Después de años de sufrimiento viviendo en un país extranjero,
Donato decidió al fin volver, pero no del todo. Dada la posibilidad de todavía
utilizar su perfil profesional y segundo idioma, consiguió en un momento dado, un currelo que lo convertía en un trabajador fronterizo. Esto es algo muy típico
en Europa, lugar plagado de interminables fronteras y pequeñas jurisdicciones. De
modo que, se situó dentro de la demarcación nacional, pero realizando su labor
vocacional de lunes a viernes, en el país vecino. Aunque no vivía en su ciudad
natal, al menos le consolaba saber que la parte más importante del día la
pasaba en su tierra.
Donato era un hombre corpulento, aunque interiormente
frágil, y muy inclinado a la explosividad emocional, fácil de provocar e
irritable. Antes de su personal
diáspora, había tenido un conflicto con su novia, a la cual planeó asesinar,
debido a los celos y resentimientos que fue acumulando durante la relación. Tuvo
suerte que ella bruscamente y sin aviso cambiara de ciudad, incluso de región
tras cortar con él. Sino, tras la última pelea que tuvieron, decididamente
hubiera ido a por ella, y la hubiera machacado con lo primero que se hubiera
encontrado a mano. Se ve que ella barruntó la catástrofe. Tras semejante
humillación y numerosas peleas con conocidos y desconocidos, que pagaron el
pato por lo sucedido con la novia, decidió marcharse del país por no acabar
cargándose a alguien y terminar sus días en el trullo. Con su maleta llena de vagas
ilusiones de éxito y felicidad en otro mundo, marchó sin mirar atrás. Milagrosamente,
había pasado desapercibido durante su larga estancia en el extranjero, haciendo
extremos esfuerzos por controlarse. De hecho, se había relacionado muy poco
para no meterse en líos. Donato encontró relativamente fácil mantenerse al
margen, ya que encontraba a los lugareños gente hosca y fría. La dificultad con el idioma también actuó de atenuante, todo hay que decirlo. Al final, pasaron
los años y aunque no tuvo grandes conflictos con la población local, tampoco
hizo amigos, ni formó lazos afectivos con nadie. Donato tuvo que cambiar de
nuevo de residencia y país, volver al terruño, porque no podía soportar la
presión de la soledad, acumulada año tras año, en aquél país oscuro, de
permanentes nubes grises, que como toallas mojadas, presionaban su cabeza
causando frecuentes migrañas.
El caso es que, al cabo del tiempo de residir en su país, la
Agencia Tributaria le mandó un par de tarjetas de navidad y Donato no pareció
entender ni aceptar, de qué se trataba el asunto. Cuando habló con su gestoría
por teléfono, y se enteró de que Hacienda le reclamaba un nosequé tributo de doble
imposición, sintió que un infierno se abrió dentro de sí, y se desató una
tormenta imposible de aplacar. Se sintió humillado y ridiculizado. ¿Cómo iba él
a pagar dos veces el mismo impuesto? Hablaba consigo mismo repitiendo la misma
cantinela; -me he marchado de este país tan falto de oportunidades, y ahora
venís a robarme lo que gano con el sudor de mi frente….- Donato leyó y releyó
las cartitas con mucho dolor, y memorizó a fuego, el nombre de la funcionaria
que firmaba las malditas cartas. Solo fue cuestión de unos días. Una vez que
encontró suficiente información en las redes sociales, no pudo ya esperar. Se fue
en busca de la individua que le quería robar su dinero y la esperó a la salida
del trabajo. La agarró del cuello y la lanzó contra la acera, golpeándola sin
cesar hasta que los transeúntes intentaron (demasiado tarde) evitar lo peor.
Tras golpear a todos y cada uno de los que se encontraban haciendo un círculo
alrededor de la víctima, se introdujo en el edificio de Hacienda y le propinó
una monumental paliza a todo funcionario que se puso al alcance, hasta que los
agentes de seguridad primero, y después la policía, consiguieron reducirlo.
Desde su pequeña celda, Donato recuerda con cierto alivio y
orgullo, el castigo propinado a los malvados funcionarios, que pagaron por
todas y cada una de sus miserias y adversidades vividas. Se ve que Donato
aprendió algo importante tras la experiencia. Eso no evitaba que los funcionarios
de la cárcel y los otros presidiarios, lo tuvieran siempre a una buena
distancia. Es lógico. Como dice Donato; -tarde o temprano, uno acaba pagando…-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario