Soy Bobby, teniente del ejército. Acabo de volver de una misión.
Eso significa que he sobrevivido. Mi compañero, el teniente Erik ha sido una
gran fuente de inspiración. Ahora que estoy en casa, puedo ver cuánto me ha
ayudado a seguir en este mundo. Pero tengo serias dudas sobre mí mismo en
estos momentos. Necesito aclarar esto.
Antes de ir a Afganistán, tuve la suerte de conocer a Erik
durante nuestra fase de preparación. Erik me mostró cómo hacer que mi mente tolerase
lo que iba a ocurrir después. Erik me dijo que lo mejor era simplemente aceptar que iba
a morir. Quizás debía de asesinar mi propio Yo. Me aseguró que esto me podría permitir pasar los días y semanas que debía de permanecer estacionado en Afganistán, sin sucumbir.
Erik ayudó a mucha gente.
Durante los meses que estuvimos movilizados, dejé de pensar y sentir como antes lo había hecho. Las operaciones diarias suponían
tanto riesgo que me dejaban completamente a merced de un enemigo implacable e
invisible. Era imposible ignorar tales hechos. No había donde esconderse. De hecho, fui testigo de la desaparición de
muchas personas, y gracias a Erik, conseguí resistir el impulso hacia la propia
autodestrucción. Al mismo tiempo, algo fue cambiando. En efecto dejé de ser Bobby, para ser un muerto viviente. La tensión contínua transformaba la manera en la que me
relacionaba con el mundo exterior, el cual era simplemente un infierno
polvoriento. Estaba pero no estaba. Quizás era un fantasmagórico espectador de una realidad paralela, profundamente incomprensible.
La mayoría de los compañeros con los que comencé mi experiencia en Afganistán, murieron tras ser volados en un campo de minas. Un helicóptero acudió al rescate tras mi llamada de socorro, pero las hélices se acercaron tanto al suelo que provocaron que más minas explosionaran y mataran a algunos de los soldados que aunque mutilados, todavía estaban con vida. Resultó muy difícil salir mentalmente ileso de aquello. Me sentí responsable de aquellos soldados, que acabaron hecho pedazos. Quizás debería de haber pedido un rescate por tierra. Gracias a Erik, yo ya estaba muerto; eso me alivió con la angustia de verlos morir. De modo que mi alma estaba a salvo o tan condenada que daba igual.
En medio de todo aquél sinsentido, recuerdo una
ocasión en la que tuvimos que ir al encuentro de un puesto de la policía
nacional afgana, del cual habíamos perdido el contacto por radio. Era sobre la
una de la madrugada. Todo estaba en silencio. Sentado en la torreta del vehículo
blindado noté las estrellas muy cerca, mientras nos dirigíamos por el solitario carril hacia la negrura de las montañas. Al mismo tiempo sentí la compleja
conexión con el universo, del cual no soy más que una mota de polvo. Polvo cósmico. Nada importaba,
yo ya estaba muerto. Me pregunto si esa experiencia significa algo.
Erik también me dijo que al salir de allí con vida, ´había
que revivir al muerto´. Había que resucitar a la persona que había asesinado el
primer día, para poder subsistir. Por eso tengo dudas ahora. No he podido
hacerlo. No sé cómo salir del estrecho ataúd donde me encuentro. Un tremendo
vacío se apoderó de mí, y sigo presa de él. Erik saltó por los aires en un
vehículo blindado, poco antes de terminar nuestra misión. Ya no sé quién soy.
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