martes, julio 06, 2021

Relatos Cósmicos para Incrédulos


En un remoto planeta, muy lejos de aquí, hay vida, y hay seres que pueden comunicarse. Después de muchos siglos de andanzas y desencuentros, ahora viven en relativa paz y armonía. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce.

Anasus Zaíd acababa de presentar su plan de choque para presentarse a sultana de Aiculadna, el gran imperio terrenal que durante años sus padres habían gobernado. Anasus era la última de una generación de grandes gobernantes. Aunque sus padres y abuelos habían sido jefes de estado, en realidad ella no podía heredar directamente el cargo, ya que los méritos para el gobierno del sultanato requerían la aprobación general de los ciudadanos de Aiculadna. De modo que Anasus se había rodeado de un gabinete de expertos para presentar su programa de gobierno y no dejar cabo suelto. Había varios competidores al trono, pero ella se veía fuerte.  

Un día, tras un largo y acalorado debate, Anasus decidió salir de las amplias salas de palacio, donde trabajaba sin cesar con sus asistentes, y alejarse del lugar. Necesitaba aire fresco y andar sola, sin que nadie le molestara. Se sentía inquieta e insegura. En realidad, el reino gozaba de un gran bienestar, pero Anasus no las tenía todas consigo. Presumía de pertenecer a una estirpe de grandes gobernantes, pero sin embargo sentía que había un gran descontento en la calle. ¿Cómo podía ser esto posible? Y si lo era, ¿qué posibilidades tenía ella de volver a ganar el corazón del pueblo?

Ensimismada en sus pensamientos, se alejó solemnemente de la sobrecargada atmósfera que presidía, y a paso lento y haciendo sisear su larguísimo vestido de cola color verde brillante, se marchó hacia las afueras de palacio. Los guardianes la siguieron en la distancia, obedeciendo sus instrucciones. Su figura, agigantada por su voluptuoso y extenso traje, le hacía parecer como un dragón sin alas. Sola y sin el arropamiento de su corte imperial, parecía extremadamente frágil y hasta bella, tan absorta estaba en su melancolía.  

Al salir de palacio, se encontró con un parque lleno de plantas aromáticas. Nunca había estado allí a pesar de la cercanía a palacio, y repentinamente se sintió embriagada por los perfumes que le alcanzaban a su paso por los jardines. Es difícil saber a qué olían aquellas maravillosas plantas, desconocidas en este lugar de la galaxia. Supongamos que, por comparar, Anasus percibía la fragancia de flores parecidas a las mimosas, los lilos y las alhucemas. Según avanzaba por los jardines, parecía estar en una estación del año diferente. Si pasaba por un extenso y morado huerto de alhucemas, parecía estar en verano. Al cruzar un bosque de mimosas, volvía atrás y se sentía en medio de la fresca primavera. Siguió andando sin parar, hasta salir del parque. Su última sensación olfativa fue la generada por la hipnótica flor de miel, de una trepadora parecida a la madreselva. Sin darse cuenta prosiguió su camino hacia la ciudad. No quiso volver atrás. Quería respuestas. Todo el mundo que la veía quedaba como impactado por su extraño andar, sus facciones y su ensimismamiento. Quizás Anasus percibiera la sensación que causaba su presencia ante los viandantes, pero ella continuó su camino, no permitiendo que los guardianes se acercaran demasiado y perturbaran su estado mental.   

