Hubo una vez un hombre que vivió tanto tanto tanto, que toda
la gente que conocía se acabó muriendo antes que él. En su tristeza, pudo
comprobar que este fenómeno ocurría una y otra vez. Y él nunca se moría. Cuando
joven, había sido muy temeroso de contraer enfermedades y era conocido por su
timidez. Tales circunstancias le hicieron muy estudioso del cuerpo y la mente,
y acabó convirtiéndose sin quererlo en el médico de la comarca. Paradójicamente,
y a pesar de ganar confianza al aumentar su experiencia con las dolencias de
otros, él nunca caía enfermo. Esto le hizo vivir con una perpetua actitud de
perplejidad, que los demás interpretaron como un síntoma de excentricidad y
propio de su carácter ascético. En un momento dado, y después de haber probado el
celibato durante años, llegó a casarse, pero tras una vida entera de familia,
se quedó viudo. Bastante después murieron sus hijos. Pero lo peor fue ver
desaparecer a sus nietos. Años de desesperación parecían corroer su alma, pero siguió viviendo, hasta que en un momento dado, el viejo decidió
marcharse a un lugar donde nadie lo conociera y así no tuviera que sentir el
dolor de más duelos y la desazón que su extrema longevidad causaba a sus amigos,
descendientes y vecinos. Un día, se despidió de todos y se marchó con aquello
que pudo llevar en un carro. Se dirigió con su mula hacia el mar. No sabía a
dónde iba, ni le importaba. Simplemente se puso de camino hacia donde creía que
el mar se encontraba. En realidad, tenía todo el tiempo del mundo. Tras muchos
meses y aventuras, llegó a lo que pareció un pueblo de pescadores. Las playas a
ambos lados del pueblo eran larguísimas. Había mucho espacio y tranquilidad
para vivir. Así que compartió sus artes de médico, curó al enfermo y aprendió a
cambio, las que corresponden a la pesca. Se construyó un chozo algo apartado
del pueblo y allí continuó viviendo, a la espera de que al fin, Dios se dignara
a llevárselo en su seno. El viejo, de nombre Okap, continuó su existencia de
forma ilimitada. No se sabe durante cuánto tiempo permaneció allí, en aquél
chozo. Curiosamente, un día Okap se dio cuenta de que durante toda su
existencia, había estudiado muchísimo y había también aprendido una barbaridad
sobre el cuerpo y la mente. Sus conocimientos de matemáticas le permitieron
establecer una curva descendente, que tenía crestas ocasionales, seguidas de
algunos “pozos”, desde donde el aprendizaje parecía recuperarse, tras un
periodo de menor actividad. Después de esos periodos, Okap volvía a aprender
más cosas, porque o bien profundizaba en el saber, o bien se dirigía a una
nueva disciplina o ciencia para aprenderla. Así descubrió que debido a su
enorme capacidad para educarse, había seguido existiendo durante varias
generaciones. La curva le mostraba que poco a poco se acercaría a su fin,
puesto que cada día aprendía menos cosas. Esto le proporcionó una gran paz,
sabiendo que alcanzaría un punto de la curva donde su vida debería de detenerse de manera natural.
Acercarse al mar y aprender a pescar y vivir cerca del mundo marino, inyectó
más vida y más conocimiento a su existencia. Okap supo que eso hizo expandir la
curva aún más hacia el infinito, pero ahora estaba más sereno, sabiendo que
tarde o temprano, sino se movía de allí, acabaría aprendiendo todo, y al final
podría reunirse con sus seres queridos en otro mundo. Conforme Okap se fue
adaptando al ambiente y sintió que tras muchos años dominó por completo todo lo
que constituía el saber y la vida en el mar, notó que se hizo algo más viejo.
Se sintió más indiferente a todo y a la vez más contento. A esas alturas podía
husmear el viento al salir de la covacha, y predecir cómo iba a ser el día. También
curaba con gran efectividad a la gente del pueblo. En general, ya no había casi
nada que se le resistiera. Sabía de plantas, de animales, del Cielo y la
Tierra. Aunque era popular y respetado en el pueblo, selló un pacto con los
habitantes de no revelar su identidad, más allá de los confines de la villa. De
este modo se aseguraba limitar su conocimiento y la expansión de su sabiduría a
través de más personas. Poco a poco, sintió que su mente volaba con
facilidad sobre el mar, incluso en sus profundidades. Su cuerpo era cada vez
más liviano y comía menos. Los que le vieron por última vez, lo recordaron como
alguien que estaba en sus huesos, pero que parecía a la vez extremadamente
fuerte y sano. Okap percibió que sus sensaciones eran cada vez más mágicas. Creía
poder levitar y carecer de necesidades perentorias, cuando al fin, se fue
desvaneciendo. Su cuerpo se fue transformando en una materia arenosa y medio
gaseosa, que se podía mover al ritmo de la salada brisa. Okap, un momento antes
de desaparecer recordó que era alquimista.
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