La noche todavía era joven. Hicieron un receso y abrieron la
puerta para refrescar un poco. El aroma del azahar entró tímidamente en la
habitación, casi de puntillas. El ambiente estaba cargado de humo y sólo él
notó la caricia perfumada de las flores blancas. Embriagado por el olor floral, cerró los ojos y la vio mirarlo
a la cara, pero no lo pudo soportar y se levantó un momento, mientras el gentío
se recomponía un poco.
En la baranda, el hombre sintió el frío de la noche, pero
dejó que la helada le hiriera un poco. Quería sentir algo de dolor no infringido
por sus pensamientos. A su mente volvió la muchacha, que vestía de negro. Pensó
que era absurdo, ¿porqué le iba a estar dando carrete? En efecto; él era un
hombre de piel como la leche, y ella…ella tenía la piel canela. Ese breve
pensamiento le turbó aún más, y se agarró al frío metal de la baranda, para
castigarse un poco más, antes de volver al sarao. Adherido al metal y absorbiendo
el frío de la lívida brisa, quedó absorto ante las enigmáticas estrellas que
poblaban el firmamento. En realidad, conocía la mayoría de las constelaciones,
y los nombres de muchos de los astros que coronaban el cielo esa noche. En
efecto, en esas latitudes el cielo lo presidían las
osas y a estas horas se podía contemplar al glorioso Orión, dando muerte a
Taurus. Absorbido en sus cavilaciones, estaba advirtiendo la fulgurante brillantez
azulada de las Pléyades, cuando ella vino con una bandeja en la mano derecha. Él
se giró y la contempló en toda su gloria; una amazona de ojos castaños y pelo
de ébano. Ahora la fragancia de azahar envolvía a la mujer como ese manto
resplandeciente que llevan las vírgenes. Quedáronse ambos mirándose el uno al
otro por un tiempo, hasta que ella dijo: -¿no te gusta el flamenco?- Su voz
aterciopelada, ligeramente carraspeaba, quizás por el frío. –El flamenco me
encanta…ojalá supiera cantar-. –Anda, tómate una copa- Le dijo ella, cosa que
dio pie a que en el gesto de ofrecer el vino, se tocaran levemente y casi
entrelazaran sus dedos en simulada torpeza. Todo el frío que sentía después de
estar al relente tanto rato, se evaporó al momento. Las palabras de la mujer, fueron como un abrazo, un gesto de entrega al que no estaba acostumbrado. A pesar de su desconcierto, se atrevió a catar el vino, en un intento de huida hacia delante de su propia vergüenza y atisbó en nariz, el olor especiado del vino, mientras se clavaban la mirada el uno al otro.
Volvieron a la juerga juntos, esta vez mirándose sin
reservas. Cuando entraron, los flamencos estaban locos por bulerías. El cantaor
destiló un verso más; -¡no te sueltes el pelo, ni te pintes los labios, porque
me muero de celos!- Tras lo cual se caldeó aún más el ambiente. El cómo los
sonidos entrelazados se convertían en algo más que poesía, hicieron temblar al
hombre, que se preguntaba cómo era posible crear una música tan bella. Podía sentir
las matemáticas de las voces y las guitarras generar curvas, espirales y ondas
de infinito valor, pero pensó que ni siquiera era justo pensar en esos
términos. La magia de los flamencos se había apoderado de su corazón, tanto
como el embrujo de la gitana.
Cuando se acabó la fiesta se encontraron de nuevo, bajo la
luz de las vigilantes estrellas que titilaban, tan nerviosas como aquellos dos corazones. Él, le dijo que era casado y ella, herida, le
dijo que no podía estar con un hombre que no era libre. Se abrazaron, no se sabe porqué. El hombre
le susurró que ella tampoco era libre. Ella no pareció comprenderlo, pero ya
era demasiado tarde para pensar. Ahora, en la agonía de la noche, la quietud y
la humedad dejaban avanzar otros aromas; fragancias frutales, y de carnes
rojas. Orión el cazador, ya se había marchado a otras geografías, en su eterna lucha con
Taurus. Los amantes se acariciaron al ritmo del flamenco más puro; de forma
impredecible y pasional.
1 comentario:
Que pasión más pura, el amor y el flamenco, y que sentimiento más intenso de vivir, el flamenco y el amor.
Una guitarra y una candela dando sentido a la noche.
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