Tras mucho caminar, sintió el deseo de tomar aliento en un banco frente a la costa. Allí mismo había un hombre (digamos que era un hombre, por ayudar a nuestra imaginación, porque no sabemos qué aspecto tienen las gentes de Aiculadna) de pelo cano, y barba tricolor. También parecía ensimismado como ella. De hecho, él no le prestó ninguna atención, cuando al llegar, se quedó mirándolo, como esperando alguna respuesta o siquiera un gesto de reconocimiento. El hombre era de porte atractivo y más bien enigmático. Anasus sintió una leve indignación al percibir su total indiferencia. Esto la llevó a sentarse allí mismo, junto a él. Tuvo que hacerlo lentamente, para acomodar su serpenteante y larguísimo vestido a las estrecheces del banco. Mirando ambos hacia el verdoso océano, Anasus le preguntó al hombre, en qué estaba pensando…

El hombre, que se tomó bastante tiempo en contestar, le respondió como si la conociera de toda la vida. Le habló con parsimonia, casi como si estuviera dialogando consigo mismo, porque siguió con su mirada fija en el mar. -La realidad actual de la aldea global donde vivimos, manifiesta una fuerza centrífuga que huye de su propio origen. Huimos a toda carrera hacia delante, quizás para afrontar un fatal precipicio-, dijo el barbudo, sin pestañear. Anasus quedó perpleja. Se sintió confusa, quizás insultada. ¿Se estaba refiriendo a su gobierno, o al mundo en general? Tras un lapso que parecía haber sido creado exprofeso, el hombre continuó su reflexión. –El pensamiento es un fenómeno divergente, que, a pesar de la persistencia del poder por dominarlo, está invocado a reavivar un impulso centrípeto, de regreso a la profundidad del ser-. Las frases eran cada vez más desagradables y difíciles de interpretar. Anasus sintió una punzada en su corazón. No sabía si entendía lo que el anónimo ciudadano estaba diciendo, pero de alguna manera, sus palabras laceraban su alma. Tras otro lapso, el señor continuó su monólogo infernal. –La actitud colectiva de la ciudadanía niega la esencia de la vida, y dedica su decadente existencia al culto del cuerpo, o incluso a vanagloriarse en público de lo que les apetece introducir en sus ases de oros-. En ese momento, Anasus dejó de respirar. Parecía que todo estaba dando vueltas, y en su desesperación quiso dar un grito, pero de su garganta sólo pudo salir un breve y agudo graznido. Las palabras del hombre prosiguieron su camino, como un ejército invadiendo una ciudad indefensa. –Nuestra condición y naturaleza nos obliga a conocer y respetar las leyes que rigen este mundo; no hemos venido aquí a imponer nuestras absurdas fantasías, sino a crecer y vivir para perpetuar el sagrado ritmo que nos mantiene en frágil equilibrio-. Anasus tenía ahora su rostro de color azul verdoso. Las venas de su cuello estaban inflamadas, y por las comisuras de sus labios salía algo de espuma blanca. Los guardias que estaban a cierta distancia no notaron nada. El hombre se alejó lentamente, pero sin dejar de hablar; -"Pan y Circo" es una vieja fórmula conocida en todos los rincones de la galaxia, y deberías saber que no lleva a ningún lado; vosotros, los poderosos, creéis que podéis regir el mundo, pero es el mundo el que nos rige a todos-. Anasus, ni respiraba, ni sentía su corazón, el cual parecía haberse partido en pedazos. Sin embargo, estaba como congelada, paralizada o hipnotizada por el castigador lenguaje de aquél hombre que ahora en su progresivo distanciamiento tomó la forma de un brujo. El hilo de su voz todavía penetraba en las pocas zonas vivas que quedaban en el cerebro de Anasus, envenenando mortalmente toda esperanza de sobrevivir a su terrible encantamiento. –Un gobernante debe de garantizar la continuidad de su estado, lo que hacéis es garantizar el exterminio de nuestra civilización; muy pronto estaremos esclavizados por hordas de bárbaros, pero esta lucha no es nueva…es más bien eterna, aunque por lo que respecta a este país, estamos acabados-.   

Anasus permaneció en la misma postura, con la mirada fija hacia el mar. Todo alrededor siguió igual, a pesar de su repentina muerte. El brujo desapareció en el horizonte, aunque su voz todavía se escuchaba muy clara, como si estuviese al lado de Anasus, asegurándose de que su letanía sentenciaba a la aristócrata a un viaje sin retorno.  

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