Miles de soldados se adentraron por las laderas del oscuro
monte que los aguardaba paciente. Su fuerza y presteza eran tan coordinadas y rítmicas que se movían
como si fueran un solo cuerpo. Tal era así, que su ágil movimiento era decidido como el picado de un halcón en busca de su presa. La luna arrancaba
algún destello metálico de sus armas y el sonido frenético de sus botas al
aplastar la hierba, creaba un sonido grave y vibrante a través de la interminable
columna, que avanzaba inexorablemente hacia su objetivo.
Mientras tanto, en el fuerte se respiraba la lívida brisa de
barlovento. De pronto, hubo una calma extraña y los vigías sin saberlo, miraron
en todas direcciones como buscando una amenaza. Sus torsos se arquearon como
felinos antes de defenderse, pero sólo fue un instante.
Columnas negras como tentáculos, rodearon las blanquecinas
paredes y torres defensivas, y apresaron la ciudadela sin dilación, tiñendo las
pulidas piedras de un color más allá del rojo. La muerte llegó a media noche,
mientras la cadavérica luna contemplaba impertérrita la escena desde la altura.
Durante el fragor de la lucha, el astro se fue moviendo grácilmente como una
diosa, bendiciendo el destino de los vencedores y vencidos.
El coraje de los hombres, su entrega y bravura se fue apagando a lo largo de las horas. Los gritos, golpes y estrépito de armas fueron dando paso a estertores, aullidos y quejidos. Antes del alba, los nuevos dueños de la ciudadela retiraron los banderines de los defensores y colocaron sus estandartes consumando su conquista. En ese instante, el lugar quedó como por encanto, transmutado, sintiendo el paso de una era a otra. El caudillo triunfador se postró trabajosamente ante los símbolos de su pueblo, y posando su mano derecha sobre el frontal del casco, agachó la cabeza con un gesto de contrición. Los hombres que hacían corro, se estremecieron ante su extraña reacción. No comprendían que su tremenda victoria iba a traer una guerra interminable. -¡Qué inocentes!- Creían que la guerra era un enfrentamiento limpio, con un principio y una conclusión nítida. ¡Pero si esto era sólo el comienzo de un sacrificio infinito!. El fin del principio.
El caudillo, tras llevar a término la sangrienta misión, sintió que la repentina comprensión del futuro había caído sobre él como una enorme espada, cercenando su alma en pedazos. Se sintió condenado por la ciudadela que ahora percibió como inexpugnable y vengativa. Entonces, se agachó aún más, cerró los ojos con todas sus fuerzas y apretó los puños como intentando apresar sus pensamientos inútilmente.
-Es demasiado tarde, -murmuró. Había despertado a un dragón infernal. -Viviré para verlo, -se maldecía. -¿Estaremos preparados para una beligerancia interminable?
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