domingo, abril 11, 2021

Muerte en el Pico del Aljibe



-¡Mi Sargento!- dijo el guardia, con voz de ultratumba –Aquí hay unos papeles, no sé si los quiere usted- El Sargento se giró con cara de infinito cansancio y dijo: -de acuerdo, sí, los necesito, guárdelos y nos los llevaremos al cuartel-. Obedeciendo las órdenes, el guardia se agachó para quitarle los papeles a un cuerpo sin vida, que los tenía agarrados en un puño. En aquél laberinto boscoso y oscuro, los guardias con capas cetrinas parecían espíritus levitantes. La batalla contra los últimos republicanos andaluces había terminado. Todos estaban destruidos, incapaces de pensar, de comprender. La algaba silenciosa, tras los últimos disparos, fue una vez más testigo mudo de las peripecias humanas. Allí, cerca del Pico del Aljibe se habían escondido unos maestros y un cura rebelde hasta el fin de sus días. Se defendieron con pistolas y con sus dientes, pero no sirvió más que para hacerlo todo mucho peor. La guardia civil había torturado a muchos paisanos en Jimena, había muerto demasiada gente. Para nada.

Las últimas notas del maestro Don Evaristo Romero, fueron llevadas al cuartelillo. Casi nadie hubiera podido entenderlas, porque allí, ya nadie sabía percibir la agudeza de las metáforas o valorar la delicadeza de los símbolos. Ni siquiera podían permitirse valorar un sentimiento. Ya no había más emociones que el horror, la dureza, la privación. Quizás esas notas acabaron en la hoguera. Como siempre, en este país todo lo bueno acaba en la hoguera.

Don Evaristo tuvo unos últimos momentos de epifanía en el bosque encantado. Rodeado de enormes quejigos y alcornoques, que como espíritus atávicos le susurraban las verdades gota a gota, el maestro se dio cuenta de sus errores. Las notas destilaban esa pena y dolor, llevado al extremo. Harto de comer bellotas y de estar enfermo. Cansado de esperar que algún valiente del pueblo arriesgara su vida para acercarle algo de pan duro. Hizo acopio de sus últimas fuerzas para pelear contra un ejército de guardias civiles, también hastiados y rotos, por el sinsentido del conflicto. Pero aún, el estoicismo y la obstinación todavía eran patrimonio de todos.

Sus últimas líneas fueron: -Y aquí acabo mis días, ahora, confuso de saber que hice bien y mal. Hice lo que tenía que hacer, o quizás no. Cerca de aquí, hay tumbas de gentes ancestrales. De los antiguos dueños de este lugar. Siento su presencia, su gravedad. Inscripciones y dibujos mágicos decoran las rocas de estos montes, guardando los secretos de generaciones de humanos. Ahora entiendo todo. Yo también tengo que dormir aquí el sueño eterno, pero tendré que hacerlo luchando, a pesar de estar hambriento como un perro, y tan enfermo que ni el bálsamo de Fierabrás me podría devolver las fuerzas. El dolor me ciega y me espanta a la vez. Quisiera que nada de esto hubiera ocurrido. Llevo a mis espaldas la muerte de gente inocente, que ha tratado de ayudarme. Quizás debería de haberme marchado, quizás todo hubiese sido más fácil. Ojalá que los que sobrevivan a esta locura, puedan empezar de nuevo, sin rencor y sin odio, porque yo estoy hecho pedazos. Ya no podría continuar, ni aunque pudiera; la ponzoña de la guerra me ha convertido en un animal. Nuestra tierra necesita hombres, no bestias. Siento que me voy para siempre. Tengo miedo. Quiero que mi sangre sirva al menos para enjugar la savia de estos árboles y mi carne, alegre el color de los brezos. Aquí yazco, herido de bala, esperando la muerte. Un sol de ocho rayos viene a recogerme al fin… 

3 comentarios:

JuanZ dijo...

Interesante relato sobre el miedo, las dudas y la muerte. Sobre no querer morir y perpetuarse en la tierra y en los árboles.

Andalu dijo...

Gracias broder por leerlo! un abrazo

Unknown dijo...

Bonito,metáfora dolorosa del abrazo del fin y su redención