Tras muchos meses y aventuras, llegó a lo que pareció un pueblo de pescadores. Las playas a ambos lados del pueblo eran larguísimas. Había mucho espacio y tranquilidad para vivir. Así que compartió sus artes de médico, curó al enfermo y aprendió a cambio, las que corresponden a la pesca. Se construyó un chozo algo apartado del pueblo y allí continuó viviendo, a la espera de que al fin, Dios se dignara a llevárselo en su seno. El viejo, de nombre Okap, continuó su existencia de forma ilimitada. No se sabe durante cuánto tiempo permaneció allí, en aquél chozo. Curiosamente, un día Okap se dio cuenta de que durante toda su existencia, había estudiado muchísimo y había también aprendido una barbaridad sobre el cuerpo y la mente. Sus conocimientos de matemáticas le permitieron establecer una curva descendente, que tenía crestas ocasionales, seguidas de algunos “pozos”, desde donde el aprendizaje parecía recuperarse, tras un periodo de menor actividad. Después de esos periodos, Okap volvía a aprender más cosas, porque o bien profundizaba en el saber, o bien se dirigía a una nueva disciplina o ciencia para aprenderla. Así descubrió que debido a su enorme capacidad para educarse, había seguido existiendo durante varias generaciones. La curva le mostraba que poco a poco se acercaría a su fin, puesto que cada día aprendía menos cosas. Esto le proporcionó una gran paz, sabiendo que alcanzaría un punto de la curva donde su vida debería de detenerse de manera natural. Acercarse al mar y aprender a pescar y vivir cerca del mundo marino, inyectó más vida y más conocimiento a su existencia. Okap supo que eso hizo expandir la curva aún más hacia el infinito, pero ahora estaba más sereno, sabiendo que tarde o temprano, sino se movía de allí, acabaría aprendiendo todo, y al final podría reunirse con sus seres queridos en otro mundo. Conforme Okap se fue adaptando al ambiente y sintió que tras muchos años dominó por completo todo lo que constituía el saber y la vida en el mar, notó que se hizo algo más viejo. Se sintió más indiferente a todo y a la vez más contento. A esas alturas podía husmear el viento al salir de la covacha, y predecir cómo iba a ser el día. También curaba con gran efectividad a la gente del pueblo. En general, ya no había casi nada que se le resistiera. Sabía de plantas, de animales, del Cielo y la Tierra. Aunque era popular y respetado en el pueblo, selló un pacto con los habitantes de no revelar su identidad, más allá de los confines de la villa. De este modo se aseguraba limitar su conocimiento y la expansión de su sabiduría a través de más personas. Poco a poco, sintió que su mente volaba con facilidad sobre el mar, incluso en sus profundidades. Su cuerpo era cada vez más liviano y comía menos. Los que le vieron por última vez, lo recordaron como alguien que estaba en sus huesos, pero que parecía a la vez extremadamente fuerte y sano. Okap percibió que sus sensaciones eran cada vez más mágicas. Creía poder levitar y carecer de necesidades perentorias, cuando al fin, se fue desvaneciendo. Su cuerpo se fue transformando en una materia arenosa y medio gaseosa, que se podía mover al ritmo de la salada brisa. Okap, un momento antes de desaparecer recordó que era alquimista.  

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